María José Muñoz |
Empezó Irene Sánchez Carrón, tan sobria y precisa como siempre, que tras evocar su infancia placentina, explicar su itinerario lírico y mencionar algunas notas sobre su poética (cree que la poesía es ficción), nos leyó un puñado de espléndidos poemas de sus libros ya publicados. Volver a escuchar "El escondite" y "De senectute" ya le habría bastado a uno para tomarse la molestia (un decir) de bajar a la plaza un sábado por la noche en pleno diciembre prenavideño. Estoy deseando que publique ese libro que tiene casi terminado y que ratificará su posición central no sólo en el estupendo panorama de la poesía escrita por extremeños.
Tomó luego la palabra Basilio Sánchez y, a pesar de que sigue arrastrando el resfriado que llevaba puesto en Zafra, en su voz volvieron a sonar de maravilla los versos lentos y hondos que escribe. Pocos también. Con un regalo final: los primeros movimientos de un libro inédito, Esperando las noticias del agua (que uno, muéranse de envidia, tiene la suerte de conocer).
Le repetí lo que dije aquí hace poco, que en las lecturas, por parcos comentarios que hagan los autores acerca de los poemas, se abren nuevas posibilidades de comprensión y disfrute de los textos hasta el punto de que parecen otros. Más claros. Y sí, mejores.
Poetas. De lujo, como estos. Qué bien los cala BS en su poema "Cordel de ciegos", que nos leyó también anoche: "Sabemos nuestros límites, / toleramos nuestra insignificancia".
Con ella a cuestas nos fuimos a tomar otra caña. Un día completo.