28.12.23

El mundo literario de Hidalgo Bayal



Un deambular circular. Estudios sobre la obra literaria de Gonzalo Hidalgo Bayal
apareció hace algunos meses en la colección Biblioteca Filológica Hispana de Visor Libros, aunque me temo que pocos se han enterado. Algo normal si tenemos en cuenta la miopía crítica que nos invade y, yendo a lo provincial, el interés que suscitan en nuestros críticos las naderías y ocurrencias del patatal patrio, todo lo contrario de lo que aquí se cuece. Hay una excepción, eso sí: la reseña de una de las mejores especialista en Bayal, Concha de D’Olhaberriague, publicada en El Imparcial.
Un deambular circular es un libro de Ana Calvo Revilla, catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en Universidad CEU San Pablo. En Linkedin precisa que es doctora en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Madrid, Licenciada en Filología Clásica por la de Valladolid y Premio Extraordinario de Doctorado. El curioso puede seguir informándose porque hay más en su brillante currículum; por ejemplo, que se ha "centrado en el estudio del microrrelato y en la narrativa española contemporánea, especialmente en la obra de Gonzalo Hidalgo Bayal, José Jiménez Lozano, Ricardo Menéndez Salmón y José María Merino" y que ha "realizado diversos estudios sobre la obra de José Antonio Muñoz Rojas, Jaime Siles y Carlos Marzal". Fue, en fin, fundadora y directora de Microtextualidades. Revista Internacional de microrrelato y minificción
Su antiguo compañero de docencia en las aulas universitarias, el placentino Juan Luis Hernández Mirón (para Bayal, "el landeriano alto", editor de Las cosas del campo), se felicita en su "Nótula" por la salida del libro y añade "Ya iba siendo hora de que alguien fijara su instinto crítico y su preparación académica, y con la debida extensión, en la obra tan estéticamente ponderable de Gonzalo Hidalgo Bayal".
Lo que viene después es un dechado de inteligente análisis crítico acerca de unas de las obras narrativas y ensayísticas más singulares y estimulantes de la literatura española contemporánea. Centrado en tres novelas: El espíritu áspero, Nemo y La escapada, pero con un alcance mucho mayor. Antes de entrar en ellas con detalle, Calvo Revilla repasa la trayectoria del extremeño con una ejemplar lucidez. El título que ha dado a cada uno de los capítulos a que me refiero son elocuentes: "La literatura: condena o gracia", "Bajo el cobijo de las letras", "En la ruta de la seda, eternamente" y "El perdurable oficio de la ficción". Este último se divide a su vez en otras tres partes: "Legendaria Murania: una geografía de autor", "El eterno retorno y las grietas del yo: reescritura del mito de Sísifo" y "Letanía existencial de una nada que duele". 
El lector habitual de GHB o quien al menos haya transitado parcialmente por sus páginas reconocerá en estos epígrafes algunas de las claves de su poética. En quienes no, es fácil aventurar que se abrirán expectativas estimulantes que tal vez les impelan a pedir en la librería más cercana alguna obra suya. En primavera, por cierto, saldrá la próxima. 
Uno de los mayores aciertos de quien conoce tan bien la obra bayaliana es el de haber sabido escoger las citas más pertinentes para que el lector comprenda de forma cabal las ideas que sustentan su escritura, no sólo de raíz ferlosiana. Su cultura lectora -de lo clásico a lo moderno- impresiona a cualquiera. Citas, matizo, que emergen de sus libros y de otros textos y entrevistas en los que GHB alude a lo que ha escrito. Citas, añado, no sólo suyas, sino también de quienes se han acercado a sus libros. Conviene recordar el exhaustivo dosier que le dedicó la revista Turia (número 137-138) en 2021 y que presentamos en Cáceres junto a uno de sus mejores valedores: Luis Landero. Y El efecto M. Territorios narrativos de Gonzalo Hidalgo Bayal, que en edición de Felipe Aparicio Nevado apareció en el sello La Rosa Blanca, donde se recogen las ponencias del Colloque Internacional "Le monde romanesque de Gonzalo Hidalgo Bayal" celebrado en enero de 2012 en Mulhouse, Université de Haute-Alsace (Francia).
Hablando de citas, una de Brodsky condensa el punto de vista principal de su empeño: "Si un poeta tiene una obligación respecto a la sociedad es la de escribir bien". "No tiene otra opción", explica el ruso, si no quiere sumirse "en el olvido". Según Calvo Revilla, GHB "encarna el ideal de escritor que permanece «resuelto a vivir de la literatura como una condena o gracia, y no como un ganapán o medio de hacer fortuna»", palabras que toma de una mención de Juan Goytisolo a su amigo Sánchez Ferlosio, un nombre imprescindible, sí, en la aventura bayaliana. Después lo califica de "narrador esencial" y destaca tanto su "dimensión verbal" como su "tesón lingüístico", lo que genera una "gran densidad expresiva". 
En el segundo capítulo se centra en su biografía. Vuelvo a la mencionada carpeta de Turia para evocar la precisa cronología que allí publicó Miguel Ángel Lama, por más que esta dé sobrada cuenta de los hitos de su vida. 
En el tercero, se aborda lo ensayístico, una labor inseparable de la narrativa; complementaria de aquella, si se quiere. Y ahí tres libros: Camino de Jotán. La razón narrativa de Ferlosio, Equidistancias y El desierto de Takla Makán. Lecturas de Ferlosio. Y otra cita, absolutamente pertinente: "La obra literaria es manifestación de un triángulo avenido, la configuración lingüística de la realidad por parte del escritor, elementos estos (escritor, realidad y lenguaje) que se dan generalmente en conflicto, con supremacía de un vértice sobre otros, acentuando un desequilibrio que marca caracteres de autor o de época, corrientes literarias, movimientos, etc.".
Es obvio que al leer a Ferlosio está, al mismo tiempo, leyéndose a sí mismo. Distingue en él "la conciencia intelectual de la palabra y la confianza en ella". 
Se analizan después conceptos de su maestro que le han servido para exponer su propia poética; así, procedimiento cebolla y procedimiento ajo, narración trascendente y narración inmanente, personajes de manifestación y personajes de existencia, carácter y destino... No se olvida "la intención moral", otra clave necesaria para entender el alcance de su obra. 
Calvo Revilla recuerda lo que uno afirmó hace ya tiempo: que es "el mejor lector" de Ferlosio, algo que avalan ferlosianos de verdad como Pollán, Azúa, Echevarría o Savater. 
El capítulo cuarto, que se inicia con una detallada bibliografía del autor, se subdivide en tres partes. Una está dedicada a su "topografía literaria" y a Murania, que es y no es Plasencia, la ciudad donde reside desde su infancia: Otra al mito de Sísifo (con un oportuno desvío a Camus: "los hombres mueren y no so felices"), la "simbólica circularidad" (atiéndase al título del libro) que orienta su obra laberíntica, los personajes (arruinados, desorientados, viajeros y forasteros, según Calvo Revilla; peripatéticos y memoriados, según Fernando del Val) y a su "capacidad fabuladora". La última afronta la "disposición melancólica", un tono que la caracteriza y donde son frecuentes (suma y sigue) los personajes "apesadumbrados" que sufren la tristeza y el fracaso de sus vidas en lugares tan decadentes como Murania, lo que mueve a la autora a reflexionar sobre el "carácter literario" de la alegoría (de las ruinas, pongo por caso), que GHB reivindica. 
En las últimas páginas Calvo Revilla plantea unas, digamos, conclusiones generales acerca de su obra literaria. En qué tradición se inserta, su estilo ("manierista de gran fuerza narrativa y retórica"), su "prosa de aliento poético", su condición de "magistral orfebre del idioma", su gusto por la "pirotecnia verbal" (una riqueza de recursos sin fin que va, por poner coto, de las figuras retóricas a la creación de neologismos pasando por los juegos de palabras, donde brillan con luz propia sus palíndromos). "Lo importante de la ficción son los hechos que se cuenta", ha dicho GHB, o que "el yo brilla más cuando se esconde".
Los tres capítulos siguientes, como se dijo al principio, se ocupan de tres novelas concretas: El espíritu ásperoNemo y La escapada. De las anteriores, cabe puntualizar, ya se había ocupado la profesora en anteriores ocasiones. Son, sin duda, tres novelas importantes, tanto en la trayectoria de GHB como en el panorama narrativo hispánico de los últimos años. 
Siento debilidad por la primera. La que más tardó en escribir. Publicada por Tusquets -como ha venido siendo habitual desde que rescataron Paradoja del interventor-, sus 560 páginas condensan su mundo de forma sorprendente. No es extraño que Calvo Revilla lo compare con esos clásicos de los que hablaba Italo Calvino. ¡Monumental!
Nemo cumple con una de las obsesiones (limitaciones, diría él) favoritas de Bayal: una novela que se mantenga suspendida en el silencio. En esta, un personaje (Nemo, Nadie, Nimú) decide no hablar. De ella dije: "lo que aquí prima es el poder absoluto del lenguaje por más que, paradójicamente, sirva para urdir una compleja (no digo complicada) reflexión sobre sus límites y sus excesos, sobre la palabra y el silencio. 'La realidad no sólo es terca, también es prosaica y gramatical', leemos". Por eso la autora sitúa a su autor "en línea de continuidad" con Kafka, Roth, Beckett y Buzzati. Forma parte de esa estirpe. 
Reseñé La escapada también para Turia, "una especie de autobiografía moral" (Calvo Revilla dixit) que se atiene a lo sostenido por Fernando Aramburu (otro defensor del legado literario bayaliano): "Que un escritor componga textos con una modulación especial, además de rara (y es inevitable que lo que atenta contra las convenciones lingüísticas despierte al principio extrañeza), es un logro al alcance de contados escritores. (…) Dicho de otro modo, más allá de tres o cuatro renglones es imposible impostar un estilo inconfundible”. Y este lo es. 
Uno ha seguido muy de cerca la carrera literaria, digamos irónicamente, del de Higuera de Albalat y no puedo por menos que corroborar lo que pone en la nota editorial que publicita la salida a escena de este denso ensayo modélico (un verdadero elogio de la filología) escrito por una lectora perspicaz que ha sabido colocarlo a la altura de la complejidad de lo que analiza. Sí, "la obra literaria de Gonzalo Hidalgo Bayal ha sido considerada por la crí­tica como una de las más sobresalientes en el panorama de la literatura espa­ñola contemporánea. La vastedad de su producción literaria, la riqueza y la pro­fundidad de su universo imaginario y la belleza de su prosa impecable así lo confirman".

