Casi cuatro años hacía que no pisaba Mérida. No ha habido ni necesidad ni ocasión. Sólo eso. El motivo: una excursión escolar que uno temblaba por aquello de que mis alumnos son, entre otras cosas, muy movidos.
La bajada fue regular por culpa de un par de indisposiciones. Normal. Al llegar, visita al Museo de Arte Romano. Les gustó, como es lógico. Los mosaicos, sobre todo. Y las monedas, cómo no.
De allí, a la Asamblea, pasando por el Foro y el Templo de Diana. Sentaron a los muchachinos en el hemiciclo. En el sitio de Monago, nuestro único alumno de origen chino. B. ocupó el de mi consejera, la de Educación y Cultura. En el de Vara, mi J. A. Uno, en el inmediatamente superior, en el escaño correspondiente a la diputada Marisol Mateos Nogales, a la que, por cierto, conocí cuando era muy joven, ya que ganó uno de los primeros premios del Plan de Fomento de la lectura en su condición de bíbliotecaria de Valle de la Serena. Casualidades.
La visita fue interesante, las explicaciones breves y concretas y ellos disfrutaron de lo lindo repanchingados en aquellos cómodos sillones rodantes mientras contestaban (algunos) a las preguntas que se les hacían. Sí, de algo sirvieron las enseñanzas de Cono. Ya fuera, escucharon algo acerca de los niños del mundo que no tienen su suerte y vieron la exposición que Aldeas Infantiles SOS inauguró ayer en el patio del parlamento.
Luego, puente romano y Alcazaba. Tras la comida, visita al Teatro y al Anfiteatro donde corrieron y brincaron de lo lindo. También improvisaron canciones y poemas (se les unió una espontánea) aprovechando un escenario de lujo. ¿Lo que más les llamó la atención?: el pozo seco del peristilo. No había manera de arrancarles del brocal.
A lo largo de la intensa jornada, sólo dos encuentros por las calles emeritenses. Uno fortuito, con Chano Fernández (que, al parecer, sigue este blog, lo que puedo confirmar por los detalles relatados) y otro deliberado, con mi antigua compañera María José Hernández, de la Editora, a la que vi mejor que nunca y, al tiempo, como siempre. Yo me entiendo. Y ella seguro que también. Ahí estamos, amiga.
Las madres y los padres recibieron a sus hijas e hijos sanos y salvos a las puertas de Los Pinos y uno volvió a casa cansado y contento, como cualquier maestro de escuela después de una excursión.
Ya lo dijo el ilustrado Antonio Ponz: "El escribir de Mérida es asunto largo, y de importancia; y aunque yo lo haya de tratar con la posible brevedad, y como corresponde a nuestro propósito, es preciso verla bien antes, para empezar a hablar" (Viage de España). Pues eso.
La bajada fue regular por culpa de un par de indisposiciones. Normal. Al llegar, visita al Museo de Arte Romano. Les gustó, como es lógico. Los mosaicos, sobre todo. Y las monedas, cómo no.
De allí, a la Asamblea, pasando por el Foro y el Templo de Diana. Sentaron a los muchachinos en el hemiciclo. En el sitio de Monago, nuestro único alumno de origen chino. B. ocupó el de mi consejera, la de Educación y Cultura. En el de Vara, mi J. A. Uno, en el inmediatamente superior, en el escaño correspondiente a la diputada Marisol Mateos Nogales, a la que, por cierto, conocí cuando era muy joven, ya que ganó uno de los primeros premios del Plan de Fomento de la lectura en su condición de bíbliotecaria de Valle de la Serena. Casualidades.
La visita fue interesante, las explicaciones breves y concretas y ellos disfrutaron de lo lindo repanchingados en aquellos cómodos sillones rodantes mientras contestaban (algunos) a las preguntas que se les hacían. Sí, de algo sirvieron las enseñanzas de Cono. Ya fuera, escucharon algo acerca de los niños del mundo que no tienen su suerte y vieron la exposición que Aldeas Infantiles SOS inauguró ayer en el patio del parlamento.
Luego, puente romano y Alcazaba. Tras la comida, visita al Teatro y al Anfiteatro donde corrieron y brincaron de lo lindo. También improvisaron canciones y poemas (se les unió una espontánea) aprovechando un escenario de lujo. ¿Lo que más les llamó la atención?: el pozo seco del peristilo. No había manera de arrancarles del brocal.
A lo largo de la intensa jornada, sólo dos encuentros por las calles emeritenses. Uno fortuito, con Chano Fernández (que, al parecer, sigue este blog, lo que puedo confirmar por los detalles relatados) y otro deliberado, con mi antigua compañera María José Hernández, de la Editora, a la que vi mejor que nunca y, al tiempo, como siempre. Yo me entiendo. Y ella seguro que también. Ahí estamos, amiga.
Las madres y los padres recibieron a sus hijas e hijos sanos y salvos a las puertas de Los Pinos y uno volvió a casa cansado y contento, como cualquier maestro de escuela después de una excursión.
Ya lo dijo el ilustrado Antonio Ponz: "El escribir de Mérida es asunto largo, y de importancia; y aunque yo lo haya de tratar con la posible brevedad, y como corresponde a nuestro propósito, es preciso verla bien antes, para empezar a hablar" (Viage de España). Pues eso.