12.7.14

John Berger, poeta

Decía hace poco que cada libro llega al lector cuando él quiere. Cada libro o cada obra. Leí hace tiempo a John Berger (Londres, 1926). En 2003 se publicó en Visor una antología bajo el título Páginas de la herida en traducción de Pilar Vázquez, Nacho Fernández R. y José Mª Parreño, que son los responsables de verter de nuevo al español los versos del autor de Una vez en Europa. Poesía (Círculo de Bellas Artes), a secas, se titula ahora lo que podría ser su poesía reunida, desde 1955 hasta 2008. Y, como se dijo, los poemas han sido revisados y las traducciones, firmadas a tres manos sin distingos, nuevas al fin y al cabo. Digo nuevas y eso es lo que a uno le han parecido. No reconozco las que leí. No tanto por los cambios, que serán circunstanciales, sino porque entonces esa poesía me dejó frío, casi indiferente. Bah, debió decirse uno, los versos de un novelista. Sin embargo el martes, en la sala de espera, mientras escuchaba como ruido de fondo el torno del dentista, que reparaba el diente de mi madre, y la televisión, que daba cuenta de los violentos sucesos de Estepa, las palabras de Berger, cada uno de sus poemas, entraron en mí por primera vez, ahora sí, y los aprecié y comprendí como lo que son: alta, verdadera poesía; poco importa de quién, si narrador o poeta, porque, insisto, son pura y simple poesía. Nada menos.
"Al contrario de lo que nos enseñan en la escuela, siempre he pensado que la palabra "poeta" se describe una cualidad que incluye, entre otras cosas, el valor y la sinceridad. Por eso no me parece apropiado autocalifiarse "poeta". Decir "soy poeta" equivale un poco a decir "soy inolvidable" o soy "sincero". Mejor decir que juzguen los otros. El lector y sólo el lector puede confirmar si un poema y un poeta, poeta. esta convicción, o más bien obsesión, me impidió publicar, un libro de poemas, pues obviamente con ello me estaría autoproclamando poeta", dejó escrito Berger y en la "Nota a esta edición" se vuelven a repetir, de forma parecida, esas certeras palabras. Y ya que lo menciono, parte de la culpa de que a uno le haya gustado tanto este libro habrá que atribuírsela a la preciosa pero limpia y sencilla edición (a cargo de Jordi Doce, Nacho Fernández y Carolina del Olmo) que incluye como regalo un cedé con los poemas de Berger leídos por él mismo. ¡Qué voz!