28.5.21

La pluma ética

Como ya he contado alguna vez, descubrí hace unos años la poesía de Igor Barreto (San Fernando de Apure, 1952), que además es editor, traductor y profesor de la Universidad Central de Venezuela, al leer su libro Annapurna. La montaña empírica (Fábulas de un funcionario). Gracias a la mediación de la escritora Marina Gasparini. Después llegó su poesía reunida (de 1983 a 2013), que publicó Pre-Textos en 2014 con el título El campo/El ascensor, y, hace cuatro años, en el catálogo de Bartleby Editores, El muro de Madelshtam. Este era un libro sin duda sorprendente que demostraba a las claras ante qué poeta y qué poesía estamos. Sí, la de Barreto ha de ser considerada una de las voces más importantes de la fértil poesía venezolana contemporánea, que es tanto como decir una de las principales del panorama lírico hispanoamericano.
En una entrevista publicada en el diario El País, al preguntarle Jorge Morla sobre el mejor regalo que había recibido, el poeta respondió:Una navaja cacha de nácar de marca Barrilito, y un gallo de combate que llamé Lanchero”. Más adelante añade: “Me gusta la fantasía haitiana de un posible mundo gallináceo. Yo sería un gallo zambo de combate con el pecho negro-sólido”.
Si el salto cualitativo de su penúltimo libro era arriesgado, no digamos el doble mortal que ha dado con La sombra del apostador. El gallo combatiente y su ritual analfabeto, que publica Visor en colaboración con la Fundación para la Cultura Urbana. No es sólo que haga oídos sordos a ese tumulto animalista radical que impera al calor de la doctrina de lo políticamente correcto, es que su lenguaje y su poética, si cabe tal distingo, apuestan por un modo de decir único y distinto, diferente del que habitualmente, sobre todo en esta orilla atlántica, acostumbrados a identificar con la poesía. El atrevimiento de Barreto no es, digámoslo pronto, ni adánico ni temerario ni siquiera vanguardista, aunque la pelea de gallos sea “un ritual de la cultura analfabeta profunda”, sino calculado y riguroso. El que se espera de alguien que ejerce, inspiración mediante, la maestría.
Las pelas de aves es una práctica que, en efecto, está en el origen de este libro, pero es mucho más que una obra sobre gallos. Estos son un motivo, pero el tema es otro: el destino, la muerte…
Según tengo entendido, siguen siendo legales en España. En Comunidades como Andalucía y Canarias, aunque, por ejemplo, ni se puede apostar ni se permite la asistencia a los combates a los menores de 16 años. Según Nius, en Venezuela, donde esta tradición mueve miles y miles de dólares, hay más de 2.000 galleras registradas y el número de locales clandestinos es incalculable.
Este “hermético ritual de muerte” no es nuevo. “El imaginario de sus hazañas, tiene dos milenios y viene de Indochina, India y Persia”, nos explica Barreto. A través de Grecia llegaría a Europa. El Conde de Lautréamont y Baudelaire frecuentaron reñideros de Montevideo y París.
Con lo conseguido con sus primeras apuestas, editó Barreto poeta su primer libro.
Nada de lo que se recoge aquí, que tanto tiene que ver con ese mundo, hubiera sido posible si este hombre memorioso no defendiera como principio poético básico “Mirar como el que escucha”. “He aprendido a mirar con ‘atención’; según Simone Weil, es la forma moderna de la fe”, confiesa. Y “Las imágenes de este mundo se despliegan en mi mente como un atlas cambiante, suscitando relaciones y pensamientos”. Lo dice, como lo relatado más arriba, en “Algunas palabras”, a modo de prólogo.
Su mirada (y lo escuchado) arman este artefacto, más natural que forzado, con ráfagas expresionistas y barrocas, donde se evoca un ámbito extraño para muchos, al menos hasta que, como en mi caso, se leen estas páginas. Una suerte de microcosmos que participa a la vez de la violencia que esa afición soporta y de la fragilidad y hasta de la delicadeza con la que Barreto es capaz de rememorarlo. De los gallos y de los hombres, matizo. Esa es la gran metáfora. “La mirada humana / convierte al hombre en ave, / y al gallo / lo pone a pensar / igual que tú”, leemos. Y: “―Ciertamente (responde Kabir) para mí, el gallo quiere ser hombre / y el hombre quiere ser gallo”. “Ese momento donde el hombre y el gallo / se miran a los ojos: / y uno quiere ser el otro”.
La obra empieza con un extenso poema (que va de la página 17 a la 44) que por sí mismo justifica el libro: “Al inframundo por un gallo blanco”, que, como es obvio, se abre con una cita de la Comedia de Dante. Del escaparate al laberinto. Otro descenso a los infiernos. Y ahí, como en el resto del volumen, constantes guiños metapoéticos: el gallo, el hombre, la poesía. “La poesía revive circunstancias muertas”. “Emociones y conmociones”, no la verdad. Más allá de “la confitería del poema”. “Sin rebabas líricas”.
“La sombra del apostador” es el título de la segunda parte y del libro, la nuclear.
En “Academicismos”, el primer poema de la serie, dice: “un gallo / es un héroe crepuscular y una bestia heráldica / que va de la vida a la muerte con demasiada premura / incitando el deseo por contar historias”. Y eso hace Barreto. Estamos ante una novela muy entretenida llena de personajes inquietantes y de anécdotas, relatos y fábulas que superan el concepto de realismo mágico. Es cierto que se nos puede aparecer Rulfo o darnos de bruces con algún fantasma, si no con el mismísimo diablo (seguramente cojuelo). Y todo “para que sepas y no se olvide”.
¿No podemos denominar cuentos a los poemas “Míster Stapleton”, “El Chévere de Upata”, “El Boca Abierta”, “El bar La Sirena” (que juzgo una pequeña obra maestra), etc.?
Ciegos, maniquíes, patrones de gallerías, como Roger Bortone, al que dedica una hermosa elegía. El patrón le dijo: “Yo soy un hombre roto”, y: “El mundo es del habilidoso”.
Y la muerte, que siempre planea sobre estos versos. “El Gallo Combatiente es una llama. / Eso explica su arrojo ante la muerte”. “Pelea contra su propia alma”: “―En la arena combatimos contra el alma de nosotros mismos”.  
Las referencias españolas abundan. Al fin y al cabo fueron gallos andaluces los primeros en llegar a Venezuela. De galleras de Chipiona, Sanlúcar o Jerez (léase “Milagro en el sur de España”). “El Gallo de Combate / es un animal letalmente explícito”. “Más que un toro de lidia”, añade, lo que nos permite, para disgusto de algunos, comparar este rito con el de la tauromaquia.
En “Anotaciones” señala que “la pelea de gallos es una gestación”. Que “los gallos son magos”, “la sombra del apostador”. De pronto, casi un haiku: “Bajo las moreras, sentí luto / por el gallo que había muerto”. El poema, como el gallo,  es “un destello”.
Volviendo a lo metapoético, “La poesía es el gallo que canta en lo alto del templo. La prosa es la aceptación de que los objetos y las circunstancias dominan nuestro destino”. “―El hombre es simple prosa porque nada le gusta más que recordar”. “El poeta y el gallo –matiza– son maestros del eco, / una distancia que permite / cierta potencia poética”. En “Sueño”, una recomendación de Benjamín Cordero, afectado por la lepra: “―Te aconsejo que cuando escribas un poema / lo hagas con espíritu in-mundo. / Así debe ser, lo más sucio del mundo que puedas”.
En “Apuestas” calibramos el ambiente de una gallera. Y en “Vida de jugador”. Con qué habilidad lingüística consigue describir las atmósferas, los lugares, las personas… Entre otras cosas, este libro no deja de ser un tratado de antropología. Sus imágenes son tan precisas y poderosas que por momentos uno cree estar viendo una película. Sí, estos poemas, además de oírse, se ven.
En “Narendra” y “Limerick”, la India (Bombay, Benarés). En “Poema”, Japón. En “Mundo gallináceo (IV)”, gallos armenios, “aves perturbadas” por el sufrimiento que “les infligieron los turcos”.
El gallo es un “ave pavesiana”. Noble. Un solitario. “No hay un ser con mayor entusiasmo que el gallo”, dijo Thoreau. Y Barreto, contra la adversidad, precisa: “Los he visto cantar y cantar, muy heridos, al final de los combates”.
En “La muerte de Juan Sánchez Peláez”, “―El poema lo tengo aquí, en garganta”, le dice el poeta a su esposa en el lecho de muerte.
No falta nunca el humor, como en “Poema de Navidad” (con una familia comunista sentada a la mesa). Ni la ironía, como en “La cola del pan”, donde “el país resiste en el límite / de una frontera viviente”. No es la única referencia a la situación política de Venezuela. “Mundo gallináceo (II)” está dedicado a la memoria de un diputado “asesinado por agentes de la inteligencia cubana en el edificio del SEBIN”. “La muerte fue el maestro / que vino de La Habana”.
En el poema “La navaja” (recuérdese la entrevista con Morla) alude a una con “la cacha de nácar” (“para mí el oro del mar”) que no pudo conseguir porque no tenía precio, una de las muchas lecciones morales del libro.
En “Dos gallos” (que son Sócrates y Jesús), convoca a Steiner, que utilizó esa expresión.
Como los poemas, “Los gallos son bellos de una manera inexplicable”.
Al Dasein (ser-ahí o estar haciendo algo ahí, una noción filosófica usada por varios filósofos alemanes, como Hegel,  Jaspers y, sobre todo, Heidegger para indicar el ámbito en que se produce la apertura de la persona hacia el Ser, como explica la Wikipedia) le dedica un hondo poema: “Ya no hay Dasein”.
En “Ladrón de gallos”, la evidencia: “No es pecado robar el deseo de otro”. Y en “La belleza del Gallo de Combate”, la paradoja: “¿Cómo un ave que se entrega a un ritual de muerte puede ser bella?”
Siguen dos poemas memorables: “Consejos a la hora de fotografiar a un Gallo de Combate” y “Brevísimo tratado de pintura del Gallo de Combate”.
“Por aquel entonces –leemos– el gallo era el personaje de una vida provinciana y feliz”. Su lema: “Matar muriendo”.
“Mi deseo” es un poema griego que abrocha perfectamente la parte central del libro.
Sólo queda la última, “Infarto en Princeton”, con otro par de poemas a la altura de un libro que, según Gina Saraceni “traza una genealogía errática de las peleas de gallos” y habla “de la vida, la belleza, la codicia, el desafío, la nobleza y otras posibles vinculaciones entre el hombre y el animal”. Me refiero a un monólogo dramático, “Princeton”, que protagoniza el Dr. Morley Andrews Jully (Jefe del Departamento de Avicultura de esa universidad norteamericana), e “Infarto”, otro intrigante relato en verso digno del saber hacer de este inmenso poeta.
Quién dijo que la poesía era pájaro de juventud. ¡Qué libro!

