13.4.15

Vislumbres de la ciudad blanca

Con la emoción en vilo que deja en el ápice del alma, o como queramos llamar al sosiego de contento del espíritu, la palabra verdadera, al poco de terminar la lectura de Más allá, Tánger de Álvaro Valverde me he ido derecho a buscar mi vieja y querida edición de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, para ver si encontraba una cita que me rondaba la cabeza. Y sí. Ahí, en el primer tomo, Justine, del que guardo un recuerdo gratísimo, la he encontrado, a simple hojeo, porque por aquel entonces subrayaba los libros e incluso escribía impresiones en ellos, costumbre que afortunadamente perdí hace tiempo: “Una ciudad es un mundo cuando se ama a uno solo de sus habitantes”.
Creo que a la página de Durrell me ha conducido también, durante la lectura del poemario de Á. Valverde, la propia ciudad del cuarteto, pues sobre el libro, en realidad un largo canto de amor fragmentado, gravita casi desde el principio la sombra benéfica de Constantin Cavafis. Ya el comienzo del segundo poema reza: “Está allí, pero la traes contigo”, verso en el que -al margen del “allí” que remite al más allá del título, del estrecho, de la vida- resuena, asimilado y experimentado, “La ciudad”, texto crucial para la poesía urbana del s.XX: “No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares./La ciudad te seguirá…”. Cito por la no menos lejana y querida traducción de Pedro Bádenas de la Peña, tal vez la que más me ha llegado de entre las numerosas versiones del poeta helenista, cuyo eco se prolonga, de manera circular, hasta los tres versos finales: “Estás seguro/de que salir de Tánger/no es posible”.
Ya en su anterior entrega, Plasencia –y no es momento, pero sería muy interesante hacer un ejercicio comparativo entre la fijación de un lugar “suyo”, próximo, y otro, el tangerino, “compartido”, al que se ha accedido de entrada a partir de recuerdos ajenos- se incluía, en este sentido, un texto liminar harto elocuente, “Ciudad”. Y desde siempre -recordemos, por caso, las prosas Lejos de aquí o la plaquette Lugares del otoño, incluida luego en Desde fuera, libro que tantas concomitancias presenta con el poemario que comentamos, en particular su apartado Sur, de donde toma incluso el título-, por cuanto la poética de Á. Valverde ha tendido a la espacialización: baste señalar su estreno literario, Territorio, germen de buena parte de sus pensares y sentires luego esparcidos a lo largo de su consistente y consolidada obra.
Del tono y clima en los que va a desenvolverse Más allá, Tánger da buena cuenta el poema pórtico, que advierte sobre su sentido temporal, de recuperación evocativa frente al olvido, volcada en el presente de un “locus” sumido en un “sueño de siglos”. “Aquí respiras tiempo”, se concreta más adelante; y antes hay un breve poema manriqueño, que da al mar, que es el morir; y varios más sobre los estragos que provoca el “tempus fugit” y la imposibilidad de regresar a los lugares que reconfortan a la memoria. Pero, a pesar de ello, el libro es un largo intento de rescate, explícito en el verso de obertura: “Ves la ciudad volver”, que funciona como leitmotiv y me ha recordado el “vivir es ver pasar” azoriniano, otro referente sin duda, en cuanto a levedad y precisión lírica, ejecutada de la manera más fina y natural, del quehacer de Á. Valverde.
Y también es indicativo ya el poema inicial de la naturaleza de la forma lírica, de un clasicismo atenuado, como asordinado, ideal para fijar la sencillez buscada: así la dulce segmentación de los endecasílabos o la tendencia al verso corto, decantado hacia un asiento sin adherencias superfluas; si lacónico, esencial. Una decantación que produce un efecto de lo sustantivo logrado, como si las palabras cayeran con todo su significado sobre el verso, el norte que a mi juicio debe perseguir en su expresión todo poeta que se precie como tal. La misma elocuencia podría aplicarse a la varia procedencia de las citas previas, índice de la vastedad de conocimientos y lecturas líricas, y no sólo, claro, literarias en general, del autor, uno de los escritores más doctos y preparados, aunque en su obra predomine la mencionada y difícil mesura y nunca alardee de culturalismos vanos, del panorama poético de los últimos años.
No es de extrañar, en este sentido, que sean medio centenar exacto de poemas, otro signo inequívoco de lo medido y ajustado, de lo afinado y equilibrado que ha conseguido presentarnos Á. Valverde este demorado homenaje a Tánger. Un Tánger real, que se reivindica desde la nostalgia, en los nombres y objetos perdidos en el tráfago de la modernidad, alejado de su mitificación, en cierto sentido falsaria: “Amas esta ciudad. Odias su aura”. Aunque ahí están, rescatados, Paul Bowles asomándose a la ventana del Hotel Continental desde donde oteaba el trasiego del puerto o el novelista raro, casi maldito, Ángel Vázquez. De todas formas, la devastación provocada por el paso del tiempo ha acabado con aquel enclave cosmopolita de la Zona Internacional, con sus calles y edificios.
Más allá de la imagen literaria, el poeta traza su visión de la ciudad a través de su ojo mental, muy pictórico, como a trazos que adquieren un significado de conjunto, pues el libro deviene, como señalé al principio, en un poema de amor, de envío amoroso como prenda de restitución sentimental para ser más exactos, a través de una geografía en cierto modo prestada por una segunda voz, femenina, que vivió allí y que desgrana por los versos su niñez, su patria, ahora desolada, arrumbada en el amplio sentido de la palabra: “Te alejas./Con más resignación que aliento”.
Un temblorcillo conmovedor queda aleteando al terminar cada poema: una tentativa de conocimiento, sin caer en la abstracción ni en hermetismos sin asideros. Las dos voces asumidas confluyen en una meditación serena, apoyada en la palabra clara y desnuda, que rezuma una blancura salobre (“mancha blanca, sábana al sol”), donde vibra esa emoción contenida, con un deje melancólico, aquí tal vez atenuado por la entrega a un hondo “querer saber de ti”, marca de una de las poéticas más cuajadas de la lírica actual.
Fermín Herrero 

Reseña publicada en la revista Turia, número 113-114. Primavera de 2015