Aunque nacidos a finales del siglo XX, los poetas
seleccionados por Miguel Munárriz para formar parte de Los últimos del
XX. Antología de poesía (1980–1997) deberían ser calificados, en
rigor, como los primeros del XXI, que es, por cierto, el título de su prólogo.
Porque es en este siglo donde han cobrado forma, a partir de la publicación de
sus respectivas óperas primas o tan sólo de sus versos iniciales, pues no todos
han llegado a ver ya editada su primera entrega.
Aunque Munárriz no lo indica en la cubierta, todos los poetas de su florilegio son asturianos. Por lo mismo, todos son españoles, de ahí que se les incluya en antologías nacionales como Nacer en otro tiempo. Antología de la joven poesía española. Y por la lengua que usan, salvo excepciones, del inmenso territorio de La Mancha, que tiene, como es bien sabido, al menos dos orillas. Más allá, a la poesía le importa poco la procedencia de sus practicantes (o su género), si bien uno ha venido defendiendo que algo (o mucho) del paisaje y del paisanaje de un determinado lugar, de su cultura tradicional, se acaba fijando en nuestra manera de decir. De ahí al absurdo nacionalista media un abismo de sentido común que sólo los iluminados traspasan.
En sentido laxo, por el mero azar del sitio en el que uno ha nacido o ha estudiado el bachillerato (por decirlo con Max Aub), no es ningún disparate adjetivar la poesía y por eso hablamos de poesía extremeña o canaria sin rubor, y hasta de mexicana o argentina, a sabiendas de que sí pero no, pues la lengua común que empleamos está muy por encima de esa engañosa terminología geográfica. Así y todo, se puede afirmar que la poesía escrita por asturianos a lo largo del siglo XX y lo que va, y de qué manera, del XXI, es ejemplar y en ella descuellan algunos nombre señeros. Uno de ellos es mencionado por la inmensa mayoría de los nominados. Me refiero a Ángel González. En su introducción, “Los novísimos del XXI”, Munárriz lo cita. Para los promotores de Luna de abajo (más que una editorial), “un nombre que se confunde con nuestros sueños y nuestras biografías”, “bandera” de la poesía de la experiencia que aquellos tomaron, igual que casi todos estos, como modelo. Luego enumera a algunos de los poetas de esa estela. Entre los más conocidos (y ortodoxos), Víctor Botas, José Luis García Martín (que pasaría también por “poeta extremeño”), Fernando Beltrán, Javier Almuzara o José Luis Piquero.
Que otro mencionado a menudo sea García Martín, impulsor de tertulias y otras empresas literarias y editoriales del Principado, es determinante a la hora de señalar a la poesía figurativa como eje de las poéticas de no pocos de estos jóvenes que le tienen, además, por descubridor y maestro. ¿Y quiénes son, digámoslo ya, los “poetas del momento” incluidos en la muestra? Pues, en orden cronológico, Sergio C. Fanjul (1980), Pablo Núñez (1980), Fruela Fernández (1982), Carlos Iglesias (1983), Rodrigo Olay (1989), Ruth Llana (1990), Sara A. Palicio (1991), Mario Vega (1992), Miguel Floriano (1992), Lorenzo Roal (1992), Xaime Martínez (1993), Candela de las Heras (1994), Dalia Alonso (1996), Óscar Díaz (1997) y Rocío Acebal (1997).
Aunque la comparación con los del Club del 27 sea desproporcionada (cuando menos todavía), Munárriz anota que la mayoría son profesores de literatura.
Cada poeta (del que se incorpora un retrato fotográfico que da prestancia y belleza al volumen) responde a un interesante cuestionario que consta de siete puntos y que contribuye a sustanciar la compilación. El primero pregunta por la definición de poesía. Los demás se interesan por las primeras lecturas y los primeros pasos poéticos, por el sentimiento de pertenencia a un lugar y a una generación (hijos de la Asturias de la reconversión), sobre lo que han aprendido de la poesía y cuál sería su poética. Por último, se solicita una breve biobibliografía. A la fuerza, cabe añadir, si tenemos en cuenta sus edades.
Tras algunas elucubraciones líricas que llevan al antólogo de Nabokov a Percy B. Shelley pasando por Dámaso Alonso y algunos de los elegidos, aquél concluye: “Todos los autores de esta Antología son hijos de su tiempo. Son modernos en el sentido en que Hermann Bahr deseaba como el único deber en la vida; pero ser moderno no es otra cosa que ser actual y contemporáneo. Y todos estos poetas de fin de siglo lo son”.
