Cuando
Álvaro Valverde publicó Territorio
(1985), su primera colección de poemas, la estética culturalista, experimental
y suntuaria de los poetas denominados novísimos
había perdido su pujanza. El lugar que dejaba libre iba a ser ocupado por una
amplia variedad de tendencias que continuaría desarrollándose hasta el momento
actual. Recordemos, entre las propuestas más destacadas de los años ochenta y
noventa, el tradicionalismo irónico de Jon Juaristi, el irracionalismo
hiperrealista de Fernando Beltrán, el minimalismo conceptista de Andrés Sánchez
Robayna, la meditación metafísica de José Gutiérrez, el realismo confesional de
Luis García Montero, la épica narrativa de Julio Martínez Mesanza o el
simbolismo impresionista de Andrés Trapiello. Seducido en un primer momento por
el decir reticente y elusivo del minimalismo y de la poesía del silencio, el
autor placentino derivó enseguida hacia una lírica personal de índole
meditativa o metafísica, que ilustraron entre nosotros Miguel de Unamuno y
Antonio Machado, y que llevaron hasta sus últimas consecuencias Luis Cernuda y
José Ángel Valente, a la que ha permanecido fiel hasta el presente.
La
trayectoria poética de Álvaro Valverde muestra un sentido unitario, lo cual no
excluye, antes al contrario, una evolución progresiva, fiel a una voz personal
que ha ido ganando en hondura y sencillez con el paso del tiempo. En la reseña
de Un centro fugitivo (2012), su
última antología poética, tuve ocasión de discernir dos épocas en la evolución
del poeta. Tras un breve periodo de aprendizaje, que se concretó en el volumen Territorio (1985) y en los folletos
titulados Sombra de la memoria (1986)
y Lugar del elogio (1987), la época
de juventud estaría formada por Las aguas
detenidas (1988), Una oculta razón
(1991) y A debida distancia (1993).
La época de madurez se hallaría representada por Ensayando círculos (1995), con el complemento de El reino oscuro (1999), Mecánica terrestre (2002) y Desde fuera (2008), que se alternan con
libros de diferentes géneros. Después de tres décadas de dedicación
ininterrumpida al oficio de poeta, Álvaro Valverde da a las prensas Más allá, Tánger (2014), una serie de
breves composiciones, escritas con anterioridad al año 2012, en la que recrea
un viaje compartido, interior y
exterior, a la mítica ciudad norteafricana.
Más allá, Tánger, la última entrega de
Álvaro Valverde, es un largo poema de carácter narrativo, o dicho de otra
manera, una suite poemática
constituida por cincuenta fragmentos o piezas de diferente tono, timbre y
extensión, que van desde los dos versos (el fragmento 4) hasta los sesenta (el
fragmento 47), con predominio de los más breves. El libro relata el viaje compartido de dos personas a la ciudad
de Tánger: un periplo que, para el narrador del poema, se presenta como un
viaje de reconocimiento a la ville de
plaisir, exótica y cosmopolita, mientras que, para el personaje femenino,
viene a ser un regreso a los orígenes, a la ciudad donde nació, pasó su niñez y
de la que fue separada a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Y lo
que pudo convertirse en una indagación exótica y culturalista en torno al mito
de Tánger —la ciudad de Jane Bowles y Paul Bowles, de Djuna Barnes y Paul
Morand, de Ángel Vázquez y Sanz de Soto, entre otros personajes del siglo— le
sirve a nuestro poeta para ahondar en el destino personal y en el sentido
incierto de la vida humana, a través de los recuerdos compartidos con el
personaje femenino de la narración poemática.
Los
fragmentos del poema se suceden a la manera de un dueto en el que las voces se alternan gradualmente. La voz cantante
corre a cargo del narrador, que unas veces monologa en primera persona,
mientras que otras veces se dirige al personaje femenino en segunda persona y
en tono levemente apelativo: “Has tardado media vida en volver. / En esta
encrucijada, lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el
contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso” (17). Cuando
el personaje femenino toma la palabra, lo hace preferentemente en primera
persona y tono evocativo: “Mi Tánger es real. Está trazado / sobre un rastro
preciso de recuerdos / que han ido rescatando con nostalgia / personas que
vivieron su verdad. / Un puñado de almas incapaces / de dejar ese sitio fronterizo”
(15). Otras veces, tanto el narrador como el personaje recurren a la tercera
persona, en composiciones de tono enunciativo o meditativo. En cualquier caso,
y sea cual sea la persona del verbo elegida, algunos fragmentos cristalizan en
acendrados poemas, susceptibles de ser leídos de manera independiente, como los
números: 1, 18, 19, 20, 47, 48, 49 y 50.
Aunque Valverde ha cantado a veces desde el cuerpo y, en
algún caso, desde el inconsciente, con imágenes ora sensoriales, ora oníricas,
el espacio referencial preferido por
el poeta es la conciencia y, en menor medida, la memoria. Por medio de la
primera, se pone en contacto con las luces y sombras del paisaje exterior; con
las calles, las casas, las afueras de la ciudad de Tánger: “Aquí y allá, antes y
ahora, / casas edificadas cubo a cubo. // Sus cimientos se hunden en el mar. //
Se alzan sus azoteas hacia el cielo. // El blanco se serena entre lo azul” (8).