NOTA: La fotografía de GHB es de Sergio Enríquez Nistal para El Mundo.






23.12.23

Felices Fiestas


Así en un solo día se marchita
la flor lozana de la humana vida,
y aunque regresen nuevas primaveras,
ella no vuelve ni rejuvenece.
Cojamos hoy la rosa, en la mañana, 
porque pronto se irá la luz del día;
cojamos hoy la rosa, sí, y amemos,
que dar y recibir amor podemos.

Torcuato Tasso, Jerusalén liberada, XVI, 10-15, traducción de José María Micó.

(La fotografía es de la Plaza Mayor de Plasencia en 1926.)

15.12.23

2023: UN EXUBERANTE AÑO POÉTICO

Este es el artículo publicado en EL CULTURAL donde repaso, en efecto, el año poético. Con las limitaciones de espacio que hay que asumir y las propias de quien llega hasta donde puede. Mantengo el título que le di y las últimas correcciones que incorporé. Para evitar distingos, no me atreví a mencionar una muerte que me ha afectado especialmente: la de la poeta Marta Agudo. Que al menos conste aquí. 
No soy responsable de la elección de la fotografía que ilustra el texto y creo que el asunto de las memorias de la viuda de Alberti es lo menos sustancial del artículo, pero respeto el sesgo periodístico que siempre predomina en estas decisiones.
Lo peor, ay, es elaborar la lista de libros que debo enviar cada año. De "los mejores", se dice. Calificaciones aparte, todos me parecen dignos de elogio. Debo aclarar que hasta la presente edición, los críticos no debíamos tener en cuenta las novedades de nuestros colegas, y me parecía bien. En esta ocasión esa norma se ha suprimido y por eso -muy agradecido a mis votantes-, en la selección final aparece mencionado un libro mío. En el noveno puesto. No, no tuve el cuajo de votarme a mí mismo. 
Añado la lista que envié de mejores libros traducidos, que no se ha tenido en cuenta. Ya que la hice...

La del 23 ha sido una añada excelente. Confirma lo que venimos manteniendo: que la poesía en España, tanto la escrita en nuestro idioma como la traducida (este año, de cosecha magnífica), goza de una óptima salud; opinión que se sostiene de la única forma posible: con buenos libros. Solventes y necesarios, no “los demasiados” de Zaíd. Para intentar ordenar el caos, se inventaron las listas. Soy reacio a ellas. Porque uno escoge entre lo leído, que dista de ser todo, y sobre la base del propio criterio. Prueba de lo afirmado más arriba, esta de El Cultural. La encabeza El dorado, un libro escrito en estado de gracia por el cordobés Rey (el último que publica, dice). Le siguen Euforia, de Marzal, que regresa por todo lo alto a la poesía trece años después, y El baile de los pájaros, de Basilio Sánchez, un nombre imprescindible de la Generación de la Democracia. Obras espléndidas son también el arriesgado, por motivos temáticos y formales, Libro mediterráneo de los muertos, de María Ángeles Pérez López, y el melancólico Flores de fuego, que confirma la voz de Victoria León. De los que quedan, voté (el máximo) por Estancia de la plenitud, del conspicuo Fermín Herrero, y por Demonios, de Ben Clark, pura frescura. No llegué a tiempo de leer los de Prado y Carnero, un verdadero maestro. Más allá de estos títulos, conviene recordar, porque quedan fuera del recuento, las poesías reunidas. Por edad, de Carlos Edmundo de Ory, Julia Uceda, Francisco Ferrer Lerín, Víctor Botas, Pablo Guerrero, Jon Juaristi, Miguel Casado, Francisco Javier Irazoki, Fernando Aramburu, Carlos Alcorta, Aurora Luque…
Este año –el del fallecimiento de grandes poetas como los norteamericanos Louise Glück y Charles Simic (ambos publicaron libros este año aquí), y del neerlandés Henrik Nordbrandt– se ha reconocido con premios de importancia a tres mujeres: la uruguaya Circe Maia (Federico García Lorca), la nicaragüense Gioconda Belli (Reina Sofía) y la gallega Yolanda Castaño, la séptima poeta que recibe el Nacional en las ocho últimas ediciones. La situación predominante de la poesía dizque femenina se evidencia, por ejemplo, en las últimas entregas de Julia Otxoa, Esther Ramón, Berta García Faet o Vanesa Pérez-Sauquillo. Más allá –la poesía no tiene género: lo es o no–, incidiría en la presencia de buenos libros en todas las generaciones del panorama. De novísimos como Carnero y De Cuenca; ochenteros como Benítez Reyes y Antonio Moreno; y, mayormente, jóvenes, que no dejan de deparar sorpresas. Basta con fijarse, por no hablar de sellos clásicos, en los catálogos de La Bella Varsovia, Ultramarinos o La Isla de Siltolá y en colecciones como Adonais, al alza.
Volviendo a los galardones, mencionaría a algunos ganadores con libros plausibles: William González Guevara (Hiperión), Rodrigo Olay (Emilio Prados), Juan Vicente Piqueras (Ciudad de Lucena), Pedro Flores (Generación del 27)…
Luis Antonio de Villena dio a la imprenta un controvertido libro sobre su amistad con Francisco Brines que contrasta con la emocionante elegía que le ha dedicado Vicente Gallego. Polémica han resultado también las memorias albertianas de María Asunción Mateo. ¡Menuda polvareda!
No quisiera olvidar en este sucinto recuento cinco perspicaces ensayos de poesía: Diez ventanas, de Jane Hirshfield; Ensayos completos, de Louise Glück; El sueño cumplido, de Eloy Sánchez Rosillo; Contra los influencers, de Martín Rodríguez-Gaona; y Jacob y el ángel, de José Luis Rey.
Cerrado el plazo para enviar las listas, siguen llegando a mi mesa nuevas entregas. Tan interesantes como Cuando hable el gato, de Álvaro García, otro que regresa, y La imperfección de la belleza, del sigiloso Carlos Medrano. E la nave va.