La sombra del apostador. El gallo combatiente y su ritual analfabeto
Igor Barreto
Madrid, Visor, 2021. 188 páginas. 14,00 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO

26.5.21

Porcel

Hace un par de semanas, y con la solvencia que le caracteriza, Anna Caballé reseñaba en el suplemento Babelia del diario El País el último libro del periodista, director de Cultura/s (La Vanguardia) y escritor Sergio Vila-Sanjuán. Me refiero a El joven Porcel. "Una ascensión literaria en la Barcelona de los sesenta", se subtitula. 
Me ha gustado mucho más de lo que esperaba, la verdad. No porque dudara de las capacidades de Vila-Sanjuán (hace poco daba cuenta de mi lectura de Por qué soy monárquico, y de su sagacidad para el periodismo cultural ya mostró sobradas maneras en La cultura y la vida), sino porque el personaje no me resultaba demasiado atractivo. Más, he de reconocerlo, en este clima de cansino e indecente separatismo catalanista que nos invade. ("Soy catalanista por razones de naturaleza y de geografía, de historia y de cultura", afirmó Porcel.) Con todo, ya digo, he disfrutado leyendo un libro ameno y documentado, más que una mera biografía, género tan poco aprovechado, al menos en su vertiente más rigurosa y literaria, de lo que se debería. 
Sorprende, sin duda, la trayectoria de este mallorquín de Andratx que en realidad, viajero por medio mundo y residente desde muy joven fuera de la isla, nunca llegó a salir de su pueblo natal, al que idealizó. 
Sobresalen las relaciones de amistad (y desencuentro) con escritores como Llorenç/Lorenzo Villalonga (paisano, mentor, autor de la espléndida Bearn o la sala de las muñecas), Josep Pla o Camilo José Cela.
Sus relaciones amorosas, sobre todo con su primera mujer (una novela), la también escritora Concha Alós (que ganó el Planeta dos veces, aunque la primera le retiraran el premio), si bien se da cuenta del enamoramiento parisino de Maria Àngels Roque, que acabó siendo su viuda. 
Y porque de Planeta hablamos, qué intensa y laberíntica su vinculación al grupo editorial que fundara José Manuel Lara. Y qué decir, a propósito de lo mismo, de las intrigas y los chanchullos de los premios.
Vila-Sanjuán ha tenido ocasión de charlar a lo largo de los años con numerosos amigos y conocidos de Porcel, al que trató mucho en vida. Muy sabrosos me han parecido los comentarios de Castellet. 
No olvida su relaciones con escritores en español como Delibes y Umbral ni sus agrias polémicas con Marsé. Irónico e impertinente por naturaleza, con Joan Miró también tuvo sus más y sus menos. No así con el rey Juan Carlos I, del que fue amigo y al que escribió discursos tan importantes como el que dio el monarca en Aquisgrán al recibir el Premio Carlomagno
Autor teatral malogrado, columnista de La Vanguardia y lector impenitente, este anarquista emboscado que ejerció de anticomunista y de burgués (y algunas temporadas hasta de hippie), nunca perdió su espíritu rebelde (siquiera fuera en el vestir, con jersey de cuello alto). Sin duda, dio para mucho. 
No estaría de más rescatar al magnífico entrevistador que fue, por ejemplo. Reconozco que no llegué nunca hasta sus libros de conversaciones y eso me apena. Imagino que esas ediciones (de Los encuentros, pongo por caso, que publicó Destino, otra pata insoslayable de este banco intelectual), estarán agotadas. O en Iberlibro, que uno frecuenta poco. Tampoco me importaría leer su libro sobre los xuetes o chuetas, los perseguidos judíos mallorquines. 
El que dedicó a China imagino que ha perdido mucho con el tiempo, más que nada porque él mismo confesó que se dejó llevar, hasta el entusiasmo, por Mao y su macabra Revolución Cultural. Craso error para un tipo, o eso parece, tan inteligente. Pasión, ya se ve, no le faltó. 
Leí en su momento La revuelta permanente, sobre el activismo ácrata catalán, que ganó el Premio Espejo de España en 1978. Se lo regalé a mi novia. Pecados de juventud. 
Un puñado de jugosas fotografías, el epílogo, la addenda, las fuentes consultadas y el índice onomástico dan fe de hasta qué punto Vila-Sanjuán ha trabajado. 
Me sumo a la petición de Caballé y le pido a su autor que nos dé la media vida de Porcel que nos debe (en parte adelantada en las páginas finales de esta obra). Iluminadora para intentar comprender un poco mejor el desafío permanente al que nos tienen condenados unos cuantos independentistas catalanes. Él conoció bien pronto a Pujol, con el que empieza casi todo. Qué deriva. 

