Ya di cuenta aquí atrás de un postergado encuentro con el bibliófilo José Luis Melero y comenté su libro Escritores y escrituras. También Xordica publicó en 2009 otra obra suya, La vida de los libros que a uno le ha alegrado algunas horas estas pasadas Navidades. Reúne, como el otro, artículos aparecidos en el suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón y está dedicado a su principal instigador, el director del mismo, Antón Castro.
Mucho de lo que se dijo acerca de Escritores y escrituras podría repetirse a propósito de su hermano menor. Es fruto, no cabe duda, del lector "curioso", que él distingue del "sabio". De alguien que "en lugar de recorrer las avenidas principales, pasea siempre por los arrabales y acaba conociendo a la genta más rara y simpatizando con los libros más periféricos y estrafalarios". Sí, "este es el libro de un lector curioso y no de un seguidor del canon, la academia y los manuales, es más un escaparate de literaturas perdidas, de lecturas fragmentarias, que un ensayo luminoso sobre algunos de los libros más principales". Esos, dice Melero, ya tienen "plumas más autorizadas que la mía que los estudien o ponderen". Él prefiere ocuparse de los que nadie o casi nadie se ocupa para ofrecerles "algunos minutos de gloria". De paso busca entretener a sus lectores con esas "lecturas arbitrarias" y "contagiarle de alguna manera esa felicidad que yo he sentido al leer esos libros y al escribir estos textos". Y sin duda lo consigue, ya decía.
Mucho de lo que se dijo acerca de Escritores y escrituras podría repetirse a propósito de su hermano menor. Es fruto, no cabe duda, del lector "curioso", que él distingue del "sabio". De alguien que "en lugar de recorrer las avenidas principales, pasea siempre por los arrabales y acaba conociendo a la genta más rara y simpatizando con los libros más periféricos y estrafalarios". Sí, "este es el libro de un lector curioso y no de un seguidor del canon, la academia y los manuales, es más un escaparate de literaturas perdidas, de lecturas fragmentarias, que un ensayo luminoso sobre algunos de los libros más principales". Esos, dice Melero, ya tienen "plumas más autorizadas que la mía que los estudien o ponderen". Él prefiere ocuparse de los que nadie o casi nadie se ocupa para ofrecerles "algunos minutos de gloria". De paso busca entretener a sus lectores con esas "lecturas arbitrarias" y "contagiarle de alguna manera esa felicidad que yo he sentido al leer esos libros y al escribir estos textos". Y sin duda lo consigue, ya decía.
No falta la impronta aragonesista y zaragazona, nunca ocultada; digna, sobre todo, de orgullo. Son muchos los personajes, escritores o no, que nacieron o vivieron en esas tierras y de cuyas vidas escritas hace muy bien en dar cuenta. Vuelve JRJ y sus monjitas enamoradas; Gimferrer, todavía Pedro; bohemios del siglo pasado como Gálvez o Retana; más de un falangista (Sánchez Mazas, Ros, Mourlane, Laín, etc.) y otros derechistas afines a Franco, como Ruano, Giménez Arnau o Sainz Rodríguez (recordaba al leer su semblanza una larga conversación, de la fui testigo, entre L. M. Anson y Octavio Paz a propósito de algunos acontecimientos desternillantes de la vida del que fuera ministro de Franco y monárquico a ultranza, que tuvo lugar en el restaurante Jockey de Madrid, a los postres de la entrega del premio Loewe del año 91); militares y civiles de las guerras de España; poetas del 27 y arrimados como Chabás... No faltan las referencias a los viejos libros (sobre los viajes a Rusia tras la Revolución, pongo por caso) y a los libreros de viejo, como Inocencio Ruiz. Y a emocionantes manías, como la bibliofilia (que impide prestar libros, que arruina a cualquiera que pretenda hacerse con primeras ediciones de Gil de Biedma, etc.) y el fútbol (al Zaragoza, quiero decir).
Son dignos de elogio los comienzos de los artículos de Melero, que por eso siempre atrapan desde la primera línea. También su sentido del humor, su suave acidez (esta vez aplicada contra los prólogos, algunos primeros libros, el emboscado Laín o el novelista Juan Benet, que aparece en otro artículo como miembro de la cuadrilla del torero Rafael Ortega), sus amplios conocimientos sobre literatura -más propios del sabio que del curioso- y, cómo no, sus anécdotas, divertidas casi siempre; sobre erratas, por ejemplo.
Dos veces menciona Melero a mi paisano Manuel Pérez de Guzmán, Marqués de Jerez de los Caballeros, que logró formar la "más importante biblioteca de literatura española que jamás haya habido en España" y de cómo la perdió y de la tristeza que llegó a embargarle, pensando en el noble extremeño, al ver aquellos volúmenes en la sede de la Hispanic Society de Nueva York.
"Los libros de José Luis Melero son vitrinas donde se preservan con mimo las literaturas perdidas, una suerte de muestrarios de antiguas telas con los que disfrutar de libros y autores olvidados como si fueran paños o sedas de otros tiempos, y también una invitación a dejarnos seducir por la atracción irresistible de aquellos escritores que hicieron del fracaso el eje de sus vidas", reza en la contracubierta de La vida de los libros. Lo que a uno se le antoja un delicioso, particular universo.
"Los libros de José Luis Melero son vitrinas donde se preservan con mimo las literaturas perdidas, una suerte de muestrarios de antiguas telas con los que disfrutar de libros y autores olvidados como si fueran paños o sedas de otros tiempos, y también una invitación a dejarnos seducir por la atracción irresistible de aquellos escritores que hicieron del fracaso el eje de sus vidas", reza en la contracubierta de La vida de los libros. Lo que a uno se le antoja un delicioso, particular universo.