Mientras leía, según costumbre, he ido tomando notas acerca de cada poeta. Vamos, de la lectura de sus poemas (algunos inéditos) y de los cuestionarios. Confieso que siempre me ha molestado que en las reseñas de las antologías se hable de unos y no de otros. A riesgo de resultar pesado, mencionaré a los quince.
Por seguir el orden, Sergio C. Fanjul, el mayor, uno de los más atrevidos y con más sentido del humor, moderno a ultranza, provocador y desenfadado, destaca que “más que interesarme la poesía, me interesa lo poético”. Y que “su utilidad, más allá del placer íntimo, es nula”. Defiende –una norma general– los premios (no pocos proceden del Asturias Joven). Entre sus poemas, destacaría “El desencanto”: “nunca lució / el sol aquella década”. En “Manifiesto freelance” leemos: “Nos importa una mierda el futuro”. ¿Su peligro? La ocurrencia, porque inventiva tiene a raudales.
Más templado, Pablo Núñez cree que la poesía es idea más emoción. Forma parte del equipo figurativo. Como tantos, destaca sus inicios en la tertulia Óliver, de JLGM. Es uno de los coordinadores de la revista Anáfora, que está en el centro de la pujante poesía asturiana (y española) del momento, y, con Carlos Iglesias (otro del grupo), editor de Siete mundos. Selección de nueva poesía, antología de poesía asturiana joven. No es la única, Maremágnum Ediciones (otro reciente proyecto made in asturias) publicó Mucho por venir. Muestra consultada de poesía asturiana (2008–2017), donde ya estaban algunos de estos poetas.
Remito al lector curioso a las reseñas que hice de sus dos libros publicados, Lo que dejan los días y Tus pasos en la niebla.
Fruela Fernández anota que “la poesía no es, la poesía hace”. Apuesta por el humor. Y por el “potencial de la tradición popular” (basta con leer su libro Folk). ¿En sintonía con la poesía de Juan Carlos Reche? Entiende la escritura como “ejercicio espiritual” (en la línea de Hadot): “una forma de ejercer y de dar forma a la propia moral”, algo que se aprecia en los poemas inéditos.
Carlos Iglesias cita a Leonard Cohen (Premio Príncipe de Asturias) y, como tantos del conjunto, a Luis García Montero. También a cantautores, lo que le une a poetas de una generación anterior: la de los Ochenta. “Sigo leyendo y escribiendo poesía para encontrar mi propia forma de estar en la vida”. La suya se caracteriza por la desnudez, el despojamiento y la transparencia. Muy minimalista, oriental y silenciaria en los últimos tiempos. Ha reunido su primera poesía en El peso del silencio. Su ópera prima se tituló El niño de arena.
Rodrigo Olay acaba de conseguir, con su tercer libro, un accésit del Adonais. Es el prototipo del poeta–profesor, este sí, en sintonía con los del 27. Reconoce que siempre se ha sentido atraído por esa figura. Bueno, el dice doctus poeta y es que se nota esa condición didáctica y docente. En las respuestas al cuestionario, por ejemplo, de un amplitud llamativa. Por precisión que no quede, ya digo. Para definir la poesía echa mano de Wordsworth, Coleridge, Auden u Ory, y recalca la importancia de las “lecturas de formación” hasta el punto de defender, sin empacho, que “quienes saben de poesía son más los filólogos que los poetas”. Sus “eruditerías” sorprenden. Sin embargo, destaca el nombre de Blas de Otero y no el de Jorge Guillén. Otra predilección confesa: “las líneas figurativas”, las “corrientes realistas”.
Este es más que un poeta que promete. En los inéditos leemos: “Y es dulce conmorir con quien se ama”.
Ruth Llana es todo lo contrario en lo que a parquedad se refiere. Aludo al cuestionario. Colmado, ya que lo menciono, de nombres de autores y teóricos que, en su mayor parte, desconozco. Reside en EEUU y su poesía (en prosa) es compleja y de peculiar sintaxis. Tampoco en esto se parece a Olay. Sí, el lenguaje es primordial allí. Fragmentación, collage… Y feminismo, otra de las claves generacionales.