24.5.21

La poesía de Montejo

Edición de Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Graciela Yáñez Vicentini
Pre-Textos, Valencia, 2021. 520 páginas. 35 €
 
Los lectores de Montejo (Caracas, 1938-Valencia, Venezuela, 2008) esperábamos la edición de su poesía reunida, a pesar de que su obra era conocida en España y él un referente ineludible de la lírica hispana, miembro destacado de la imponente sección poética venezolana, la del magno florilegio Rasgos comunes (Pre-Textos, 2019), por mencionar una antología reciente.
Pasó su infancia en los Valles Altos de Carabobo y el Lago Tacarigua, entre Maracay y Valencia, un paisaje habitual de sus versos. Fue profesor universitario, investigador, director literario de Monte Ávila y diplomático (consejero cultural de la embajada de su país en Lisboa de 1988 a 1994). Vivió a principio de los setenta en París y Londres.
Su nombre empezó a sonar a partir de la aparición en FCE de la antología Alfabeto del mundo (1987), que seleccionaba poemas de sus primeros libros: Élegos (1967), Muerte y memoria (1972), Algunas palabras  (1976), Terredad (1978) y Trópico absoluto (1982), además del que lleva el mismo título. Llegarían después sus entregas españolas: Adiós al siglo XX (Renacimiento, 1992) y, ya en Pre-Textos, Partitura de la cigarra (1999), Papiros amorosos (2002) y Fábula del escriba (2006). La concesión del Premio Octavio Paz lo consagra definitivamente y su fama se extiende cuando Sean Penn recita versos suyos en 21 gramos, la película de de González Iñárritu.
Son esos los libros que componen el primer volumen de su Obra completa, al que se añaden cuatro “poemas misceláneos”. En un segundo se reunirán ensayos y textos de sus heterónimos.
La exhaustiva introducción sirve para ambos y en ella encontrará el lector una guía excelente para conocer una poesía caracterizada por el equilibrio. La de un “poeta expósito, errando a la intemperie” (dijo de sí), interpuesto entre dos siglos y un cambio de milenio. Ni vanguardia ni clasicismo. Poesía humanista (considera al hombre “como última porción de la naturaleza”). De una “extraña transparencia”. Fruto del “terrible asombro de estar vivo”. Oblicua. Un refugio. Vital (“La vida ha sido todo, menos sueño”), apegada a la vida (como enigma y milagro: “la vida se va, se fue, llega más tarde, / es difícil seguirla”) e inseparable de ella: “el misterio de todos los días”. “En el ámbito más próximo al ser”. De la terredad, por decirlo con el neologismo de su invención. “La voz coral del mundo” como alfabeto y el poeta como “mediador” entre la realidad y nuestra “condición de ser terrestre”. En su caso, desgarrado por el dilema (a lo Bishop) de ir o quedarse (léase el poema “El adiós de Jorge Silvestre”: “Me voy para quedarme, me quedo para irme”), entre lo continental (Europa) y lo ultramarino, su “trópico absoluto” (“Su ausencia es mi único equipaje”). Por eso el tema del viaje resulta omnipresente.
Y tras lo espacial, lo temporal. Su tiempo es circular. No hay pasado o presente: “Cualquier cosa que veamos ahora, aunque esté transfigurada, siempre ha estado”. Como los muertos (que “acuden a hacernos el poema”), con quienes conversa. Sus antepasados, empezando con su padre panadero, su madre o su fallecido hermano, el “rey Ricardo”. “Mis mayores van y viene por mi cuerpo”. “Yo soy el campo donde están enterrados”.
Aúna Montejo lo que ve y lo que siente. En su poesía “el paisaje geográfico y el emocional se funden”. Para expresar “el sentimiento del tiempo”, más que mero lenguaje.
Éste es pensante y meditativo. Como advierten los editores, paradójico: de “oxímoros, antítesis, quiasmos e impossibilia”. ¿Su tono?: lento, sereno, melancólico.
¿El objeto del canto?: “La ausencia que somos”. La extrañeza de nuestra identidad: “Fui este, aquel, tantos y tantos”. “Alguien que he sido o soy, no sé, oye o recuerda”.
¿Sus asuntos? ¿Sus elementos? La infancia y “los míos”, los animales simbólicos (el caballo, la cigarra, el gallo, el sapo, el tigre), los árboles, la piedra (“nuestra maestra amarga”), la casa, los pájaros (el tordo, el mirlo), la noche y el insomnio, la muerte y –ya se dijo– los muertos, la nieve (blanca como la harina del horno de su progenitor), el mar y los barcos, la mujer y el cuerpo, el café y los Cafés, las cosas (la lámpara, por ejemplo), los lugares y las ciudades: los de Valencia, Caracas, Lisboa, Islandia… Al amor le dedicó un precioso libro: Papiros amorosos.
Estamos ante un genuino acontecimiento. Porque la de Montejo es, sí, una poesía única.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL

21.5.21

La casa de mi padre

José Carlos Díaz
(Gijón, 1962) licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, fundó en 1984, junto a Juan Ignacio (Nacho) González, el Grupo Poético Cálamo y formó parte del equipo de los cuadernos Heracles y Nosotros. Desde 2006, mantiene el blog Los Diarios de Rayuela.
Es autor de los libros de poesía Velar la arena (1986), La ciudad y las islas (1992), Contra la oscuridad (con el citado Juan Ignacio González, 2004), Convalecencia en Remior (2015) y Cantata de los días tasados (2017, Premio Ramón de Campoamor). Como narrador, ha publicado las novelas Letras canallas (Premio Ciudad de Noega), Aunque Blanche no me acompañe (Premio Salvador Aguilar) y Vísperas de nada (Premio Castillo Puche).
Su última entrega poética, Aire de lugar y gente, ve la luz en una editorial –gijonesa, como él– visible y bien distribuida. Forma parte del catálogo de una colección acreditada.
En un “apunte al margen” (a modo de nota final), Díaz afirma: “El despojo alentó este libro. No de otra manera se siente la muerte”. La del padre, en este caso, muerto a principios de 2018. Estos poemas, confiesa, “fueron una manera prolongada de duelo”.
El libro tiene una trama narrativa. O, como se dice tanto ahora, incluye un relato. El de un hijo que va a enterrar las cenizas de su padre al lado de la casa donde éste nació. Allí, dos infancias se encuentran. Y otras circunstancias familiares.
La casa aparece en la cubierta. Está en Villanova (Boal). Todo es concreto aquí. O real. Aunque es una fotografía, parece un cuadro de Miguel Galano (al se cita dos veces en estas páginas), una de esas casas que “pinta a menudo diluidas en la niebla”.
La obra se abre con un poema titulado como el libro que va precedido de una cita de Ángel Campos Pámpano (de aires hernandianos): “Volver a casa / por los altos andamios / de la memoria, / y respirar su aire / de infancia humedecido”. Leemos: “Dibujar en la niebla / (…) / la forma de una casa”. Y “la sombra de quien la habitó un día”, que “da noticia / de que la vida quizás ha vuelto”. “Y dibujar además un aire / (…) / que sea el del lugar y el de su gente”.
Por seguir con ese orden narrativo a que aludía, en “Hacia” se agrupa una serie de poemas que tienen al río como protagonista. Ya nos advierte Díaz en el “apunte” que evoca “Un lugar al que se llega remontando un río. Como siempre se llega a la memoria”. No es el Tajo del famoso poema de Caeiro/Pessoa, “el río que corre por mi pueblo” (versos que copia Díaz como epígrafe), sino el Navia. Ahí, “la labial cartografía de mi infancia / en la que ahora duelo”.
El tono, desde el principio, es melancólico. Por el motivo del viaje (y lo que este conlleva) y porque, como señala César Iglesias en la contracubierta (quien “me persuadiese de procurarle imprenta”, anota el autor), la suya es “una sentimentalidad de la herida, a la manera del «bem que se padece e mal de que se gosta» de Manuel de Melo. Sentimentalidad con nombre propio en la lengua asturleonesa, el idioma de sus mayores: «la señardá», el decir emocional que el autor comparte con otros creadores, todos pobladores de la geografía afectiva del noroeste ibérico y otros parajes artúricos”. Se lee a las claras en “Islas” o en “La renuncia”: “Así era la vida”.
La segunda parte es “Flashback”. En una cita de Menéndez Salmón (otro gijonés), se insta a “aceptar que pavor y fiereza no tienen patria y que anida en todos los corazones por igual”.
Porque la memoria es caprichosa, “quizás nada de lo que cuente sea exacto”, escribe en “A modo de venganza” (abundan, por cierto, los “quizás” en este libro), donde se refiere al “pasado de los míos”. Más explícito es aún en “La mentira”, que empieza: “Toda familia se defiende / con mentiras urdidas / en el rencor o por vergüenza”. También la suya, “una carta olvidada / en el cajón de ese enser en desuso”. Los abuelos, los padres... La muerte. Y la guerra, el odio y el silencio. “Nuestra mentira fue / proclamar que nos fluye / por las venas coraje, / a la vez que rumiamos, / en silencio y por dentro, / el ácimo pan del reproche”.
“Causa general” lleva una cita de Chaves Nogales que termina: “Es el miedo el que da la medida de la crueldad”. El poema concluye: “Hubo que desterrarse / para empezar  desde la nada y el despojo. / Sin padre, sin tierra, sin lengua. // Al escribir siempre se exhuman / los huesos que nos yacen bajo olvido”.
“Lugar (y gente)” se titula la tercera parte. “El lugar”, precisamente, se titula el poema inicial, inspirado en un cuadro de Galano. Casas, aldeas, “los aislados”.
En “Nada tengo”: “Nada tengo allí”, “Nada me queda allí”, “Nada me espera allí”.
“La nostalgia es una suerte menor del miedo”, dijo Sergio del Molino y a partir de esas palabras Díaz construye un poema logrado: “Interpretación de la nostalgia”.
“Raíces” es otro poema importante en la estructura del volumen; unitario, ya se dijo, donde cada pieza obra a favor del relato autobiográfico que pretende transmitirse. Leemos: “Todo era distinto cuando en la casa había vida”. Y en “Abandono”: “La hierba ha ido borrando / el sendero que subía hasta la casa”.
En “Lavadero”, la ropa y las mujeres. Al frente, un verso de María Victoria Atencia: “Públicamente expongo al agua mis razones”. En “La noche”, el miedo. En “Lareira”: “Así era la brega de los días”. Cuánta penuria. Salvo “en los días dorados de luz”.
En “Nolugar” leemos: “En toda demolición se expía / un rastro edificado de soberbia”.
Road movie” habla de la imaginación. El precioso “Ciruelas amarillas”, de la vida de Andrés García Bermúdez, que prefería los árboles a las ruinas de la mina de wolframio.
 “Y leerás a la luz del sol entonces” dice en “Primavera”. “Esa perplejidad era el paisaje”, afirma en “Las manos”.
“El árbol” es un emotivo poema que habla de raíces y cenizas, y de un cedro que desafía a la intemperie. Como el que “crece y habla” en la página siguiente.
“René, mon père”, la cuarta parte de Aire de lugar y gente, es tan extensa como la anterior (las dos más sustanciosas del libro) y con varios poemas en prosa.
No vamos a descubrir ahora la importancia que el tema de la muerte del padre ha tenido y tiene en la literatura, aunque no todos los poetas que lo han abordado estuvieran a la altura del reto. Podría citar ejemplos cercanos, pero prefiero callarme.
Sí, el padre de Díaz tenía ese nombre “afrancesado”. En “Recuerdo” dice: “El olvido es una renuncia / que vuelve la vida fácil”.
Estamos ante un conjunto de gran transparencia, tanto en lo formal (esta es una poesía de “línea clara”) como, digamos, en su materia. Dan cuenta del baño de los sábados, de los mareantes viajes al pueblo por carreteras secundarias, del tráiler que conducía René, de las películas caseras, de las fiestas y las bodas… Y de las fotos antiguas: “Las fotos que nos tomaron cuando éramos dioses / y a pesar de que no lo sabíamos, / actuábamos como inmortales”. “Las fotos crueles que nos dan noticia / de que la vida fue posible también sin miedo”. También de la enfermedad, la “lenta despedida”, la incineración y las cenizas…
“Viviremos por un tiempo en la herida”, leemos, un verso que tiene relación con otro de Joan Margarit: “una herida es también un lugar donde vivir”.
Como buen gijonés, René siempre quiso “volver a Benidorm”, como relata en uno de los poemas más gratos del conjunto. Todo lo contrario que “Rendición”, donde se expresa una áspera verdad: “Y si no hay consuelo / a este trance indigno, / ¿por qué debe lucharse?”. “También su padecimiento fue dócil”. “Para qué luchar cuando de nada sirve”.
Es en estos poemas centrales donde encontramos nítidamente la sencillez y la humildad con la que este libro está concebido. Donde mejor alienta su pequeña verdad. Una verdad transferible que cualquier lector puede hacer suya. El dolor del que trata es, por desgracia, un sentimiento universal.
“Después”, la última sección, es una respuesta a la desolación, a esas preguntas retóricas que cada cual sabrá (o podrá) responder a su modo. Por la risa del hijo.
“Derrabe a cielo abierto” es otro poema clave: “La vida en marcha, / y la muerte inmóvil”.
“La luz juntos” un perfecto broche que afianzará en el lector el poso amargo de esta travesía hacia el pasado, río arriba, hacia la casa del padre, donde uno, como en la vieja canción de José Antonio Labordeta, también ha regresado. 

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO. 

