Ya dije el otro día que hoy se presentaban en Plasencia dos libros de la colección Lunas de Oriente, de la benemérita y emeritense editorial De la Luna Libros. Obras de dos escritores de fuste: Pilar Galán y Juan Ramón Santos. He leído con gusto Perder el tiempo y La vida es lo que llueve y, por el motivo señalado, me agradaría expresar una sencilla impresión de esa doble lectura, no escribir una reseña.
Para empezar, las coincidencias: los dos son libros de relatos. Largos en el caso de Santos y breves en el de Galán.
Perder el tiempo reúne seis cuentos que, sumados, componen una misma unidad narrativa magníficamente tramada por cuanto que todos tienen en común, digamos, el asunto temporal. En sus dos vertientes: la del tiempo climatológico y la de la magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos. En cada uno de ellos se cierne un temporal y a todos sus protagonistas se les echa el tiempo encima. El estilo de Santos se caracteriza por la efectividad y solidez de su lenguaje (con su elegante deje bayaliano) y por su sentido del humor, consolidadas marcas de la casa. Aunque todos me han parecido sorprendentes, divertidos y bien resueltos, me quedo con "Acuse de recibo", el más corto, poético y sutil del conjunto, y con "Crucigrama blanco", que me parece el más original y el mejor ideado. "Estamos hechos de tiempo", reza en la contracubierta de un libro que "habla también de la soledad, el desamor, la pérdida, el fin de la amistad, el despertar al mundo o la búsqueda de nuevos, dudosos horizontes".
La vida es lo que llueve agrupa treinta y dos cuentos. El humor tampoco falta aquí, pero es más ácido. En la literatura de Galán se detecta una suerte de poso amargo, una visión melancólica y desengañada de la vida, de impronta realista, que contrarresta con elevadas dosis de ironía y, ya se dijo, de humor. Poco amable casi siempre. Con su punto de crueldad incluso. En los relatos, que me han parecido más elípticos que otras veces, más secos acaso, tal vez más hondos, no faltan sus temas habituales: la educación (sus circunstancias y sus protagonistas), el lenguaje (la materia que sostiene esta andamiaje vital y narrativo, tanto da, que ella usa con destreza) y la literatura (porque lee, porque la enseña), la vejez y la desmemoria, la familia (padres, hijos, matrimonio) y las relaciones sentimentales... En la nota de la contracubierta, dice: "Al fin y al cabo, la vida es lo que llueve en los quicios oxidados de la gramática, en las tardes azules de noviembre, cuando se aparecen los maridos muertos y crece la hiedra de la desmemoria".
Sí, dos libros estupendos, a qué darle más vueltas.
Para empezar, las coincidencias: los dos son libros de relatos. Largos en el caso de Santos y breves en el de Galán.
Perder el tiempo reúne seis cuentos que, sumados, componen una misma unidad narrativa magníficamente tramada por cuanto que todos tienen en común, digamos, el asunto temporal. En sus dos vertientes: la del tiempo climatológico y la de la magnitud física que permite ordenar la secuencia de los sucesos. En cada uno de ellos se cierne un temporal y a todos sus protagonistas se les echa el tiempo encima. El estilo de Santos se caracteriza por la efectividad y solidez de su lenguaje (con su elegante deje bayaliano) y por su sentido del humor, consolidadas marcas de la casa. Aunque todos me han parecido sorprendentes, divertidos y bien resueltos, me quedo con "Acuse de recibo", el más corto, poético y sutil del conjunto, y con "Crucigrama blanco", que me parece el más original y el mejor ideado. "Estamos hechos de tiempo", reza en la contracubierta de un libro que "habla también de la soledad, el desamor, la pérdida, el fin de la amistad, el despertar al mundo o la búsqueda de nuevos, dudosos horizontes".
La vida es lo que llueve agrupa treinta y dos cuentos. El humor tampoco falta aquí, pero es más ácido. En la literatura de Galán se detecta una suerte de poso amargo, una visión melancólica y desengañada de la vida, de impronta realista, que contrarresta con elevadas dosis de ironía y, ya se dijo, de humor. Poco amable casi siempre. Con su punto de crueldad incluso. En los relatos, que me han parecido más elípticos que otras veces, más secos acaso, tal vez más hondos, no faltan sus temas habituales: la educación (sus circunstancias y sus protagonistas), el lenguaje (la materia que sostiene esta andamiaje vital y narrativo, tanto da, que ella usa con destreza) y la literatura (porque lee, porque la enseña), la vejez y la desmemoria, la familia (padres, hijos, matrimonio) y las relaciones sentimentales... En la nota de la contracubierta, dice: "Al fin y al cabo, la vida es lo que llueve en los quicios oxidados de la gramática, en las tardes azules de noviembre, cuando se aparecen los maridos muertos y crece la hiedra de la desmemoria".
Sí, dos libros estupendos, a qué darle más vueltas.