MEJORES LIBROS DE POESÍA DE 2023

ESPAÑOLES

El dorado, José Luis Rey (Visor)  
Euforia, Carlos Marzal (Tusquets)
El baile de los pájaros, Basilio Sánchez (Pre-Textos)
Libro mediterráneo de los muertos, María Ángeles Pérez López (Pre-Textos)
Flores de fuego, Victoria León (Vandalia)
Estancia de la plenitud, Fermín Herrero (Pre-Textos)
Demonios, Ben Clark (Sloper)
Paradero desconocido, Benjamín Prado (Visor)
Sobre el azar del mapa, Álvaro Valverde (Tusquets
Perfil perdido, Guillermo Carnero (Visor)

EXTRANJEROS

Verdadera vida, Adam Zagajewski (Acantilado)
Poesía reunida, Kathleen Raine (Linteo)
Junto al pozo del vivir y el ver, Charles Reznikoff (Kriller71)
Lo que está en los diarios, Christa Wolf (papelesmínimos)
Tierra adentro, Louis Brauquier (La Veleta)
Marigold y Rose. Una ficción, Louise Glück (Visor)
Diario de otoño, Louis MacNeice (Pre-Textos)
Ágora, Ana Luísa Amaral (Sexto Piso)
No pudimos ser amables, Bertolt Brecht (Galaxia Gutenberg)
Homérica, Phoebe Giannisi (Vaso Roto)


 

7.12.23

Como si no hubiera pasado nada

Después de sus paisanos y maestros
Miłosz y Szymborska, era más que probable que al poeta polaco (y muy europeo) Adam Zagajewski (Lvov, 1945-Cracovia, 2022) le hubiera correspondido el Nobel si la muerte no se hubiese cruzado antes de tiempo en su camino; sin embargo, es uno de tantos Borges que lo merecieron y no lo lograron, como otro de los suyos, en la gran tradición de la poesía polaca contemporánea: Zbigniew Herbert. Dudo que él lo buscara. Si la poesía (al menos la verdadera) es el hombre, la humildad, la compasión y la sencillez, virtudes clásicas, fueron consustanciales a su forma de ser y, en consecuencia, de decir; cualidades reñidas con distinciones tan vanas como azarosas.
Tal vez porque en España su escritura irrumpió con un insólito fervor, le concedieron el Príncipe de Asturias. Hablo de En la belleza ajena y Poemas escogidos, que nos descubrió Pre-Textos; los libros de poesía Tierra del fuegoDeseo, Antenas, Mano invisibleAsimetría y Aquí; los de ensayo En defensa del fervorDos ciudadesSolidaridad y soledad y Releer a Rilke, además de su inusitada autobiografía Una leve exageración, publicados por Acantilado. Al enumerarlos, cómo no mencionar al principal traductor de sus versos, Xavier Farré.
Si dejamos al margen sus primeras entregas, el resto de su poesía conforma un único libro creado en torno a varios temas recurrentes (los viajes y las ciudades, el arte y la música, el amor y la amistad, la lectura y la poesía, la identidad y la memoria) y, lo más importante, a un mismo tono, que se distingue, según Farré, por «el carácter epifánico combinado con los elementos de carácter histórico o de carácter moral en otras ocasiones, la ironía perfectamente dosificada, el equilibro entre la cotidianeidad y el estilo elevado, la celebración y también el tono elegiaco que se transforma en canto, en celebración de nuevo». Su voz, elegante y melancólica (de «alegría disfrazada»), «nos adentra en el misterio de la realidad» y «destaca por su serenidad, por su tono conversacional que en cualquier momento puede desembocar en una súbita iluminación».
Como todo poeta moderno, Zagajewski no sólo reflexionó, ya se dijo, acerca de la poesía en sus poemas, también lo hizo en prosa y a partir de la ajena; por ejemplo, en su ensayo Releer a Rilke, a quien admiraba. Porque, como dejó escrito el mexicano Pacheco «no leemos a otros: nos leemos en ellos», es fácil aplicar a su obra estas líneas donde establece, con Mallarmé, «una distinción entre los poetas que describen a personas, objetos y situaciones y los que [como él] están más interesados en captar, no las descripciones, sino qu’est-ce que ça veut dire, es decir, “qué significa esto” […], “qué quieren decir esas personas, objetos y situaciones”». O estas otras: «Sabemos que el ámbito fundamental de la poesía es la contemplación, a través de la riqueza del lenguaje, de las realidades humanas y no humanas, en sus divergencias y en sus numerosas coincidencias, trágicas o felices». O, en fin: «El don de Rilke […] fue su misteriosa capacidad para abordar el tema de sus poemas por la vía más directa», un don que también él, amante de la naturalidad, poseía. Sí, «Hay que hacerse cargo de todo el peso del mundo / y hacerlo ligero, soportable», escribió en «Improvisación». No por nada abrió su último libro con esta cita de Lévinas: «La verdadera vida está en otro lugar, pero nosotros estamos aquí».
“Lo que esperamos de la poesía es la poesía”, sostuvo, y eso es lo que encontrará el lector al acercarse a los versos intemporales de este humanista errante que afirmaba: «Hay que vivir como si no hubiera pasado nada. Dar largos paseos. Contemplar las puestas de sol. Creer en Dios. Leer poesías. Escribir poesías. Escuchar música. Ayudar al prójimo. Hacer la pascua a los tiranos. Alegrarse del amor y llorar la muerte. Como si no hubiera pasado nada».

NOTA: Este artículo se ha publicado en EL CULTURAL, en el número especial con motivo de su 25 aniversario. 
La fotografía es de The New York Times. De Alamy. 



