Escribí esta entrada hace meses. Sólo ahora, muchas vueltas después y espoleado al final por un chocante comentario de Rosa Berbel sobre "los hombres críticos", me decido a publicarla.
Quería curarme en salud cuando añadí una entradilla con más títulos y alguna explicación al artículo de El Cultural donde sugería la lectura, como se me había indicado, de cinco libros de poemas para el número especial de la pasada Feria del Libro de Madrid. Me sirvió de poco. Le faltó tiempo a un poeta al que aprecio, bien lo sabe, para darme a entender que se sentía excluido. Y en qué tono. Para empezar, cuando envié el texto, ni siquiera había salido su libro. O a mí no me había llegado. O las dos cosas a la vez. Para seguir, no lo había leído, que es la clave. No fue el único en mostrar su malestar. Ya se sabe que el de los poetas (y las poetas, cabe precisar por una vez) es un gremio suspicaz. Demasiados egos revueltos, diría el canario. ¿Tan importante era aparecer ahí? ¿Tan poco confiamos en los libros que escribimos y en su inevitable autonomía? ¿No habíamos quedado en que los suplementos y la crítica no servían para nada? Está uno cansado. De encajar reproches sin sentido; de recibir libros a diario (con un infinito agradecimiento, matizo: me honra ese gesto); de no poder leerlos todos; de limitarme a acusar recibo de su llegada (si tuviera que mandar una opinión de cada uno...); de la añadida carga de conciencia que supone hablar o no en público de ellos... Sí, porque uno no comenta nunca libros que no ha leído. De cabo a rabo, quiero decir. Cansado, en fin, de que el silencio, curiosa paradoja, sea tan gravoso y, sin embargo, el comentario favorable valga nada o casi. Se da por supuesto: "te dedicas a eso", me han escrito. De hecho, no pocos te piden sin ambages una reseña cuando te mandan su ejemplar amablemente dedicado. Ingrata tarea esta. Trapiello ha citado más de una vez a Baroja: "El oficio de reseñista literario es el más triste y deslucido de todos". Cuánta razón. (Por otra parte, el romántico alemán Jean Paul, recuerda Fruela Fernández, decía: "haced que un hombre escriba una reseña y lo conoceréis de veras".) Y para qué, se pregunta uno de continuo. No, no es cuestión de dilapidar el tiempo, en especial cuando se acaba (lo traía a colación Ignacio Echevarría en las columnas que dedicó aquí atrás a la lectura: "Lector en público", 1 y 2). Con lo que cuesta, además, escribir las dichosas reseñas... Por eso, siquiera de momento, abandono. Dejo de comentar en voz alta algunas lecturas, sólo eso. Sin dramatismo, qué necesidad. Simplemente, informo. Para evitar molestos equívocos. Por educación también. No quiero herir a nadie. En lo sucesivo, sólo escribiré las reseñas que me encargue Nuria Azancot para El Cultural y las de Raúl C. Maícas para Turia. Hasta que ellos quieran, claro. Y alguna, por fidelidad, irá a Cuadernos Hispanoamericanos, ahora en manos de Javier Serena. También a Anáfora y a El Cuaderno, donde sé que siempre se me espera. Sí, habrá excepciones. Pocas. Espera una en el penúltimo número de Clarín, una revista que, por desgracia, desaparece. Bien que lo siento. No obsta para que el blog siga siendo mi abierto cuaderno de bitácora, mal que les pese a algunos puristas del género crítico, que desprecian a los blogueros. Pero, insisto, ni puedo ni quiero continuar así. "Escribes mucho", me reprochaba aquí atrás con ironía un amigo. Con razón, a buen seguro. Ahora quiero leer con la debida calma y sin obligaciones, encargos mediante. Cuando desaparezca, eso sí, este bloqueo que me atenaza por culpa de la sobrevenida avalancha. Y cuando, de paso, el maldito calor de este verano interminable cese. Pensaba leer mucho de lo no leído y sin embargo... Ah, y no sólo poesía contemporánea, que últimamente... Será, de ahora en adelante, ya digo, sin presiones, presuntas o no. Esa enojosa carta, que tan desprevenido me pilló, ha sido una suerte de puntilla. Bien está.
Me gustó mucho la entrevista que le hizo el poeta y periodista asturiano José Luis Argüelles al crítico literario Francisco García Pérez para la mencionada revista Clarín. "Contra petulantes y otros críticos", se titulaba. Su tono, el de alguien que se siente decepcionado. Allí decía que lo que le gustaba era "hacer descubrimientos, hablar de las obras nuevas que merecen la pena" y no "dar palos". Añadía que una reseña ha de estar "bien escrita" y que la crítica de hoy (él se ha dedicado sobre todo a la narrativa y es especialista en la obra de Benet) era "muy complaciente". Explicaba que "en el primer curso de crítico literario deberían enseñar lo siguiente: nunca vas a satisfacer a todo el mundo". Pues eso. Esa asignatura la tengo aprobada. Y con nota.