30.10.20

Soy monárquico

Este mismo año, unas semanas antes de aparecer el libro del que vamos a hablar, le concedían al periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán (Barcelona, 1957) el Premio Nacional de Periodismo Cultural. Un premio justo y merecido, sin duda. O eso piensa uno, que ha seguido su trayectoria profesional como director del suplemento Cultura/s del diario barcelonés La Vanguardia (que ya consiguiera en 2013 el Premio Nacional de Fomento de la Lectura), donde llegó en 1987 después de licenciarse en Historia por la Universidad Autónoma de Barcelona, de ampliar estudios en la Universidad de Boston con una prestigiosa beca Fulbright y de trabajar en la sección de Cultura de El Correo Catalán y El Noticiero Universal, sucesivamente.
Es autor de los libros ensayísticos Pasando página. Autores y editores en la España democrática, Crónicas culturales, Guia de la Fira de Frankfurt per a catalans no del tot informats, Código best seller y Otra Cataluña. Seis siglos de cultura catalana en castellano y de las novelas Una heredera de Barcelona, Estaba en el aire (Premio Nadal) El informe Casabona
Publica ahora y en la editorial Ariel Por qué soy monárquico, un libro donde aúna la reflexión y la autobiografía. "Me considero monárquico. Por razones objetivas, subjetivas y también familiares", dice al empezar. En torno a tres periodistas: su abuelo (Pablo Vila San-Juan), su padre (José Luis Vila-San-Juan) y él mismo (Sergio Vila-Sanjuán). (Nótese que cada uno ha escrito el apellido compuesto a su manera.)
No cabe duda de que el momento es de lo más oportuno, cuando se cierne sobre la institución una crisis profunda (debida, en buena parte, a las sospechosas actuaciones mercantiles de Juan Carlos I en los últimos años de su reinado y aun después, como rey emérito) y al tiempo que los partidos independentistas catalanes y Unidas Podemos, entre otros (que gritan o callan), pretenden tumbar a la monarquía y lo que ella representa, esto es, el espíritu constitucional del 78 y la consiguiente Transición de la dictadura de Franco a la democracia. 
Cuatro capítulos y un epílogo componen este libro breve, sencillo, bien escrito y armado al que no le falta el tono periodístico ni cierta modulación didáctica (ejemplificada en la coda o resumen que aparece al final de cada uno de ellos y en distinto tipo de letra). El primero, unido a la persona de su abuelo, "Un gentilhombre de Alfonso XIII"; el segundo, a la de su padre: "Juan III en Arenys de Mar"; el tercero y el cuarto, donde el protagonismo es sobre todo del propio autor, testigo de los hechos, "Juan Carlos I, el 92 y la ejemplaridad" y "Felipe VI, rigor y calidez", respectivamente; y el epílogo: "El sentido de la monarquía", que incluye el texto Mis razones para ser monárquico. A esto hay que sumar los agradecimientos y una bibliografía básica. 
En efecto, Pablo Vila San-Juan (1892-1982), gaditano de nacimiento, "un conservador con inquietudes", fue gentilhombre de su rey. Un asesor cercano al monarca y un abogado próximo al gallego Eduardo Dato, político "inspirador" y "hombre de leyes" (como Pablo), católico con conciencia social y sensibilidad regionalista que fue asesinado. Uno de esos políticos de los que cualquier ciudadano decente podría sentirse orgulloso. Rara avis.
Además de vindicar su figura, Vila-Sanjuán rescata la de Alfonso XIII y, a partir de los testimonios de su abuelo y de historiadores como Seco Serrano, intenta ofrecer una imagen más real, nunca mejor dicho, de él y de su reinado, distinta en todo caso de la que casi todos tenemos de aquel rey voluble que viajó a Las Hurdes (un acontecimiento que no se señala en el libro, pero significativo a mi modo de ver) y que reinó, antes de exiliarse, durante una de las épocas más brillantes de la cultura española de todos los tiempos. 
El segundo capítulo, escrito con pulsión novelesca (no está de más advertir que las novelas antes citadas son una lectura complementaria ideal de cuanto aquí se relata), está relacionado, ya se dijo, con la personalidad del periodista José Luis Vila-San-Juan (1927-2004), un "niño de la Guerra", y su vinculación con don Juan, quien estaba llamado a suceder a Alfonso XIII si primero la proclamación de la República, después la Guerra Civil y por último la dictadura de Franco no hubieran trastocado los planes dinásticos, menos inflexibles de lo que parecen, al menos en este caso. Aunque para los suyos fuese Juan III y ese nombre (Ioannes III, Comes Barcinonae) figure en su lápida de El Escorial, no llegó a reinar y abdicó en su hijo para que éste lo hiciera con el nombre de Juan Carlos I. 
Porque el libro siempre mira, como es lógico, hacia Cataluña, se narran viajes de ese "héroe trágico" a su condado, Barcelona, y a otros lugares (Montserrat, por ejemplo), se menciona a algunos juanistas y otros personajes de posguerra (Senillosa, Nadal, Martín de Riquer, etc.) y se plantean los "derechos históricos" de alguien que perdió su trono cuando Franco decidió que le sucedería otro Borbón: Juan Carlos. 
Para los que tenemos una edad (soy de la misma generación que SV-S), el reinado de éste tiene menos misterios que el de su abuelo. Convulsiones no le han faltado. La primera, lograr que un país se convierta en democrático y no se puede negar que esa decisión, contra lo previsto por quienes le designaron, fue suya. Y de Adolfo Suárez, a quien nombró por sorpresa primer presidente de Gobierno de su reinado, antes de que se aprobara la Constitución de 1978, que defendió sin ambages el inolvidable 23F. 
A partir de Kantorowicz, SV-S distingue entre "el rey como rey y el rey como persona privada" a la hora de hacer balance de su actuación y de su papel en la historia. La Transición fue un éxito. Lo reconoce todo el mundo, salvo los podemitas patrios y otras minorías políticas separatistas y dizque de izquierdas. 
Muy ilustrativas son las páginas que dedica a la conversación con el malogrado Javier Tusell, quien afirma que "la monarquía la trajeron a España dos personas, don Juan y don Juan Carlos". Repasa después la rica vida cultural de esos años y se detiene en aquel "imparable 92". Baltasar Porcel, protagonista de uno de los capitulillos, amigo cercano del monarca, autor de algunos de sus discursos fundamentales (el del Premio Carlomagno, pone por caso), estaba llamado a ser, según Luis María Anson, el mejor biógrafo del rey. El Premio Cervantes es otro hito que vincula Casa Real y cultura. Termina con el espinoso asunto de la ejemplaridad, en feliz expresión de Javier Gomá, y más a la vista de los derroteros que ha tomado, como dije, su vida privada, Corinna Larsen mediante. 
Con una inesperada visita de Felipe y Letizia a la sede de Cultura/s en el edificio de La Vanguardia en Barcelona, comienza el último capítulo del libro. Sigue con los "maestros y referencias" del matrimonio regio, tan cercanos, según SV-S, a la cultura de la excelencia, por más que aquella teleconferencia con Elvira Sastre durante la pandemia, un guiño (no sé si voluntario) a favor de la insulsa parapoesía, nos rechinara (y más) a algunos. Fue, o eso creo, un imperdonable descuido. 
Los ejemplares e influyentes Premios Princesa de Asturias (antes Príncipe) acaparan la justa atención del autor, miembro asiduo de sus jurados. Da fe de que no pocos de sus premiados han intercambiado jugosas conversaciones con Felipe VI. 
"El discurso del rey frente al independentismo catalán" tiene también su oportuno lugar y su riguroso, desapasionado análisis nos muestra al Vila-Sanjuán más lúcido, del que más orgulloso estarían su padre y su abuelo, periodistas vocacionales como él. 
Como lo tienen otros premios, no poco importantes, los Princesa de Girona (en el punto de mira de los independentistas, cómo no), que reconocen el talento de los jóvenes, y las recepciones a escritores en el Palacio Real en la festividad del Día del Libro y la consiguiente entrega del Cervantes. 
Tras comentar algunas series ligadas a la monarquía (como The Crown), la paradójica debilidad de los catalanes del procés por modelos de país como Holanda, Dinamarca y Suecia (monarquías constitucionales como la nuestra), la defensa de la "monarquía monárquica", así como de las funciones, rituales y  simbolismos que la caracterizan, SV-S explicita "Mis razones para ser monárquico", que,  además de por herencia, serían: porque los países más democráticos del mundo son monarquías, porque en tiempos convulsos "brinda un rostro que toda la nación puede identificar y con el que identificarse", porque "conecta tradición con modernidad", porque ya la Constitución de Cádiz dictaminó que "El gobierno de la nación española es una monarquía moderada hereditaria", porque es "el primer símbolo de ese gran pacto de 1978", porque "la utilidad y el prestigio de la monarquía depende de la ejemplaridad y el rigor de quien la encarna" y eso está garantizado con Felipe VI y su esposa, porque el monarquismo tiene "una larga tradición" en Cataluña, porque colaboró con la ciudad de Barcelona "en sus tres momentos de mayor brillantez": dos exposiciones universales y unos Juegos Olímpicos (hablamos de la contemporaneidad), porque con su discurso del 3 de octubre de 2017 el rey "garantizó el cumplimiento de la ley en Cataluña", porque lanza mensajes de "moderación, continuidad y equilibrio (lo que molesta a populistas, radicales y totalitarios), porque no hay crisis que la impida reinventarse (véase el ejemplo de la familia real "por excelencia", la británica), porque "la aportación del rey al Estado es muy superior a lo que cuesta al contribuyente", porque "en el plano nacional e internacional, Felipe y Letizia brindan una imagen de seriedad, compromiso social, modernidad cultural y prestigio" y porque "el monarquismo bien entendido (...) es sobre todo un liberalismo", que es lo que intenta SV-S demostrar en esta obra, y consigue. 
Si, como lector, se me permite intervenir, añadiría que si "ser liberal consiste en estar dispuesto a admitir que el otro puede tener razón" (pág. 75), no hay mejor opción que la de defender a la monarquía y al rey frente a quienes, autodenominándose republicanos, no representan ni de lejos los ideales, genuinos y bien entendidos, de la República. En ello nos va, o eso me temo, que este cainita país de todos los demonios siga existiendo como la histórica nación que ha sido y es. 

