Este es el sencillo título de un libro que parece sorprender a lectores que uno tiene por tal y que no suelen dejarse impresionar por cualquier cosa. Lo publica La Isla de Siltolá en su colección Vela de Gavia y la nota biobibliográfica es tan escueta como el rótulo: "Sergio Fernández Salvador nació en León en 1975. Quietud es su primer libro de poemas". Uno se adentra entonces en sus páginas, con toda cautela (hasta el mejor editor mete la pata), y comprende que mis bien informados amigos se hayan hecho eco de esta aparición. No sé en realidad qué han dicho -nunca leo sobre algo de lo que pienso hablar-, pero, entre líneas (ahora iré a ello, ya sin cuidado), detecté una sorpresa que hago mía. Y por bien poco. Quiero decir que nadie ha de esperar un nuevo lenguaje, imágenes impactantes, asuntos nunca tratados y todas esas pirotecnias verbales y conceptuosas que algunos asocian, entre alharacas, con la poesía. No, es más de lo mismo. Pero cuidado: me refiero a eso que llamamos poesía, ahora sí, desde hace siglos. Ni uno de los mejores libros de los últimos años, "¡qué sinvivir!", ni el primero del siglo XXI, ni tampoco una de esas zarandajas con las que pretenden engañarnos cada poco (anteayer, sin ir más lejos) en el nutrido mercado de las gangas líricas. Uno lee "Nieve en Zazuar", el segundo poema del libro, y con eso tiene bastante. "Como recibe el campo lo que del cielo venga,/ así con nuestros versos", dice SFS. Y más adelante: "¿Y si fuera el poema simplemente/ dar noticia cabal del mundo, levantar/ acta fiel de esta tarde...". Un niño nace, un mirlo canta, alguien viaja, un profesor corrige, una mujer se mira (mientras otro la observa) en el espejo, casas y pueblos se derrumban en medio del paisaje castellano... Y todo, "efectivamente", con palabras.