Hugo Mujica (Buenos Aires, 1942) tenía 41
años cuando publicó su primer libro de poemas. Como Merton, había experimentado
el silencio de la vida trapense.
Tras una primera recopilación de su poesía
reunida (Seix Barral, 2005), la editorial hispano-mexicana Vaso Roto publica Del crear y lo creado. Poesía
completa.1983-2011. En “Palabras preliminares”, con todo, Mujica explica
que no son “mi obra completa, son mi obra «esencial», lo primordial de ella y
de mí”. Y añade que ha sido “intocada”. Aunque autor de una amplia obra
ensayística y narrativa, precisa que “ella, toda ella, es el corazón de mi
obra”. “Mi don”, concluye.
Que estamos ante una obra en marcha lo demuestra el hecho de que en Visor,
una de sus editoriales españolas, junto con Pre-Textos, acaba de publicar Cuando todo calla, Premio Casa de
América.
Los poemas sumados aquí pertenecen a Brasa
blanca, Sonata de violoncelo y lilas, Responsoriales,
Escrito en un reflejo, Paraíso vacío, Para albergar una ausencia, Noche abierta, Sed adentro, Casi en silencio
y, por fin, Y siempre después del viento.
La primera impresión que asalta al lector tras dar cuenta del medio millar
de páginas que ocupa esta obra es que estamos ante un solo libro y no frente a
diez. Quiero decir que hay una patente unidad en el tono, una íntima coherencia
en su forma de decir que permite apreciar el conjunto como si de un extenso
poema se tratara. Un poema, sí, fragmentario, donde tan importante es la
palabra como el silencio, tan presente en esta poesía cubierta de blanco. Un
poema que avanza, maticemos, desde la abstracción hacia la claridad.
Los de Mujica son poemas concisos. De una gran economía de medios. Iluminaciones,
impromptus, epifanías, relámpagos que no pocas veces parecen aforismos (“lo que
muere al pasar es lo que pasa”, “cada hombre es su pequeño abismo”). Basados en
un vocabulario tan austero como pleno de referencias (metafórico): muro (“estar
en la vida como grieta en el muro”), lluvia, pájaro, desierto, mar, miedo
(“cada hombre / elige sus miedos”), vacío, niño (una presencia constante),
hueco, silencio (“en el silencio el silencio habla”), ausencia (escribir: ”nombrar
la ausencia”)…
Si bien meditativa y del pensamiento, lo discursivo pierde peso en ella a
favor de lo leve. Si por algo se caracterizan estos versos de música callada es
por su desnudez, por su esencialidad, en la tradición del menos es más. De la elipsis,
que juega a favor de la sugerencia y del misterio de lo apenas dicho. De ahí su
inevitable aire oriental, no tanto en las formas (haikus, por ejemplo) como por
el espíritu y la sensibilidad.
Poemas escritos en minúscula. En los primeros libros, sin signos de
puntuación ni títulos. Algo más que un mero rasgo vanguardista. Búsqueda –y
hallazgo- de sustancia. Sólo una vez, en Paraíso
vacío, adoptan forma de prosa.
Poesía paradójica, versos que buscan constantemente una suerte de acerada
dialéctica, una lucha entre opuestos, que se resuelven mediante juegos de
palabras, que tan bien casa con lo que la vida nos depara. Y de la lucidez, de
una desolada serenidad (nadie, nada: “todo hombre / es el resto de un suicidio”),
propia de alguien que vive a la intemperie (“este país de nadie / es tu país”).
Seca, en fin, de tan pensada. De tanteos (ciego es una palabra usual en él) más
que de certezas.
Poesía humanista, ante todo, que, sin embargo, más de uno ha calificado de
mística. Espiritual, sin duda (“Muero de hombre / en este hueco de dios”. De
verdad, ese gusto por lo genuino que adivinaba E. Bishop.
Dos términos aparecen con frecuencia: reflejo y transparencia, dos palabras
que nos dan pistas fiables de por dónde discurre esta poesía. Poesía de la identidad
(“de tanto en tanto me digo mi nombre”, “soy lo que ya no espero”, “me parezco
a mí en el querer ser otro del que soy”). Poesía limpia.
Impresiona, sí, este intenso viaje interior, “lejos, muy lejos, muy
adentro”. Hacia el sosiego, según él, “el viaje más / lejano”.
“El poema, el que anhelo, / al que
aspiro, / es el que pueda leerse en voz alta sin que nada se oiga”, ha escrito.
Y: “La voz, no el silencio, / es la desnudez de las palabras”.
“Cuando cae callada”, dice de la lluvia, y a uno se le antoja que así cae,
en efecto, la poesía susurrante de Hugo Mujica.
Nota. Esta reseña apareció en ABC Cultural el 15 de febrero de 2014.