© Casa de S.M. el Rey. SV-S recogiendo el Premio Nacional de Fomento de la Lectura



28.10.20

La poesía de Beatriz Chivite

Lo primero que llama la atención de este libro es su estupendo aspecto. Pocas ediciones tan bonitas y cuidadas como las de la madrileña papelesmínimos que en esta ocasión se alía con la gallega Chan da Pólvora, que tampoco se queda atrás, para ofrecer al lector una pequeña, exquisita joya. La elegancia es norma, sí, y, con ella, la sobriedad, el único lujo que uno entiende. Por suerte, los libros hermosos abundan en nuestra tradición tipográfica. No tanto los que, como éste, se publican en tres lenguas (castellano, euskera y gallego, cada cual en un color de papel), lo que en la España plural de nuestros amores debería ser también tan sencillo como frecuente. 
En las ciudades / Nas cidades / Hirietan reúne poemas de Beatriz Chivite (Pamplona, 1991), una breve muestra de los libros que ha publicado hasta ahora, a pesar de su juventud: Smog de Pekín (2012), Metro (2014), Biennale (2017) y Móvil / Limitación (2019). Esto es: Pekineko kea, Metro, Biennale y Mugi / Atu. Ella se ha ocupado de verter sus versos al español e Isaac Xubin, del vasco al gallego. 
Jon Kortazar y Aiora Sampedro se ocupan del prólogo, que titulan "Viaje por las ciudades de Beatriz Chivite. En efecto, esta mujer salió muy pronto de su ciudad natal (con una beca para estudiar el bachillerato internacional) y ha cursado estudios de Filología china y de Arte oriental en Londres (donde vive) y Pekín, ha hecho un máster en literatura y cine chinos en Hong Kong y trabajado en la Bienal de Venecia y en la Embajada de España en Yakarta (Indonesia). Esta intensa biografía explica que haya escrito libros sobre tres ciudades: Pekín, Londres y Venecia, en orden de intervención. 
Los prologuistas, que se encontraron con Metro en el Premio Euskadi de 2015, desmenuzan su poética y por eso aluden a su narratividad (por aquello de inventarle una historia a quien se sienta a tu lado) y la modernización del haiku. Además, a "la condición cosmopolita del texto", a lo que su poesía tiene de "canto a la intemperie y al desasosiego", a la "dureza de la soledad" y al miedo a los que se enfrenta alguien que vive, ajena, en medio de la multitud, a la "gran presencia del yo" (esta poesía es autobiográfica), al "componente social" y al "esteticismo" (que no son incompatibles en la poesía de verdad), a su afición por la pintura, a "la nostalgia de la infancia", a "la experiencia del dolor", al viaje, al riesgo (en lo que respecta al citado haiku, un modelo poético demasiado explotado y no siempre para bien), etc. 
Nos explican, en fin, y muy oportunamente, que existen "dos caminos para editar poesía en lengua vasca". El de las editoriales (como Pamiela, Elkar, Susa y Balea Zuria) o el de los premios, que "no tienen buena prensa en el sistema literario", la senda elegida por ella. Chivite ha publicado cuatro libros en cuatro años. Según Kortazar y Sampedro, la suya es ya "una de las voces más originales y distintas, más distinguibles, más personales de la actual poesía vasca". Este lector matizaría: de la poesía española, de la que este libro forma parte, como 17 segundos, de Kirmen Uribe, otro cosmopolita poeta en euskera (que reside en Nueva York), con el que encuentro puntos de conexión y que acaba de editar Visor en su colección Palabra de Honor. 
Puedo añadir que estamos ante una poesía viajera, sin duda, clara y contenida, donde brillan el misterio y la sugerencia, precisa en su intención y lúcida en sus resultados. Moderna sin remedio, pero atenta a la tradición. Tan occidental como oriental. Tan del norte como del sur. 
En "¿Cómo escribir?", un poema central, después de confesar, con la debida ironía, que, cuando "la realidad / me golpea duro", no sabe escribir poemas irónicos, ni románticos, ni postmodernos, leemos: "Enmudezco / cuando veo. // ¿Qué puedo decir? / ¿Qué palabra puede / ablandar tanto dolor? // ¿Luz?"
De su interés por el arte son fruto los poemas "Ernst", "Calder", "Picasso", "Mondrian", "Dalí" (excelente), o "Chillida" y, en suma, su libro Biennale
Me han gustado mucho también las odas a distintos colores que figuran en su último libro. 
Se alegra uno de este feliz descubrimiento. Más si tenemos en cuenta que en este país cainita de nacionalismos feroces cada día es más difícil que la traducción de unas lenguas a otras fluya con la debida naturalidad. Que sea más fácil, vamos, leer a un italiano, un francés o un inglés que a un catalán, un gallego, un asturiano o un vasco que no escriban en español. Pena. 