19.5.21

El subrayador, de Fabio Morábito


Cada vez más a menudo, en lugar de leer un libro, lee los subrayados que ha hecho en tantos años de lectura. Ha subrayado libros desde la adolescencia y son pocos los que se han salvado de tener alguna marca hecha a pluma o a lápiz. Cuando le da por observar los estantes de su biblioteca, siente orgullo, más que por los libros, por tantos subrayados que encierran. Representan una biblioteca dentro de otra, que ha ido creando con esfuerzo. No ha vacilado nunca a la hora de poner un subrayado. En tantas cosas ha sido tibio y negligente, pero no en esto. Aun cuando ha tenido el ánimo por los suelos, ante una frase o un pasaje notables se ha puesto religiosamente de pie para buscar un lápiz y cumplir su deber. Puede decirse que el día que no se levante, se habrá acabado todo. Mientras no renuncie a subrayar, habrá esperanza. Ahora, cuando se acerca la vejez, empieza a beneficiarse del fruto de esos innumerables sacrificios. Sea cual sea el libro que tome de sus estantes, sabe que le brindará, a través de sus subrayados, de diez a veinte minutos de una lectura intensa y selectiva. Ha llegado el momento, por así decirlo, de que los libros le devuelvan parte de aquello que él les dispensó a lo largo de tantos años de lectura. Le ofrecen sus subrayados, haciéndose ellos mismos a un lado. Al repasar esos surcos dejados por su pluma o su lápiz, no sólo extrae una preciosa savia de conocimiento, sino que profundiza en su introspección, pues no hay como leer los propios subrayados para conocerse. En un gesto tan simple y espontáneo, uno se descubre sin tapujos, pues decimos más profundamente lo que sentimos cuando lo decimos con palabras de otros. Mira con lástima a muchos amigos suyos, poseedores de espléndidas bibliotecas que casi carecen de subrayados. Por permanecer cómodamente sentados, en vez de levantarse a buscar un lápiz, ahora, cerca del final de sus vidas, no saben quiénes son y buscan en vano en los libros leídos una marca cualquiera hecha de pasada, al descuido, para intuir algo de lo que eran, algo de lo que han sido.

Fabio Morábito

NOTA: El poeta mexicano Gildardo Montoya, fiel corresponsal y amigo, me envía este relato de Morábito publicado en el diario argentino Clarín con el que tan identificado me siento. 

17.5.21

Sacristán y la estupidez


Aunque no ha sido nunca capaz de apreciar como es debido el teatro (y mira que fui, como tantos niños de mi generación, un precoz espectador atento de aquellos televisivos Estudio 1), hace unas semanas disfruté muchísimo (sin que por ello dejara de sufrir mi lado hipocondriaco) viendo y escuchando a José Sacristán en escena, durante la memorable representación de Señora de rojo sobre fondo gris, de Miguel Delibes. En el teatro Alkázar de Plasencia. 
Cómo no emocionarse cuando, con esa voz tan honda como particular, el actor dice: «Su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir».
¿Quién nos estupidiza?, le pregunta ahora Ana del Barrio, periodista de El Mundo, y Sacristán responde: "En el Calígula se decía que la necedad era homicida. Ésta es una pregunta que debería hacerse cada hijo de vecino. Hasta qué punto hay una forma de estupidez consentida, disfrutada y en la que la gente se siente encantada de la vida. En más de una ocasión somos nuestros propios generadores de estupidez. No hay que pensar que alguien siempre tiene la culpa de que seamos más tontos. El principio de la legitimación de la estupidez empieza con uno mismo".

Nota: Tomo la fotografía de aquí.

16.5.21

Como íntima hoguera frente al frío

Asunción Escribano (Salamanca, 1964), doctora en Lengua Española, licenciada en Filología Hispánica y Periodismo, Máster en Escritura creativa, es catedrática de Lengua y Literatura Españolas en la Facultad de Comunicación de la Universidad Pontificia de Salamanca y profesora en el Máster y Diploma de Especialización en Creación Literaria de la Universidad de Salamanca (USAL). Además de compaginar numerosas tareas académicas, es directora de la Cátedra de Poesía Fray Luis de León, miembro de la Academia de Juglares de Fontiveros y forma parte del Consejo Asesor de la Fundación Duques de Soria. Publica el blog Acorde.
Su obra poética está integrada por los libros: La disolución (2001); Metamorfosis (Premio Juan de Baños, 2004); Solo me acarician alas (2012); Hebra y sutura (2012); Acorde (Premio Fray Luis de León, 2014) y Salmos de la lluvia (2018).
Ve ahora la luz El canto bajo el hielo. Lo publica Ediciones Carena. Sus dos libros anteriores están en los catálogos de Visor y Vaso Roto, respectivamente.
Este está dedicado a su padre y se abre con citas de Christian Bobin, Erri de Luca, Eloy Sánchez Rosillo y Jesús Montiel. Elocuente me parece el epígrafe de este último (Escribano enseña Literatura y Periodismo): “El mundo, pese a los males que lo lastiman, sobrevive gracias a gestos desatendidos que nunca publicitan los periódicos ni los telediarios”.
Cuatro partes componen el volumen. La primera, “La criatura verbal”, atiende al proceso creativo. “El poema” se titula, significativamente, el primero del libro y único de esta sección, una extensa poética dedicada a otro poeta salmantino: Juan Antonio González Iglesias.
“Los eruditos hablan de artefacto / cuando estudian las líneas del poema”. Ella prefiere “el nombre desvelado / del poeta que ha penetrado en la fronda / luminosa en desvaríos: Criatura, / que comprende la vida y el aliento”. “Fulgor de ebriedad” más que paradoja, como dicen “los expertos”. Luego añade: “No hay otra manera de ascender / sino a lomos del poema y contemplar / el mundo desde lo alto de su cumbre”. Nos da pistas, después, “entre prodigios” y en forma de versos, sobre algunos de los poetas que ella prefiere. Nunca los nombra. El primero, Borges. Le siguen san Juan de la Cruz, Colinas, Valente, Cernuda… “…Y tantos…, que no son artilugios / sino habla en amor con quien escucha”. Termina: “No sabría definir qué es un poema. / Pero en ellos resguardo yo mi vida / del tiempo, del mundo y su tristeza. / Como íntima hoguera frente al frío”.
La segunda parte, “La sustancia de los milagros”, está formada por nueve poemas y todos llevan al final una nota tomada de algún periódico o revista donde se da cuenta del motivo que los ha inspirado.
En “Pavala flavescens” (nombre científico de un tipo de libélula que realiza vuelos transoceánicos y recorre distancias de más de 14.000 kilómetros), leemos: “un caballito del diablo / reproduce en el orden del insecto / mi vida”. Y más adelante: “Aun así sostiene en su fragilidad / su fortaleza”. Y: “la libélula dice como nada / lo que soy. Respiración, silencio, / ritmo armonía, transparencia”.
“El poeta” tiene que ver con un “retrato de la historia de amor entre un fotógrafo neoyorkino y las palomas de su ciudad”.
“La lentitud”, un poema muy hermoso de aires meditativos, alude a sus ventajas. Parte de unas palabras de la escritora Andrea Köhler: “Lo que no estaba, con la espera estaba”. Sí, porque, “Lo que no está empieza a ser / si se espera un tiempo lentamente. / Solo hay que dejar que el silencio pose / su pausado sedimento en el vacío”. Ver, pensar, escuchar…
“Aromas” está dedicado a Sombra y es un homenaje a su gato que, como todos los gatos, a los hechos me remito (más allá de los dichosos vídeos de esos animalitos), tan poéticos resultan.
En torno a una frase del añorado Zagajewski, Escribano compone “Epifanía”: “Apenas es nada esta melodía / que reverbera invicta ante mis ojos”. El humilde milagro del asombro.
En “El aleteo” (de una mariposa) se aprecia bien la suntuosidad verbal de esta poesía, el gusto por el paladeo de las palabras con las que se describe cuanto sucede. “Un aleteo breve no cambia / ni el universo ni el destino, / ni siquiera roza el mío. / Pero hace la jornada más hermosa. Corto con mis ojos / un trozo de candente realidad”.
“La perfección” aborda ese espinoso asunto. Bach o Hierro, pone como ejemplos, desdicen a Musset: la perfección existe.
“Cántico”, el de Hikari Ōe, procede de una confesión de su padre, Kenzaburō Ōe. El misterio oriental, los pájaros.
“El cuento” habla de una casa vacía que es tomada por animales.
“La arcilla de los días”, la tercera parte, consta de once poemas. Se inicia con el que da título al libro. “Lo peor de lo peor hoy es posible / y no tiene ni amparo ni remedio”, leemos. “Cómo es posible cantar frente a la escarcha”. “Habrá que intentar construir una balada / (…) / para no morir de tristeza en este invierno”.
“La mancha” se refiere al escritor Robert Walser, que murió solo, sin abrigo y boca arriba en la nieve, y “La pena” a Virginia Wolf que también “camina bajo el frío”. “Estoy segura de que estoy enloqueciendo”, anota en su diario. La poeta dice: “La escritura es fibra frágil / para salvar al hombre del espanto”. Algo que subraya su capacidad de compasión, una virtud muy presente en la obra humanista de Escribano, y su decidida voluntad de cantar con palabras la belleza y el dolor del mundo. Desde su humilde verdad.
“Éxodo” da cuenta de nuestra realidad errante: “Seguimos la ruta del cometa”.
“Definiciones de mar” expresa el insondable enigma de esa “fisura de agua donde caben todas las blasfemias”. Donde a diario mueren nuestros niños en medio de una huida sin remedio.
Emocionante me ha parecido “La caída”. La de su padre, muerto. “Escribo sonámbula tu nombre en este muro”. Ese hecho decisivo y terrible está también en el siguiente, “El naufragio”. “No hay más amor que aquella infancia / que hoy ya no es mía sino suya”. Y en el que le sigue: “Poder decir tu nombre”, con cita de Piedad Bonnett. “Hay nombres que nos atan a la vida”, empieza. “Papá es, de entre ellos, quizá de los más grandes”. Vuelve a ese asunto en “Ahogo”. Como en “El mar”, donde evoca la felicidad y la infancia y concluye con una amarga pregunta: “¿Y ahora en qué manos sostendré yo mi vida?”
“Herida”, por fin, vuelve a lo animal (tan humano a veces): un perro que intenta ayudar a otro, malherido.
“La banda sonora”, última parte del libro, consta de un solo poema: “El último carmelita”. “Hoy no hay nadie que escoja / esta vida de paz y de armonía”.
Son muchos los hombres y mujeres de distintas generaciones que conforman el mapa lírico hispano del momento. Rico y plural, a mi modo de ver. De entre esas voces, emerge, limpia y nítida, la de Asunción Escribano. Si aún no la ha escuchado, este es un buen momento.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO.
 

