Alfredo Taján (Rosario, Argentina, 1960), que dirige desde 2005 el Instituto Municipal del Libro de Málaga, es tal vez más conocido como narrador que como poeta, de ahí que nos parezca tan oportuna la publicación en la sevillana editorial Renacimiento de Nueva usura. Poesía esencial 1983-2014. La selección de los poemas y el prólogo corren por cuenta de Luis Alberto de Cuenca, un habitual de la colección Antologías y, además de entregado lector, viejo amigo de Taján, de "cuando éramos todavía más jóvenes que ahora". Califica el empeño como "una apasionante aventura personal, un viaje circular que parte del espíritu de Alfredo y desemboca en su corazón". En el alejandrino "La vida es un crucero hacia ninguna parte", cree que se "resume la cosmovisión" de este poeta mediterráneo. Pertenece a uno de sus mejores poemas, "Cunard", donde también podemos leer: "La vida es un crucero hacia ninguna parte". Tras aludir a la "máscara", una palabra clave para comprender el alcance de esta poesía, y a su condición de "poeta lúdico" y seguidor del "movimiento simbolista", De Cuenca traza, digamos, la genealogía poética de Taján con la precisión del connaisseur -son muchas las afinidades- y termina su prólogo con una afirmación nada gratuita: "la poesía tiene mucho de religión". Sí, en múltiples sentidos.
Tras la lectura de este florilegio, la primera constatación de uno es que conocía menos de lo que creía el mundo, personal como pocos, de Alfredo Taján. Un mundo que aparece ante nosotros, sobre todo, gracias a la voz que lo canta o lo relata. No menos particular, cabe precisar. Puede que otorguemos con cierta alegría el calificativo de "propio" a los mundos de numerosos poetas; un término que el autor de Noche dálmata aquí se gana a pulso; poema a poema, verso a verso.
Estamos ante una poesía lujosa, exquisita incluso. De aire elegantemente decadente. Del lenguaje (que no le hace ascos al soneto). Barroca ante todo, en el más amplio y complejo sentido ("Planearé sobre el Verbo"). Cosmopolita y viajera ( de las ciudades y los mares, las lejanías y los trópicos) y, en especial, muy europea (hermoso el poema dedicado a Praga). De ángeles y héroes. De la Historia, con mayúscula, lo que la emparenta con la de un famoso poeta que De Cuenca no cita: Cavafis. Novísima a su modo, por el culturalismo que recoge, natural en un hombre culto como Taján. Filiación que a uno le recuerda a poetas de esa promoción, hermanos mayores de Taján. De Villena, pongo por caso, y Carnero, el primer Gimferrer, Álvarez... También a poetas de Cántico como García Baena. Nombres cercanos, según creo, bebedores de las mismas fuentes literarias. Estamos, sí, ante una poesía del "reino imaginario de la literatura", sin que por ello la vida esté ausente. Al revés. Vitalismo sobra. Lo digo por los personajes y lugares del arte en general que aquí se dan cita, de Gloria Swanson a Mishima ("el poema es el trabajo sucio del filósofo", pone en boca del japonés).
Mi lista de poemas preferidos es amplia: "La traición de Erasmo" (no se podía empezar mejor), "Rituales", "El tren de Duvrovnik", "Noche dálmata", "Tanatorio", "Trece minutos" (de ritmo impecable), "La más bella catástrofe" (una fe de vida), "Sierra de los Merinos", "La ciudad del limbo", "Balcón de Europa", "El balneario", "Las Canteras"...
Los poemas, por cierto, se agrupan por bloques temáticos y no por orden cronológico, como es habitual. Sólo hay uno inédito, "Nueva usura" (un homenaje a Pound), que abre el volumen, una suerte de poética al tiempo que una demostración de que la moralidad pesa sobremanera sobre esta manera de decir y comprender la existencia. Una poesía muy adecuada en estos tiempos de descreimiento, degradados y me atrevería a decir que sin futuro, donde campan a sus anchas los nuevos (viejos) usureros.
Además, el deseo, los cuerpos, la amistad... Metáforas imaginativas y arriesgadas que van dando forma, por medio de una conseguida atmósfera intemporal, al mundo a que aludimos. En "Naumaquia" leemos: "Habría que ocupar el Paraíso, / no basta con soñarlo".