3.12.23

Por lo menudo

Fermín Herrero
Pre-Textos, Valencia, 2023. 78 páginas. 16,00 €
 
Es fácil identificar al farsante lírico por las citas iniciales que emplea. Por lo gratuitas que suelen resultar con relación a lo que plantea. De uno de nuestros poetas más genuinos no podíamos esperar tal desliz. La de Agamben hace referencia a cómo los poetas del XIII llamaba estancia “al núcleo esencial de su poesía”. La de Hölderlin, al hombre, que “no soporta más que por instantes la plenitud divina”. “Después, la vida no es sino soñar con ellos”. De ahí, sí, el título de la nueva entrega del soriano Herrero (Ausejo de la Sierra, 1963) que no hace sino reafirmar su radical necesidad en el panorama poético.
“Este es un canto de alabanza / ya que no puede serlo de humildad / por culpa del que, en vez de limitarse / a la mirada, escribe cuanto ve, / lo que piensa que ve, lo que pretende / ver, aunque nada vea”. Así empieza este conjunto de treinta y un cantos sin título unidos por el mismo tono celebratorio. De gratitud hacia la vida. Se podría hablar de monólogo interior en línea con una poesía meditativa (“el que contempla”), del pensamiento, incluso metafísica que, sin embargo, nunca pierde pie. Tal vez porque la naturaleza y el campo, el paisaje de sus altas tierras castellanas, están en el centro de sus reflexiones, realidad y símbolo a la vez.
Desde lo sencillo y lo cotidiano, su voz, limpia y cristalina, alcanza un vuelo, un alto grado de significación, que nos recuerda, pongo por caso, al primer Claudio Rodríguez o a su admirado Jiménez Lozano, tan cercanos a su propio ver y sentir. Esta es una poesía que se adensa en su claridad, que ilumina con naturalidad lo más hondo.
Lo hímnico atraviesa cada verso a pesar de que, como dijo José Antonio Gabriel y Galán, “la vida es dura y bella”. “Porque es dura es bella”, matiza Herrero.
Contenida, “sin énfasis”, “mi palabra de invierno y por lo austero, / agarrada a la tierra” se detiene en momentos sucesivos (“No hay más que el aquí y el ahora”) que dan cuenta, sobre todo, de la felicidad: “los días más felices de mi vida”. Se fija, “por lo menudo”, en el bambú o en un guijarro (“están en lo que están”); en tordos, jilgueros, vencejos, golondrinas y garzas; en el frío del cierzo y la nevada (“No conozco un silencio / tan puro, no ha de haberlo”); “por junto, en equilibrio”, “por entero”. “En cada cosa hay / hermosura”. En una higuera, por ejemplo. Porque “cada mirada es una respuesta”. Porque “la tierra, que es hondura, nos resume”.
Herrero no desdeña la extrañeza que suele sobrevenirle en medio de la soledad helada (“Aquí la soledad / es un estado, porque es lo sustantivo”). En su lugar serrano. Siempre el mismo y siempre diferente: “Mira que he desgastado estos parajes”, dice. Un mundo tan de la memoria como intempestivo que no se hunde “en la añoranza / de mi tierra como aquel cuarteto de Li Bai”.
“De sobra sé que cuanto / pude esperar lo tuve, si no más”, escribe. Y: “Qué más puedo / pedir: no he estado nunca solo / como la sierra, como el tiempo”. Dos hermosísimos poemas de amor dan fe de ello.
Esta aceptación de la vida, acompasada al ritmo de las estaciones, que apuesta por “lo cierto”, sin olvidar que en la “fugacidad se cifra / mi destino”, aporta al lector una serenidad benéfica.
“Con qué consuelo, un hombre / está mirando al pájaro / solitario”. El mismo que uno siente al terminar, feliz, Estancia de la plenitud.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.



29.11.23

Diez ventanas a la poesía

Estoy leyendo con creciente interés Diez ventanas. Cómo los grandes poemas transforman el mundo, de Jane Hirshfield, traducido espléndidamente por Elena Aguilar y publicado por Mixtura. Antes de terminar, me apresuro a dar noticia de él, convencido de sus muchas bondades.
Se trata de un ensayo de poética que hará las delicias de cuantos gustan de este tipo de tratados y, más allá, de cualquier amante de la lírica, no digamos -un suponer- si escribe poemas. 
La defensa de la poesía que hace Hirshfield es tan lúcida como sorprendente. No deja uno de subrayar mientras avanza. Ni de pensar en lo que dice con una agudeza digna de quién sabe manejarse en medio de aquello que linda con lo inefable. Apasionante, sin duda. Un solvente taller de poesía en una decena de lecciones.
El título de los diez capítulos (o "ventanas") que componen la obra ya es una invitación a adentrarse sin miedo en aquello que tantas veces hemos calificado como imposible de explicar. Por misterioso e incluso por oscuro. Todo es, sin embargo, claridad aquí. Y sutileza. 
El libro está poblado, además, de "buenos poemas", como ella los llama. Memorables. Conforman una suerte de preciosa antología, que comenta con una lucidez pasmosa. De Auden, Bashō, Dickinson, Miłosz, Cavafis, Szymborska, Pessoa, Bishop... Sus lecturas son de una perspicacia digna de elogio. Sí, lo mollar está ahí: en las reflexiones de esta mujer, poeta ella misma, que aúna el sesgo contemplativo de quien conoce bien la filosofía zen y el preciso raciocinio propio de alguien con alma de científica. En su capacidad para justificar sobradamente el amor que le debemos a la bendita poesía.




22.11.23

Tomás Sánchez Santiago lee "Sobre el azar del mapa"


LOS LUGARES ROZADOS

Libro a libro, nos ha acostumbrado Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) a una cartografía poética singular que no solo acota el territorio donde dar cuenta de un asentamiento propio, físico y espiritual, sino que, mediante una discreción verbal que nunca levanta oleaje, transmite una actitud que alía sabiamente intensidad y evanescencia. Frente a otras poéticas en las que prima el estallido o la extensión invasiva de las palabras, el poeta extremeño ha ido deslizando ese discurso de pura levedad dibujado en la arena, en el que nada rebasa el vapor de lo insinuado como única señal de una experiencia más presentida que vivida, más difusa que asistida por la solidez.
            Tras libros anteriores en los que quedaba planteada aún con más decisión la noción de ‘lugar’ como una realidad indefinible e incierta, emanada del deseo o de la imaginación (“lo que dudas / es si esta realidad es lo real / o si por el contrario es la ficción / que fuiste fabricando en el transcurso”, se leía en Más allá, Tánger), llega ahora Sobre el azar del mapa (2023), libro que se sostiene en el borde de otra experiencia real, un viaje “azaroso y accidental (…), el último lugar al que uno pensaba llegar”, como expone abiertamente el propio poeta en una nota final. Y así es. Vuelve Álvaro Valverde a dejarse mecer por esa dialéctica, tan suya, entre la fidelidad a una permanencia y la tentativa de hacerse cargo de lugares imprevistos -Sofía, Grandson, Ginebra-, representados en palabras que proponen una geografía nebulosa, urdida en la imaginación (“¿cómo saber si aquello que intuimos / es en la realidad lo que sucede?”) como única sustancia capaz de dar cuenta de lo real.
            Articulado en dos partes -CUADERNO DE SOFÍA y CUADERNO SUIZO-, Sobre el azar del mapa se resiste a perder esa naturaleza de texto voladizo, una sucesión de apuntes tomados de las brasas de lo entrevisto. Sigue a flote la prudencia verbal de lo nada más rozado por el lenguaje, ese estilo de difumino tan propio de Valverde que apenas rebasa lo meramente constatable, tal como si el poeta no se apease de un estricto catálogo de consignaciones para no involucrarse -pero resulta que sí: la ciudad de Sofía “su verdad sólo dice a quien, paciente, / sabe oír su silencio”- más allá de la mirada, una mirada que, como pedía Nietzsche, trata solo de dejar que las cosas se acerquen por sí mismas en el ejercicio de la contemplación serena. Ocurre esto sobre todo en CUADERNO DE SOFÍA. Allí, en esa ciudad llena de entrecruzamientos (“De todas las edades / de la Historia, / y aun de antes, / hay vestigios aquí”), magullada por el vapuleo de la Historia (“No una guerra, las guerras. / No un pueblo, sino pueblos. / Ni siquiera una cultura: / las culturas”), la realidad pierde aún más fijeza o nitidez y se ofrece como un caleidoscopio magmático donde aún vibran por doquier señales suficientes de su inestabilidad; no en vano, en un poema que podríamos considerar por sí mismo como un símbolo del sentido total de este libro, se lee: “Caminamos sobre losas precarias / que se mueven, salpican, están rotas”; y ello no parece aludir nada más a una realidad puntual sino al alcance de la extrañeza que para Álvaro Valverde comporta todo viaje, entendido como extracción violenta de un encastillamiento personal buscado en el origen, conforme a la poética del autor de Lejos de aquí.
Y, sin embargo, el poeta no desconoce que se ha movido entre fragmentos (“fragmentos de un poema único”) que conforman “este plano simbólico / que sostiene en sí mismo / una humilde verdad” y acaban preservando lo que se ve tras un empañamiento melancólico (“es la melancolía / el verdadero genio del lugar”). Se alinea Sofía con otras ciudades claudicantes -Nápoles, Trieste, Lisboa- en las que lo decadente presta lustre y verdad que evita al viajero sentirse transitar “impecable, / por un parque temático”. Se demora preferentemente el poeta en territorios de acogimiento espiritual (sinagogas, mezquitas, cementerios) donde parece resistir el espesor del pasado, la negativa que salva a esos espacios de formar parte del fragor inasumible de la contemporaneidad. En suma, la visión de la ciudad se acaba aquí coagulando en una suerte de precipitado donde tiempo y espacio ya son magnitudes emocionales, imposibles de ponderar: “el tiempo, detenido / en los toldos echados / de las tiendas (…) La avenida parece interminable. / Se pierde, como todo, / en la distancia”, se lee en un poema revelador de esta tendencia a la desconfiguración.
Por lo que respecta a la segunda sección -CUADERNO SUIZO, bastante más breve que la anterior-, hay una modulación que sustituye esa visión de Sofía por otra presidida por la intimidad, en el caso de Grandson, o por la inercia de lo literario en lo que toca a Ginebra. Sin dejar de sostener esas intersecciones entre lo real y lo imaginado (“Añoro ahora el paseo que no di / por la orilla del lago Nêuchatel. / Consuela imaginarlo en la distancia”), hay ahora una penetración en lo amable -ese jardín sentido como paraíso, a la manera de aquellos renacentistas- o en lo recóndito, en el latido interior de las casas que da lugar a “otro tiempo perdurable, / oculto en las estancias interiores / donde la intimidad se refugió”. En otro tono, fronterizo con una especie de homenaje sostenido a autores afectos (Borges, Ramos Sucre, María Zambrano, Costafreda, Valente, Gimferrer…), los once poemas ginebrinos constituirían un ciclo personal en el que Valverde rinde homenaje a esa ciudad que acogió de distintas maneras a quienes amaron el resplandor de la poesía. Tienta al lector empastar estos últimos poemas -de nuevo esa vocación de fragmentos, de piezas sueltas pertenecientes a un todo nebuloso- y considerarlos como propuesta de una sola imagen: la de quien ahora ha ido a la ciudad de Ginebra a hacerse también “sombra entre esas sombras”, voz entre voces “quebradizas” que aún se escuchan “frágiles pero firmes contra el tiempo”. Esa voz es la del poeta placentino, frotada una y otra vez contra la piel de geografías distantes que le hacen soñar “ser siquiera unos días / alguien que es otro”.
 
NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 148 de TURIA, con el que la revista turolense celebra 40 años de vida. Un honor.

20.11.23

Viaje con Aramburu por la poesía

 
Al igual que tantos novelistas, Aramburu se inició en la literatura como poeta. Con el grupo CLOC de Arte y Desarte. “Contraje la poesía a edad temprana”. Lorca le contagió esa “enfermedad incurable”. Luego, comentó a Peio Riaño, “pasé de escribir versos a otra cosa, donde la búsqueda de lo poético todavía persiste”. Sin prescindir de “la belleza de la expresión, la densidad y la hondura del pensamiento”. Siempre a favor del lenguaje, porque “lo que el escritor pone en las páginas son palabras, frases, idioma”. “Dejé el verso, pero no la poesía”, dijo a Antonio Lucas. Aquel dejó de ser el “molde más adecuado para sostener ciertos valores que comúnmente identificamos con la poesía”. Porque “la poesía acaso no sea (…) una sustancia que el poeta deja en un sitio llamado poema”.
Antes de tomar esa decisión, escribió no pocos. Los reunidos en Bruma y conciencia (hasta 1993) y los seleccionados para la amplia antología Yo quisiera llover (2010). Ahora, de la mano de Francisco Javier Irazoki, que actúa como editor, publica en NTS de Tusquets su poesía completa, escrita entre 1977 y 2005. Hablamos de los libros Ave sombra, Materiales de derrubio, Sinfonía corporal, Mateo, El tiempo en su arcángel y Bocas del litoral. El primero está fechado entre 1977 y 1980; los tres siguientes son coetáneos: del 81 al 83; el quinto va del 83 al 85 y el último abarca el periodo 1986-2005.
En su epílogo, destaca Irazoki el “inconformismo” como “primer guía literario” de Aramburu. Y su apuesta temprana por la excelencia del idioma. Sustenta que es “un poeta refugiado” en otros géneros.
Muy joven, el donostiarra escribió: “La sintaxis soy yo”, cuatro palabras que resumen perfectamente su poética. También ayuda a fijarla su libro Vetas profundas –digno de un lector asiduo y con criterio–, donde comentó cuarenta poemas de otros tantos poetas de su predilección.
Es hijo de su tiempo, como todos, pero su modernidad no participa de las modas de su época. Ni veleidades novísimas ni poesía de la experiencia. Diría que su camino es único, aunque se aprecien ecos de Góngora (en “Mateo”, por ejemplo), Breton, Aleixandre o Vallejo. O de Paz en el extenso poema erótico y amoroso que da título al libro.
Sí, lo primero que llama la atención es su elaborado lenguaje. Cuidadísimo. Digno de un minucioso artesano que conoce bien su oficio. Es el mismo cuidado que sus lectores apreciamos en su prosa. “Manos paternas” y “Coronación junto al fregadero” (el padre y la madre) son poemas paradigmáticos que anticipan al escritor que ha llegado a ser.
Se distingue un gusto especial por las palabras. Las coloca una a una, con exactitud milimétrica. Busca la exacta, gastada o no. Y eso a pesar de que paradójicamente, sobre todo en sus primeros libros, una suerte de escritura automática aflore por momentos. Allí, la libertad, la rebeldía y la imaginación superan cualquier rótulo al uso; surrealismo, pongo por caso, aunque él pretendiera la “tercera revolución surrealista”. Destacaría, además, la particular sintaxis de sus composiciones más barrocas y herméticas.
Suele optar por el versículo, tan acorde al ritmo que imprime a sus poemas, más contenidos en su fase final. Y por el uso de las metáforas, abundantísimas.
En general, el tono es existencial y melancólico. Dolorido (“Porque el dolor como el mar es vasto”) y triste (“la angustia / es un pez”). Con llamadas a la muerte (“y todavía hay mucho que morir”). No obsta para que la felicidad asome. En El tiempo en su arcángel, verbigracia, cuarenta poemas de amor dedicados a Gabriele.
Defiendo esta salida a escena de la poesía aramburiana. Es testimonio de una verdadera vocación poética que da sentido a su obra y a su vida.

Sinfonía corporal. 
Poesía reunida
Fernando Aramburu
Tusquets Editores, Barcelona, 2023. 208 páginas. 
 
NOTA: Este reseña se ha publicado en EL CULTURAL.



