Acostumbrados a tragar con todo lo que a los políticos se les ocurra, qué voy a contarles, los extremeños aceptamos como si tal cosa que la Junta de Extremadura pasara a llamarse, de un día para otro, Gobierno de Extremadura. Ignoro si el Estatuto de Autonomía, por entonces recién actualizado, contemplaba algo al respecto, hubiera dado igual. Lo cierto y verdad es que llevábamos más de un cuarto de siglo hablando y escribiendo de la Junta, a secas.
Más allá del interés algo infantil de querer cambiarlo todo cuando alguien nuevo llega al poder, lo que demuestra nuestra escasa tradición democrática, en esa decisión de Monago y los suyos, que aterrizaron inopinadamente en él, hay mucho de aires de grandeza. O de complejo de inferioridad, según se mire. Llamar Gobierno a lo de aquí comparándolo con los gobiernos "de verdad" que hay por ahí fuera, amén de prepotente, está en contra, según creo, del ideario centralista del PP. Vamos, que, a pesar del tiempo transcurrido, no termina de comprender uno, que no le entra en la mollera (que diría nuestro presidente más castúo), la necesidad de ese cambio que, por cierto -otra contradicción programática-, no fue una medida austera sino todo lo contrario. Sólo en membretes...
A uno, en fin, que le gustan las etimologías, prefiere lo de junta, porque remite a la unión y a lo de todos, frente a gobierno, que alude a la autoridad ejercida por unos pocos. Sí, cuestión de palabras. Por eso no conozco a nadie que al mencionar a los que mandan en Mérida pronuncie la palabra Gobierno.