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno.

27.10.20

Lo último de Glück

Una vida de pueblo
Louise Glück
Traducción de Adalber Salas Hernández
Pre-Textos, Valencia, 2020, 180 páginas. 20,00 €
 
La concesión del Nobel a Glück (Nueva York, 1943), “por su inconfundible voz poética que con austera belleza universaliza la existencia individual”, celebra el fervor de la poesía.
Por suerte para el lector español, tenemos al alcance sus libros: El iris salvaje, Ararat, Las siete edades, Averno, Vita nova y Praderas. Ahora, Una vida de pueblo, traducido por Adalber Salas, un nombre más que añadir a la saga de poetas que han vertido sus versos al castellano con solvencia. Acaso es él quien subraya con pertinencia el “sutil ojo irónico” y la “dicción afilada” de la norteamericana.
El título de la obra es elocuente: la vida y el pueblo. Sí, de eso va este libro. Empezando por el final, no le importaba a Glück que calificaran su poesía de “agropecuaria” (como hubiera ocurrido aquí). Para seguir, la vida, ya sea en el campo y la naturaleza o en la ciudad, es sólo eso: vida. Plural, cabe precisar, porque, a pesar de su tono autobiográfico (que afecta a toda su poesía), son muchas las voces que se entrecruzan en estos poemas, casi siempre extensos, muy cinematográficos, compuestos por versículos, genuinos y claros relatos jaspeados de tensión lírica, sin apenas metáforas.
Desde el principio, la ventana, un sitio para la contemplación: “En la ventana, no el mundo, sino un paisaje enmarcado / que representa el mundo”. Desde donde observar el cambio de las estaciones, “abstracciones de las que provienen placeres intensos / como higos en la mesa”. Y allí, lo cotidiano. Primero, ver (montañas, por ejemplo); luego, escuchar (“grillos, cigarras”); y por fin, oler: “aroma de limoneros, de naranjos”. Pero cuidado, no estamos en el paraíso: “Nadie entiende realmente / la ferocidad de este lugar”.
En los poemas, gente que permanece o que se va e inexorablemente vuelve (“siempre lamentarás algo que dejaste atrás”) mientras el tiempo pasa: “A mi entender, te sale mejor quedarte; / así los sueños no te hieren”. Y hombres (que beben, queman hojas, callan) y mujeres: “Están solas en la fuente, en un pozo oscuro. / Han sido exiliadas del mundo de la esperanza, que es el mundo de la acción”. “En el café”, un personaje (todo un prototipo) “se va” y “las mujeres quedan devastadas”. “Saben que ese hombre no existe”. “Escuchará durante horas”. “Entra en su vidas como se entra en un sueño, / sin voluntad, y vive allí como se vive en un sueño, / por largo que sea”.
Una “se retirará a ese mundo privado del sentimiento / en el que entran las mujeres cuando aman”. Otra “está mortalmente harta de su vida / y necesita silencio”. Aquélla confiesa que “él trata de convertirme en una persona que nunca fui”. Mujeres que cocinan y envejecen: “Cuando miras un cuerpo, ves una historia. / Una vez que ese cuerpo ya no es visto, / se pierde la historia que trataba de contar”. Buenas vecinas que tienden la ropa (“Un día cálido”) o quieren vivir junto al mar (“Marzo”).
En el verano, omnipresente, donde “la vida se pudre en el calor”, sucede casi todo. Lo bueno (nadar en la cantera, sentarse junto al río, ir de picnic, charlar sobre el sexo y el matrimonio “ideal” de los padres, pasear por la noche...) y lo malo, por más que las pasiones transcurran “hondas en el interior”. Porque “el mundo más allá de la noche sigue siendo un misterio”. Sí, “hay un camino que no puedes ver, más allá del alcance del ojo”. Y ahí, la poesía, “para abrirle un espacio a la luz”.
Misterios como ese “pacto con la muerte” que hace nuestro cuerpo “para nacer”: “desde ese momento, lo único que intenta es hacer trampa”. Léase “Encrucijadas” y “Un trozo de papel”.
Hay una serena desolación, mucha tristeza, en estas vidas apegadas a la tierra: “así es toda la naturaleza, inútil y amarga”. En “Murciélagos” leemos: “Una terrible soledad rodea a todos los seres que / confrontan la mortalidad. Como bien dice Margulies: la muerte / nos aterra a todos hasta el silencio”.
Termina el libro con el poema que le da título. Allí, contra la oscuridad y la incertidumbre, la luna “sobre la tierra”: “Si hay una imagen del alma, creo que es ésta”.

Nota: Esta reseña se ha publicado en El Cultural.