13.11.23

La voz del otro

Ágora
Ana Luísa Amaral
Sexto Piso, Madrid, 2023. 188 páginas. 24 €
 
Me temo que en los últimos años la traducción de libros de poesía portuguesa se ha reducido ostensiblemente, un hecho que no tiene justificación si tenemos en cuenta su sostenida calidad, propia de una de las tradiciones líricas más importantes de Europa. Sólo en los dos últimos siglos, la nómina de autores y obras resulta apabullante. Por suerte, los libros de Ana Luísa Amaral (Lisboa, 1956–Leça da Palmeira, Oporto, 2022), una voz reconocida dentro y fuera de su país, están al alcance del lector español: OscuroWhat’s In a Name, Mundo y la antología El exceso más perfecto, editada por la concesión del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Ni siquiera su inesperada, prematura muerte ha malogrado esa necesaria presencia. El poeta Martín López-Vega se ha encargado de la traducción de Ágora, que vio la luz en Assírio & Alvim, su editorial portuguesa, en 2019 y le valió el premio Francisco de Sá de Miranda en 2021.
En esta ocasión, Amaral se sirve de la écfrasis (según el diccionario, “descripción precisa y detallada de un objeto artístico” o “figura consistente en la descripción minuciosa de algo”) para, a través de treinta y tres obras de arte (que van de una vasija griega hasta un cuadro de Van Gogh pasando por Blake, Caravaggio, Gentileschi, Rembrandt, Giotto, Rubens, de La Tour, Uccello… ), reflexionar acerca de lo que nos ocurre. Sí, su aventura poética va mucho más allá de la mera descripción de esas pinturas, si bien la edición del libro recoge, como es lógico, las reproducciones en color de dichas composiciones.
Para ello Amaral elije algunos motivos claves del imaginario occidental, relacionados en su mayor parte con La Biblia, vertiente veterotestamentaria. Para ella “una fuente” en la que reconocer nuestro legado “judeocristiano”. 
También alude a algunos mitos, como el del vellocino de oro. Desde ahí viaja hasta la actualidad en un apasionado diálogo que le permite (a ella y, consiguientemente, al lector) abordar asuntos tan acuciantes como el éxodo oriental y africano de inmigrantes que naufragan y mueren a diario en el Mediterráneo, cuestión a la que dedica el poema que cierra el volumen.
La suya, dijo, es la “voz dos refugiados”. Esa que ofrece a cuantos carecen de ella. La misma voz que da a los personajes que figuran en esas obras y que ahora hablan desde el otro lado de la historia. De forma más humana, diría. Como la Virgen en la Anunciación, pongo por caso, o Cristo en el juicio (“Pero yo no estoy sereno / solo finjo estarlo”), el jardín (“Ellos no saben de la historia más de dentro”) o la cena de Emaús. Además, Salomé, Herodías, Jacob (“La agonía del espacio, / la tortura del tiempo”), Holofernes (en el poema “El dolor: un habla distinta”), David y Goliat (“Siempre se mata / aquello que se ama”), “el hermano del [hijo] pródigo” (“Debe ser una cosa extraña / la lealtad, / tanto como penoso el oficio de amar”), Isaac (su estupor), san Francisco, la mujer de Lot (“innominada yo”), Magdalena, Adán y Eva y Caín (“Antes ser todo y libre / que bueno pero humilde”), Babel (un poema precioso, digno de ser leído en el Congreso), Lázaro, Verónica, el diluvio (“el precio del perdón / y la seca promesa del ya basta”), etc. No olvida la vindicación feminista: “las piedras, que no mueren, / pero poseen el poder de / matar / mujeres / aún hoy”.
Amaral procede en este libro con una concisión y una parquedad destacables. La cotidianeidad que caracteriza su poesía autobiográfica deja paso a una visión más profunda y trascendente del mundo. Va, sin desvíos, a lo esencial, lo que no significa que pierda por ello esa limpia claridad que la identifica.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL. 