13.5.21

Elecciones en la AEEX

Tras la precipitada salida como presidenta de Susana Martín Gijón, se han convocado elecciones en la Asociación de Escritores Extremeños. Uno apoya la candidatura a la presidencia de Isabel María Pérez González. 
Copio su programa aquí y, con ello, me tomo el atrevimiento (que sabrán disculpar si tenemos en cuenta estos tiempos de zozobra y el proyecto en crisis) de sugerir a los socios que la voten. 

Este sería su equipo:

Vicepresidencia: Juan Manuel Ramírez.
Secretaría: Chelo Pineda.
Tesorería: Caridad Jiménez.
Vocalías: Ana Bermejo, Daniel Casado, José Manuel Díez, Pilar Galán, Nicanor Gil, Irene Sánchez Carrón y José Manuel Vivas.

Programa 

En nombre de los compañeros y compañeras de esta candidatura que encabezo, quiero compartir algunos de los proyectos que nos gustaría impulsar desde la AEEX, convencida de la necesidad de que la Asociación de Escritores Extremeños debe comprometerse ahora más que nunca con la sociedad extremeña a través de la cultura, esto es, debe mantener su lealtad de generaciones a aquella vocación de servicio ciudadano con que nació y se ha desarrollado. Siempre recordamos las palabras del profesor Rozas en aquel Congreso cuasi fundacional de 1982 cuando, al presentar el análisis de su encuesta a los jóvenes escritores, concluyó que la respuesta “unánime” de todos ellos era: la literatura “sólo mejorará la situación moral [de Extremadura] en un sentido cultural”. Y en efecto, esa es la AEEX, una asociación creada para la defensa de la literatura y de los escritores como plataforma estructurada para la expansión de la cultura a la ciudadanía extremeña.
            Desde esa lealtad a la vocación de servicio que ha caracterizado la AEEX y con la que os presenté nuestra candidatura, considero llegado el momento de definir cuáles son nuestras propuestas a través del programa que aquí os concreto:
 
*** Para reforzar la extensión de nuestros servicios a la comunidad:
            – Preservar, atender y actualizar las Aulas Literarias a fin de que puedan seguir realizando su tarea de extensión y fomento de la literatura entre el alumnado y el público general, dadas las circunstancias actuales. Es preciso mantener viva esta actividad de la AEEX tan aplaudida, incluso imitada, en el estado español, en Portugal y en América Latina.
            – Mantener y reforzar la presencia de la AEEX en los centros educativos. Se trataría de acercar a las aulas la producción literaria general y extremeña en particular, mediante la presencia de escritores y escritoras de la AEEX en todos los niveles del proceso de aprendizaje, esto es, comenzando por la literatura infantil y juvenil.
            – Asesorar a las Instituciones autonómicas, provinciales y locales –públicas y privadas– con la intención de que conozcan la enorme variedad y calidad de los autores extremeños.
            – Crear Archivos y Bibliotecas de autor y proporcionar un asesoramiento técnico y jurídico sobre la preservación de su legado. Este proyecto encarnaría la contribución de la AEEX a la apuesta por orientar al servicio público la propiedad cultural.

*** Para reforzar el servicio a las socias y los socios:
            – Mantener los Congresos de Escritores, preceptivos a cada cuatro años desde la fundación de la AEEX, y que siempre han dinamizado culturalmente aquellas poblaciones que los han acogido: Hervás, Olivenza, Zafra, Plasencia, Alburquerque, Villanueva de la Serena..., y en los que hemos disfrutado tantas veces del contacto y afecto de autoras y autores.
            – Continuar la celebración anual de las Bibliotecas Circulantes que, a modo de congreso breve, no sólo propician el cercamiento a la obra de nuestros socios y la difusión de los nuevos talentos –recordemos sus ponencias, mesas redondas, debates, presencia e impulso de editoriales extremeñas...–, sino que estrechan los lazos entre quienes escriben a través del contacto personal y la convivencia.
            – Atención específica a los creadores emergentes o ya iniciados a través de los soportes digitales, para que se proyecte su escritura entre jóvenes lectores y, también, entre medios regionales y nacionales. Continuar asimismo la revista El espejo entendida como espacio de encuentro y publicación en su doble soporte de papel y digital.
            – Fomentar la presencia de las escritoras y escritores extremeños en todas las Ferias del Libro, siempre en pie de igualdad con el resto de autores, sin distinción, mediante acuerdos con las autoridades organizadoras de dichas Ferias.
            – Profundizar en la participación de escritoras y escritores de la AEEX en clubes de lectura, bibliotecas, circuitos de librerías y centros educativos; proponiendo programas concretos a las instituciones autonómicas, provinciales y locales, así como a las entidades privadas que reclaman la presencia de autores.
            – Proteger y potenciar desde Extremadura a los escritores y escritoras de la AEEX que viven fuera de la región, ayudando a difundir su obra e impulsando su participación personal en las actividades de nuestros circuitos lectores.
            
