13.4.18

Valladolid exprés

¿Compensa, tras una mañana de nueve a dos en clase y un claustro de regalo y una comida escasa y rápida, coger el coche y, autovía arriba, con un tráfico intenso (sobre todo de camiones) y tiempo dudoso (con fuertes rachas de viento y, cada poco, anuncios en la carretera de previsión de nevadas), acercarse a Valladolid a leer poemas, gratis et amore, durante veinte minutos delante de un amable y distinguido público (pues distingues perfectamente a todos) para, inmediatamente después, sin tomar nada, volver a casa sin parar en el camino a costa de desobedecer las indicaciones del urólogo? Además, ya nos avisó Pascal: "Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación". Con lo bien que se está en casita un miércoles por la tarde. La respuesta a esa larga pregunta que acabo de formular es sí. Sí compensa. Porque daba gloria ver el paisaje nevado al pasar por Valdeamor (no recordaba el Pinajarro con tanta nieve desde que uno subía de adolescente a esas montañas) y la Sierra de Béjar. Porque no me perdí al entrar en Valladolid, aparqué como es debido y pude pasear por su espléndido centro histórico. Porque mantuve una larga conversación con el coordinador de las Jornadas que me llevaron a esa ciudad castellana, Javier Dámaso, que me enseñó su facultad y hasta su desordenadamente ordenado despacho. Porque pude abrazar a Fermín Herrero, que desatendió, ay, sus obligaciones familiares para asistir al acto; conocer en persona a Fernando del Val, que tuvo la amabilidad de llevarme en su coche hasta la Feria de Valladolid, donde tenía el mío, y con el que hablé de una lejana visita a Pere Gimferrer, al que ha entrevistado para Turia; saludar cara a cara a Sergio Fernández Salvador, que me anunció nuevo libro en DKW, de la mano de José Mateos; y cruzar unas palabras con una encantadora señora de Plasencia. Porque conversé y, sobre todo, escuché -acaso lo mejor de la noche- a la poeta búlgara residente en España Zhivka Baltadzhieva, autora de, por ejemplo, Fuga a lo real, un hecho que cobra aún más sentido si tengo en cuenta mi reciente debilidad por Bulgaría y por Sofía (ella, como los de allí, pronuncia Sofia) tras mi fugaz visita al país balcánico. Porque escuché al apasionado, veterano poeta palestino Mahmud Sobh leer con pasión y en árabe su poema dedicado a Toledo. 
Nadie, en fin, me obligó a ir a Valladolid, aunque cada vez le cuestan a uno más estas escapadas de ida y vuelta, estos viajes exprés que, en principio, dudo de que sirvan para algo. De hecho, cuando Javier Dámaso me invitó a participar en el ciclo “Poesía y Migraciones”, después de darle las gracias por querer contar conmigo, le dije de inmediato que no era la persona adecuada: lo mío es casi una anomalía, más en estos tiempos: vivo en mi ciudad natal desde que nací. Sólo he estado fuera durante mi breve periodo estudiantil y en las esporádicas salidas con motivo de algún viaje. Es verdad que procedo de una tierra de emigrantes. Parte de mi familia paterna, de la comarca de La Vera, se fue a buscar una vida mejor al País Vasco. Y a Francia. Mi propio padre estuvo a punto de emigrar a Venezuela en los años 50. Sé de la emigración, en consecuencia, por la vida de los otros. De la inmigración, aunque poco, también sé algo: veo y leo las noticias y a Extremadura también llegaron en las décadas pasadas hombres y mujeres de África, Europa y América que, por desgracia, tuvieron que regresar en su mayor parte por culpa de la crisis. Alguien imaginó que el hijo de alguno de ellos llegaría a ser escritor en su nuevo lugar y, sin embargo, la realidad ha querido que los extremeños vuelvan a emigrar como en los sesenta y a publicar sus obras fuera. Volvemos, pues, al paradigma Landero. O Cercas. Madrid, Cataluña…
Leí unos pocos poemas. De Plasencias, “Destierro”, que viene a justificar, siquiera en parte, la amable invitación de Dámaso. Aclaré antes de leerlo que tengo el máximo respeto por la palabra exilio y exiliado, términos, me temo, que se toman con demasiada frecuencia en vano.
De A debida distancia, “El extranjero”. Suelo leerlo siempre en mis lecturas públicas y está en casi todas las antologías que incluyen poemas míos. Incide, como el anterior, en el asunto que nos ocupaba. 
La breve conversación a que antes me refería con el coordinador de estas Jornadas tuvo su punto de inflexión cuando él aludió a mi libro tangerino. Fue cuando por fin acepté. En efecto, una de las voces de Más allá, Tánger pertenece a una mujer que nació allí y se vio obligada a emigrar. Hija, a su vez, de emigrantes y desterrados. Elegí cinco poemas de ese libro, los más acordes al tema que nos convocó en Valladolid una fría tarde de abril que, sin duda, insisto, mereció el esfuerzo.