Mis primeros recuerdos del periódico
se remontan a finales de los años setenta. Estudiaba uno Magisterio
en Cáceres, de donde el diario es natural (desde 1923), y algunas
tardes iba a visitar a mi amigo Felipe Muriel, ambos poetas en
ciernes. En su casa, situada en la calle General Margallo, muy cerca
de donde estaba el colegio San Antonio, se recibía un ejemplar por
las tardes, entregado en mano. La edición, sí, era vespertina, como
en sus orígenes la del italiano Corriere della Sera.
Muy pronto, por los azares de la vida,
visité más de una vez los talleres donde se imprimía, en La
Madrila. Otro periódico local y también vinculado a la Iglesia (al
Obispado), El Regional, de Plasencia, donde publiqué mi
primer artículo (con motivo de la muerte del poeta Blas de Otero, en
1979) y al que mi padre estuvo muchos años vinculado en su condición
de administrador, llegó a un acuerdo con la empresa editora del
Extremadura para lanzar la tirada en Cáceres. Uno era
colaborador y redactaba los editoriales, tras previa y breve
conversación telefónica con el sacerdote Virgilio Vegazo,
responsable de aquello y mi primer maestro de montañismo. En
aquellas rotativas conocí a Germán Sellers de Paz, toda una
institución del periodismo extremeño, su director desde 1971 hasta
1987.
Eran viajes amenos por la vieja y
mareante Nacional 630, más que nada por las conversaciones con mi
acompañante y conductor, otro imprescindible de la prensa regional,
Gonzalo Sánchez Rodrigo.
Desconocía en esos momentos que
acabaría colaborando en El Periódico. Me invitó a hacerlo
su director Julián Rodríguez, un gallego que dio un impulso
considerable al medio, que desde 1988 pertenecía al Grupo Zeta.
Hacía mucho que el diario había logrado un alcance regional
(consolidado ahora con las distintas Crónicas), por más que
nunca haya perdido su impronta cacereña.
Mi sección se titulaba “A poniente”
y para ella escribí cerca de ciento sesenta artículos. Terminó con
la marcha de Rodríguez a su tierra natal. Con todo, el artículo que
mejor recuerdo de cuantos publiqué en el Extremadura es el
que apareció el 12 de marzo de 2004, escrito la misma mañana de los
atentados salvajes en los trenes de Madrid, cuando aún creíamos que
había sido ETA la causante de la matanza. Aquel aciago día di la
vuelta a la altura de Navalmoral de la Mata cuando iba camino de
Tarragona para dar una lectura. Pronto comprendí que ese acto no
podría celebrarse.
A instancias de Merche Rodríguez Rey,
redactora en Plasencia, publiqué algunas columnas de tema local en
“Placentín”, cuando gobernaron nuestro Ayuntamiento,
respectivamente, el polémico José Luis Díaz y la primera
alcaldesa de la ciudad del Jerte, Elia María Blanco.
Ni en una ni en otra sección me libré
de algunas controversias, como la que tuve con el alcalde de
Torrecilla de los Ángeles a propósito del cambio de ubicación del
Centro de Profesores donde trabajaba y que terminó con la
intervención de la Guardia Civil.
En un espíritu semejante al que
inspiró la campaña “Un libro, un euro”, esto es, que los libros
de autores extremeños fueran asequibles para el gran público, El
Periódico Extremadura y la Consejería de Cultura de la
Junta de Extremadura, dentro del Plan de Fomento de la Lectura que
uno coordinaba, lanzaron la colección que “Literatura Extremeña y
Universal”.
Destacaría dos obras de aquella espléndida muestra: la edición de una antología de textos de humanistas extremeños realizada por los profesores de la Universidad de Extremadura César Chaparro y Manuel Mañas, y la Historia Literaria Extremeña de Antonio Rodríguez Moñino, un libro perdido que se rescató gracias al bibliófilo Joaquín González Manzanares, quien cedió los derechos.
No he dejado de leer artículos en el Extremadura que eran y son pura literatura, como los de mi admirada Pilar Galán, por poner un solo ejemplo. No en vano, los periódicos han sido y siguen siendo un refugio para la literatura, mucho más serio y confortable que el que nos ofrece internet.
No he dejado de leer artículos en el Extremadura que eran y son pura literatura, como los de mi admirada Pilar Galán, por poner un solo ejemplo. No en vano, los periódicos han sido y siguen siendo un refugio para la literatura, mucho más serio y confortable que el que nos ofrece internet.
Siempre he sido lector de la prensa
regional y defensor a ultranza de su necesidad y aun de su vigencia
en estos malos tiempos para el periodismo, sobre todo en papel. La
información contrastada y la reflexión serena sólo suele
encontrarse en los diarios, más allá de las bondades que uno,
analógico vocacional, atribuye al material en que están hechos,
tacto, vista y olor incluidos.
Nos hemos enterado de lo que pasaba en
esta tierra gracias al Extremadura y en momentos de gran
efervescencia cultural ha sido un fiel aliado de esa transformación
normalizadora que tuvo lugar a finales del siglo pasado y principios
de éste en una región donde durante siglos dominó la incuria. Cómo
olvidar, en este sentido, la labor de Liborio Barrera, que tanto echo
de menos, lo mismo que la de otros grandes profesionales del
periodismo cultural extremeño de éste u otros diarios.
Mil veces se ha anunciado la muerte de
El Periódico Extremadura y, por suerte, otras tantas ha sido
desmentida. Sigo viéndolo como un medio capaz de completar y de
complementar la información de los otros, ya sean de la prensa, la
radio o la televisión, sin olvidar los virtuales o internáuticos.
¡Larga vida!
Nota. Este artículo ha sido incluido en el número especial lanzado por El Periódico Extremadura con motivo de su 95 aniversario.
El coordinador ha sido el periodista Juan José Ventura.
Nota. Este artículo ha sido incluido en el número especial lanzado por El Periódico Extremadura con motivo de su 95 aniversario.
El coordinador ha sido el periodista Juan José Ventura.
La fotografía de arriba es la que ilustra el texto, de Francis Villegas, seguramente, o puede que de Toni Gudiel.