Gabriel Insausti (San Sebastián, 1969), profesor, traductor (de Wilde, Coleridge, los románticos ingleses, Auden, Spender, Lewis, Thomas, Owen, Davies o Ashbery), narrador, ensayista y poeta, ha pasado varias veces por este rincón y, sin embargo, nunca me he ocupado por largo de ninguno de sus libros, salvo el que dedicó a la poesía de Edward Thomas, que tradujo, o eso me pareció, ejemplarmente. En una ocasión, por lo que veo, estuve a punto, pero... De hecho publiqué aquí un haiku de Cristal ahumado. Tras Últimos días en Sabinia, Destiempo o Vida y milagros, llega Línea de nieve (Pre-Textos) del que me apetece mucho hablar: me ha gustado.
La cita inicial de Montale sitúa bien la escena: "Sólo esto podemos hoy decirte: / lo que no somos, lo que no queremos" (en versión española de Fabio Morábito). Ese poema de Huesos de sepia que empieza: "No nos pidas la palabra que de par en par exhiba / nuestro ánimo informe y con letra de fuego", y donde, justo antes de los dos versos que Insausti rescata, leemos: "No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte, / sí alguna sílaba torcida y seca como una rama". Sí, esta es la poética que sostiene los poemas de este libro. Elegante, es el adjetivo que acaso mejor le cuadre. Por la forma de decir, sobre todo (luego me referiré a este asunto), pero también por lo que expresa. Hay en él algunas constantes. Vida y cultura se entremezclan. La una lleva a la otra y viceversa. Con toda naturalidad que le cabe al artificio que denominamos literatura. "No ha sucedido nada", leemos en "Crónica" y precisamente eso es lo que sucede y lo que da al cabo en poema. Todo un feliz misterio. Porque algo siempre pasa.
Estamos ante los versos de alguien que observa meticulosamente el mundo, que mira con detenimiento sus detalles (léase "El ansia"), a veces los más ínfimos, casi siempre sencillos: "¿Tal vez el arte / de la elocuencia consista sólo / en sostener esa mirada en vilo, / vivir como extranjero ante las cosas, / dejarlas ser?" De alguien que piensa y duda en voz alta. Fruto de una lección, dice entrecomillado en "Iniciación": "Debes mostrar las cosas, no explicarlas". Y: "Evita lo trivial del reportaje, / un poema ha de ser para el idioma / lo que el cristal para la arena".
El paisaje y la historia son temas reiterados. El de su país, que describe y nombra a partir de lugares concretos donde sitúa vivencias o evoca recuerdos; muy hermosos, por cierto. "Si la memoria es un lugar..." Memoria que le lleva, por ejemplo en la serie "Preludios", a trazar una autobiografía de infancia, adolescencia y primera juventud que, para mi gusto, es una de las partes más jugosas y logradas de la obra. O a escribir: "Es algo mágico el pasado / y oírlo, una manera de estar vivo. / Será por eso por lo que hoy escribo".
En un momento dado escribe: "Todo país es un destierro". Y muy significativo resulta, en este sentido, "Eutopía". Con todo, es al País Vasco, sin olvidar el terrorismo ("Allí mataron a un civil...", dice su abuelo), el que marca ese paisaje a que aludía, que tan bien se acomoda al tono general del libro. Pero este hombre es un viajero ("T-4", "Isla"), de ahí que Japón, Roma, París, Nueva York o Florencia formen también parte de su imaginario. Algo compatible con "Regreso a Ulzama", uno de los mejores poemas del conjunto.
Dije historia y debía tal vez decir arqueología. Además de "Los arqueólogos", encontramos poemas con títulos como: "Cromlech de Oianleku" (con Oteiza al fondo), "Menhires de Belate", "Dolmen de Jentilarri". Y no son las únicas ruinas que Insausti rescata para la poesía.
El paso del tiempo ("El tiempo es más la herida que la cura") es otra constante: "vivir es diciendo adiós a cuanto pasa, / soñar un absurdo y dejarlo para luego". Léase "Meditación en el spa".
