He estado unos meses en Facebook. Ya no. Me costaba tanto entrar como no hacerlo. Eso generaba un ir y venir que me robaba un tiempo del que no disponía. Echaré de menos, eso sí, algunos comentarios, cierta correspondencia, algunas imágenes y otras historias que acaso compensaban. Y lo que más me importa: a mis hijos, que están también allí, y a algunas amigas y amigos con los que establecía una comunicación complementaria, cuando no exclusiva. Con todo, ya digo, era demasiado enojoso. Me costaba decir que no a desconocidos que solicitaban mi amistad, por ejemplo, por lo que ya era larga, tal vez demasiado, mi lista de contactos (o como quiera se diga en la jerga de esa red). No, no soy demasiado sociable, bien lo sé. Para colmo, llegó el de siempre (un decir: vale para varios) e hizo el típico comentario impertinente. Y uno, ay, respondió. Y qué necesidad. Por ahora, perseveraré en este blog. Es lo que me importa. En fin, lo dicho, hasta luego. O hasta nunca, vete a ver.