Los lectores de poesía tenemos suerte: de Henrik Nordbrandt (Frederiksberg,
1945) hay varias obras traducidas, entre ellas una que comenté en su día aquí, la amplia antología Nuestro amor es como Bizancio (Lumen y DeBolsillo), acaso la mejor manera de acceder a su mundo lírico. El responsable de que el poeta danés sea tan accesible para el letraherido español la tiene en buena parte Francisco J. Uriz, nórdico y benemérito traductor que ganó hace unas semanas, con todo merecimiento, el premio Nacional de Traducción por toda su obra.
Ahora, en Visor, que ya editó Puentes de sueño (2000), presenta 3 x Nordbrandt, esto es, la versión de los tres últimos libros del poeta (Viento terral, Dragón de mar foliado y Horario de visitas), los que ha escrito tras el regreso a su país natal después de años y años de peregrinaje por Turquía y el sur de Europa. "En todo el mundo yo en definitiva / siempre he permanecido en casa", dice en un poema clave: "Detrás del dique". "Como tú nunca te fuiste de aquí / tampoco regresaste nunca", leemos en "Bafa Gölü".
Entre el sueño y la realidad, entre el pasado (los recuerdos de infancia, por ejemplo) y el futuro (que son "rehenes mutuos", según él), entre el norte y el sur, entre las cuatro estaciones (un lugar común de su poesía, cercana todavía a la naturaleza), siempre en tránsito, discurre una poesía sin concesiones, tan personal como rigurosa, por la que uno siente debilidad (como el traductor, según confiesa, por el poeta, que elogia a Uriz en unas iniciales "Palabras del autor"), por más que en ocasiones se me escape el sentido ("no aguanto la palabra sentido", escribe), sobre todo en los poemas oníricos del primer libro, Viento terral. Ya dije que aquí la complacencia para con el lector, la cortesía que diría el otro, no suele darse (aunque a veces sea claro como las aguas del Egeo) y que Nordbrandt, socarrón más que irónico (el poema que cierra el libro se titula "Calientapollas"), va a lo suyo, para que ocurra, como es lógico, lo que tenga que ocurrir. Se nota por el tono su fuerte personalidad, reflejo seguro de la forma de ser de este viajero impenitente que en esto y en todo parece haber ido por libre: "pero yo soy yo / porque digo lo que digo". Pero también: "Uno sabe sólo lo que sabe / mientras no lo haya dicho". Un poeta, conviene añadir, obsesionado con el tema del doble ("Doble").
Que el lector, en todo caso, se aventure confiado por estas aguas procelosas donde, a pesar del peligro, no creo que naufrague.
He hecho hincapié en la condición viajera de Nordbrandt ("me encanta la extranjeridad"). En su periplo mediterráneo, el poeta ha pasado, cómo no, por España. De ello da cuenta explícitamente en dos duros poemas: "Arroyo San Sebastián" (comienza: "Qué feos son los topónimos españoles / casi como si hubieras nacido allí / y tú mismo los hubieses inventado." Y termina: "Allí huele tanto / a sangre como a orina y cementerio. El sol brilla / demasiado fuerte / y así suena también / cuando rezan a Dios para que todo siga así.") y "En Extremadura". Por aquello del paisanaje (y por lo que tiene a la postre de poética), copio el segundo a continuación:
EN EXTREMADURA
En Extremadura las gentes permanecen lejos unas de otras
y cada una con su cigarrillo en la boca.
Ven a gran distancia, pero tienen en común
con las calabazas
que tienen que tener una vela encendida en la cabeza
antes de que se les haga la luz.
Así que en cambio es bellísimo
lejos, muy lejos de la cabina telefónica más próxima
y en millones de girasoles
entre cada uno de los perezosos ríos verdes
que penetran en la vecina Portugal
donde acostumbran llevar
curiosos sombreros puntiagudos
y tener montones de cráneos esmeradamente apilados
en sus iglesias barrocas.
Aquel que no pueda verlo claramente
ha leído en vano hasta aquí.
Porque es así como quiero escribir
tal como lo vi
cuando escribí esto.
Ahora, en Visor, que ya editó Puentes de sueño (2000), presenta 3 x Nordbrandt, esto es, la versión de los tres últimos libros del poeta (Viento terral, Dragón de mar foliado y Horario de visitas), los que ha escrito tras el regreso a su país natal después de años y años de peregrinaje por Turquía y el sur de Europa. "En todo el mundo yo en definitiva / siempre he permanecido en casa", dice en un poema clave: "Detrás del dique". "Como tú nunca te fuiste de aquí / tampoco regresaste nunca", leemos en "Bafa Gölü".
Entre el sueño y la realidad, entre el pasado (los recuerdos de infancia, por ejemplo) y el futuro (que son "rehenes mutuos", según él), entre el norte y el sur, entre las cuatro estaciones (un lugar común de su poesía, cercana todavía a la naturaleza), siempre en tránsito, discurre una poesía sin concesiones, tan personal como rigurosa, por la que uno siente debilidad (como el traductor, según confiesa, por el poeta, que elogia a Uriz en unas iniciales "Palabras del autor"), por más que en ocasiones se me escape el sentido ("no aguanto la palabra sentido", escribe), sobre todo en los poemas oníricos del primer libro, Viento terral. Ya dije que aquí la complacencia para con el lector, la cortesía que diría el otro, no suele darse (aunque a veces sea claro como las aguas del Egeo) y que Nordbrandt, socarrón más que irónico (el poema que cierra el libro se titula "Calientapollas"), va a lo suyo, para que ocurra, como es lógico, lo que tenga que ocurrir. Se nota por el tono su fuerte personalidad, reflejo seguro de la forma de ser de este viajero impenitente que en esto y en todo parece haber ido por libre: "pero yo soy yo / porque digo lo que digo". Pero también: "Uno sabe sólo lo que sabe / mientras no lo haya dicho". Un poeta, conviene añadir, obsesionado con el tema del doble ("Doble").
Que el lector, en todo caso, se aventure confiado por estas aguas procelosas donde, a pesar del peligro, no creo que naufrague.
He hecho hincapié en la condición viajera de Nordbrandt ("me encanta la extranjeridad"). En su periplo mediterráneo, el poeta ha pasado, cómo no, por España. De ello da cuenta explícitamente en dos duros poemas: "Arroyo San Sebastián" (comienza: "Qué feos son los topónimos españoles / casi como si hubieras nacido allí / y tú mismo los hubieses inventado." Y termina: "Allí huele tanto / a sangre como a orina y cementerio. El sol brilla / demasiado fuerte / y así suena también / cuando rezan a Dios para que todo siga así.") y "En Extremadura". Por aquello del paisanaje (y por lo que tiene a la postre de poética), copio el segundo a continuación:
EN EXTREMADURA
En Extremadura las gentes permanecen lejos unas de otras
y cada una con su cigarrillo en la boca.
Ven a gran distancia, pero tienen en común
con las calabazas
que tienen que tener una vela encendida en la cabeza
antes de que se les haga la luz.
Así que en cambio es bellísimo
lejos, muy lejos de la cabina telefónica más próxima
y en millones de girasoles
entre cada uno de los perezosos ríos verdes
que penetran en la vecina Portugal
donde acostumbran llevar
curiosos sombreros puntiagudos
y tener montones de cráneos esmeradamente apilados
en sus iglesias barrocas.
Aquel que no pueda verlo claramente
ha leído en vano hasta aquí.
Porque es así como quiero escribir
tal como lo vi
cuando escribí esto.