Siempre camino solo. No tengo que compaginar horarios con nadie, llevo el paso que quiero y, sobre todo, voy a mi bola. Son ratos que uno dedica a darle vueltas a sus preocupaciones laborales, a los asuntos familiares y, cómo no, a los literarios, entre los que incluyo las entradas de este blog. Claro que a veces siento envidia de esas parejas que pasean agarradas de la mano (¡qué difícil!) o a esos grupos de hombres o mujeres (pocas veces "y") que van charlando amigablemente o haciéndose amorosas confidencias. No es mi caso, ya digo. Pues bien, dos veces me he encontrado en los últimos días con la misma persona, una señora mayor, que mirándome con tristeza, al cruzarnos, me ha dicho: "¿Hoy te toca solo?" La primera vez ni siquiera contesté a la desconocida. Me limité a murmurar. La segunda, le dije que sí con toda la seguridad del mundo.