Con la emoción
en vilo que deja en el ápice del alma, o como queramos llamar al sosiego de
contento del espíritu, la palabra verdadera, al poco de terminar la lectura de Más allá, Tánger de Álvaro Valverde me
he ido derecho a buscar mi vieja y querida edición de El cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, para ver si
encontraba una cita que me rondaba la cabeza. Y sí. Ahí, en el primer tomo, Justine, del que guardo un recuerdo
gratísimo, la he encontrado, a simple hojeo, porque por aquel entonces
subrayaba los libros e incluso escribía impresiones en ellos, costumbre que
afortunadamente perdí hace tiempo: “Una ciudad es un mundo cuando se ama a uno
solo de sus habitantes”.
Creo
que a la página de Durrell me ha conducido también, durante la lectura del
poemario de Á. Valverde, la propia ciudad del cuarteto, pues sobre el libro, en
realidad un largo canto de amor fragmentado, gravita casi desde el principio la
sombra benéfica de Constantin Cavafis. Ya el comienzo del segundo poema reza:
“Está allí, pero la traes contigo”, verso en el que -al margen del “allí” que
remite al más allá del título, del estrecho, de la vida- resuena, asimilado y
experimentado, “La ciudad”, texto crucial para la poesía urbana del s.XX: “No
hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares./La ciudad te seguirá…”. Cito
por la no menos lejana y querida traducción de Pedro Bádenas de la Peña, tal
vez la que más me ha llegado de entre las numerosas versiones del poeta
helenista, cuyo eco se prolonga, de manera circular, hasta los tres versos
finales: “Estás seguro/de que salir de Tánger/no es posible”.
Ya en
su anterior entrega, Plasencia –y no
es momento, pero sería muy interesante hacer un ejercicio comparativo entre la
fijación de un lugar “suyo”, próximo, y otro, el tangerino, “compartido”, al
que se ha accedido de entrada a partir de recuerdos ajenos- se incluía, en este
sentido, un texto liminar harto elocuente, “Ciudad”. Y desde siempre -recordemos,
por caso, las prosas Lejos de aquí o
la plaquette Lugares del otoño,
incluida luego en Desde fuera, libro
que tantas concomitancias presenta con el poemario que comentamos, en
particular su apartado Sur, de donde
toma incluso el título-, por cuanto la poética de Á. Valverde ha tendido a la espacialización:
baste señalar su estreno literario, Territorio,
germen de buena parte de sus pensares y sentires luego esparcidos a lo largo de
su consistente y consolidada obra.
Del
tono y clima en los que va a desenvolverse Más
allá, Tánger da buena cuenta el poema pórtico, que advierte sobre su
sentido temporal, de recuperación evocativa frente al olvido, volcada en el
presente de un “locus” sumido en un “sueño de siglos”. “Aquí respiras tiempo”,
se concreta más adelante; y antes hay un breve poema manriqueño, que da al mar,
que es el morir; y varios más sobre los estragos que provoca el “tempus fugit”
y la imposibilidad de regresar a los lugares que reconfortan a la memoria. Pero,
a pesar de ello, el libro es un largo intento de rescate, explícito en el verso
de obertura: “Ves la ciudad volver”, que funciona como leitmotiv y me ha
recordado el “vivir es ver pasar” azoriniano, otro referente sin duda, en
cuanto a levedad y precisión lírica, ejecutada de la manera más fina y natural,
del quehacer de Á. Valverde.
Y
también es indicativo ya el poema inicial de la naturaleza de la forma lírica,
de un clasicismo atenuado, como asordinado, ideal para fijar la sencillez
buscada: así la dulce segmentación de los endecasílabos o la tendencia al verso
corto, decantado hacia un asiento sin adherencias superfluas; si lacónico,
esencial. Una decantación que produce un efecto de lo sustantivo logrado, como
si las palabras cayeran con todo su significado sobre el verso, el norte que a
mi juicio debe perseguir en su expresión todo poeta que se precie como tal. La
misma elocuencia podría aplicarse a la varia procedencia de las citas previas,
índice de la vastedad de conocimientos y lecturas líricas, y no sólo, claro,
literarias en general, del autor, uno de los escritores más doctos y
preparados, aunque en su obra predomine la mencionada y difícil mesura y nunca
alardee de culturalismos vanos, del panorama poético de los últimos años.
No es
de extrañar, en este sentido, que sean medio centenar exacto de poemas, otro
signo inequívoco de lo medido y ajustado, de lo afinado y equilibrado que ha
conseguido presentarnos Á. Valverde este demorado homenaje a Tánger. Un Tánger
real, que se reivindica desde la nostalgia, en los nombres y objetos perdidos
en el tráfago de la modernidad, alejado de su mitificación, en cierto sentido
falsaria: “Amas esta ciudad. Odias su aura”. Aunque ahí están, rescatados, Paul
Bowles asomándose a la ventana del Hotel Continental desde donde oteaba el
trasiego del puerto o el novelista raro, casi maldito, Ángel Vázquez. De todas
formas, la devastación provocada por el paso del tiempo ha acabado con aquel
enclave cosmopolita de la Zona Internacional, con sus calles y edificios.
Más
allá de la imagen literaria, el poeta traza su visión de la ciudad a través de
su ojo mental, muy pictórico, como a trazos que adquieren un significado de
conjunto, pues el libro deviene, como señalé al principio, en un poema de amor,
de envío amoroso como prenda de restitución sentimental para ser más exactos, a
través de una geografía en cierto modo prestada por una segunda voz, femenina,
que vivió allí y que desgrana por los versos su niñez, su patria, ahora
desolada, arrumbada en el amplio sentido de la palabra: “Te alejas./Con más
resignación que aliento”.
Un
temblorcillo conmovedor queda aleteando al terminar cada poema: una tentativa
de conocimiento, sin caer en la abstracción ni en hermetismos sin asideros. Las
dos voces asumidas confluyen en una meditación serena, apoyada en la palabra
clara y desnuda, que rezuma una blancura salobre (“mancha blanca, sábana al
sol”), donde vibra esa emoción contenida, con un deje melancólico, aquí tal vez
atenuado por la entrega a un hondo “querer saber de ti”, marca de una de las
poéticas más cuajadas de la lírica actual.