3.6.22

Dichosos libros

En el doble sentido. El artículo que me pidió Nuria Azancot para el número especial de El Cultural dedicado a la octogésimo primera Feria del Libro de Madrid incorporaba una entradilla que, por falta de espacio, al final no se dio. Decía:  "No hace falta explicar que ni he leído todos los libros ni, por eclécticos que sean mis gustos, carezco de criterio. Seleccionar cinco libros de entre la oleada de publicaciones poéticas que, como las flores, surgen a mansalva en primavera es una tarea compleja y temeraria. Lo sé. Añado a la lista obras reseñadas recientemente aquí (de Morábito o Benítez Reyes); las poesías reunidas de Vitale y Llop; la antología de poesía femenina de Irazoki o las de Juaristi, Paz y Pasolini; o los últimos libros de López Andrada, Kizer, Janés, Luque Pinilla, Juncosa, Velaza, Llera, Medina Poveda, Alba, etc." 
Los apellidos mencionados (no tenía espacio para más y ni así) remiten a los autores de un puñado de buenos libros de poesía, ni más ni menos. Estamos tan acostumbrados a bregar con colecciones de versos al tuntún... (Este es el momento en que se dan por aludidos unos cuantos que no suelen ser, encima, en los que uno piensa.) Démosles título, no sin antes reconocer que cada uno de ellos hubiera merecido su lugar en cualquier lista y, por supuesto, una reseña, aquí o en cualquier parte (yo no doy más de mí). Méritos les sobran. Los iré señalando en el mismo orden, que, aviso, no indica nada. Así, Partes de ausencias (Hiperión), de Alejandro López Andrada que lleva por subtítulo (innecesario) "Poemas del éxodo rural" y un epílogo de Julio Llamazares. El cordobés fue un pionero en esto de traer de la memoria el mundo de los pueblos y su naturaleza circundante. Aquí vuelve a demostrar que su voz es única. Y necesaria. Y que gana con el paso del tiempo. 
Gabriela Kizer con En falso (Visor/Fundación para la Cultura Urbana) vuelve a demostrar que la poesía venezolana contemporánea es un bendito pozo sin fondo. Lo inagotable. 
Clara Janés publica nuevo libro en la colección pequeña de poesía de Galaxia Gutenberg, Kráter o la búsqueda del amado en el más allá; donde, justo es destacarlo, tantos buenos libros están apareciendo, sobre todo antologías de poetas extranjeros. Poesía fragmentaria, breve, esencial y simbólica (el volcán, el amor) con poemas cincelados que aparecen centrados en mitad de la página. 
Pablo Luque Pinilla ganó el "Ciudad de Irún" con un libro tan particular como todos los suyos, Greenwich (Algaida), donde logra plasmar el desconcierto de nuestra época. Y darle un sentido, lo que resulta aún más complejo. Una ética. Un ejemplo. 
De Enrique Juncosa y su Pangolín (Galería Senda y Turner) ya dije cuanto tenía que decir. Una maravilla, tanto por dentro como por fuera. 
Me ha sorprendido mucho, y para bien, El campamento de los aqueos (Visor. Premio "Ciudad de Melilla"), de Javier Velaza. Es un señor libro, no me cabe duda. Y la voz que suena en esos poemas una de las mejores del panorama, me atrevo a decir. La dicción es culta y clásica y tiene sus concomitancias, a qué negarlo, con la de otro de los mejores: Juan Antonio González Iglesias, que escribe en la contracubierta. Deslumbrante. Y pandémico.
Tanatografía (Diputación de Soria. Premio "Leonor"), de José Antonio Llera, es acaso su mejor libro publicado. Uno de los imprescindibles en lo que va de año (y de lo que queda). El más confesional de los suyos. Remite a su infancia extremeña y rural. He disfrutado mucho con él. Me parece superior (si es que en poesía pueden establecerse categorías) al que le antecede: El hombre al que le zumban los oídos. Un verdadero logro. Y una auténtica lección acerca del uso del lenguaje. Más allá de la muerte (que bien traída la cita final de Pasolini). 
En vecindad, no en compañía (La Isla de Siltolá), de Diego Medina Poveda, es otro libro que merece ser leído. Últimamente a los accésit del Adonais hay que seguirlos de cerca. Con su libro anterior obtuvo uno. Como Las ciudades, de Andrés María García-Cuevas, y La deuda prometida, de Félix Moyano, que los consiguieron en 2021. 
Francisco Alba está consiguiendo con El delito mayor (Trabe) reseñas tempranas y elogiosas. No me extraña. Es un libro denso y sustancioso que toca el alma del lector, que se pone de inmediato de su parte. Quien habla ahí no es Alba, en sentido estricto, sino todos nosotros, sus lectores, seres mortales que vivimos, sin remedio y sin apenas esperanza, a la intemperie. Para uno, excelente.
Puse después de los apellidos un etcétera. Para La casa (Amarante), pongo por caso, una obra perfectamente concebida y compuesta por la salmantina Charo Ruano, que muestra, sin tener que recurrir a tramposos alardes, que en lo cotidiano y lo sencillo reside lo más complejo y misterioso de nuestra humana identidad. Impactante. 
¿Sangra el abismo? Contracciones de una noche de Pascua (RIL Editores), de Carlos Peinado Elliot, es un libro excepcional, en sentido estricto. Raro en nuestro panorama. Para lectores valientes. Basta con ver el título. La lúcida reseña de la obra que publicó Jordi Doce en La Lectura ("Desde el corazón de las tinieblas") me exime de intentar mi propia lectura. "Si este libro es excesivo, lo es a la manera en que la hipérbole, cuando necesaria, es también significativa", dice Doce.
Pintadas en los baños de los bares (Uja Ed./Universidad de Jaén. Premio "Miguel Hernández"), de Sergio Álvarez Sánchez, es un libro ameno, en el mejor sentido, y fresco, pero en el que la hondura, entreverada, no falta, al revés. Su embosca tras el juego. Si uno tuviera que recurrir a alguien para ejemplificar por dónde van los tiros poéticos (con perdón), recurriría a este hombre. A libros como este, quiero decir, editado de una forma cuando menos curiosa, muy acorde al juguetón, en tanto que irónico, sentido de sus versos. 
No defrauda a sus lectores habituales la última entrega de Arturo Tendero: El principio del vuelo (Páramo). Poesía de la experiencia con destellos luminosos sustentada en el poder de la memoria. En la "querencia al despegue", un procedimiento tan querido por las aves que le permite a uno dejar de depender de la tierra y hacerlo del aire, como leemos en la contracubierta. 
De la claridad es también la poesía de Mario Vega. Publica Digamos que fue ayer (Sonámbulos, prólogo de Alejandro V. Bellido), que ahonda en la poética expresada en su entrega anterior: La mala conciencia. Luis Alberto de Cuenca, maestro de la tendencia de la "línea clara", le relaciona en su nota con sus paisanos asturianos Pablo Núñez y Rodrigo Olay y elogia su poesía comanchera y pop
Para los amantes del campo, nada mejor que leer Nuevas naturalezas (Pre-Textos), de Jon Gerediaga, que traduce él mismo del euskera. Muy potente. De la tierra, sin duda. 
Podría seguir. Hablo sólo de libros que he leído. Otros, que merecerían el elogio (que uno reivindica), siguen esperando su turno en la inestable columna. 

NOTA: La sólida pieza que ilustra esta entrada es de Manolo Valdés