Sara A. Palicio se extiende bastante a la hora de responder a las cuestiones planteadas por Munárriz. “Poesía –dice– es poner la vida contra las cuerdas”. Prefieres centrarse en el verso, en el poema: “La realidad también vive en el poema”. “Todo lo que tiene lugar en el poema tiene lugar. Sucede. Existe. Es realidad”. “La necesidad de definir la poesía fuera del verso” le resulta “más agobiante que clarificadora, hasta el punto de que se me parece a intentar explicar los matices cromáticos sin utilizar el concepto de color”.
Llega a la poesía de la mano de los poetas ochenteros que, a su vez, la ponen en comunicación (otra constante) con sus maestros: los del 50, aunque no falten novísimos en el top de los más citados, como Luis Alberto de Cuenca o Eloy Sánchez Rosillo.
Da mucha importancia a la imagen. Dice compartir con sus compañeros de aventura un “contexto”. Poco más. Eso y el “Asturias Joven” y los encuentros veraniegos de Valdediós.
Que todo lo aprendido de la poesía se resuma en un verso (digno) de Luna Miguel, me confunde. En cada poema, tres elementos: “dolor, palabra, silencio”. Dice: “Llevo atada al cuello la poesía. Me abraza pero también me ahoga”.
Mario Vega, muy práctico, dice que lo que importa “es hacer buena poesía” y que haya un lector. “Siempre he entendido la poesía como un diálogo con el pasado”. Cita a González y a Benedetti. A Gil de Biedma y a Fernando Ortiz. Se confiesa “profundamente crítico” en el “momento de la confección” del poema, pero “absolutamente acrítico con el poema acabado”. Con sensatez, “busco escribir aquello que me gustaría leer, y para ello necesito cierta distancia”. Y que le gustan sus poemas pero que detesta hablar de ellos. Por suerte, se defienden solos. “¡Aleluya!” y “Regreso”, pongo por caso, dos inéditos me han gustado mucho.
Miguel Floriano, uno de los más inquietos personajes que conozco y promotor, ya se dijo, de la antología Nacer en otro tiempo (que editó junto a Antonio Rivero Machina), afirma que la poesía tiene “el color del misterio”. Empezó leyendo novelas de aventuras y policiacas. Reivindica la “poesía de ideas” y, como en todos los jóvenes, su lista de lecturas es apabullante. Ningún autor le es ajeno. O casi. Está en contra de los “canónigos de la literatura”. “Escribir poemas –anota– supone al fin y al cabo una nueva epistemología, la organización de un saber repentino (…) en un discurso que no es proporcional, que no afirma ni niega nada”. Luego añade: “Ignoro lo que la poesía es, pero sucede que ese desconocimiento recoge la génesis y el fundamento de la escritura”. Cree, con Foucault, que “se escriben poemas para llegar a saber qué son los poemas”.
Tiene una buena relación con el espíritu. De sus inéditos, me quedo con “His last bow” (que termina: “No será tu placer el de la melancolía”) y con “(Gnoseología)”, en torno a la identidad, donde encontramos al más genuino Floriano.
Lorenzo Roal lo primero que dice es que no cree “que la poesía sea un misterio”. Y añade: “Mucho más interesante me parece hablar sobre qué es buena poesía o para qué es buena la poesía”. “Es la expresión máxima del ser humano”, asevera. De sus primeros encuentros con ella: “serendipia pura”. Como otros compañeros de viaje, la poesía de la experiencia (50+80) es su eje. Define a García Martín como “catalizador de la poesía de Asturias desde hace ya medio siglo”.
Es uno de los promotores de Maremágnum (como Rocío Acebal y el
citado Vega) y activista LGTB. Para él un poema es la “máxima expresión lírica
con las mínimas palabras posibles”. Pretende traer a la poesía de la
experiencia, “esa tradición heredada”, “la perspectiva queer”.
Como otros miembros de esta
antología, tiene publicado un cuaderno en la gijonesa Heracles y Nosotros. No ha publicado todavía su primer libro. Me
han gustado sus poemas “Epigrama a un Góngora actual” y “Post Data”.
Xaime Martínez es uno de los poetas más reconocidos del florilegio. Con su libro Cuerpos perdidos en las morgues logró el Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” en 2019. Con Fuego cruzado, había conseguido el “Antonio Carvajal” de poesía joven también, de ahí que aparezca su nombre en varias antologías de poesía española (y asturiana) reciente.