A través de la segunda, se acerca a los recuerdos y olvidos de los paisajes
interiores, a los paisajes del alma: “Sola, en el mirador, / has fijado una
imagen / para llevar contigo. / Una vista de la ciudad / que es, además, eso
que llaman / un paisaje del alma” (49). Pero poetizar es, ante todo, un
problema de estilo. Y Valverde lo hace con pulcritud verbal, sencillez léxica y
cierto rebuscamiento sintáctico. Aunque sigue a veces al modelo del haiku
oriental o al de la canción modernista, su forma preferida es el verso libre,
salpicado de alegorías (el jardín, la ciudad, el viaje) y de símbolos (la casa,
las avispas, el barco).
A lo largo de treinta años de aventura poética, Álvaro Valverde ha perseverado en su actitud de poeta pensador, de poeta filósofo o metafísico, que de todas esas formas puede llamarse. Todos y cada uno de sus libros responden, en mayor o menor medida, a una escena cósmica o metafísica primordial: la búsqueda de uno mismo a través del mundo animado o inanimado que le rodea. Se trata de una escena conocida, que Ernesto Sábato, para quien la novela, no lo olvidemos, era una forma de poesía, así como de conocimiento, formuló de manera insuperable: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo”. Un efecto secundario de esa búsqueda es sin duda la topofilia del poeta, es decir, el valor humano que confiere a los espacios defendidos contra las fuerzas adversas, a los espacios amados. Pudo ser esta búsqueda lo que hizo pensar a Octavio Paz que detrás de los poemas que componen Una oculta razón “se escondía una novela, un argumento novelesco que provenía de alguien que ha vivido mucho”.
A lo largo de treinta años de aventura poética, Álvaro Valverde ha perseverado en su actitud de poeta pensador, de poeta filósofo o metafísico, que de todas esas formas puede llamarse. Todos y cada uno de sus libros responden, en mayor o menor medida, a una escena cósmica o metafísica primordial: la búsqueda de uno mismo a través del mundo animado o inanimado que le rodea. Se trata de una escena conocida, que Ernesto Sábato, para quien la novela, no lo olvidemos, era una forma de poesía, así como de conocimiento, formuló de manera insuperable: “Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después se comprende que el fantasma que se perseguía era Uno-Mismo”. Un efecto secundario de esa búsqueda es sin duda la topofilia del poeta, es decir, el valor humano que confiere a los espacios defendidos contra las fuerzas adversas, a los espacios amados. Pudo ser esta búsqueda lo que hizo pensar a Octavio Paz que detrás de los poemas que componen Una oculta razón “se escondía una novela, un argumento novelesco que provenía de alguien que ha vivido mucho”.
Su último
libro, esa suerte de autobiografía personal o diario de una crisis que se
titula Más allá, Tánger, presenta una
novedad respecto a los poemarios precedentes: la búsqueda de uno mismo a través
de la mirada, la conciencia y la memoria del otro, en este caso concreto, de la otra. El hecho de que el personaje femenino sea la esposa del poeta
en la vida real no añade ni quita nada al alcance y el significado de la obra.
En momentos anteriores de creación, nuestro poeta pudo experimentar con
insistencia la oposición entre identidad y otredad,
entre uno mismo y lo otro, o mejor
dicho, la incurable otredad que,
según Antonio Machado, padece lo Uno.
Ahora, durante el tiempo que dura este viaje a Tánger, a la metrópoli actual y
a la ciudad perdida en la memoria de la protagonista, el autor explora
minuciosamente una zona poco frecuentada de esa oposición, bien a través de sí
mismo, bien a través de su personaje: la otredad
resuelta en la identidad. El libro se
convierte, a fin de cuentas, en un canto o lamento de amor, entendida la pasión
amorosa a la manera de Francisco Petrarca y Octavio Paz, como compathía, es decir, participación en el
sufrimiento del otro.
Más allá, Tánger, el libro que motiva
estas líneas, representa un momento de inflexión en la trayectoria del poeta.
El carácter fragmentario del mismo, trasunto de la naturaleza radicalmente
fragmentada de la memoria, puede verse como un regreso a los orígenes, al
momento en que el autor se inició en el poema escueto; es decir, una vuelta al
poema breve, al espíritu elíptico del haiku. Pero el poeta que, desde la altura
de la madurez, vuelve a sus orígenes, al decir reticente y elusivo de sus
comienzos, lo hace con la sabiduría acumulada al correr de los años: el apego a
lo real, la hondura meditativa, el rigor expresivo y la calidez comunicativa.
Aunque no alcanza la variedad y la riqueza de los libros anteriores, Más allá, Tánger representa, en su
conjunto, otra vuelta de tuerca en torno a los temas del desarraigo y la
memoria; un balance vital y literario sincero, en el que el autor de Ensayando círculos vuelve a dejar unos
cuantos poemas destinadas a permanecer en la memoria de los lectores.
Manuel Neila
Nota: Esta reseña se ha publicado en Cuadernos Hispanoamericanos, número 786, diciembre de 2015.