No creo mentir si digo que la reciente recuperación
para el lector español de la voz inconfundible y necesaria de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 - Tel Aviv, 1974) se debe a
la poeta Amalia Bautista y a la editorial Renacimiento, que en 2011
editaron Juegos de inteligencia, un florilegio de la mexicana con
poemas que iban de 1948 a 1972. Celebramos entonces su salida y ya nunca hemos
dejado de leerla. Por eso me ha alegrado tanto que J. G. S. (es decir, Jesús
García Sánchez o Chus Visor) haya publicado en su casa otra
antología de Castellanos con versos seleccionados por él mismo. A eso se le
llama perspicacia. Y criterio editorial. Antología poética se titula. No contento con eso, el editor ha buscado
para abrirla un maravilloso, viejo texto de José Emilio Pacheco que añade aún
más aliciente a la muestra. El año en que el autor de Tarde o temprano escribió “Rosario Castellanos o la
literatura como ejercicio de la libertad”, 1974, moría la poeta en Israel,
donde desempeñaba el cargo de embajadora, por culpa de “un desgraciado y
estúpido accidente doméstico, electrocutada por una lámpara que fue a encender
recién salida del baño con las manos mojadas”, cuenta Bautista. No había
cumplido los cincuenta años.
Del incisivo prólogo de Pacheco, que
tuvo “el privilegio de tratarla”, podemos destacar frases como: “Naturalmente
no supimos leerla”, una confesión que de tantos cabría haber dicho, se dice y
se seguirá diciendo en el futuro. Fue una “precursora”, afirma. Es verdad que
luego añade, con melancolía y belleza, como curándose en salud, que “nadie
puede saber verdaderamente quién es un poeta hasta que sus versos son su única
voz, hasta que nos hablan no ya de la muerte sino desde la muerte, y al cerrarse
sobre sí mismos se iluminan de su auténtica luz”. Parece el caso. Destaca de
ella “la bondad, la generosidad, la simpatía, la lucidez”. Nos habla de su biografía
y, por ejemplo, de 1948, “el año decisivo”, cuando mueren sus padres y ven la
luz sus dos primeros libros: Trayectoria
del polvo y Apuntes para una declaración de fe. Alude a su obra narrativa (como
la exitosa Balún Canan) y a su
compromiso con la mujer (en eso fue también una precursora y, por supuesto, una
feminista convencida) y con los indígenas (ni “misteriosos ni poéticos”), a los
que devolvió sus tierras tras heredarlas. Bautista explica que “tuvo, desde su
infancia, una conciencia clara de lo que significaba ser blanca frente a los
indios y mujer frente a los hombres”. Pacheco, que “al reflexionar críticamente
sobre el significado de ser mujer y de escribir poesía adquirió la desconfianza
hacia los temas sensuales, la precaución contra la grandilocuencia, la
perspectiva irónica, el afán de experimentación y la aceptación de lo desagradable
como material poético”. Por su vocación teatral, añade (la edición incluye Salomé y Judith (poemas dramáticos),
estuvo cerca de la “lengua hablada e hizo de su versificación un instrumento
transparente y exacto”.
En sus respectivas selecciones, Bautista
y Visor sólo coinciden en tres poemas. Entre ellos, destacado por Pacheco como
“uno de nuestros grandes poemas”, “Lamentación de Dido” (“Mi lenguaje se
entronca / con el de los inmoladores de sí mismos”). Pero hay más, mucho más.
En “Distancia de amigo” leemos: “(No es de los que invocan a la muerte. / Es de
los que la hospedan, silenciosos, / en el sitio más hondo de su cuerpo.)” En “Nocturno”:
“Nuestro destino es padecer la noche”. En “Muro de lamentaciones”: “Porque yo
soy el éxodo”. En “Eclipse total”: “Nuestra patria es la muerte”. En “Misterios
gozosos”: “Yo ya no espero, vivo”. En “Destino”: “Matamos lo que amamos” y “El
hombre es animal de soledades”. En “Lívida luz”, por fin: “No, no quiero
consuelo, ni olvido, ni esperanza”.
Amalia Bautista resumió muy bien los “rasgos
fundamentales” de su poética autobiográfica, incomprensible si no tenemos en
cuenta su infancia y adolescencia en Chiapas o su fallido matrimonio con el
filósofo Ricardo Guerra. “De ese amor desgraciado ella sacó un hijo, algunos de
sus mejores poemas y toneladas de tristeza y culpa”. De ese hijo, Gabriel, dijo
en “Autorretrato“:
“Soy madre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño / que un día se erigirá en juez
inapelable / y que acaso, además, ejerza de verdugo. / Mientras tanto lo amo”.)
Entre esos rasgos, “el desgarro, el impudor, la amargura, la soledad y la
aceptación de la derrota, de las múltiples y pequeñas derrotas de cada día y de
las grandes y definitivas derrotas del alma. “La ironía, el humor negrísimo, la
osadía, el desacato, la burla y la capacidad de reírse abiertamente de todo y
de todos, empezando por ella misma, están presentes en sus poemas”, concluye.
Sí, la de Rosario Castellanos es “alta poesía” y está reunida en Poesía no eres tú: Obra poética 1948-1971 (FCE). Como bien dice Pacheco, lo mejor es repetir de nuevo lo que dijo Pound ante el féretro de Eliot: “Léanla”.
Antología poética
Rosario Castellanos
Edición de J. G. S.
Prólogo de José Emilio Pacheco.
Visor, Madrid, 2017