Es músico, además. Piensa que
la poesía es “pensar desde el ritmo (¡no hacia el ritmo!)”.
Se confiesa tan influenciado por los cantautores como por Anne Carson (de la que aprende acerca de la “narratividad del texto poético”). Prefiere no redactar una poética: “es un tigre muerto en una selva imaginaria”.
No deja de resultar llamativo que se haya decantando por la escritura en asturiano. Hay dos poemas en su selección que nos desvelan el nuevo camino.
Candela de las Heras, nació en la ciudad asturiana (aunque esté fuera del mapa autonómico) de Benidorm. Lo digo porque puede que sea el destino turístico preferido por nuestros queridos norteños.
Para ella, “la poesía es una imagen, un espacio personal que mira hacia dentro y hacia fuera”, “un refugio de coordenadas fijas en un mapa”. En sus orígenes, María Victoria Atencia y Blanca Varela. Y entre sus influencias poéticas, la música y el cine, un rasgo generacional.
Insiste en la cuestión del género: “Es importante, como mujer que escribe, situarse dentro de una tradición oculta, invisible para el canon”. Aunque no comparto la última parte de la frase, respeto su opinión.
“Deseo una poesía telúrica, carnal, devuelta a la mística de sus orígenes”, escribe. Concibe la poesía como “un elemento capaz de arrojar luz”, que me parece una preciosa descripción. “Como un descubrimiento”.
Es codirectora de Anáfora. De sus poemas, me atrae su aire epigramático. “El único misterio es lo mundano / poseyendo cada centímetro, / cada milímetro de nuestro cuerpo”, leemos.
Aporta muchos inéditos y homenajea a Emily Dickinson, lo que siempre alegra.
Para Dalia Alonso, la poesía es “una forma de ordenar un mundo que me resulta, como poco, abrumador”.
Pesa en su poesía la griega clásica, pero no le hace ascos a Cavafis. Antes, Safo, Homero y los trágicos.
De la lírica destaca su “delicadeza”. “Orfebrería y brillantes. Romanticismo”, escribe en su poética. Cita a Aurora Luque (imposible obviarla si tenemos en cuenta sus preferencias).
Me llama la atención su lenguaje, como de otra época.
Óscar Díaz no es el único que cita a San Agustín, “la celebrada contestación que dio (…) sobre qué era el tiempo, mutatis mutandis: ¿qué es, pues, la poesía? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.
Su historial de lecturas, periodo a periodo de su vida, es a-pa-bu-llan-te. ¡Quién dijo Mallarmé! Qué método. No es extraño que sus maestros sean muchos y de lo más variado. Que su formación sea filosófica, explica algunas cosas. Sí, se considera “constante”. Y sin “ansiedad al trabajo”. Presume de su “obsesión por maximizar el tiempo”. A los cuatro años le dictó un cuento a su tía. Como es lógico, a los diecisiete ganó el premio “Félix Grande”, aunque el libro lo había escrito con catorce.
“Quiero que me llamen recolector”, reza en su poética. Como a Dioscórides o Diógenes, matiza. Es el autor de un libro que me impresionó cuando lo leí: En el principio era América.
Yde El sentir. Poemillas del ahora. La filosofía, ya se insinuó, tiene una gran importancia en sus poemas.
Rocío Acebal, a pesar de su
edad, es también de sobra conocida para los lectores habituales de poesía. Con Hijos de la
bonanza se alzó con
el Premio Hiperión. Ya había publicado Memorias del
mar.
Poesía es, para ella, la
“búsqueda de la palabra precisa”. En el principio González y Gil de Biedma. Luego
fueron llegando más: la bilbaína Figuera Aymerich, la norteamericana Dickinson,
el ovetense Botas, el madrileño Luis Alberto de Cuenca… Defiende el uso de la
ironía. El manejo de la palabra con “precisión y astucia”. Otra definición de
poesía: “una forma de diálogo”. “Lo más enriquecedor posible”. Concreta: “el
poema solo es tal para mí, cuando puede ser comprendido”. Se considera una
ávida lectora. No publica en la muestra ningún poema inédito. Algunos podrán
leerse pronto en la revista Suroeste.