23.10.20

Citas varias


«No sabría editar para vagos. No podría pensar en no cansar al lector. Yo quiero abrirle puertas incomodando si hace falta. Eso es lo que hace la alta cultura. Lo siento, pero no todo es cultura. La Comedia de Dante o un edificio de Álvaro Siza no son lo mismo que un plato de judías con butifarra. Aunque esferifiques las judías. La cultura no es un más difícil todavía. Es lo que te puede cambiar la vida o indicar un camino. Lo que decide la cultura es la calidad, no los votos. Puede ser democrática, pero requiere esfuerzo. El mundo editorial es como el del turismo: puede ser de botellón o de calidad. Salvar la cultura es salvarnos como lectores». Sanda Ollo, directora y editora de Acantilado.


«Lo único que tengo claro es que mi poesía personal es un fracaso. Y respecto al momento por el que atraviesa el mundo, me interesa la lección que nos dejó Homero. Él habla de los seres humanos como si estuvieran de pie en el tiempo, de espaldas al futuro, de cara al pasado. Quizás ésta sea una orientación más verdadera.
-Pero la tentación es siempre mirar hacia adelante [añade Antonio Lucas].
-Esa es la tentación, pero no tiene por qué ser el camino». Anne Carson, poeta.



«Hay que hablar y escribir claro no ya para ser comprendido, sino para ejercer la claridad del pensamiento, que es inseparable del activismo práctico». Antonio Muñoz Molina, escritor.


«... se puede sin duda cobrar más que siendo maestro, pero no ser más... ni mejor». Fernando Savater, pensador.


«"Verdad dice quien dice sombra” (Wahr spricht wer Schatten spricht) había escrito Paul Celan en su Schwelle zu Schwelle (De umbral en umbral). Esa distancia entre la realidad y el lenguaje, mediada en Celan por el decir, nos sitúa ante una sombra que la poesía hace suya, es su territorio y su lugar de intervención. Recorrer la sombra, intentar desde la palabra nombrar/decir su verdad, tensamente, sin resolver nunca la distancia, tal es el territorio del poema, su lugar natural». Francisco Jarauta, filósofo.


«Basta. Interrumpo la escritura. Otra vez un mensajero con más libros. ¿Por qué se escribe tanto, se publica todavía más y se lee tan poco? Ellos son los responsables de mis digresiones. ¿Y por qué tanto escritor desconocido por mí me dedica su libro siempre con admiración, amistad y un gran abrazo?» Juan Antonio Masoliver, poeta y crítico.

Nota: La ilustración es de un cuadro de Laurence Winram.

19.10.20

De Angelou y Pérez Montalbán

Maya Angelou
Traducción y prólogo de Nieves García Prados
Valparaíso Ediciones, Granada, 2019. 332 páginas.
 
La norteamericana Angelou nació en San Luis, Missouri, en 1928 (murió en 2014) y se llamaba en realidad Marguerite Annie Johnson. Era afroamericana. Tuvo una vida intensa de la que da fe no sólo su poesía, sino además siete volúmenes autobiográficos. Hija de padres divorciados, fue violada cuando era niña (por el novio de su madre, luego asesinado). Su hermano y ella vivieron su infancia entre la casa de la abuela paterna en Arkansas y la de la madre. Estuvo seis años sin hablar. A los diecisiete, trajo al mundo un hijo. Trabajó como conductora de tranvía, prostituta y proxeneta. Tras su primera boda con Tosh Angelos, se dedicó al show business como cantante y bailarina. Pronto conoce a M. Luther King y se convierte en miembro selecto del Movimiento por los Derechos Civiles. Viaja a África como pareja del activista sudafricano Vusumzi Make. Después de publicar en 1968 su primera autobiografía, todo cambia. En 1972, su primer libro de poesía es nominado para el Pulitzer. Un año más tarde se casó con Paul Du Feu. Vinieron después años de éxito y fama. Basta con consultar la Wikipedia para hacerse una idea de hasta dónde llegó. Fue la elegida por Clinton para leer un poema en su toma de posesión como presidente o por Oprah Winfrey para celebrar su medio siglo televisivo.
Si cuento, resumidamente, todo esto es porque su poesía es inseparable de estas circunstancias; otra suerte de autobiografía, pero en verso. Con música, diría. De blues, naturalmente. Poemas sencillos, efectivos y claros para ser leídos en voz alta (así consiguió tres Grammy). Hímnicos y con gran sentido del ritmo y la naturalidad. Inherentes a su condición femenina. ¿Sus temas? La conciencia de clase, la libertad, la igualdad y el humanismo; la negritud, ya sea la africana o la del profundo Sur, de procedencia esclava; las mujeres y los hombres, a los que conoció bien (su sexualidad, por ejemplo); la soledad y la familia; su país (léase “Arkansas mía” o “Una canción de Georgia”); y, en fin, la inevitable resiliencia de alguien que ha vivido mucho y peligrosamente, pero sin miedo, con autoestima, tal como narra en poemas (como “Mujer extraordinaria”) sustentados en la memoria. Poblados de gente corriente, por cierto.
Puede que esta poesía gane en la corta distancia antológica, pero es destacable el esfuerzo de Nieves García Prados para verterla con la debida solvencia poética al castellano.

Vikinga
Isabel Pérez Montalbán
Visor, Madrid, 2020. 92 páginas.
 
Pérez Montalbán (Códoba, 1964) consiguió con Vikinga el “Ciudad de Melilla” (sí, el mismo que ganó Loreto Sesma) y el año pasado, también en Visor, reunió una muestra de sus versos en El frío proletario. Antología 1992-2018.
Se la considera “iniciadora de la poesía de la conciencia”, una corriente que, según Prieto de Paula, agruparía obras que “se basan en la insubordinación al statu quo socioeconómico (neoliberalismo, enajenación consumista) y a la clasicidad anestésica de la literatura”.
Las citas iniciales abren el camino a un discurso inequívocamente político (qué no lo es).
Nacida en el barrio cordobés de Los Vikingos (“miseria del ensanche”), su “conciencia” es de izquierdas. Pretende ser entendida y a la ácida y desgarrada claridad de su poética se unen unas notas que, para aunar poesía y mundo, generarían “un relato plural” en torno al “intertexto”.
El concepto arquitectónico del “alma de la viga” le sirve para apuntalar “la resistencia humana ante la adversidad”. Y desde el primer poema, la violencia, el abuso. En la infancia, en “la casa, nunca hogar”.
IPM utiliza un lenguaje áspero, poderoso y veloz que le sirve para expresar con toda su crudeza (más que mero expresionismo) lo que cuenta: “O resisto o me mato”. Este es el tono. El de “Yo, punto. Y yo y yo, pero también los otros”.
En el vocabulario, palabras clave como desahucio, pobreza, subsidio, basura, huelga, paro, hipoteca… Poemas como “Calle Torremolinos” o “Las liendres” responden al verso de “Divina poesía”: “Yo no quiero metáforas, metonimias ni símiles, ni poetas de patio de butacas”. El poema, diría Sanz, como “piso de protección oficial”. Contra quienes “escrituran patrañas” sin “sustancia”.
Ni aprendimos ni aprendemos, dice. En Crimea, Siria, Colombia o Ruanda. Denuncia el asunto de las cunetas españolas, la crisis griega o la catástrofe de Chernóbil. Cita a Anguita: “Hemos perdido la guerra, sin duda”. Y repite la frase de El Padrino: “No es nada personal, solamente negocios”. Por momentos, el libro podría pasar por un manifiesto del que un votante de Podemos sería su lector ideal. Le salva su lenguaje. Y la ironía, que se abre paso en “Éramos tan felices” (“Felices no, cabrones sin escrúpulos”) o en “Apolítico” (con epígrafe de Žižek).
“El amor, ese gran tema” toma la tercera parte del libro. Acaso la más cálida. En “Pobre amado mío”, “Ritornello”, “Mio amor” o “Pérdida”. “Y el amor –que no existe– no es bastante”. 

