12.5.16

Otro sueño

El Diario Montañés
Se ve que esto de recordar ahora mis sueños tiene relación con lo mal que viene uno durmiendo últimamente; al saltillo, como si dijéramos. El caso es que una de las veces que me desperté la otra noche pude rememorar lo que acababa de soñar. Estaba con Jordi Doce en un salón donde diría que había más gente. En la casa del poeta Guillermo Carnero (que, por cierto, nunca apareció en escena). En Alicante, por tanto. O eso imagino. Desde las ventanas, altas y alargadas en vertical (a lo Larkin), se veía el mar. Bueno, no tanto el agua, que también, cuanto un edificio de pisos que estaba delante, con la fachada de acero corten, lo que le daba ese aspecto oxidado que tanto gusta o ha gustado a los arquitectos y los escultores de estos últimos años. El mar, de pronto, empezó a agitarse. La luz se fue, o casi. Aquello, en unos momentos, dejó se ser el Mediterráneo. La tempestad parecía una galerna del Cantábrico, cuyas aguas bañan el Gijón natal de mi amigo. Ni Jordi ni yo (un hombre de secano) dábamos crédito. Las olas batían contra la playa, ya invisible. Su altura era inusitada y daba pánico ver la escena, más propia de un tsunami. Así siguió hasta que, por suerte, me desperté. Fuera llovía copiosamente y el viento golpeaba con mucha fuerza contra el cristal de la ventana. Fui a la cocina, bebí un vaso de agua y, en el rollo de papel donde apuntamos la lista de la compra, anoté algo acerca de la pesadilla, para que no se me olvidara. Ya son ganas.