Termino. Con una paráfrasis bíblica que tiene mucho que ver con la labor desarrollada por el profesor, poeta y crítico José Luis García Martín: quien siembra lectura, cosecha poesía. Y de la buena, que es lo que importa.
Como lector –no sé si tan voraz como la benjamina Acebal–, me congratulo por esta exhibición de joven talento poético. Con sus luces, sobre todo, pero también con sus sombras. Ya lo dijo el sabio Steiner: “Hay errores que se deben cometer en la imprudencia de los comienzos”. En todo caso, como ha dicho Juan Bonilla en su memorable poema “Los poetas malditos”, estos jóvenes “vallejean, gildebiedman, gamonedan” y uno, como él, les envidia por su “ciega confianza en que escribir / es un modo de engrandecer la vida // la confianza ciega en que vivir / no es nada / si luego no nos sirve / para caer de bruces / en un poema”.
Los últimos del
XX. Antología de poesía (1980–1997)
Edición de Miguel Munárriz
Luna de Abajo, Oviedo, 2020. 244 páginas. 19,90 €
Aunque Munárriz no lo indica en la cubierta, todos los poetas de su florilegio son asturianos. Por lo mismo, todos son españoles, de ahí que se les incluya en antologías nacionales como Nacer en otro tiempo. Antología de la joven poesía española. Y por la lengua que usan, salvo excepciones, del inmenso territorio de La Mancha, que tiene, como es bien sabido, al menos dos orillas. Más allá, a la poesía le importa poco la procedencia de sus practicantes (o su género), si bien uno ha venido defendiendo que algo (o mucho) del paisaje y del paisanaje de un determinado lugar, de su cultura tradicional, se acaba fijando en nuestra manera de decir. De ahí al absurdo nacionalista media un abismo de sentido común que sólo los iluminados traspasan.
En sentido laxo, por el mero azar del sitio en el que uno ha nacido o ha estudiado el bachillerato (por decirlo con Max Aub), no es ningún disparate adjetivar la poesía y por eso hablamos de poesía extremeña o canaria sin rubor, y hasta de mexicana o argentina, a sabiendas de que sí pero no, pues la lengua común que empleamos está muy por encima de esa engañosa terminología geográfica. Así y todo, se puede afirmar que la poesía escrita por asturianos a lo largo del siglo XX y lo que va, y de qué manera, del XXI, es ejemplar y en ella descuellan algunos nombre señeros. Uno de ellos es mencionado por la inmensa mayoría de los nominados. Me refiero a Ángel González. En su introducción, “Los novísimos del XXI”, Munárriz lo cita. Para los promotores de Luna de abajo (más que una editorial), “un nombre que se confunde con nuestros sueños y nuestras biografías”, “bandera” de la poesía de la experiencia que aquellos tomaron, igual que casi todos estos, como modelo. Luego enumera a algunos de los poetas de esa estela. Entre los más conocidos (y ortodoxos), Víctor Botas, José Luis García Martín (que pasaría también por “poeta extremeño”), Fernando Beltrán, Javier Almuzara o José Luis Piquero.
Que otro mencionado a menudo sea García Martín, impulsor de tertulias y otras empresas literarias y editoriales del Principado, es determinante a la hora de señalar a la poesía figurativa como eje de las poéticas de no pocos de estos jóvenes que le tienen, además, por descubridor y maestro. ¿Y quiénes son, digámoslo ya, los “poetas del momento” incluidos en la muestra? Pues, en orden cronológico, Sergio C. Fanjul (1980), Pablo Núñez (1980), Fruela Fernández (1982), Carlos Iglesias (1983), Rodrigo Olay (1989), Ruth Llana (1990), Sara A. Palicio (1991), Mario Vega (1992), Miguel Floriano (1992), Lorenzo Roal (1992), Xaime Martínez (1993), Candela de las Heras (1994), Dalia Alonso (1996), Óscar Díaz (1997) y Rocío Acebal (1997).
Aunque la comparación con los del Club del 27 sea desproporcionada (cuando menos todavía), Munárriz anota que la mayoría son profesores de literatura.
