16.6.15

La poesía de Benítez Ariza

José Manuel Benítez Ariza (Cádiz, 1963) es, entre otras cosas, poeta, narrador, traductor, crítico literario y bloguero, en Columna de humo, donde el lector curioso se puede informar con detalle acerca de su ya extensa bibliografía. El blog, por cierto, lleva como subtítulo "Diario abierto" lo que nos permite añadir que se ocupa en El Cultural, preferentemente, de ese tipo de libros, diría que hasta de moda en España. Algo de diario tiene también el libro que vamos a comentar, Panorama y perfil, que apareció a finales del pasado año en DKV, de Libros Canto y Cuento, la cuidada colección de José Mateos. Aunque no lo ponga en parte alguna, el libro ganó el premio Unicaja concedido por un jurado presidido por José Manuel Caballero Bonald e integrado por Felipe Benítez Reyes, Luis García Montero, Manuel Alcántara y Antonio Garrido Moraga. Destacaron que está “lleno de apreciaciones sorprendentes”, que "habla de asuntos cotidianos pero buscando el lado insólito y prodigioso que tiene la realidad cuando se la mira con detenimiento”. No mienten.
Dividido en tres partes y una coda (que es una poética), "Cuaderno de campo", "El paseante" y "Autobiografía", nos encontramos con la poesía de un viejo conocido (a la que el lector que la desconozca puede acceder a través de su antología Casa en construcción, publicada por Renacimiento en 2007), un destacado poeta de su generación, la de la Democracia. Allí, versos que tienen que ver, ya se dijo, con la vida cotidiana (elevado, eso sí, a categoría poética, lo que no siempre ocurre), escritos en una línea clara y narrativa (léase "La plaza"). El ritmo es sobrio y sereno, parsimonioso y, a veces, la indagación se acerca a lo meditativo (como en "Sombra"). "El mundo es lo que quiero ver del mundo", escribe, y, ya que lo menciono, bueno será destacar la capacidad de observación de Benítez Ariza, la importancia que da a la mirada, por encima tal vez de otros sentidos. Por eso la importancia y riqueza de las imágenes es patente.
Los momentos que vive quedan fijados en el poema con la intensidad que merece lo que no debe ser pasto del olvido. Eso vale para el canto de un mirlo, la visión de la niebla (esa metafísica), del campo, de la palmera o del olivo, de la casa... La cotidianidad a que aludía se aprecia con claridad en el poema "En la parada", donde un grupo de mujeres esperan al autobús. 
No falta la presencia del mar, normal en un gaditano. Ni el viento, de levante a ser posible. Pero no estamos ante un poeta terruñero. Madrid, Londres, París... también aparecen en estos poemas que en la tercera parte se acercan a lo más íntimo y personal. El padre ("Encuentro cada día / cosas nuevas de ti en mí. // En mi desconocimiento te reencuentro.", dice en "Padre", que se puede leer en este enlace), la madre ("Mesa puesta"), la infancia ("Pour fêter une infance"). 
Es ocurrente en "La semana" y se permite el juego tipográfico en "Topless". En "Viaje de estudios" hace balance y, por fin, en "Coda", ya se dijo, sitúa sus coordenadas líricas a partir de un símbolo bien conocido: el juanramoniano de la rosa. No la toques ya más.