9.10.15

Polvo enamorado

Sobre todo, Pedro Sevilla era para mí el acreditado especialista en la vida y la obra de su paisano Julio Mariscal. Confieso que apenas conocía su condición de poeta y en todo caso por poemas sueltos publicados en florilegios o en revistas, como ocurrió hace poco en Estación Poesía. Le tenía catalogado como uno de esos poetas andaluces que fueron adscritos a la famosa "poesía de la experiencia", no sé a qué sección; poetas que uno, por cierto, a debida distancia, tanto ha frecuentado. Por eso me extraña aún más el desencuentro. Como dijo el otro, nadie es perfecto.
Nacido en Arcos de la Frontera en 1959, ha dado varios libros a la imprenta, casi todos para el sello Renacimiento. En esa editorial apareció el año pasado la antología Todo es para siempre, con prólogo y selección de Enrique García-Máiquez.
Ahora, en la colección DKW de Libros de Canto y Cuento, que dirige en Jerez José Mateos (quien eligió los poemas de la antología de Mariscal que él se ocupó de prologar para la casa sevillana a la que me acabo de referir), aparece Serán ceniza, título tomado de los famosos versos de Quevedo. Tiene sentido esa elección, como la de dedicar la obra a Josefa Sánchez, protagonista de un puñado memorable de poemas de amor recogidos en la segunda parte de las tres de que consta el conjunto. Muy unitario, por cierto, que gira en torno a la enfermedad y la muerte, de un lado, y, ya digo, al amor, a una mujer y a la vida, por otro.
A la honradez se refiere el poeta en el primer poema y me parece una palabra muy adecuada para definir este libro. Tras una hermosa profesión de fe en la poesía ("Escribir es sembrar"), "ahora que soy mi padre", Sevilla, "tras un verano cruel de agujas y de fiebre / (...) / huyendo de la muerte entre sábanas blancas", regresa a su lugar y canta, con melancolía pero sin angustia, sentimientos y pensamientos que nos acercan a la sagrada intimidad de un hombre al que el sufrimiento no impide celebrar la existencia. "Ha habido que morir para aceptar la vida", nos confiesa. 
Sus versos están teñidos de la luz dorada del Sur. Del paisaje que se observa desde sus azoteas. De los lánguidos atardeceres de septiembre. A veces, se va hasta una playa de Levante, a Zamora (desde donde ve pasar al Duero bajo una "luz azafranada") o a cementerios de Oxford y París, donde se acuerda de gente que no conoció. 
Es, con todo, en la ya aludida segunda parte, donde el poeta logra, sin olvidar la mencionada honradez, gracias a una poesía limpia, de línea clara, clásica en el mejor sentido, donde el de Arcos logra, decía, dar lo mejor de sí, en esos poemas que se dirigen a Josefa, que la nombran, en los que dialoga con ella acerca de la alegría y del dolor, de los preservados recuerdos y del incierto porvenir. Uno comprende mejor aquello que nos descubrió, entre otros, Paz. Como sostiene Fabienne Bradu en un libro que comentaré pronto aquí, Permanencia de Octavio Paz (Vaso Roto/Cardinales), "para hablar de amor no basta con haber amado: también es preciso haber sido amado". También que, y ahora cito al poeta mexicano, "El amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte". "Todo es verdad ahora", leemos en "Una flor en tus manos". Y en "Hondo misterio": "Asómate, Josefa, esto es la muerte". 
Libro intenso y machadiano el de Pedro Sevilla, escrito, como ha de ser (y suelo repetir), a tumba abierta. Que se lee con la emoción que proporciona la honestidad. Sin trampa ni cartón, más allá de la muerte, he aquí un hombre. 

HONDO MISTERIO

Asómate, Josefa, esto es la muerte:
un recinto de cal y geometría,
un nombre entre dos fechas,
y dentro, tras la piedra sellada y unas flores,
un misterio tan hondo
que ni este amor siquiera
puede desentrañar.