Nota: Estas reseñas de los libros de Maya Angelou e Isabel Pérez Montalbán se han publicado en El Cultural

18.10.20

Los artículos de Aramburu

Después de confesar que no leía diarios, el cascarrabias de Juan Ramón Jiménez dijo en una entrevista publicada en la revista colombiana Cromos en 1925: "Siento positivamente que los escritores caigan en el periodismo que es pozo del arte". No, ni siquiera los genios aciertan siempre. Para demostrarlo está Utilidad de las desgracias, de Fernando Aramburu (San Sebastiáan, 1959), que publica Tusquets, cuyo prólogo, "Antes que se me olvide", viene encabezado, no obstante, con la inquietante pregunta: "¿Me equivoco al asociar el articulismo con la literatura? La respuesta, como bien dice, es no, no se equivoca, siempre y cuando no estemos hablando de "cualquier literatura" ni, en rigor, de periodismo. Él es un escritor que escribe en los periódicos, cabe matizar. Y con la misma voluntad de estilo que caracteriza toda su obra; un rigor y una exigencia apreciables y apreciadas por cualquier lector. 
En este libro reúne casi todos los artículos que publicó en El Mundo entre 2017 y 2018, a lo largo de ochenta y una semanas y que conformaron la serie "Entre coche y andén". Siempre en domingo. Estaban ilustrados por Gabriel Sanz, que se encarga con "destreza admirable" de la cubierta. 
La selección fue asumida por su editor, Juan Cerezo, así como la clasificación por temas y su consiguiente designación. También eligió el título, que es el del último artículo de la muestra. Creo que acierta en todo y no me extraña el incondicional "visto bueno" del narrador.
Siete con las partes a que aludimos: "Recordar una vida", "No olvidar el dolor de los demás", "Disfrutar del presente", "Entregarse a un oficio", "Apasionarte con la lectura", "Creer en la educación" y "Extraer algunas certezas". Si han leído al vasco, comprobarán que estos rótulos lo describen. A él y a su filosofía de vida. Los títulos de los artículos tampoco llaman a engaño. Nada en la extensa obra del autor de Patria lo es. Si por algo se caracteriza es por su coherencia y por su honradez, algo que se deduce al leer con la calma debida estos textos. ¿De qué tratan? De la infancia, de los estudios, de la familia, de su ciudad natal y del País Vasco, del terrorismo, de Zaragoza, de su otra patria: Alemania y de "la guapa", de la bondad y el perdón, del fútbol, del oficio de escribir, de la lectura y de la literatura, de la novela y de la poesía, del estilo, de la educación... Entre la amenidad, bien entendida, y la reflexión, Aramburu va desgranando no pocos asuntos, siempre apegados a la realidad, consciente de que publica en un periódico y, ya se dijo, para todos los lectores. 
El propio autor lo resume muy bien en una entrevista publicada en El Cultural: "Ofrezco al lector las reflexiones de un hombre que piensa por libre, ama las humanidades, confía en la educación, reprueba la violencia, colecciona y agradece los pequeños placeres". 
Uno, que siguió con fervor y puntualidad aquellas entregas dominicales, las ha vuelto a leer y no parecen las mismas, a pesar de que lo hice en papel y no sobre una pantalla. Misterios de la letra impresa. Sí, un libro es un libro, aunque esto parezca una ocurrencia del inolvidable Rajoy.
Para muestra, y por lo que a uno le toca (aunque sea otro de los capítulos, "Necesidad de poesía", el que me "toque" más por aquello de que se ocupa de lo poético y, entre otras cosas, de su lectura madrileña de El cuarto del siroco), este botón. Así empieza "¿Qué es un genio?", precisamente. 
"Ejercí la docencia no sin ganas, aunque es un oficio que cansa y desgasta. Llegas a la jubilación, si es que llegas, peor que baldado y ni Dios te lo agradece, A lo sumo, ves, pasados los años, a un expupilo por la calle, apenas reconocible de estatura y de facciones, y te saluda sonriente. Algo es algo". 