No es preciso decir que a lo largo de los próximos cuatro años, si es que depositáis vuestra confianza en nosotros, las actividades de la AEEX podrán ir creciendo con las aportaciones y sugerencias que los socios nos propongáis. Estamos abiertos a todas aquellas ideas que contribuyan al buen hacer de la AEEX en favor, insistimos, de la expansión y el fomento de la literatura entre la ciudadanía extremeña.
            Con el ruego de que no olvidéis depositar vuestro voto en presencia o por correo, sea cual sea la candidatura que elijáis, os envío un abrazo de mis compañeros y mío.
 
Isabel Mª Pérez González

10.5.21

La joven poesía española

Se habla en España de un florecimiento de la poesía, de un momento de esplendor incluso. En un reciente panorama sobre la lírica española actual que concebí para la revista barcelonesa El Ciervo, destacaba, en conjunto, “
su riqueza, vigor y variedad”. Añadía que “esa feliz pluralidad se debe, en buena medida, a la conjunción de las distintas generaciones literarias que aquí conviven” y que, “sí, ésta ha sido desde muy antiguo tierra de poesía y los más jóvenes demuestran que, lejos de extinguirse, la lírica de calidad, que es la única que importa, campea a sus anchas por esta suerte de fértil territorio de la Mancha”.
Aunque últimamente se asocia el término “poesía joven” a esa pseudopoesía o parapoesía que circula a través de las redes sociales y que se publica, sin ningún rigor, en editoriales que fueron serias y en otras que nunca aspiraron a serlo, con ventas al parecer extraordinarias, la verdadera poesía nueva está en otra parte. La escriben poetas formados (la inmensa mayoría universitarios) que leen y han leído (lo que no ocurre, según propia confesión, con los parapoetas), muchachos y muchachas que, en igualdad de condiciones, acceden a los catálogos de editoriales de prestigio muchas veces gracias a los premios.
Se trata de poetas que no ignoran la tradición y que, aunque desde la novedad, contraviniéndola si es preciso, pasan a formar parte de ella.
Para demostrar esa pujanza puedo traer a colación tres antologías recientes de jóvenes poetas españoles.
La primera se ocupa de poetas asturianos seleccionados por Miguel Munárriz para formar parte de Los últimos del XX. Antología de poesía (1980–1997). Son Sergio C. Fanjul, Pablo Núñez, Fruela Fernández, Carlos Iglesias, Rodrigo Olay, Ruth Llana, Sara A. Palicio, Mario Vega, Miguel Floriano, Lorenzo Roal, Xaime Martínez, Candela de las Heras, Dalia Alonso, Óscar Díaz y Rocío Acebal.
Aunque de una determinada región, representan muy bien el quehacer nacional. Está publicada por la editorial Luna de Abajo (Oviedo, 2020).
La segunda, Cuando dejó de llover. 50 poéticas recién cortadas (Sloper, Palma de Mallorca, 2021), reúne versos de medio centenar de poetas nacidos también a finales de siglo (algunos ya en éste) y lleva un brillante prólogo de Ben Clark y un prescindible epílogo de Luna Miguel. Clark subraya “un momento muy interesante de la poesía joven escrita en castellano en España”. La de “los hijos de la bonanza”, los que, paradójicamente, han padecido y padecen las sucesivas crisis económicas que asolan este sufrido país.
La tercera, en fin, aparece en el número 10 de la revista extremeña Suroeste, que celebra su primera década y, además de conmemorar el inesperado fallecimiento uno de sus principales promotores, Antonio Franco, ofrece un espléndido volumen de 235 páginas sobre la “poesía actual”. Ya que se trata de una revista de “literaturas ibéricas”, hay poemas en español, portugués, vasco, gallego, catalán, asturiano y aragonés. De cada parte hay un estudio introductorio y una muestra. La más amplia, claro, es la de poesía en castellano: 12 poetas, seleccionados por Antonio Rivero Machina. Estos son los otros presentadores y el número de poetas elegidos: Pedro Serra (portugués, 7), Montse Pena Presas (gallego, 5), Martín López-Vega (asturiano, 3), Jon Kortazar (vasco, 5), Chusé Raúl Osón (aragonés, 3) y Adrià Targa (catalán, 10).
Estamos, no cabe duda, ante documentos que nos permiten conocer mejor el panorama lírico peninsular y, de paso, confirmar su gran momento.

NOTA: Este artículo se ha publicado en la revista griega  Φρέαρ/Frear. La ilustración es de Juan Carlos Mestre. 