Se preguntaba Rilke: "¿Debo escribir?" A esa cuestión vuelve una y otra vez nuestro poeta, de suerte que todo el libro está recorrido por una pulsión metapoética, de indagación sobre el mismo hecho de escribir. "En la verdad del mundo ha de leerse / la mentira piadosa de un poema", dice. En "Autocensura" con mayor claridad.
En lo que al lenguaje respecta, diremos que es impecable. Sí, puede que hasta peque a veces de virtuosismo. Pero es elegante, en su más noble y elevado sentido. Como el ritmo, que se apoya con frecuencia en el endecasílabo. Los encabalgamientos están muy conseguidos (hay poemas que gracias al recurso parecen "nerviosos") y cuando toca la ironía o el humor, claves en la obra, no le hace ascos a la rima, algo muy propio de la poesía inglesa, que tan bien conoce (y traduce: en "Entierro en Ormáiztegui" he escuchado a Auden), y de la española: en algunos poemas rimados (y con sorna) ha oído uno ecos de Jon Juaristi, aunque sea de Bilbao. Paradigma de esa forma de proceder, "La estatua de Mao en Kashgan".
Otro rasgo significativo es el uso de palabras de otras lenguas en los poemas: en vasco, italiano, inglés ("Amanecer en Wall Street")... Esto le da, qué duda cabe, un aire cosmopolita muy adecuado, en absoluto disonante.
Podría señalar numerosos poemas que dan al libro el carácter emocionante que le define. Destacaré, pongo por caso, "Bruto a Ovidio" (a pesar de ciertas contemporaneidades): "Es triste, sí, no ver la luz de Roma / pero es tal vez más triste, Publio amigo, / vivir hecho un extraño entre los tuyos". Logrados están los haikus de "Otoño": "Junto al sendero, / Hokusai ha pintado / de rojo un arce". Como el extenso "Chiesa Santa Croce", con Dante de protagonista (y versos de La divina comedia entre lo suyos), concebido a partir de la noticia de que el ayuntamiento florentino revocaba, siglos después, su destierro de la ciudad, una condena a muerte. Termina: "ser es una excepción, no ser la norma". O el breve "Exigencias" (que se puede leer en la página web de la editorial). O, en fin, y amén de todos los nombrados, "Cicatrices": "En toda cicatriz hay una huella".
Termino con los versos finales del libro, del aludido "Autocensura": "Al fin y al cabo / la verdad, en rigor, se calla en verso / y oírla es una cosa que les toca a Uds." Ya saben.
La cita inicial de Montale sitúa bien la escena: "Sólo esto podemos hoy decirte: / lo que no somos, lo que no queremos" (en versión española de Fabio Morábito). Ese poema de Huesos de sepia que empieza: "No nos pidas la palabra que de par en par exhiba / nuestro ánimo informe y con letra de fuego", y donde, justo antes de los dos versos que Insausti rescata, leemos: "No nos pidas la fórmula que mundos pueda abrirte, / sí alguna sílaba torcida y seca como una rama". Sí, esta es la poética que sostiene los poemas de este libro. Elegante, es el adjetivo que acaso mejor le cuadre. Por la forma de decir, sobre todo (luego me referiré a este asunto), pero también por lo que expresa. Hay en él algunas constantes. Vida y cultura se entremezclan. La una lleva a la otra y viceversa. Con toda naturalidad que le cabe al artificio que denominamos literatura. "No ha sucedido nada", leemos en "Crónica" y precisamente eso es lo que sucede y lo que da al cabo en poema. Todo un feliz misterio. Porque algo siempre pasa.
Estamos ante los versos de alguien que observa meticulosamente el mundo, que mira con detenimiento sus detalles (léase "El ansia"), a veces los más ínfimos, casi siempre sencillos: "¿Tal vez el arte / de la elocuencia consista sólo / en sostener esa mirada en vilo, / vivir como extranjero ante las cosas, / dejarlas ser?" De alguien que piensa y duda en voz alta. Fruto de una lección, dice entrecomillado en "Iniciación": "Debes mostrar las cosas, no explicarlas". Y: "Evita lo trivial del reportaje, / un poema ha de ser para el idioma / lo que el cristal para la arena".