16.10.20

Juventud en Gijón

Treinta años y treinta títulos resumen la andadura de los cuadernos "Heracles y nosotros", que edita en Gijón (una primorosa tirada no venal de doscientos ejemplares numerados) Nacho González, autor, por cierto, del número 29: Cuaderno para un confinamiento, mucho más que un puñado de versos a cuenta del maldito encierro que hemos padecido meses atrás. El 30, puedo añadir, reúne diez sonetos (en la mejor tradición clásica) de Luis López Suárez (que vive en Castropol) bajo el título Ocho sonetos fúnebres (los otros dos corresponden la prólogo y al epílogo), de una emotividad lograda sin recurrir al patetismo, algo difícil si uno escribe acerca de la muerte de su amor. Pues bien, es el 28, Carta de marear, de César Iglesias, el que comentaré con más detenimiento. 
Fui uno de los sorprendidos al leer Lengua del duelo, su ópera prima, que vio la luz en 2016, cuando el poeta contaba 55 años de edad, lo que no es habitual en un principiante. "Una ética de la tristeza" titulé mi reseña. Publicó el año pasado Suena la nieve y volvió uno a ponderar su poesía, que llega al lector "a través de un lenguaje áspero, simbólico, tan contenido e intenso como doliente y preciso". 
Iglesias nació en Mieres en el 61 y vive en Oviedo, pero en una entrevista que le hizo hace poco José Luis Argüelles para La Nueva España (donde aquél trabajó como periodista) afirmaba que "su carácter se formó en Gijón en la década que transcurre entre las postrimerías del franquismo y el primer lustro de los años ochenta, cuando se consolida la Transición". De esa época dan buena cuenta los "22 poemas recuperados (1978-1984)", como reza el subtítulo, la de su adolescencia y primera juventud, agrupados ahora en esta plaquette que, en realidad, no deja de ser un libro breve que incluye ilustraciones del pintor Melquiades Álvarez y del diarista y fiscal Avelino Fierro, así como evocadoras fotografías de José Carlos Díaz. 
En la citada conversación con Argüelles (también poeta, por cierto), confiesa que "es un homenaje privado a la ciudad que conformó mi carácter, y destinado a amistades que también fueron protagonistas y testigos de aquel Gijón". Pero es en un hermoso texto en prosa que antecede a los poemas, "Cartografía menor", donde mejor expresa sus propósitos. "Hasta que arribamos al Gijón-Xixón luminosamente gris a finales de los años sesenta del siglo pasado yo era un habitante de ningún sitio". Un crío de "familia nómada". Cuenta que el asma ya le había llevado de niño a la playa gijonesa, veraneos que se alternaban con estancias "secas" en la provincia de León. Como todos (o casi), "en el tránsito de la adolescencia a la juventud me convertí en un extraño en la vida", lo que suele ir aparejado al ejercicio de la poesía, esa suerte de tabla de salvación. "Fue un tiempo de descubrimiento". De "la amistad, la política, la literatura, el cine, el arte, la música, el sexo y el amor". Los restos de aquel bello naufragio estaban guardados en una carpeta azul que "la persistencia de Eugenia en el amor" logró preservar más allá de "mudanzas y derrotas". "Del largo centenar de poemas, han sobrevivido veintidós, sometidos a las exigencias de quien ahora soy". Aunque el "latido emocional" permanecía, "el estilístico exigía cierta cirugía". 
Vaya por delante que el resultado no se queda en un mero ejercicio de nostalgia. Lo que leemos en Carta de marear son poemas que se sostienen como tales sin necesidad de recurrir a los vaivenes de la biografía. Distintos, sí, de los que hemos leído en sus dos libros, pero no por eso, insisto, muestras de vana retórica sentimental. Emociones y sentimientos hay en ellos, sin duda, pero ni menos ni más que en la mayor parte de los versos de cualquiera. 
Lo que a uno más le ha llamado la atención, por encima de esos logrados heptasílabos que con cadencia hipnótica seducen al lector, es la visión de una ciudad y, ya allí, del desnortado muchacho que la habita. Para los que amamos a Gijón, la suerte es doble. 
La señardá, esa forma norteña de la melancolía, lo tiñe todo. A las personas (algunas de ellas malogradas por culpa de la droga) y a los lugares: L'Atalaya (donde lee "L' infinito" de Leopardi), el muelle del Formentín, las calles de Cimavilla (que uno siempre ha nombrado Cimadevilla), el Campu les Monxes, la Punta de Liquerique, Los Mareantes, El Muro... Y el bar Escocia o el Islandia. Y el cine Brisamar y el Paradiso. Y el astillero. 
"Nadie nos avisó / de que somos los náufragos", escribe, lo que nos lleva indefectiblemente al mar ("en las olas escribo") y a los marinos de esa ciudad varada a orillas del Cantábrico. 
"Ser maldito no renta / si de la vida hablamos", leemos en el poema 17, el de "al volante del Seat, / ebrio y desesperado, / camino de Cabueñes", que nos recuerda al Pessoa del Chevrolet por la carretera de Sintra. O por la de Deva, donde tres amigos encontraron la muerte.
Sí, Gijón ("A esta ciudad me debo / a su brea insumisa / y al Nordés de sus calles, / donde la resistencia  a tanto sufrimiento / es hermosa y más cierta"), esa atmósfera: "este es nuestro paisaje / con sus desolaciones / de tarde de domingo". El de, por ejemplo, la estación de autobuses, a la entrada, "siempre tan gris, tan Alsa". 
Quien deambula por la ciudad (una ciudad que es todas las ciudades, ya se sabe) es un muchacho confundido que acierta a balbucir cuanto le pasa y lo traslada, ya en forma de poema, antes que a nadie a él mismo. "Nos creemos felices / tal vez un poco eternos. / La lluvia y las mentiras / ocultan nuestro error". 
Un acierto ha sido rescatar del olvido estos poemas. Este "autorretrato con retoques", que diría Jesús Pardo, por más que, como recordaba aquí atrás Arcadi Espada: “La autobiografía no existe. Siempre es otro el que escribe de uno”. 
Hace bien en agradecer a algunos amigos el impulso y la lealtad para conseguirlo. Completan, a su manera, la obra, no por breve menos interesante, de este poeta asturiano que cierra el cuaderno con un sencillo poema de amor que estremece. 

Carta de Marear
César Iglesias
Heracles y Nosotros, Gijón, 2020. 32 páginas.

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno.

10.10.20

José Manuel Benítez Ariza lee "Porque olvido"


