La editorial granadina Cuadernos del Vigía publica un curioso libro de Max Aub (París, 1903-México D. F., 1972) titulado Versiones y subversiones. Se trata de una pequeña joya bibliográfica que reproduce la edición mexicana del libro (que ha tenido algunas reimpresiones posteriores ya gotadas), aparecido en 1971 de la mano de Alberto Dallal, y que conserva las bonitas letras capitulares de un tal Richard Falkner Hunt, presunto dibujante de la época posvictoriana que, como desvela Manuel Aznar Soler, no es sino un personaje inventado por el propio Aub. No es el único. De hecho toda la primera parte, "Versiones", es una sucesión de poemas apócrifos atribuidos a poetas anónimos de civilizaciones antiguas y clásicas (griega, árabe, china, judía, etc.), así como a otros vates con nombre y apellido que avanzan a través de las culturas y de los siglos hasta bien mediado el XX. Entre ellos, Max Aub, del que "no se sabe dónde está". Esto y mucho más está perfectamente explicado por la editora literaria de la obra, la profesora, crítica y poeta valenciana Xelo Candel Vila. Su ejemplar introducción es elocuente y no repara en detalles. Aub se sitúa "como traductor y antólogo", nos explica, y también "como poeta". Ante cada poema, una breve nota que enlaza con lo Manuel Durán denominó "autobiografías imaginarias".
"Subversiones", que como la parte anterior se publicó primero en edición independiente, separada de aquélla, recoge también poemas pero esta vez de autores reales, aunque no lo parezca. Candel ha cotejado las fuentes que el mismísimo Aub explicita. Y son verdaderas. Aquí, de nuevo, versos muy antiguos que a uno le recuerdan, en parte, a los que Ernesto Cardenal seleccionara para su antología de la poesía primitiva. Cantos africanos, griegos, romanos e hindúes (de los Vedas) que remata con versiones de modernos como Artaud ("La cara humana", un poema precioso) y Tristan Tzara.
Merece destacarse un texto hermosísimo del tunecino Aben Jaldún, toda una poética ("Las palabras son, por decirlo de alguna manera, los moldes en los cuales se introducen las ideas"), que vivió en Granada y fue señor de Elvira -El Bira-, en la Vega (una suerte de paraíso perdido al que nunca regresó), y que murió en El Cairo. Su texto abre el florilegio.
"Pequeño retrato de Max como el héroe de las mil caras", del citado Manuel Durán, abrocha este libro delicioso en lo que respecta al continente y al contenido. Ha sido una estupenda idea la de rescatarlo para nuevos lectores como uno que, más feliz que una perdiz, da cuenta de su renovada existencia.