Cada poeta (del que se incorpora un retrato fotográfico que da prestancia y belleza al volumen) responde a un interesante cuestionario que consta de siete puntos y que contribuye a sustanciar la compilación. El primero pregunta por la definición de poesía. Los demás se interesan por las primeras lecturas y los primeros pasos poéticos, por el sentimiento de pertenencia a un lugar y a una generación (hijos de la Asturias de la reconversión), sobre lo que han aprendido de la poesía y cuál sería su poética. Por último, se solicita una breve biobibliografía. A la fuerza, cabe añadir, si tenemos en cuenta sus edades.
Tras algunas elucubraciones líricas que llevan al antólogo de Nabokov a Percy B. Shelley pasando por Dámaso Alonso y algunos de los elegidos, aquél concluye: “Todos los autores de esta Antología son hijos de su tiempo. Son modernos en el sentido en que Hermann Bahr deseaba como el único deber en la vida; pero ser moderno no es otra cosa que ser actual y contemporáneo. Y todos estos poetas de fin de siglo lo son”.
Mientras leía, según costumbre, he ido tomando notas acerca de cada poeta. Vamos, de la lectura de sus poemas (algunos inéditos) y de los cuestionarios. Confieso que siempre me ha molestado que en las reseñas de las antologías se hable de unos y no de otros. A riesgo de resultar pesado, mencionaré a los quince.
Por seguir el orden, Sergio C. Fanjul, el mayor, uno de los más atrevidos y con más sentido del humor, moderno a ultranza, provocador y desenfadado, destaca que “más que interesarme la poesía, me interesa lo poético”. Y que “su utilidad, más allá del placer íntimo, es nula”. Defiende –una norma general– los premios (no pocos proceden del Asturias Joven). Entre sus poemas, destacaría “El desencanto”: “nunca lució / el sol aquella década”. En “Manifiesto freelance” leemos: “Nos importa una mierda el futuro”. ¿Su peligro? La ocurrencia, porque inventiva tiene a raudales.
Más templado, Pablo Núñez cree que la poesía es idea más emoción. Forma parte del equipo figurativo. Como tantos, destaca sus inicios en la tertulia Óliver, de JLGM. Es uno de los coordinadores de la revista Anáfora, que está en el centro de la pujante poesía asturiana (y española) del momento, y, con Carlos Iglesias (otro del grupo), editor de Siete mundos. Selección de nueva poesía, antología de poesía asturiana joven. No es la única, Maremágnum Ediciones (otro reciente proyecto made in asturias) publicó Mucho por venir. Muestra consultada de poesía asturiana (2008–2017), donde ya estaban algunos de estos poetas.
Remito al lector curioso a las reseñas que hice de sus dos libros publicados, Lo que dejan los días y Tus pasos en la niebla.
Fruela Fernández anota que “la poesía no es, la poesía hace”. Apuesta por el humor. Y por el “potencial de la tradición popular” (basta con leer su libro Folk). ¿En sintonía con la poesía de Juan Carlos Reche? Entiende la escritura como “ejercicio espiritual” (en la línea de Hadot): “una forma de ejercer y de dar forma a la propia moral”, algo que se aprecia en los poemas inéditos.
Carlos Iglesias cita a Leonard Cohen (Premio Príncipe de Asturias) y, como tantos del conjunto, a Luis García Montero. También a cantautores, lo que le une a poetas de una generación anterior: la de los Ochenta. “Sigo leyendo y escribiendo poesía para encontrar mi propia forma de estar en la vida”. La suya se caracteriza por la desnudez, el despojamiento y la transparencia. Muy minimalista, oriental y silenciaria en los últimos tiempos. Ha reunido su primera poesía en El peso del silencio. Su ópera prima se tituló El niño de arena.
Rodrigo Olay acaba de conseguir, con su tercer libro, un accésit del Adonais. Es el prototipo del poeta–profesor, este sí, en sintonía con los del 27. Reconoce que siempre se ha sentido atraído por esa figura. Bueno, el dice doctus poeta y es que se nota esa condición didáctica y docente. En las respuestas al cuestionario, por ejemplo, de un amplitud llamativa. Por precisión que no quede, ya digo. Para definir la poesía echa mano de Wordsworth, Coleridge, Auden u Ory, y recalca la importancia de las “lecturas de formación” hasta el punto de defender, sin empacho, que “quienes saben de poesía son más los filólogos que los poetas”. Sus “eruditerías” sorprenden. Sin embargo, destaca el nombre de Blas de Otero y no el de Jorge Guillén. Otra predilección confesa: “las líneas figurativas”, las “corrientes realistas”.