No siempre es fácil distinguir un diario de lo que no lo es, y más en estos tiempos en los que tanto se prodigan, por la variedad de formatos y espacios de difusión disponibles, las colecciones de apuntes misceláneos de escritor, que no necesariamente conforman un diario propiamente dicho.
De ahí que lo primero que cabe destacar de Porque olvido (Diario 2005-2009) sea que efectivamente responde a lo que anuncia –y ello, a pesar de que se trata de una selección de entradas de un blog en el que también se publican reseñas y otros escritos más o menos circunstanciales–. En efecto, el poeta y crítico literario Álvaro Valverde (Plasencia, 1959) logra, al entresacar de este blog las entradas más personales, las vinculadas a su vida familiar, a su trabajo como maestro de enseñanza primaria y a sus relaciones sociales y compromisos literarios, que este conjunto en principio no muy nutrido de anotaciones –apenas unas veinticinco páginas por año– se articule en torno a los elementos básicos que certifican la existencia de un empeño de escritura diarística: un relato autobiográfico hecho de recurrencias reconocibles, un logrado equilibrio entre narración y reflexión y una especie de pacto de confidencialidad dirigido al lector, incluso cuando éste sabe que el diario en cuestión se difunde por un medio público.
Y el caso es que Álvaro Valverde se presenta en su diario fundamentalmente como un hombre público. Como tal, se refiere a las importantes responsabilidades como gestor cultural que en su día asumió en su región, Extremadura, y de las que luego sería apartado por razones espurias. Y es también esa dimensión pública la que lo lleva con frecuencia a presentarse como ciudadano activamente interesado en los asuntos del día, no sólo culturales, e incluso a asumir una cierta posición de cronista del “resurgimiento cultural” que, en su fundada opinión, ha conocido su tierra, así como del empeño de su generación por lograr la “modernización literaria” de la región. “Quise ir de lo local a lo universal”, refiere en algún momento. Y no cabe duda de que su atención a la noticia menuda, su serena pero firme indignación ante ciertos desafueros locales –como los hay en todas partes– y su permanente reivindicación de lo que podríamos denominar la cantera literaria extremeña, de la que él mismo ha surgido, dan fe de que el poeta reconocido y premiado a nivel nacional que es Valverde se siente cómodo en su entorno literario inmediato y no desaprovecha ocasión de reivindicarlo. Dan cuenta de ello, por ejemplo, las numerosas semblanzas personales que  enriquecen este diario, muchas de ellas dedicadas a amigos que fallecieron en el espacio cronológico al que éste se circunscribe: el poeta y traductor Ángel Campos Pámpano, el también poeta y animador cultural Santiago Castelo o el editor Julián Rodríguez, entre otros.
Pero esta dimensión “pública” del diarista apenas lograría integrarse en un discurso de pretensiones confidenciales si no viniera respaldada por un retrato íntimo creíble. Resulta significativo, por ejemplo, que el activista del fomento de la lectura –Valverde lo ha sido y lo es– confiese haberse criado en un hogar humilde y con pocos libros; como lo es que quien reconoce un fondo de timidez en su activa vida social y literaria se corresponda con un paseante solitario y contemplativo y un hombre celoso de su intimidad, aunque no por ello escatime, desde una cierta discreción, unos pocos datos reveladores sobre su vida familiar, su entorno laboral, alguna que otra incidencia doméstica, etcétera. Igualmente, el retrato moral que Valverde ofrece de sí mismo no escatima al lector sus ocasionales desacuerdos con el entorno social y político en el que se desenvuelve –y al que debe algún que otro disgusto–, así como el eco amortiguado de viejas pero en su día sonadas batallas literarias en las que el hoy poeta ecléctico y crítico de amplísimas miras participó con ánimo militante.
Tal es el mérito de este diario: entresacar de una consolidada “bitácora”, muy ceñida a la crítica e información literaria en general, un convincente diario íntimo y poner en valor al personaje autobiográfico que lo sustenta, con sus idiosincrasias y contradicciones. Más o menos como todo el mundo.

Publicado en caoCultura

9.10.20

El Nobel de Glück


Hace unos días terminaba de leer el último libro de Louise Glück publicado en España, por Pre-Textos y en traducción de Adalber Salas Hernández: Una vida de pueblo. Pensaba escribir una reseña sobre esa emocionante lectura. Es, con "El iris salvaje", el libro de Glück que quizá más me ha gustado. Me he alegrado mucho por su Nobel. 
Este es el artículo de urgencia que me publica El Cultural sobre la poeta norteamericana.

LA ELEGANCIA DE LOUISE GLÜCK

Cuando no pocos lectores de poesía esperaban el Nobel para Anne Carson (o para Simic o Zagajewski, eternos aspirantes), el de este año turbulento ha ido a parar a la norteamericana Louise Glück, “por su inconfundible voz poética que con austera belleza universaliza la existencia individual”, precisa la Academia Sueca. Desde que lo ganara Szymborska en 1996, ninguna poeta lo había logrado.
El día 3 de junio de 2006 uno anotaba en el blog: «Mi último descubrimiento se llama Louise Glück (Nueva York, 1943). Su editor, Manuel Borrás, me recomendó hace unos días que leyera El iris salvaje (premio Pulitzer en 1993). Da gusto volver a encontrarse cara a cara con el milagro de la Poesía; sí, con mayúsculas». En efecto, a la ejemplar editorial valenciana le debemos los españoles el conocimiento de la poesía de Glück. Sucesivamente, han ido viendo la luz, además del mencionado, los libros: Ararat, Las siete edades, Averno, Vita nova, Praderas y Una vida de pueblo. Traducidos por solventes poetas: Abraham Gragera, Ruth Miguel Franco, Eduardo Chirinos, Mariano Peyrou, Mirta Rosenberg, Andrés Catalán y Adalber Salas.
Califiqué una vez sus poemas como «sutiles, elegantes, inteligentes, ligeros (por lo que parecen frágiles), magníficamente construidos, clásicos (y no sólo por la frecuente aparición del mito) y modernos a la vez, privados pero habitables que, tal vez por eso, dejan en silencio a este lector, perplejo ante tan sabia como sencilla verdad; ante la asombrosa presencia de un mundo donde el matizado brillo de la luz importa tanto como la equilibrada oscuridad de la sombra».
Ya que mencionamos la mitología (que usa como “máscaras de un yo en transformación”, según Anders Olsson), en Averno, la clave está precisamente en un mito griego: el de Perséfone. Ahí, «un conjunto de admirables poemas que aúnan, como es característico en la reconocida poeta norteamericana, la hondura y la claridad, la pasión y el sosiego, la realidad y el sueño, el cuerpo y el alma, la vida y la muerte. Poemas donde la memoria bucea en el mar del olvido de donde emerge la niña que fue y la infancia que tuvo. Madres e hijas. La errante Perséfone».
Los poemas de Praderas, por su parte, siguen un doble patrón, clásico también. De una parte, relacionado con los personajes odiseicos de Penélope y Telémaco (y de Ulises y Circe); de otra, por las “parábolas” que contiene.
En los poemas de Telémaco, alude a su desapego, sus remordimientos, su bondad, su dilema, su fantasía y su confesión. En los de Penélope, resalta su terquedad.
Más allá de este tipo de versos escritos mediante el recurso del monólogo dramático (habla de ellos, pero también de ella), destacan los que dedica al amor y al desamor, al matrimonio y a la pareja. La familia, no se olvide, ha estado en el centro de sus intereses. Y la infancia, cabe añadir. En “Nostos” leemos: “Miramos el mundo una sola vez, en la niñez. / Lo demás es memoria”.
Es evidente que estamos ante una poesía autobiográfica, pero que no por eso pierde de vista la universalidad.
No falta la sutil ironía, marca de la casa, y cierto, sereno desgarro. Todo, claro, desde la elegancia que caracteriza a esta mujer. Y la inteligencia. Y la sobriedad, en línea con la maestría de Dickinson.
El tono conversacional, incluso con fragmentos dialogados, dota a sus versos de esa genuina naturalidad a que nos tiene acostumbrada la mejor poesía estadounidense.
El último de los traducidos, de este mismo año, Una vida de pueblo, puede ser, junto a El iris salvaje, tal vez la mejor manera de iniciarse en su lectura. El que acaso justifique mejor el porqué de su Nobel. La claridad impera en esta suerte de relatos protagonizados no sólo por la autora y por la naturaleza que la rodea, a la que no teme describir o nombrar como si de un personaje más se tratara, sino también por los habitantes del que podría ser cualquier pueblo de la América profunda. Y allí, el verano. Y la juventud al lado de un río. Y el inexorable paso del tiempo que la hace recordar aquella vida pasada con la melancolía que hace al caso. La vida, el amor y la muerte.