9.5.21

Corazón de tinta

Rodrigo Olay (Noreña, Asturias, 1989) es doctor en Investigaciones Humanísticas (Literatura española) por la Universidad de Oviedo y autor de los libros de poemas: 
Cerrar los ojos para verte (Oviedo, 2011, Premio Asturias Joven y Premio de la Crítica Asturiana), La víspera (Sevilla, 2014, de nuevo Premio de la Crítica Asturiana) y Saltar la hoguera (Madrid, 2019, Premio Jaén).
Ha sido incluido en las antologías Siete mundos. Selección de nueva poesíaRe-generación. Antología de poesía española (2000-2015);  Nacer en otro tiempo. Antología de la joven poesía española; Mucho por venir. Muestra consultada de poesía asturiana (2008-2017) y Los últimos del XX. Antología de poesía (1980-1997). Es colaborador de la revista Anáfora.
Además del Olay poeta está el Olay Valdés filólogo, especialista en el siglo XVIII, fallido líricamente. Se pueden rastrear sus investigaciones literarias en Google Académico. Por su edición del tomo VIII (880 páginas, 140 introductorias) de las obras de Benito Jerónimo Feijoo, el padre Feijoo (al que dedicó su tesis doctoral), donde se reúne su poesía completa (reseñada por Luis Alberto de Cuenca en ABC), fue distinguido con el premio anual de la Sociedad Española de Estudios del Siglo XVIII. Olay logró recuperar 37 poemas inéditos del fraile benedictino y fijó su corpus en 131 composiciones.
En una reseña publicada hace poco en EL CUADERNO sobre la última de las antologías citadas, la de Miguel Munárriz, escribí algo que vuelve a venir a cuento: «Rodrigo Olay acaba de conseguir, con su tercer libro, un accésit del Adonais. Es el prototipo del poeta-profesor (…). Reconoce que siempre se ha sentido atraído por esa figura. Bueno, el dice doctus poeta y es que se nota esa condición didáctica y docente. (…) Para definir la poesía echa mano de Wordsworth, Coleridge, Auden u Ory, y recalca la importancia de las “lecturas de formación” hasta el punto de defender, sin empacho, que “quienes saben de poesía son más los filólogos que los poetas”. Sus “eruditerías” sorprenden. (…) Otra predilección confesa: “las líneas figurativas”, las “corrientes realistas”».
El aludido accésit es ya su cuarta entrega: Vieja escuela y, según el jurado, lo consiguió “por la fértil interacción de vida y literatura, sustentada en una gran variedad de registros y en un sobresaliente dominio y actualización de la dicción clásica”. Lleva en la portada dos fechas: 2009-2020. Entre ambas, Olay ha dado a la imprenta sus tres primeros libros.
Lo abren cuatro citas y sólo son las primeras de una numerosa serie de epígrafes que confirman su sólida vocación lectora. Para seguir con las pistas, del Cancionero de Baena, Garcilaso, Lope y Lausberg, el filólogo alemán especializado en Retórica, del que toma estas palabras, verdadero lema de este libro: “La unidad superior al poema es la vida”. Sí, recurriendo a composiciones estróficas clásicas, que se renuevan o actualizan –sobre todo, gracias a la sintaxis–, todo va sustentarse y debatirse entre el elaborado artefacto literario que cada poema representa y la sencilla verdad que se embosca en su significado. Hablando de verdades, la del amor es tal vez la más omnipresente, ya sea con respecto a una mujer (léase “Dedicatoria”: “la mujer que elegí, que me eligió”), la familia o la amistad. Raro es el poema que no está dedicado.
La estructura del libro obedece también a un decidido ejercicio de perfección y virtuosismo. En “Obertura: Roda”, “España 2019”. La realidad. El presente. “Los versos no alcanzan, nunca alcanzan”. Cita a Cetina. “Contra todo tú solo, contra todo, / mi vieja escuela y siempre medicina”.
“Quizá yo” reúne cinco poemas. Cada parte o serie temática va a contener ese número exacto de composiciones. En esta prima, el título es elocuente, el “yo”. Lo autobiográfico es inseparable de estos versos. En “Personalidad múltiple” juega con las diferentes maneras que tienen de nombrarle, cómo le llaman unos u otros.
En “Buenavista” aparece su abuela Gelina. Con ella, el niño y el miedo y el lobo y el padre.
“Siempre he creído que iba a morir joven” es un poema central. Ahí, la enfermedad. De la piel, según entiendo, pero que le afecta a la vista. “Yo me iba a morir”. “Mis cataratas a los treinta años”. “El niño del milagro”. El superviviente, en suma. En “Apunte” leemos: “Yo, que siempre parezco estar muriendo”.
“Víctimas” es otro poema muy significativo (cita a Gamoneda y Carnero: “La verdad acontece con el daño”). De nuevo, el niño. Y el dolor. Y los otros: “Fue su amor sin porqué, como la rosa”. Antes, confiesa: “La enfermedad (…) nunca me dio bondad”. Termina: “Yo mismo puedo ser peor que yo”.
“Llama única” (o del amor) comienza con “La caricia del alba”: “Otra vez que amanece y no he dormido”. Porque ha estado escribiendo, “esclavo entre letras”.
“En voz queda”, “canta, canta, canta, que te mire”. El amor y el bíblico Cantar de los Cantares.
“Iberia 0479” es un buen ejemplo de cómo la sintaxis actúa como fuerza esencial de esta poesía que, sin remedio, a pesar de su carga retórica, no deja de ser actual, de este tiempo.
En “Media vida” recuerda a Félix Grande y escribe un feliz verso que ya he citado alguna vez: “y es dulce conmorir con quien se ama”.
La serie “Álbum” empieza con “Urueña”, la villa castellana de los libros. Con los amigos, “a la busca de viejos libros libres”.
“Neuvic” es otro texto significativo. Técnica, lenguaje, soltura. Se imponen las minúsculas. “Si tengo todo el tiempo por delante / tengo todo el espacio por delante”. Su último verso: “juro que amé la vida y que me amaba”.
Los recuerdos de la primera juventud afloran en “Pavía”. Maestros y discípulos. Clases y alumnos.
“La Vega” nos lleva a la casa familiar (“que es todo lo de entonces”), al campo. “Sólo quiero una cita. / Solo verla otra vez. / Solo ver otra vez a mi abuela Jovita”. “¿Quién va a arreglarlo todo ya sin padre?”.
Regnum Asturorum” aterriza aún más en la actualidad y en su tierra: “He heredado el pavor a la pobreza, / niño de la bonanza”. Al fondo, sí, Ben Clark y Rocío Acebal. Himnos generacionales. “¿Mi país ha proscrito la esperanza?”
“Intermedio: Oda” contiene el extenso y logrado poema “Foncalada 27”. El amor, la pandemia, 2020.
“Enunciados informativos” gira en torno a la escritura y sus márgenes: “escribo y quien yo quiero sigue vivo”.
Revelador resulta el poema “«Acusado por los críticos literarios de…» (En efecto, otra cita de González)”. Tras desvelar los nombres de sus presuntas influencias, irónico proclama: “¿Y el dolor? En mis poemas / sólo es mío lo peor”.
En la misma tónica, “Canción de los exiguos antiguos y de los hodiernos modernos (Informe informe) o La generación del 89”, que, por si era un título corto (de premeditado aire novísimo), subtitula: “(Nueva «Oda a los nuevos bardos»)” (en referencia al conocido poema de uno de sus maestros, recién mencionado: Ángel González). Empieza: “Sí sé que los Antiguos siempre pierden”. Es, sin duda, uno de los más divertidos del conjunto, claves mediante.
“Autografía” y “Poética” dan vueltas al asunto de qué y por qué se canta.
“Prolegómenos a una brevísima historia personal de la literatura” incluye “Ítaca”, una nueva vuelta de tuerca al tema homérico con algún alarde (“que amar a mar amarga sabe al cabo”) y no pocos versos certeros: “–Nosotros, Nadie, acaso tú: cualquiera–. “Tal vez Ítaca  esté donde no estés”.
En “Burdeos” recurre al romance. “Yo doro grial” es una sextina que podría haber escrito Cirlot.
En esta parte (y en el resto del libro) menudean, ya que de influencias hablamos, se apuntó hace un momento, los homenajes, más o menos velados, a algunos novísimos o, mejor dicho, a la poesía que aquellos poetas, castelletianos o no, idearon. Guiños culturalistas, cierto exceso verbal, por ejemplo. Eso no impide afirmar que, ya se anotó, es a la poesía figurativa de los ochenta (sin olvidar la lectura de la del 50 realizada por aquella tendencia) a la que la poética de Olay se mantiene más fiel.
“El don de la mirada”, la última serie, se abre con “Yann Tiersen”, poema de un solo verso: “La máquina del tiempo está en la música”. “Lluvia fina” agrupa diez haikus. En “Cementerio marino (epitafio)” leemos: “Era yo lo que eres. // Tú serás lo que soy”.
En “Final: Coda”, “Corazón de tinta”: “Un día entenderás, y será tarde, / que sé que es solo verso lo que arde / y que toda mi sangre está en mi obra”. La última o única verdad de este libro que concluye con “Envío”.
Ya en “Dedicatoria” se explicaba: “Yo solo sé de mí que amé vivir, / que alegría se impuso a enfermedad, / que supimos medirnos con el miedo / e intenté merecer lo que tenía”. Lo demás…

Vieja escuela
Rodrigo Olay
Adonais, Madrid, 2021. 110 páginas.10 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista EL CUADERNO.