Criaturas abisales es el primer libro de Marina Perezagua (1978). Lo ha publicado Enrique Murillo en Los Libros del Lince y su justificación no deja lugar a dudas.
Perezagua es licenciada en historia del arte por la Universidad de Sevilla. Se nos informa, además, de que tras su licenciatura marchó a Estados Unidos con una beca de doctorado en filología hispánica, y durante cinco años impartió clases de lengua, literatura, historia y cine hispanoamericanos en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook. Actualmente vive en Francia y trabaja en el Instituto Cervantes de Lyon. Según tengo entendido, en septiembre se irá a Nueva York, con una beca para el Master de Escritura Creativa en Español de NYU (en el que da clases de narrativa Antonio Muñoz Molina).
Todo esto no deja de ser el currículo más o menos llamativo o brillante de una joven que, como tantos, no dejan de sorprendernos con sus datos biográficos desde las solapas de sus primeras obras. Lo que importa es, sin embargo, los cuentos que ha escrito y estos sí que sorprenden, y no poco. Por una obviedad, lo bien escritos que están (algo más que un juego de palabras, que el fruto de las enseñanzas de un taller de escritura, que una habilidad técnica) y por las historias que encierran, capaces de inquietar al lector más avisado, pero también al más incauto. A uno, por ejemplo. Y eso que fui advertido por Juan Carlos Marset, exprofesor suyo, responsable de que los haya leído y, ahora lo entiendo, defensor a ultranza de Criaturas abisales. No, no es frecuente que un primer libro salga así: tan rotundo, tan redondo, tal solvente, tan propio. Ni tan angustioso, pervertido o cruel, si lo miramos desde el otro lado.
Poco amigo de la imaginación y de la fantasía, me he tenido que rendir a la evidencia y, cuando ya lo tenía asumido, desdecirme del verso del chileno Cristian Gómez Olivares (La casa de Trotsky, La Isla de Siltolá): "Lo que no es autobiografía es plagio". Si lo que cuenta Perezagua lo es...
No voy a destripar la materia de estos relatos insondables por donde viajan Olga y la lengua, Inés y su coma, Bernhard el rendido, la pobre familia Jacobs, Julieta la inventora (lo de "energía copulativa" me sonó a GHB), Gilda la nadadora, Dolores la infiel, la mujer carnívora, la hija de su padre y los hermanos Jana y Jano, protagonistas del cuento (dedicado a Patricia y Marset) que cierra este hondo y profundo círculo narrativo. Eso sí, si alguien quiere ir abriendo boca, o lo que sea, aquí pueden leer los tres primeros. Hablan (o gritan) por sí solos.
Perezagua es licenciada en historia del arte por la Universidad de Sevilla. Se nos informa, además, de que tras su licenciatura marchó a Estados Unidos con una beca de doctorado en filología hispánica, y durante cinco años impartió clases de lengua, literatura, historia y cine hispanoamericanos en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook. Actualmente vive en Francia y trabaja en el Instituto Cervantes de Lyon. Según tengo entendido, en septiembre se irá a Nueva York, con una beca para el Master de Escritura Creativa en Español de NYU (en el que da clases de narrativa Antonio Muñoz Molina).
Todo esto no deja de ser el currículo más o menos llamativo o brillante de una joven que, como tantos, no dejan de sorprendernos con sus datos biográficos desde las solapas de sus primeras obras. Lo que importa es, sin embargo, los cuentos que ha escrito y estos sí que sorprenden, y no poco. Por una obviedad, lo bien escritos que están (algo más que un juego de palabras, que el fruto de las enseñanzas de un taller de escritura, que una habilidad técnica) y por las historias que encierran, capaces de inquietar al lector más avisado, pero también al más incauto. A uno, por ejemplo. Y eso que fui advertido por Juan Carlos Marset, exprofesor suyo, responsable de que los haya leído y, ahora lo entiendo, defensor a ultranza de Criaturas abisales. No, no es frecuente que un primer libro salga así: tan rotundo, tan redondo, tal solvente, tan propio. Ni tan angustioso, pervertido o cruel, si lo miramos desde el otro lado.
Poco amigo de la imaginación y de la fantasía, me he tenido que rendir a la evidencia y, cuando ya lo tenía asumido, desdecirme del verso del chileno Cristian Gómez Olivares (La casa de Trotsky, La Isla de Siltolá): "Lo que no es autobiografía es plagio". Si lo que cuenta Perezagua lo es...
No voy a destripar la materia de estos relatos insondables por donde viajan Olga y la lengua, Inés y su coma, Bernhard el rendido, la pobre familia Jacobs, Julieta la inventora (lo de "energía copulativa" me sonó a GHB), Gilda la nadadora, Dolores la infiel, la mujer carnívora, la hija de su padre y los hermanos Jana y Jano, protagonistas del cuento (dedicado a Patricia y Marset) que cierra este hondo y profundo círculo narrativo. Eso sí, si alguien quiere ir abriendo boca, o lo que sea, aquí pueden leer los tres primeros. Hablan (o gritan) por sí solos.