Buenas noches.
Presidente, autoridades, ribereños, estimados amigos...
El poeta y profesor Guillermo Carnero decía hace poco que preferiría haber vivido en el siglo XVIII. Y matizaba: “Pero en el XVIII francés, no en el español, aunque Meléndez Valdés era un poeta de primera fila, de rango europeo. Y también lo era Jovellanos, aunque pocos lo recuerden. Me gusta el XVIII primero en lo estético, porque es un siglo sensual y vital, en el que la represión moral desaparece en el arte, y se impone el desnudo. En Francia, pero no en España, donde 'La maja desnuda' de Goya tenía que mantenerse escondida. Y segundo, en lo ideológico, porque es la última época de Occidente en la que se puede ser con inocencia y de buena fe progresista y de izquierdas. Todo está aún por descubrir, y todavía cabe creer en las utopías, que irán luego fracasando, desde la Revolución francesa a la Bolchevique”.
No he encontrado mejor manera de empezar este breve discurso que citando al novísimo y su elogio del Setecientos y de Meléndez Valdés, el poeta que da nombre a este premio que celebra su primera edición coincidiendo con el bicentenario de su muerte en el triste exilio francés de Montpellier, como un Antonio Machado avant la lettre, tan lejos de su Ribera del Fresno natal.
Dije desde el principio que la idea de crearlo (que debemos en gran medida a la perspicacia de José María Lama) era excelente. Por lo que tiene de reivindicación de uno de los extremeños más ilustres (e ilustrado) y para diferenciarse de la avalancha de galardones poéticos locales o provinciales que plagan el panorama.
Un premio de alcance nacional y patrocinio público (Ayuntamiento, Junta y Diputación), impulsado desde el medio rural, que en Extremadura, por suerte, sigue existiendo, al margen de esa “España vacía” acerca de la que ha escrito, con tanto éxito, Sergio del Molino.
Un premio, éste, destinado a distinguir el mejor libro de poesía publicado en España el año anterior.
Conviene destacar la pulcritud del procedimiento de elección del ganador y, antes, de los finalistas, siquiera sea para demostrar que en España, a pesar de los pesares, se pueden hacer las cosas de otra manera. Bien, quiero decir, sin corruptelas.
Porque es un premio de la crítica, contó en primera instancia con críticos, periodistas culturales y profesores. La lista de personas que colaboraron, desinteresadamente, en la primera criba, de los medios literarios más importantes de este país, da fe del rigor con que se ha llevado a cabo, insisto, el proceso. Lo avalan los nombres de Nuria Azancot y Francisco Javier Irazoki, de El Cultural; Javier Rodríguez Marcos, de Babelia/El País; Jaime Siles, de ABC Cultural; Enrique García Fuentes, del diario HOY; el profesor de la Universidad de Extremadura Miguel Ángel Lama; y Álex Chico, de la revista Quimera.
Es digna de destacar también la gestión del democrático voto delegado de la alcaldesa, que surge de la contrastada opinión de un puñado de ribereños; lectores comunes y, en consecuencia, honestos.
Por fin, un jurado, que me honré en presidir, formado en esta ocasión por Olvido García Valdés, Irene Sánchez Carrón, Piedad Rodríguez Castrejón (alcaldesa de Ribera del Fresno), Elisa Moriano (en representación de la Diputación de Badajoz), Juan Ramón Santos, Eduardo Moga (en representación de la Junta de Extremadura) y José María Lama (secretario con voz pero sin voto), un jurado en el que se mezclan poetas, críticos, filólogos y lectores, personas, en suma, con criterio, tuvo que tomar la decisión final y les puedo asegurar que, a pesar de que no era sencillo decidir, se hizo, tras sucesivas votaciones, con claridad y tras sopesar los pros y los contras de los seis libros finalistas, todos ellos candidatos en igualdad de condiciones a conseguir el galardón. Por el mero hecho de ser eso: libros de poesía y no otra cosa, que es, al parecer, lo que se lleva ahora.
Me refiero a obras espléndidas, que diría Santiago Castelo, como Carta al padre, de Jesús Aguado (Fundación José Manuel Lara), Corteza de abedul, de Antonio Cabrera (Tusquets, que acaba de conseguir el Premio de la Crítica Literaria Valenciana), No estábamos allí, de Jordi Doce (Pre-textos), Ser el canto, de Vicente Gallego (Visor), Han venido unos amigos, de Antoni Marí (Renacimiento) y Pérdida del ahí, de Tomás Sánchez Santiago (Amargord).