5.11.23

El día eterno. En torno a la poesía de Kathleen Raine

Me temo que, a diferencia de otros poetas de lengua inglesa, Kathleen Raine (Ilford, Essex, 1908-Londres, 2003) no es conocida por los lectores españoles. En 1951, sin embargo, la colección Adonais publicó Poemas, traducidos por Marià Manent, quien incluyó ocho poemas suyos en La Poesía Inglesa (José Janés Editor, 1958).
En mi caso, el descubrimiento llegó de la mano de En una desierta orilla (Hiperión, 1981), un libro que tradujo Rafael Martínez Nadal. Le siguieron, en España, Fragmentos de una visión sagrada (traducción e introducción de Emilio Alzueta Jesús y prólogo de José Lupiánez (Aljamía, 2006) y Poesía y Naturaleza. Kathleen Raine, una antología bilingüe con selección, traducción y notas de Adolfo Gómez Tomé (Tres Fronteras, 2008). Se pueden rastrear versos suyos en la revista Adamar (introducción y traducción de Clara Janés) o en FronteraD (en versión de Gómez Tomé). Dámaso Alonso la tuvo en cuenta para su Antología de poetas ingleses modernos (Gredos, 1963). Para más detalles, recomiendo el artículo «Una presencia de antología. La traducción al español de la poesía de Kathleen Raine», de María Laura Spoturno. O «Kathleen Raine: Más adentro en la espesura», del citado Gómez Tomé, que apareció en la revista Clarín.
Porque su tarea no se limitó a escribir poemas (fue profesora en Cambridge y enseñó en Harvard), no está mal recordar su faceta ensayística y, ya ahí, sus Siete ensayos sobre William Blake, que en nuestro país publicó Atalanta.
Sin desmerecer, todo lo contrario, las versiones de la poesía de Raine que acabo de mencionar, esta edición del poeta cordobés José Luis Rey me ha parecido ejemplar. Sobre todo porque tiene muy en cuenta lo principal a la hora de valorar una traducción: que se pueda leer perfectamente en su lengua de llegada. Que en ningún momento suene, digamos, a poesía traducida. No ha debido resultar sencillo, pero, en castellano, estos versos suenan deliciosamente. Tal vez por eso me han sorprendido, a pesar de que eran territorio conocido. Las versiones de Rey (tomadas por él como auténticos ejercicios creativos: «escribí estas versiones…») dan pie a reconocer a una poeta fundamental, por más que uno, hasta ahora, no le hubiera sacado todo el partido que merece. «No maldita, sino bendita», dice Rey. Por sus logros, sí, y porque nunca jugó a lo que tantos poetas han jugado: al malditismo y la pose. Con serlo, y como pocas, nunca fue de poeta por la vida. Y menos en sus libros.
En su ajustado prólogo (aquí lo esencial es la poesía, ni notas se recogen), Rey da algunas pinceladas biográficas. Hija de madre escocesa (de cuyo legado estaba muy orgullosa) y de padre maestro (además de religioso y socialista), su infancia está marcada por una larga estancia en Northumberland, condado del norte de Inglaterra omnipresente en sus poemas,  y que ella recordaba como si fuera el mismísimo Paraíso: «En Northumberland me hallaba en mi propio lugar; y nunca me ajusté a cualquier otro u olvidé lo que había visto, entendido y experimentado brevemente pero con claridad». De lo vivido en aquellos parajes habla en poemas como «Secuencia en Northumbria» y, por extenso, en Adiós, prados felices, el primero de los tres volúmenes de sus memorias que agrupó bajo el título Autobiographies (donde prima lo espiritual) y que aquí publicó Renacimiento en versión de Gómez Tomé y Natalia Carbajosa (autora de «Noticias de Kathleen Raine», un artículo publicado en la revista Jot Down donde se recogen fragmentos de sus memorias). Se podría afirmar que, lejos de allí (si es que lo estuvo alguna vez, siquiera de pensamiento), vivió en un «exilio» permanente; para empezar, en el suburbio londinense donde nació.
Como su contemporáneo T. S. Eliot, cambió de religión. En su caso, se convirtió al catolicismo. «La elección es destino», escribió, y: «me esforcé por unir parte de mí / con la gran tradición, con dos mil años / de Cristianismo». Abundan en su obra las alusiones bíblicas. Cabe añadir que siempre estuvo en contra del rígido metodismo de su padre, un credo que determinó su educación.
Destaca Rey que Raine pertenecía a la estirpe de quienes «escriben siempre el mismo poema». Eso no obsta para que la variedad presida este volumen donde, sin perder de vista lo nuclear, ese mantra del «aquí y ahora» que ella repite de continuo, el tono inconfundible de su voz y el mundo que describe y habita (y, con ella, el lector). Los registros van desde lo más elevado a lo más sencillo.
Cuando digo «elevado» me refiero a su alta poesía, esto es, culta (llena de referencias literarias y artísticas), inspirada (y visionaria), meditativa, trascendente, simbólica y metafísica; filosófica, en suma, en su vertiente neoplatónica (abogaba por «una conciencia vertical») y maneras, es lógico, aforísticas. De la Tradición (que no es una, sino múltiple) y la mitología: griega, celta o hindú (en la India, por cierto, dijo sentirse por fin en casa y en sus versos encontramos el Ganges y Sarnath, a Parvati y Siva).
En «Ninfa revisitada» menciona a algunos maestros. Siguió a su adorado Blake, objeto de estudio, o a Emily Dickinson. A Dante o a Keats y, cómo no, a los místicos españoles.
Una poesía sin concesiones a lo vulgar y, por eso, alejada de esa versificación superficial, tan torpe como mediocre, que abunda en nuestra confusa, desnortada época.
Por otra parte, cuando digo «sencillo» aludo a sus poemas autobiográficos (usa mucho el «yo», sobre todo en sus últimas entregas, aunque se pregunte: «¿qué importa quién soy yo?» y declare: «porque eso soy yo: / la piedra, el viento, el agua, eso soy yo» ), donde, con naturalidad, la cercanía y lo cotidiano afloran. Y la emoción y los sentimientos. Entre viejas casas, jardines, pájaros («¿De dónde son, de qué lugar los pájaros?», flores, árboles, nubes, bosques… Frente al impetuoso mar (como el que pintó Turner, al que dedica un poema). En lugares como las islas de Skye y Mingulay, el río Edén, la casa de Tindale Fell, etc. O los de sus «Nueve poemas italianos».
A su «sencillez profunda» apunta Rey. Y uno a sus dotes de observación con centro en la mirada: «Mira, nada más hay».
Ni en una ni en otra falta la inclinación por lo popular, que en su caso linda con las canciones, conjuros y baladas de aquellas tierras fronterizas y nórdicas de espíritu arcaico y áspero.
Sólo leída por completo –puedo dar fe– se comprende en su debida proporción el alcance extraordinario de la obra poética de Raine, al margen, paradójicamente, de la lírica tradicional inglesa, por genuina y propia.
Piedra y flor (1943), Habitante del tiempo (1946), La adivina (1949), El año uno (1952), La colina hueca (1965), El país perdido (1971), En una desierta orilla (1973), El retrato oval (1977), El oráculo del corazón (1980), La presencia (1987), Viviendo con el misterio (1992) son los once libros que componen su Poesía reunida además de un puñado de poemas «nuevos y sueltos», como el épico e imponente «Reyes legendarios», dedicado al Príncipe de Gales.
«La Madre, la Naturaleza y el Tiempo: he ahí lo temas de este libro», concluye el editor. En efecto, sobre su madre hay numerosas referencias y algunos le están dedicados expresamente. En «El cumpleaños de mi madre», pongo por caso, o «Reliquia familiar».
En lo que respecta a la Naturaleza, se podría decir que Raine no salió nunca de su infantil e inocente Northumberland, el antiguo reino de Northumbria (cómo no evocar Briggflatts, de Basil Bunting), su «país perdido», el de sus ancestros. «Soy todo y lo veo todo», escribe en «Niñez». Vivió a partir de entonces en una suerte de exilio, otra palabra clave en su poética: «pues exiliada estoy de mis recuerdos». De aquellos parajes agrestes de páramos y acantilados donde sopla el viento surgen sus descripciones campestres. Propias de la botánica que fue, conviene matizar, amante de los jardines («los antiguos jardines donde fuimos felices / hace ya mil veranos»). Imágenes tan reales, eso sí, como soñadas e imaginarias: «este mundo llamado realidad / no existe en parte alguna». Sin la imaginación nada se entiende: «¿Imagino la realidad o la realidad me imagina?», se pregunta. Ese continuo regresar a la casa parroquial de Gran Bavington, con su tía Peggy, afirma el poder de la memoria y, de paso, la importancia del tiempo en su obra: «Pues si no es la memoria, ¿cuál será / la patria de los muertos?». Ya dijimos que la expresión «aquí y ahora» se repite de continuo («¿Y cómo pueden el aquí y el ahora / dejar de ser un día?»). Y las reflexiones sobre su tormentoso paso. En versos como: «el pasado es presente del futuro», o «¿cuánto dura un instante?», o «todo lo que sabemos es que transcurre el tiempo». En otro poema se pregunta: «Pero qué es ahora / y qué es el tiempo / donde se hallan todos los mortales?». Léase, en fin, «Himno al tiempo».
Para Raine, y lo dicho nos recuerda a Brines, «toda la vida es una despedida interminable». «Vivir es olvidar», anota, si bien «en algún lugar y alguna vez / hubo algún día eterno».
Podrían añadirse temas; así, el del sueño o de los sueños, por ejemplo, a los que tanta importancia dio en su vida: «Y ahí estoy yo, la soñadora». O el del amor, un asunto capital: «El amor, que está ciego / para imperfección, solo ve lo perfecto», escribió, y: «Para hacer ya perfecto lo imperfecto / bastaría con amarlo». «Allí donde hay amor hay sufrimiento», sentenció. Con todo, resuelve: «Amo, ergo sum». Tuvo matrimonios fallidos y dos hijos. Fue su idilio con el escritor y aventurero Gavin Maxwell, irlandés y homosexual, uno de los hechos más trascendentales de su existencia (y, por eso, de su poesía, tanto monta). Por suerte, esa experiencia quedó fijada en el tercer tomo de su autobiografía y, de qué modo, en su obra En una desierta orilla de la que ella misma afirmó: «es un libro de madurez, una especie de secuencia poemática o rosario de poemas centrados en torno a la muerte, a la vida después de la muerte, a la vida y a la muerte». Un tema, añadió, «bastante atípico en la poesía inglesa tratado de forma muy personal y que conecta con la tradición española y latina, en general». El libro también ha sido calificado como «réquiem poemático» y «secuencia elegíaca». «No donde vivimos, sino allí donde amamos / se encuentra el alma», concluye.
«Donde pongáis el ojo / se despliega el misterio», dijo Raine, y «El velo de lo visible / revela lo invisible», lo que explica muy bien por dónde se mueve esta lírica poblada de almas y de ángeles, fiel reflejo de que «todo es ilusorio».
En sus últimos libros, en una vejez plena de recuerdos («es el reino de Hades la memoria»), vuelve al tema de «lo perdido». En «El agua iluminada» escribe: «No hay camino, ni puente, no hay verja alguna / que nos lleve al pasado, / el tiempo que una vez estuvo aquí».
Termino con versos que imprimen sentido a su poética –clarividente, lúcida, serena–, que es tanto como decir a su vida: «y descarté lo falso y guardé la verdad». «Nunca busqué lo bueno, / sino solo la gran belleza de este mundo: / el brillo de la luz».
 
POESÍA REUNIDA
Kathleen Raine
Traducción e introducción de José Luis Rey
Linteo Poesía, Orense, 2023. 460 páginas. 28 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en el número 36 de la revista NAYAGUA, de la Fundación José Hierro. 