Nota: Este artículo se ha publicado en El Cultural.
La fotografía es de AP/Michael Dwyer. Tomada de El Universal

8.10.20

Galería

Publico, con el tácito permiso de los retratados, una galería fotográfica de la presentación en la Feria del Libro de Plasencia de "Porque olvido". Las imágenes fueron tomadas por Antonio María Flórez y Ricardo Arroyo. 
En dos palabras. mil gracias a los que acudisteis y, cómo no, a los que lo intentasteis. Algunos, me consta, estaban en espíritu allí.









7.10.20

Sin tiempo

Cuesta trabajo creer que el jurado que concedió, con todo merecimiento, a El reloj de Mallory, de David Hernández Sevillano (Segovia, 1977), el premio Emilio Alarcos estuviera presidido por el mismo poeta (al que, por otra parte, tengo en alta estima) que ese otro (compuesto por un poeta y medio) que regaló hace poco a Rafael Cabaliere el premio Espasa de Poesía (más conocido como Premio de Poesía Escasa). También que al primero le dieran 5.200 euros por un puñado de poemas que de veras lo son y al segundo 20.000 por una serie de ocurrencias (a la vista de lo adelantado). Sí, como le dijo Clinton a Bush: «Es la economía, ¡imbécil!». Yendo a lo que importa, tiempo al tiempo, reconozco que, una vez más, Hernández Sevillano vuelve a sorprenderme. Es lo bueno de la poesía, que si lo es de verdad, como hace al caso, te coloca de nuevo en la posición de salida, por libros que hayas leído y resabios que tengas. Me pasó la primera vez con El punto K y me vuelva a pasar ahora. De éste dice Ben Clark (prologuista de aquél) que "detiene el tiempo en la escalada hacia las cumbres de la cotidianidad". Y es que su título alude al "poeta de las montañas", como denominaron a George Mallory, montañero británico, jefe de cordada de una expedición al Everest que, en 1924, acabó en tragedia. La última vez que lo vieron, acompañado de Irvine, estaban a 8.500 metros, muy cerca, por tanto de la cumbre. ¿Llegaron a conquistarla veintinueve años antes que Hillary y Tensing? Lo cierto es que en 1999 hallaron su cuerpo y, entre otros objetos, su reloj. Sin manecillas. "Sin tiempo". 
En el primer poema, "El poeta", Hernández Sevillano nos dice que "Para escapar escribe. / Y a ratos por inercia / y acaso porque  hay cosas / que son inevitables / y a ratos porque solo en el poema / puede hablar a los dioses en su idioma / —quiero decir que escribe / como quien desenvuelve una oración—". Y que "Solamente hay un hombre a quien le cuesta / sostener la mirada de otro hombre, / que duda, que suplica". 
"Curriculum vitae", un poema central, se refiere a lo que ese hombre "no dice", "no cuenta", "se calla, "aún ignora"...
En "Monte Everest, 1924" leemos: "Todos hemos subido al Himalaya / en las botas de cuero de George Mallory". 
Supongo que a estas alturas de la reseña el lector ya habrá advertido que HS tiene un gran sentido del ritmo y que sus versos están poseídos por la claridad. No en vano escribe: "Somos luz y la luz a la luz tiende". Si leen el libro por completo, advertirán además un efecto sedante y una sensación de consuelo. Y una cercanía que se impone por el mero hecho de que quien escribe lo hace a pie de calle, digamos. Un hombre cualquiera en situaciones cotidianas, como atisbó Clark. Basta con leer "Agenda". 
Siempre hacia el cielo, hacia arriba (léase "Destinos"), "pero también / ¡hacia adentro, hacia el fondo!", todo un homenaje a JR. 
En "Quienes no", "los que aún son capaces de soñar / —escalar, besar, comer, volver a casa... —, / y los muertos". 
"Nuestros antepasados" es, en su aparente sencillez, es un hallazgo: "Hubo un tiempo, hace mucho, mucho tiempo / en que aún nadie había / subido al Everest". Ni se habían hecho otras muchas cosas más, como las que él relata. 
Con frecuencia, desde el primero, HS reflexiona en sus poemas acerca de la poesía; así, en "Relecturas" ("Al urdir el poema, al avanzar / como avanza al caminar la nieve", hermoso símil), en "Amanece ("por todo ello amanece, / por ello la poesía"), en "El poeta de las montañas"... Poesía, cabe precisar, que es inseparable de la vida: "Así la vida. / Por ver mejor, lo oscuro", leemos en "Lluvia de estrellas". 
En muchos poemas repite un esquema, lo que los dota de una gran efectividad. Repite, por ejemplo "si...", "por si...", "lo que el hombre...", "¿Qué...", "Promete..." (y "Prométeme...", en "Ruth", un poema dedicado a la viuda de Mallory, que fue madre de tres hijos), "Para...", etc. 
La segunda parte del libro (la que sigue a "El poeta de las montañas"), titulada "Mapas antiguos", se abre con un logrado poema de amor de igual título. Le siguen otros conseguidos también, como "Ocupaciones" o "Mañana de mercado" (con un giro que le aporta sorpresa: "Allí están todos / los hombres que no he sido"). Y unos cuantos de amor: "Instrucciones para hacerte sonreír", "Una palabra de más", Del otro lado. La hora de la siesta" y "Confusión". 
En "Orígenes": "yo vengo de la nieve". "Envidia" termina con "la vida" y "Frío" con "mi vida". 
En "Clases de inglés" están los hijos. HS acierta incluso cuando se atreve con las ocurrencias: en "Tíbet" o "Sin CTRL+Z". 
Se cierra el volumen con "Campamento base" y con estos versos: "Comprenderé, acaso, que la muerte / no es lo que nos contaron de la muerte, / como el amor tampoco / es aquello que oímos del amor". Y es cierto. 

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital asturiana El Cuaderno

De Feria