De Boris A. Novak tuvimos las primeras noticias a través del número 16 (verano de 2015) de la revista del Taller de Traducción Literaria, que dirige Andrés Sánchez Robayna. Lo coordinó la hispanista Laura Repovš y estaba dedicado a la poesía de Eslovenia, donde el autor de Belgrado firmaba un extenso artículo titulado “La poesía en lengua eslovena”, de la que es, a día de hoy, su máximo representante. Luego conocimos sus poemas gracias a la antología Las llamas sobre el agua. Versiones de poesía moderna (Pre-Textos), editada por Robayna. Pues bien, ahora la ejemplar colección poética de Galaxia Gutenberg publica El Jardinero del Silencio y Otros Poemas, una amplia antología de sus versos. La selección y el prólogo son de la mencionada Repovš y comparte la traducción con el citado poeta canario.
En la introducción se nos recuerda que hablamos de un idioma minoritario con dos siglos de vida y dos millones de hablantes y, en consecuencia, de una literatura poco difundida.
Por suerte, contamos en español con un libro capital de esa joven tradición poética en la que se fundamenta la identidad nacional eslovena (no en vano esa lengua está “impulsada, sublimada y preservada” por los poetas). Me refiero a Balada para Metka Krašovec (Vaso Roto) del renovador Tomaž Šalamun. Con él comienza la modernidad lírica, de la mano del grupo de Nomenklatura, allá por los sesenta del siglo pasado. Le precedieron, entre otros, el romántico Prešeren y el vanguardista Kosovel (traducido al castellano en la editorial Bassarai).
Novak (Belgrado, 1953), que fue un niño bilingüe (esloveno en casa y serbio fuera), es un autor polifacético. A una veintena de libros de poesía habrá que sumar otros de teoría e historia literaria (es profesor universitario, comparatista), obras de teatro e infantiles, traducciones (de Góngora, por ejemplo, y de poetas en francés o en inglés como Mallarmé, Verlaine o Heaney)... Conviene precisar que para él la traducción es “un proceso creativo”, recuerda Repovš,
En su poesía, y eso se comprueba bien en la amplia muestra que comentamos, se aúnan tradición y vanguardia, si aún cabe decirlo así (pues la vanguardia forma parte de la tradición). Una poesía que ha evolucionado desde lo impersonal y más lingüístico a lo autobiográfico y del yo. O de los yoes, esto es lírica: “Es el que escribe, yo tan sólo firmo”. “Ni una carta, ni es un yo quien la escribe: es obra de la lengua”. Nunca, eso sí, ha perdido de vista el rigor formal: “El alma es el verbo”. Ni el uso de la rima: en la poesía, “el sonido significa y el significado suena”.
Novak ha pasado de lo hímnico (en los 80) a lo elegíaco (años 90, los de la guerra). No falta ni la temática amorosa (llama la atención la importancia que, ahí, le da a los olores): “El hacer el amor llama al secreto, / el sacro celo de callar”. Ni la épica. Para demostrarlo está La puerta sin retorno, su obra magna, que consta de unos 40.000 versos, en terceros rimados. Entre 2014 y 2017, ha publicado las tres entregas que lo constituyen: Geografía de la nostalgia, El tiempo de los padres y Residencias de las almas.
No es la parte de su obra que a uno, por cierto, más le convence, pero eso no obsta, faltaría más, para que, según Robayna, sea “uno de los poemas más ambiciosos y logrados de la poesía europea contemporánea, porque no es solo un poema épico muy peculiar sino todo un compendio de la cultura poética occidental, desde los trovadores provenzales y Dante hasta la poética de las vanguardias del siglo XX.”
Las circunstancias vitales le han impedido, además, evitar el componente social y moral (en la palabra poética hay una ética, indica Novak): “Un deber -no un derecho- es ser felices”. Por eso la memoria es un tema esencial en sus versos: “Canta, en silencio, el tiempo”.
Sus composiciones (“el arte de escribir poemas es, más bien, una orquestación”) son de todo tipo, largas y breves. Y aforísticas, lo que él denomina “definiciones” (así titula un libro de 2013), una suerte de greguerías con un toque oriental. En “Decisiones” leemos: “Entre dos palabras / elige la más silenciosa”.
Encontramos alusiones al exilio (“Mi hogar está ya sólo en mi garganta”), a los muertos (“Exigencia de los muertos”) y a la muerte (“ausencia, la más vida de las muertes”), al padre (“ahora el padre soy yo”), la madre (a su ropa, el olor de nuevo: “La memoria: un olor que viene del pasado”) o la abuela (que está presente en el excepcional “Trapología”), al viaje (léase “La maleta mágica”)...
La metapoesía, el poema que reflexiona sobre sí mismo, es también común: “Arte de poetizar: don de la espera”. O: “No tengo nada más que estas palabras”. Y, por fin: “Un poema no es luz: es voluntad de luz”, siendo luz otra de sus palabras (o símbolos) clave.
Dos versos sintetizan bien el alcance de este excelente proyecto poético que, al menos a este lector, le ha sonado a nuevo, a genuino, a diferente: “Nada llego a entender si no lo escribo. / Si no lo escribo el mundo se me borra”.
Nota: Esta reseña ha sido publicada en el número 138 de la revista Clarín.
Nota: Esta reseña ha sido publicada en el número 138 de la revista Clarín.