Fue emocionante asistir a las deliberaciones del jurado, donde con tanta pasión y con tanto conocimiento se debatieron las diferentes lecturas de los libros, en especial de los dos que llegaron hasta el final. Pocas veces, en mi ya larga trayectoria de participación en este tipo de tribunales poéticos, he asistido a tan solvente cruce de argumentos. Al final, No estábamos allí, de Jordi Doce, se alzó con el Premio Nacional de Poesía ‘Meléndez Valdés’ por amplia mayoría. En el acta se destaca “que se trata de un libro especialmente significativo en la trayectoria poética del autor (que desde hace diez años no publicaba ―en rigor― un libro de poesía), un libro innovador lleno de paradojas, incertidumbres, preguntas, de experimentación y riesgo, y por tanto de extrañeza y misterio bajo una luz nórdica. En él se da una mezcla de géneros, que va del poema en prosa al diario, pasando por el uso de los versículos o las enumeraciones. Para Jordi Doce la escritura supone «un aprendizaje moral e intelectual, una forma de hacer mejor ―más intensa y plena, más benéfica― la vida». Uno de los poemas más significativos se titula, de hecho, “Aquí, ahora, en ningún sitio”. Acaso No estábamos allí sea una especie de relato intemporal en busca de la identidad «en medio del camino de la vida»”.
Su autor, Jordi Doce (Gijón, 1967), ha publicado libros de poemas como Lección de permanencia, Otras lunas y Gran angular, así como la antología Nada se pierde. Poemas escogidos.
En prosa, los libros de notas y aforismos Hormigas blancas y Perros en la playa, los ensayos Imán y desafío (IV Premio de Ensayo Casa de América), La ciudad consciente, Las formas disconformes. Lecturas de poesía hispánica y Zona de divagar, el libro de artículos Curvas de nivel y el de entrevistas Don de lenguas.
Ha traducido, además, la poesía de Auster, Blake, Eliot, Auden, Tomlinson, Hughes, Simic, Carson y Burnside, entre otros, y la prosa de Quincey y Ruskin.
Estudió Filología en la Universidad de Oviedo, es doctor en letras por la Universidad de Sheffield, donde fue lector de español antes de serlo también en la Universidad de Oxford. En la actualidad, tras su paso por la sección de Publicaciones del Círculo de Bellas Artes de Madrid, de coordinar la edición española de la revista mexicana Letras Libres y la editorial hispano-mexicana Vaso Roto, reside y trabaja en la capital de España como editor, traductor, conferenciante y profesor de talleres de escritura creativa en la escuela de letras Hotel Kafka. Desde hace once años publica un blog, Perros en la playa.
De él dijo en El Cultural el crítico Martín López-Vega: «Si Jordi Doce (…) no existiera, habría que inventarlo. Poeta, aforista, traductor de referencia, ensayista, editor, es, por desgracia (para todos los demás), un caso excepcional en nuestro panorama poético: un creador generoso que lejos de centrarse únicamente en su obra ha estudiado y divulgado la de muchos autores que o eran desconocidos, o eran mal conocidos entre nosotros».
Sí, por fortuna existe. Antes de cederle la palabra, permítanme añadir que estamos, en efecto, ante uno de los mejores poetas de este país. Perdonen la jactancia, pero sé de lo que hablo. En el pequeño patio de la poesía española nos conocemos todos. Jordi Doce ha logrado eso que muchos pregonan pero muy pocos alcanzan: tener una voz personal y establecer un mundo propio. Leo sus poemas desde que publicó su ópera prima y he seguido su trayectoria con fidelidad y admiración crecientes. Pocos poetas tan rigurosos, formados y capaces como él. Pocos tan apartados del pavoneo lírico (es hombre tímido, educado y modesto) y de las estrategias y manejos que algunos llevan a cabo a favor de su vanidad y de sus intereses personales y en detrimento de la noble poesía. En este sentido, en el mejor, estamos ante un escritor ejemplar. Por eso el ‘Meléndez Valdés’, lo digo con orgullo, no podía haber empezado mejor. Dando a entender que no hay atajos para llegar a la excelencia. O que, en poesía, la excelencia es el único atajo. Enhorabuena, Jordi.
Nota: estas palabras fueron leídas en la entrega del Premio Nacional 'Meléndez Valdés' que tuvo lugar el pasado viernes 26 de mayo en Ribera del Fresno, Badajoz.