20.10.23

En ABC Cultural

Carmen Rodríguez Santos ha publicado en ABC Cultural una breve reseña de Sobre el azar del mapa. Un lujo, sin duda, porque lo firma, además, una crítica de referencia que ya se ocupó en el pasado de otras cosas de uno.
Sí, reconozco que me ha hecho una ilusión especial volver a esas páginas donde aparecieron reseñas de mis libros firmadas, entre otros, por Florencio Martínez Ruiz, Víctor García de la Concha y Miguel García-Posada; críticos que, como Rodríguez Santos, uno admira. Maestros ejemplares. 
Hacía muchos años que no daban noticia de un libro mío en esa santa casa de la que fui colaborador durante años. Muchas gracias. 

Á. VALVERDE Y SUS CIUDADES DEL ALMA

CARMEN R. SANTOS

El propio Álvaro Valverde (Plasencia. 1959) explica en una nota final el origen del título, Sobre el azar del mapa, de su último poemario: «Está tomado de un alejandrino de Territorio; el primero que publiqué: «”Trazar itinerarios sobre el azar del mapa”». Una acertada decisión, pues nos remite a una de las constantes. el viaje en un sentido real y también simbólico, la vida como viaje, que recorre la producción del escritor extremeño, sobre todo poeta, pero también narrador con novelas como las murallas del mundo; y ensayista: El lector invisible. De su impulso de trotamundos dio cuenta por ejemplo, en Lejos de aquí; y ahora en este libro de poemas, compuesto por «Cuaderno de Sofía», sobre la capital búlgara, y «Cuaderno suizo», dedicado a Grandson y Ginebra. Los dos son resultado de la visita que realizó Álvaro Valverde a esas ciudades, en periplos cortos y un tanto azarosos, pero muy intensos. Especialmente, porque su concepción del viaje se aleja de lo convencional: «El viajero, / que rehúye a conciencia/ el papel de turista». Así consigue que el lector se sienta también privilegiado viajero al transitar, a través de los versos de Valverde, por una Sofía en cuya periferia. permanece «la tosquedad opuesta a la belleza», de la «arquitectura comunista», pero también misteriosa y poseedora de un secreto, y una Ginebra cosmopolita en la que resuenan los ecos de algunos de sus moradores, como Borges, a quienes rinde homenaje. Nos confiesa que no tomó notas, sino que escribió de memoria. Precioso poemario de «ciudades del alma». 



16.10.23

La Editora, punto y...

Mi paisano Antonio J. Armero, periodista del HOY, entrevistaba ayer para su periódico a Victoria Bazaga, la nueva consejera de Turismo, Cultura, Jóvenes y Deportes de la Junta de Extremadura. En un momento dado le pregunta: "La Editora Regional también fue una marca reconocida. ¿Qué harán para que la recupere el prestigio que tuvo?", a lo que ella responde: "Trabajar, ser selectivos, buscar proyectos realmente interesantes. En mi equipo hay tres escritores: el secretario general técnico (José Luis Gil Soto), la nueva responsable de la Fundación (Carmen Sánchez Risco) y el responsable de la Editora (Antonio Girol). Es gente con sensibilidad y que entiende el mercado". Entonces Armero, que es persona culta e informada, repregunta: "Pero al responsable de la Editora no se le nombra para que escriba, sino para que gestione...". Bazaga concluye: "Pero tiene un equipo. Nadie puede cuestionarse que la Editora esté en malas manos, porque tiene un equipo de funcionarios muy bueno, que bien liderado hará un gran trabajo". 
Vayamos por partes. No es que tuviera uno mucha confianza en que el PP nombrara para esa consejería a alguien que viniera del mundo de la cultura (la vida profesional de la señora Bazaga ha estado dedicada al turismo). Como pasa con el PSOE, su sensibilidad cultural es mínima o directamente ninguna. Ya se sabe que en política cualquiera vale para esos asuntos. Son menores. Incluso en esta tierra donde lo histórico y lo patrimonial tanto valen. Dando por descontado ese hecho, el del nombramiento de una persona sin trayectoria o sin perfil en la materia, suponía uno, lo que era mucho suponer, que designaría para el cargo de director de la Editora, cuyo prestigio no mengua a pesar de los intentos de las sucesivas administraciones para que así sea desde que dejó de ser consejero Paco Muñoz y presidente Ibarra, que designaría, iba diciendo, para ese cargo a alguien que sí tuviera ese perfil y cierta trayectoria. Me equivocaba. Con lo fácil que hubiera sido encontrarlo o, mejor aún, mantener en su puesto a Luis Sáez que ha demostrado sobradamente su capacidad y su valía. Claro que para eso tendríamos que vivir en un país que no fuera cainita y contar con partidos políticos que no se tuvieran por enemigos. Que antepusieran, quiero decir, el bien común o público sin necesidad de mirar el carné del ciudadano, más aún cuando de la cultura se trata.
Lo deja caer con astucia, al contraataque, Armero en la última pregunta de su espléndida entrevista, la tercera en el orden de las que copio aquí: "¿No cree que sería saludable que la cultura viviera al margen de los vaivenes políticos, que no se cambiaran cargos a cada cambio de partido en el gobierno?", y Bazaga responde: "Sí. Por eso es importante acertar con la gente a la que traigamos, para que pueda tener continuidad. Y por eso hay gente que estaba al llegar nosotros y seguirá aquí". Por desgracia no ha sido el caso de Sáez. Craso error.
De ninguno de los tres escritores que menciona la consejera, mea culpa, tenía uno noticias. Me asusta, eso sí, su afirmación de que "es gente (...) que entiende el mercado". ¿Mercado? ¿Qué mercado? Me da que la que no entiende de qué va lo de los libros que publica la Editora es ella. Debería informarse cuanto antes. Esto tiene poco que ver con su defensa de la "industria cultural". Sigo. Compruebo en la Wikipedia que Gil Soto es novelista histórico y que ganó el premio Ateneo de Sevilla. Me cuenta Google que Sánchez-Risco ha publicado este año su primera novela, La primera mestiza, basada en la vida de Francisca Pizarro Yupanqui Huaylas. Según La Vanguardia, Antonio Girol (crítico taurino, nada que objetar) "este año ha publicado su primera novela, Virginia Lot, una historia en la que se cuenta la historia de superación de una joven marcada por la violencia de género de su familia en la década de los años ochenta. Además, ha escrito la obra de teatro Un paseo por la historia y ha sido galardonado en distintos certámenes por sus relatos". Dejando a un lado el currículum de cada uno, los dos primeros bastante tendrán con atender a sus respectivas responsabilidades y el tercero con ser capaz de mantener el catálogo de la Editora a la altura de su prestigio, que no es poco. Cuenta, dice la consejera, con "un equipo de funcionarios muy bueno". No sé si quien lee sabe que se está refiriendo a una jefa de servicio y a una auxiliar administrativa. La primera, María José Hernández, filóloga de formación, es el alma de esa institución, una profesional como la copa de un pino y, sin duda, un puntal sobresaliente de la misma; una mujer con una capacidad de trabajo digna de elogio que, añado, bien podría haberse hecho cargo, si querían un cambio a toda costa, de la dirección de la Editora. Pero hablamos de... ¡una persona! Si el nuevo director no estuviera, como sí lo estaba el anterior, a la altura de su tarea... Con liderar no basta cuando el "equipo" es tan exiguo. 
Confío en que la Editora sobreviva. Lo ha venido haciendo en las últimas décadas contra viento y marea, con directores capaces, mediocres o pésimos. Mientras no se atrevan a eliminarla del mapa... No basta, insisto, con el tesón de una o dos personas, sobre todo si nos jugamos la pervivencia de uno de los baluartes fundamentales de la Cultura (con mayúscula) de Extremadura.
Y no, no es lo mismo ver los toros desde la barrera que torear en medio de la plaza a un buen morlaco. ¡Suerte, maestro!