Según la Wikipedia, Sansón viene del hebreo: שִׁמְשׁוֹן, Shimshon, tiberiano Šimšôn; que significa "del Sol". Pero no es de aquel Sansón bíblico del que uno viene a hablar aquí, sino del escultor Miguel Sansón, un hombre que empezó fabricando sillas (sent-arte lo llama) y que, sin porqué (ah, sí, estuvo una vez en Nueva York, qué olvido más tonto), va camino de convertirse en la estrella de la estatuaria pública extremeña. A él se refirió uno, sin nombrarlo, en este blog, cuando colocaron delante de la Asamblea uno de sus decorativos armatostes y ahora, de nuevo gracias a nuestros formados e informados políticos (que le dieron, por nada también, la Medalla de Extremadura), coloca otro mamotreto delante del remozado Palacio de Congresos de Cáceres, a un paso, pobre, del piso de mi hija, que pasará cada dos por tres delante del adefesio con su perrina Pepa. Y espérate, que lo mismo, confuso el animalito con aquello, echa allí su meadina y daña la imponente obra de arte.
Sí, para gustos, los colores. Y para tontos, los que pagamos con nuestros impuestos las ocurrencias de los que lo mismo te hacen una silla donde uno no puede sentarse que una escultura (un decir) donde el arte brilla, y mucho, por su ausencia. ¿La próxima?
Bueno, nada, se dice uno, al fin y al cabo qué se puede esperar de alguien que dice: "La escultura, como creador, creo lo que siento, con una estructura y un movimiento, lo demás lo pone quien lo contempla" (sic). Eso, un galimatías.
Sí, para gustos, los colores. Y para tontos, los que pagamos con nuestros impuestos las ocurrencias de los que lo mismo te hacen una silla donde uno no puede sentarse que una escultura (un decir) donde el arte brilla, y mucho, por su ausencia. ¿La próxima?
Bueno, nada, se dice uno, al fin y al cabo qué se puede esperar de alguien que dice: "La escultura, como creador, creo lo que siento, con una estructura y un movimiento, lo demás lo pone quien lo contempla" (sic). Eso, un galimatías.