Este es más que un poeta que promete. En los inéditos leemos: “Y es dulce conmorir con quien se ama”.
Ruth Llana es todo lo contrario en lo que a parquedad se refiere. Aludo al cuestionario. Colmado, ya que lo menciono, de nombres de autores y teóricos que, en su mayor parte, desconozco. Reside en EEUU y su poesía (en prosa) es compleja y de peculiar sintaxis. Tampoco en esto se parece a Olay. Sí, el lenguaje es primordial allí. Fragmentación, collage… Y feminismo, otra de las claves generacionales.
Sara A. Palicio se extiende bastante a la hora de responder a las cuestiones planteadas por Munárriz. “Poesía –dice– es poner la vida contra las cuerdas”. Prefieres centrarse en el verso, en el poema: “La realidad también vive en el poema”. “Todo lo que tiene lugar en el poema tiene lugar. Sucede. Existe. Es realidad”. “La necesidad de definir la poesía fuera del verso” le resulta “más agobiante que clarificadora, hasta el punto de que se me parece a intentar explicar los matices cromáticos sin utilizar el concepto de color”.
Llega a la poesía de la mano de los poetas ochenteros que, a su vez, la ponen en comunicación (otra constante) con sus maestros: los del 50, aunque no falten novísimos en el top de los más citados, como Luis Alberto de Cuenca o Eloy Sánchez Rosillo.
Da mucha importancia a la imagen. Dice compartir con sus compañeros de aventura un “contexto”. Poco más. Eso y el “Asturias Joven” y los encuentros veraniegos de Valdediós.
Que todo lo aprendido de la poesía se resuma en un verso (digno) de Luna Miguel, me confunde. En cada poema, tres elementos: “dolor, palabra, silencio”. Dice: “Llevo atada al cuello la poesía. Me abraza pero también me ahoga”.
Mario Vega, muy práctico, dice que lo que importa “es hacer buena poesía” y que haya un lector. “Siempre he entendido la poesía como un diálogo con el pasado”. Cita a González y a Benedetti. A Gil de Biedma y a Fernando Ortiz. Se confiesa “profundamente crítico” en el “momento de la confección” del poema, pero “absolutamente acrítico con el poema acabado”. Con sensatez, “busco escribir aquello que me gustaría leer, y para ello necesito cierta distancia”. Y que le gustan sus poemas pero que detesta hablar de ellos. Por suerte, se defienden solos. “¡Aleluya!” y “Regreso”, pongo por caso, dos inéditos me han gustado mucho.
Miguel Floriano, uno de los más inquietos personajes que conozco y promotor, ya se dijo, de la antología Nacer en otro tiempo (que editó junto a Antonio Rivero Machina), afirma que la poesía tiene “el color del misterio”. Empezó leyendo novelas de aventuras y policiacas. Reivindica la “poesía de ideas” y, como en todos los jóvenes, su lista de lecturas es apabullante. Ningún autor le es ajeno. O casi. Está en contra de los “canónigos de la literatura”. “Escribir poemas –anota– supone al fin y al cabo una nueva epistemología, la organización de un saber repentino (…) en un discurso que no es proporcional, que no afirma ni niega nada”. Luego añade: “Ignoro lo que la poesía es, pero sucede que ese desconocimiento recoge la génesis y el fundamento de la escritura”. Cree, con Foucault, que “se escriben poemas para llegar a saber qué son los poemas”.
Tiene una buena relación con el espíritu. De sus inéditos, me quedo con “His last bow” (que termina: “No será tu placer el de la melancolía”) y con “(Gnoseología)”, en torno a la identidad, donde encontramos al más genuino Floriano.
Lorenzo Roal lo primero que dice es que no cree “que la poesía sea un misterio”. Y añade: “Mucho más interesante me parece hablar sobre qué es buena poesía o para qué es buena la poesía”. “Es la expresión máxima del ser humano”, asevera. De sus primeros encuentros con ella: “serendipia pura”. Como otros compañeros de viaje, la poesía de la experiencia (50+80) es su eje. Define a García Martín como “catalizador de la poesía de Asturias desde hace ya medio siglo”.
Xaime Martínez es uno de los poetas más reconocidos del florilegio. Con su libro Cuerpos perdidos en las morgues logró el Premio Nacional de Poesía Joven “Miguel Hernández” en 2019. Con Fuego cruzado, había conseguido el “Antonio Carvajal” de poesía joven también, de ahí que aparezca su nombre en varias antologías de poesía española (y asturiana) reciente.