En "Je suis desolé", otro poema esencial, anotado en el Hotel Atlántico de Cádiz, escribe: "aunque la desolación no sea nuestra única quimera". Más adelante: "Y al final lo de siempre: vacío, muerte, trance, / pura ficción suprema".
"La vida es un misterio / insondable que no repara en violentos / cambios, la mente fría, el corazón enteco: / pasado que se esfuma, presente / futuro recadero de la muerte".
Un puñado de canciones, agrupadas bajo el título de uno de sus libros: Golpe de estado en Mombasa, preludian el poema final, "Entelequia": "Me gustaría defender la entelequia, lo imposible". En ello sigue este "náufrago ilustrado".
Tras la lectura de este florilegio, la primera constatación de uno es que conocía menos de lo que creía el mundo, personal como pocos, de Alfredo Taján. Un mundo que aparece ante nosotros, sobre todo, gracias a la voz que lo canta o lo relata. No menos particular, cabe precisar. Puede que otorguemos con cierta alegría el calificativo de "propio" a los mundos de numerosos poetas; un término que el autor de Noche dálmata aquí se gana a pulso; poema a poema, verso a verso.
Estamos ante una poesía lujosa, exquisita incluso. De aire elegantemente decadente. Del lenguaje (que no le hace ascos al soneto). Barroca ante todo, en el más amplio y complejo sentido ("Planearé sobre el Verbo"). Cosmopolita y viajera ( de las ciudades y los mares, las lejanías y los trópicos) y, en especial, muy europea (hermoso el poema dedicado a Praga). De ángeles y héroes. De la Historia, con mayúscula, lo que la emparenta con la de un famoso poeta que De Cuenca no cita: Cavafis. Novísima a su modo, por el culturalismo que recoge, natural en un hombre culto como Taján. Filiación que a uno le recuerda a poetas de esa promoción, hermanos mayores de Taján. De Villena, pongo por caso, y Carnero, el primer Gimferrer, Álvarez... También a poetas de Cántico como García Baena. Nombres cercanos, según creo, bebedores de las mismas fuentes literarias. Estamos, sí, ante una poesía del "reino imaginario de la literatura", sin que por ello la vida esté ausente. Al revés. Vitalismo sobra. Lo digo por los personajes y lugares del arte en general que aquí se dan cita, de Gloria Swanson a Mishima ("el poema es el trabajo sucio del filósofo", pone en boca del japonés).
Mi lista de poemas preferidos es amplia: "La traición de Erasmo" (no se podía empezar mejor), "Rituales", "El tren de Duvrovnik", "Noche dálmata", "Tanatorio", "Trece minutos" (de ritmo impecable), "La más bella catástrofe" (una fe de vida), "Sierra de los Merinos", "La ciudad del limbo", "Balcón de Europa", "El balneario", "Las Canteras"...
Los poemas, por cierto, se agrupan por bloques temáticos y no por orden cronológico, como es habitual. Sólo hay uno inédito, "Nueva usura" (un homenaje a Pound), que abre el volumen, una suerte de poética al tiempo que una demostración de que la moralidad pesa sobremanera sobre esta manera de decir y comprender la existencia. Una poesía muy adecuada en estos tiempos de descreimiento, degradados y me atrevería a decir que sin futuro, donde campan a sus anchas los nuevos (viejos) usureros.
Además, el deseo, los cuerpos, la amistad... Metáforas imaginativas y arriesgadas que van dando forma, por medio de una conseguida atmósfera intemporal, al mundo a que aludimos. En "Naumaquia" leemos: "Habría que ocupar el Paraíso, / no basta con soñarlo".
En "Je suis desolé", otro poema esencial, anotado en el Hotel Atlántico de Cádiz, escribe: "aunque la desolación no sea nuestra única quimera". Más adelante: "Y al final lo de siempre: vacío, muerte, trance, / pura ficción suprema".
"La vida es un misterio / insondable que no repara en violentos / cambios, la mente fría, el corazón enteco: / pasado que se esfuma, presente / futuro recadero de la muerte".
Un puñado de canciones, agrupadas bajo el título de uno de sus libros: Golpe de estado en Mombasa, preludian el poema final, "Entelequia": "Me gustaría defender la entelequia, lo imposible". En ello sigue este "náufrago ilustrado".