Erri de
Luca
(Traducción
y prólogo de Fernando Valverde)
Seix
Barral, Barcelona, 2016. 431 páginas.
“Mi padre tenía un disco de poemas de Lorca”,
cuenta De Luca (Nápoles, 1950), y añade: “Debo a mi padre aquella iniciación en
la admiración”. Seguía el recitado del actor mientras leía y por eso descubrió
que “la escritura es más potente que la voz”. Con todo, es mucho más tarde, con
una obra narrativa ya hecha y reconocida, cuando publica su primer libro de
poemas, Obra sobre el agua (2002). Traductor
autodidacta del hebreo y del yiddish, la impronta bíblica es fundamental en su
ópera prima, y no sólo. Como seguirá haciendo más tarde, los personajes y
situaciones que allí se narran dan lugar a poemas (salmos, plegarias) de
carácter mítico y genesíaco donde no faltan referencias a la guerra (de su
estancia en Sarajevo), los naufragios y el alpinismo, tres constantes.
En Sólo
ida. Líneas que regresan con demasiada frecuencia (2005) anticipa el
desastre de la inmigración. Con aires de cantos populares africanos, que se
entremezclan con tonos salmódicos y corales, el poeta, situado en la piel del
otro, da voz al que huye y cuenta historias emocionantes de hombres y mujeres (“los
innumerables”) que emprenden, por “el mar de nadie”, terribles viajes a ninguna
parte. “Dicen: sois sur”. Y: “nosotros somos sólo ida”.
“Para mí un libro de poemas es una ciudad”,
escribe en “Cuatro barrios”: el de la prisión y la guerra (en torno a su
experiencia bélica en los Balcanes, sin olvidar a judíos y gitanos: “En la
guerra las palabras de los poetas protegen la vida”), el de las historias
naturales (mineros muertos, ecología y montañismo, Amos Oz y el agua), el del
amor (“yo te querría bastar”, canta), el del último tiempo (“Estoy en el tiempo
de marcharme”. “La humanidad será poca, mestiza, gitana y caminará a pie”).
En El
huésped empedernido (2008), el que ha sido y sigue siendo, según confiesa, encontramos
los versos más autobiográficos, por más que, como señala Valverde, la realidad
siempre esté presente en De Luca. Un huésped de la revolución, del hebreo, de
las lenguas de otros, de las montañas, de la guerra, del amor (“Escribe sobre
el amor sin nombrarlo”), de Nápoles. Y allí, el padre, Jerusalén (“Como
Nápoles, ha sido de cualquiera”), el dialecto napolitano, el brindis con Ajmátova,
el infarto, las cosas (“Así son las cosas y nosotros somos más pequeños que
ellas”), Europa y la fraternidad, David y Caín, Troya, la Italia fascista de
los cuarenta (“Antes que los teléfonos, los balcones”. “El fascismo para mí ha
sido la guerra”, dice la madre), la memoria, los ideales (“Lo opuesto tiene un
solo artículo de la constitución: / haz a cada uno aquello que te gustaría que
te hicieran”) y los ausentes: amigos alpinistas, el Che, otros resistentes como
él…
Rarezas de la
providencia (2014)
se abre con “Premisa”. Alude a Abraham y a “variantes menores de los profetas”,
como Hölderlin y Walser: “Los raros de estas páginas son exploradores”. Después
recrea una suerte de historia sagrada con Adán, Noé, Babel (“No es un castigo,
es una siembra”), Saúl, Sansón y Dalila (amor y amar), Jonás… En “Los
imprevistos”, Lampedusa de nuevo, la escalada, la infancia y su ciudad natal,
“Ser de Medit”, Italia y la lengua italiana, “mi lengua de residencia”, de la
que se considera ciudadano.
Se acercó uno con reticencia a la poesía del
novelista y, sin embargo, su pequeña verdad cautiva. Es genuina. Sí, tras leer
los poemas de este libro intenso y necesario, se comprende mejor el verso: “La
última destinada a arder es la poesía, durante la guerra la más necesaria”. La
de Erri De Luca al menos.
Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes en El Cultural.