La colección de Poesía de Galaxia
Gutenberg/Círculo de Lectores no podía cerrar mejor la etapa del que
fuera su director, Nicanor Vélez, que publicando la obra poética
completa de Yorgos Seferis (1900-1971), Premio Nobel en 1963, en
ejemplar traducción de Selma Ancira y Francisco Segovia.
Griego de Esmirna, ciudad turca desde 1913, ese
hecho va a marcar decisivamente su vida que es tanto como decir su poesía, pues
ambas transcurren inseparables hasta su muerte. Por si fuera poco, ese
sentimiento de permanente regreso, ese constante dolor por su querida patria,
su desarraigo, se acentúa debido a su condición de diplomático, representante
de un país golpeado por los mil avatares de su siglo: guerras, exilios, golpes
de estado, dictaduras… Viajero por Europa (en París se formó y en Londres vivió
largas temporadas), Asia y África, Seferis busca en vano el regreso, siempre a
medio camino, entre dos puertos, como nos explican en el ajustado prólogo los
traductores. Esa su condición, ese su destino: “Hemos vuelto / partimos siempre
para volver a la soledad, a un puñado de tierra, a las manos vacías”. No es extraño que escribiera: “No sé ya dónde
he nacido”.
No es Seferis autor de una obra extensa.
Reunida bajo el certero título de
Mythistórima,
los versos de
Estrofa,
La Cisterna,
Novela,
Gimnopedia,
Cuaderno de ejercicios,
Bitácora y
El Zorzal dan cuenta de un perfecto engranaje vital entre mito e
historia, un lugar “donde se funden el drama antiguo y la tragedia moderna”. Y
al fondo, Grecia. El helenismo de Seferis (un humanismo) se funda en torno a su
patria perdida: “Dondequiera que viaje, Grecia me duele”. Un dolor que es,
además, gozo ante el paisaje en ruinas de su tierra (“eres tú la ruina”;
“porque las estatuas ya no son añicos, / lo somos nosotros”) y la luz, metáfora
perfecta (como la del mar, otro elemento indispensable para él), que todo lo
domina: “En el fondo soy cosa de la luz”, escribió. Sobre la literatura griega,
precisamente, levanta su meticuloso edificio de sonido y sentido, ya en lengua
demotikí, y en sus poemas hay constantes
alusiones, deliberadas referencias a textos de Homero, Eurípides, Esquilo, Erotócrito…
También a los filósofos. Y a la
Odisea
y la
Ilíada. Se da un diálogo
constante con el teatro, la poesía y la filosofía griegas pero no como
ejercicio retórico sino como vivo procedimiento lírico de alguien que es, ante
todo, es un poeta moderno. Su culturalismo es genuino. Temprano traductor de Eliot
(al que dedicó ensayos penetrantes), miembro de honor de la mejor estirpe de
poetas europeos del siglo XX. Eso sí, desde el clasicismo: “En el fondo –anotó
en sus
Diarios- debo ser
incurablemente antiguo”. Algo que no entra en contradicción, ya digo, con su
manera de entender la poesía como “sentimiento de irrealidad del individuo”
(Alcira/Segovia) y dar cabida en ella a otras voces en un juego de heteronimias
que le emparenta con contemporáneos suyos como el citado Eliot, Pessoa o
Machado. Fruto de ese proceder, Matías Pascal y Stratis Marinero, protagonistas
de algunos de sus más logrados poemas: él y el otro, su álter ego. Y ahí el uso
del monólogo dramático, otro recurso propio de la modernidad.
Sobrevolando, lo trágico, ese sentimiento
griego por excelencia que le hace expresarse como ser doliente. Usa para ello
un vocabulario esencial: mar, isla, luz, vientos, verano, sol, ruinas,
Mediterráneo, pozo, aljibe, cisterna, estatuas, piedras… Su persona verbal
favorita, el “nosotros”. Los griegos. Voz “vuelta hacia el foro”. Shelley
afirmó: “Todos somos griegos”, y Borges matizó: “en el exilio”.
Por intertextualidades y otras elaboraciones que
contenga, su tono es natural, cercano a la conversación: “Sólo quiero hablar
sencillamente, que se me dé ese don”.
Poesía musical, en el más alto sentido (en
sus diarios declara su amor por la música), con tendencia a la composición del
poema extenso. También, por su proceder, cercana a lo popular y sencillo.
Ya disponíamos de ediciones con los versos,
ensayos y diarios de Seferis. Esta nueva traducción de su poesía completa renueva
el valor de las esclarecedoras palabras de Eliot quien, tras un encuentro con
él que tuvo lugar en Londres en 1952, comentó: “He conocido muchos poetas o a
personas que decían ser poetas. Me siento feliz de haber conocido a un
verdadero poeta”.
(Reseña publicada en el nº 354 de la revista Quimera)