El paisaje y la historia son temas reiterados. El de su país, que describe y nombra a partir de lugares concretos donde sitúa vivencias o evoca recuerdos; muy hermosos, por cierto. "Si la memoria es un lugar..." Memoria que le lleva, por ejemplo en la serie "Preludios", a trazar una autobiografía de infancia, adolescencia y primera juventud que, para mi gusto, es una de las partes más jugosas y logradas de la obra. O a escribir: "Es algo mágico el pasado / y oírlo, una manera de estar vivo. / Será por eso por lo que hoy escribo".
En un momento dado escribe: "Todo país es un destierro". Y muy significativo resulta, en este sentido, "Eutopía". Con todo, es al País Vasco, sin olvidar el terrorismo ("Allí mataron a un civil...", dice su abuelo), el que marca ese paisaje a que aludía, que tan bien se acomoda al tono general del libro. Pero este hombre es un viajero ("T-4", "Isla"), de ahí que Japón, Roma, París, Nueva York o Florencia formen también parte de su imaginario. Algo compatible con "Regreso a Ulzama", uno de los mejores poemas del conjunto.
Dije historia y debía tal vez decir arqueología. Además de "Los arqueólogos", encontramos poemas con títulos como: "Cromlech de Oianleku" (con Oteiza al fondo), "Menhires de Belate", "Dolmen de Jentilarri". Y no son las únicas ruinas que Insausti rescata para la poesía.
El paso del tiempo ("El tiempo es más la herida que la cura") es otra constante: "vivir es diciendo adiós a cuanto pasa, / soñar un absurdo y dejarlo para luego". Léase "Meditación en el spa".
Se preguntaba Rilke: "¿Debo escribir?" A esa cuestión vuelve una y otra vez nuestro poeta, de suerte que todo el libro está recorrido por una pulsión metapoética, de indagación sobre el mismo hecho de escribir. "En la verdad del mundo ha de leerse / la mentira piadosa de un poema", dice. En "Autocensura" con mayor claridad.
En lo que al lenguaje respecta, diremos que es impecable. Sí, puede que hasta peque a veces de virtuosismo. Pero es elegante, en su más noble y elevado sentido. Como el ritmo, que se apoya con frecuencia en el endecasílabo. Los encabalgamientos están muy conseguidos (hay poemas que gracias al recurso parecen "nerviosos") y cuando toca la ironía o el humor, claves en la obra, no le hace ascos a la rima, algo muy propio de la poesía inglesa, que tan bien conoce (y traduce: en "Entierro en Ormáiztegui" he escuchado a Auden), y de la española: en algunos poemas rimados (y con sorna) ha oído uno ecos de Jon Juaristi, aunque sea de Bilbao. Paradigma de esa forma de proceder, "La estatua de Mao en Kashgan".
Otro rasgo significativo es el uso de palabras de otras lenguas en los poemas: en vasco, italiano, inglés ("Amanecer en Wall Street")... Esto le da, qué duda cabe, un aire cosmopolita muy adecuado, en absoluto disonante.
Podría señalar numerosos poemas que dan al libro el carácter emocionante que le define. Destacaré, pongo por caso, "Bruto a Ovidio" (a pesar de ciertas contemporaneidades): "Es triste, sí, no ver la luz de Roma / pero es tal vez más triste, Publio amigo, / vivir hecho un extraño entre los tuyos". Logrados están los haikus de "Otoño": "Junto al sendero, / Hokusai ha pintado / de rojo un arce". Como el extenso "Chiesa Santa Croce", con Dante de protagonista (y versos de La divina comedia entre lo suyos), concebido a partir de la noticia de que el ayuntamiento florentino revocaba, siglos después, su destierro de la ciudad, una condena a muerte. Termina: "ser es una excepción, no ser la norma". O el breve "Exigencias" (que se puede leer en la página web de la editorial). O, en fin, y amén de todos los nombrados, "Cicatrices": "En toda cicatriz hay una huella".
Termino con los versos finales del libro, del aludido "Autocensura": "Al fin y al cabo / la verdad, en rigor, se calla en verso / y oírla es una cosa que les toca a Uds." Ya saben.