Se confiesa tan influenciado por los cantautores como por Anne Carson (de la que aprende acerca de la “narratividad del texto poético”). Prefiere no redactar una poética: “es un tigre muerto en una selva imaginaria”.
No deja de resultar llamativo que se haya decantando por la escritura en asturiano. Hay dos poemas en su selección que nos desvelan el nuevo camino.
Candela de las Heras, nació en la ciudad asturiana (aunque esté fuera del mapa autonómico) de Benidorm. Lo digo porque puede que sea el destino turístico preferido por nuestros queridos norteños.
Para ella, “la poesía es una imagen, un espacio personal que mira hacia dentro y hacia fuera”, “un refugio de coordenadas fijas en un mapa”. En sus orígenes, María Victoria Atencia y Blanca Varela. Y entre sus influencias poéticas, la música y el cine, un rasgo generacional.
Insiste en la cuestión del género: “Es importante, como mujer que escribe, situarse dentro de una tradición oculta, invisible para el canon”. Aunque no comparto la última parte de la frase, respeto su opinión.
“Deseo una poesía telúrica, carnal, devuelta a la mística de sus orígenes”, escribe. Concibe la poesía como “un elemento capaz de arrojar luz”, que me parece una preciosa descripción. “Como un descubrimiento”.
Es codirectora de Anáfora. De sus poemas, me atrae su aire epigramático. “El único misterio es lo mundano / poseyendo cada centímetro, / cada milímetro de nuestro cuerpo”, leemos.
Aporta muchos inéditos y homenajea a Emily Dickinson, lo que siempre alegra.
Para Dalia Alonso, la poesía es “una forma de ordenar un mundo que me resulta, como poco, abrumador”.
Pesa en su poesía la griega clásica, pero no le hace ascos a Cavafis. Antes, Safo, Homero y los trágicos.
De la lírica destaca su “delicadeza”. “Orfebrería y brillantes. Romanticismo”, escribe en su poética. Cita a Aurora Luque (imposible obviarla si tenemos en cuenta sus preferencias).
Me llama la atención su lenguaje, como de otra época.
Óscar Díaz no es el único que cita a San Agustín, “la celebrada contestación que dio (…) sobre qué era el tiempo, mutatis mutandis: ¿qué es, pues, la poesía? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”.
Su historial de lecturas, periodo a periodo de su vida, es a-pa-bu-llan-te. ¡Quién dijo Mallarmé! Qué método. No es extraño que sus maestros sean muchos y de lo más variado. Que su formación sea filosófica, explica algunas cosas. Sí, se considera “constante”. Y sin “ansiedad al trabajo”. Presume de su “obsesión por maximizar el tiempo”. A los cuatro años le dictó un cuento a su tía. Como es lógico, a los diecisiete ganó el premio “Félix Grande”, aunque el libro lo había escrito con catorce.
“Quiero que me llamen recolector”, reza en su poética. Como a Dioscórides o Diógenes, matiza. Es el autor de un libro que me impresionó cuando lo leí: En el principio era América.
Yde El sentir. Poemillas del ahora. La filosofía, ya se insinuó, tiene una gran importancia en sus poemas.
Termino. Con una paráfrasis bíblica que tiene mucho que ver con la labor desarrollada por el profesor, poeta y crítico José Luis García Martín: quien siembra lectura, cosecha poesía. Y de la buena, que es lo que importa.
Como lector –no sé si tan voraz como la benjamina Acebal–, me congratulo por esta exhibición de joven talento poético. Con sus luces, sobre todo, pero también con sus sombras. Ya lo dijo el sabio Steiner: “Hay errores que se deben cometer en la imprudencia de los comienzos”. En todo caso, como ha dicho Juan Bonilla en su memorable poema “Los poetas malditos”, estos jóvenes “vallejean, gildebiedman, gamonedan” y uno, como él, les envidia por su “ciega confianza en que escribir / es un modo de engrandecer la vida // la confianza ciega en que vivir / no es nada / si luego no nos sirve / para caer de bruces / en un poema”.
Edición de Miguel Munárriz
Luna de Abajo, Oviedo, 2020. 244 páginas. 19,90 €