José Ramón Ripoll
Visor, Madrid, 2017.
106 páginas. 12,00 €
En sus veintinueve
convocatorias, el premio Loewe ha reconocido libros de poetas consagrados y de otros
apenas conocidos. Para el descubrimiento se concibió uno de los galardones más
importantes de la poesía en español a ambos lados del Atlántico. El caso de
José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952), con ser particular, no es único. Estamos ante
un poeta de largo recorrido, de fondo, pero poco citado en estudios y
antologías. En Hoy es niebla (Visor) reunió tres libros sustanciales: El
humo de los barcos, Las sílabas ocultas y Niebla y
confín, que conforman, según él, una suerte de “sonata”. Llegó luego Piedra rota (Tusquets),
muy cercano al que hoy nos ocupa. Se abre con una cita de Gelman: “Eso que oigo
/ y no entiendo / lo digo yo”. Y sigue: “Te cavo / para saber quién soy”. En
efecto, este libro aborda un problema de identidad, sostenido en la memoria,
que se maneja con otro de lenguaje. Un lenguaje poderoso, de aire surrealizante
(por lo que tiene de onírico), pero parco y muy medido. En la línea de una poesía
de tono silenciario y recursos elípticos donde priman la sugerencia y el
misterio. La que va, digamos, y sólo en lo contemporáneo, del último Juan Ramón
Jiménez a Valente pasando por Celan. De estirpe simbolista, sus versos, sí, están
cargados de símbolos: pájaro, mar, noche, frío, mano, luz, herida, nieve, etc. Suelen
remitir al paisaje –un clima, una atmósfera- de la Bahía de Cádiz, su verdadero
lugar.
La figura de la madre, lo natal y la infancia ocupan los
versos iniciales, que no dejan de ser fragmentos de un único poema. De hecho,
todo el libro, unitario, gira en torno a unos pocos asuntos, a modo de
variaciones o series. Los mismos títulos de los poemas, entre paréntesis,
parecen sugerir más que fijar.
Allí, el origen, el miedo, el temblor y la muerte. “La mano
de mi madre es nube y vuelve”. “Su mano que dibuja mi contorno y mi forma”. Allí,
la “lacerante quejumbre” y las mujeres que hablan.
En la casa vacía, como la memoria, “todo ocurre y no
ocurre”, “cuanto sucede y no”, “sin esperanza ni desasosiego”. De manera fantasmal:
“una mano me escribe”, pero “la mano que me escribe es la de otro”.
Metafísico a rachas, hermético por momentos, Ripoll, un
poeta del pensamiento, alguien que no deja de hacerse preguntas, se acerca a la
existencia a través de una música callada, consciente de que sólo la palabra (“incertidumbre,
/ luz y estiércol”, la que viene “al pudridero / de los significados” “con la
desnuda forma de la nada / y el fingimiento de lo eterno”) será capaz de
establecer la realidad: “muerdo la palabra mohosa, / la que hacia atrás me dice
y me consuela”.
Sergio García Zamora
Visor, Madrid, 2017. 88 páginas. 12,00 €
El cubano García Zamora (Esperanza,
1986) ganó el Premio Loewe a la Creación Joven con un libro cuyo título
procede de un haiku de Taio: “De vivir tanto / yo también tengo frío, moscas de
invierno”. Está dividido en cinco partes: “El frío de vivir”, “Ánima vil”,
“Negocio propio”, “Jaula para osos” y “Las peras del olmo”. Dos de ellas, la
segunda y la cuarta, incluyen poemas escritos en verso; el resto, en prosa.
Todos son breves. De apariencia sencilla. El tono es autobiográfico y, como su
paisano Gastón Baquero, a veces recurre a los personajes históricos. En otras
ocasiones, a escritores (Pound, Woolf, Plath). Su mujer, su madre, su padre, el
abuelo (en “Santo y seña” o “El enjambre”) son también protagonistas
circunstanciales de unos textos donde brillan las sorpresas.
El
aire narrativo les da una claridad sobrevenida, por más que esa suerte de
luminosidad caribeña sea norma. Siempre, eso sí, estas pequeñas tramas conservan
el misterio inherente a su condición poética.
No
faltan en ellas el humor y la ironía (léase “Una casa sin ático”): “Me encierro
a escribir de la vida escondido de la vida”. A ratos, les amenaza la
ocurrencia. Y ya que lo menciono, tampoco escasean las alusiones a la tarea de
escribir, otro enigma. En “Saco de boxeo”, pongo por caso, o en “El riesgo de
la poesía” o “Crudo”.
Poesía
fresca y vital, la de Zamora, aunque “Un poeta se casa con la vida, pero vive
enamorado de la muerte”. De muy grata lectura.
A
veces, al leer una fábula, se le cruza a uno Monterroso. O un aforismo: “Mi
abuelo fue un sastrecillo valiente: se cosía a lo que pensaba”.
En la última sección, donde juega con frases hechas y
refranes, leemos: “Me arrimé al alcornoque, a la sombra del alcornoque. De su
tronco en desnudez tomé provecho. Como al alcornoque, hay que descortezar el
poema, quitarle lo que tiene de corcho”. Por eso los suyos no son nunca “McPoem”
ni es de los que “escribe y venden poemas como si fueran hamburguesas”. Como el
cuervo, Zamora es consecuente “con su naturaleza”.
Nota: Las reseñas de estos libros de Ripoll y García Zamora se publicaron en El Cultural el pasado viernes, 24 de marzo.