16.7.13

Vacaciones

Playa de Conil

No sé quién las necesita más: si quien lee o quien escribe. En todo caso, cierro este chiribitil hasta septiembre. Bueno, puede que abra antes, o al revés: que se quede como está, total... Lo dice el irónico Azúa en Autobiografía de papel (que he reseñado para Quimera): "el blog no facilita la aparición de ningún género o subgénero literario nuevo. Creo que será una práctica efímera, pero para los antiguos es un experiencia interesante, como pasarse de 35 mm al vídeo". Antes había dicho, eso sí, que, de tenerlo (y él lo tuvo), "Lo mejor, en esas circunstancias, es decir la verdad y escribir como si fueras Cervantes". Lo segundo es imposible (para uno), pero a lo primero siempre me he acogido. Que conste. Por si ocaso (sic). 

15.7.13

Crítica

"Merece algo más que aplauso, merece agradecimiento el crítico que hace apetecibles las obras valiosas; aquel que no se limita a descifrarlas con adusta terminología de profesor, sino que se toma la molestia de transmitir entusiasmo, humanizando generosamente sus textos críticos por la vía de exponer una parte de su condición de lector sensible; aquel, pues, que explica con precisión y claridad las razones por las que considera que una obra determinada repercute positivamente en él." Fernando Aramburu, "Crítica de la crítica", El País.

Live CC Cáceres

El inquieto José María Cumbreño coordina desde hace poco la sección de libros y literatura del canal Live CC Cáceres. Ya ha realizado varias entrevistas con escritores. Va "colgando" los vídeos en su blog. Aunque no he podido ver todavía todos, me ha gustado mucho la conversación que ha mantenido con el polígrafo Eduardo Moga. Que dure.

14.7.13

Baile de máscaras

Hace ahora 9 años que José Manuel Díez (Zafra, 1978) publicó su primer libro: 42. El segundo, La caja vacía, ganó el Premio Cáceres Patrimonio de la Humanidad en 2006 y lo publicó Visor. En el blog anoté: “Lo que uno intuía se confirma: hay poeta. Y lo hay porque Díez escribe buenos poemas. Sólo por eso. Del nuevo libro de alguien se espera que supere al anterior. O que, cuando menos, lo iguale. Mi impresión de lector es que este es un libro más contenido y maduro que aquél; mejor, en suma”.
Llega el tercero; y a la tercera, según dicen, va la vencida.
Uno no intuía, seré sincero, que un poeta tan impulsivo y dotado acabara dando a la imprenta sólo tres libros en una década. Llega, como digo, una nueva entrega y lo hace bajo el deslumbrante amparo del Premio de Poesía Hiperión. Desde 1986, han ganado este galardón, uno de los más limpios y prestigiosos de la poesía española (llena de premios indecentes y desacreditados) algunos de los mejores poetas del panorama. Pero no es sólo el premio. Es el jurado (algunos de cuyos miembros ya estaban en el tribunal que le concedió el Cáceres) y, acaso lo que más importa, la editorial, Hiperión, una de las mejores de este país en lo que toca a la poesía.
Con este galardón, Díez se sitúa, además, en el mapa poético nacional. En el regional era de sobras conocido. Su penúltima aparición ha sido en la antología Matriz desposeída (Últimas voces de la poesía en Extremadura), cuyos editores son los profesores Morales Barba y Martín Gijón. Con todo, no nos engañemos, lo que de verdad importa, más allá de esta deliciosa parafernalia a la que tan dados somos los españoles, es el libro. Se titula Baile de máscaras.
Dos de las tres citas que abren el volumen son del todo elocuentes en lo que al título respecta. Una del músico alemán Robert Shumann: “Desde un punto de vista superior la historia del género humano puede ser vista como un prolongado baile de máscaras”, y otra de Gonzalo Rojas, el poeta chileno: “El tiempo de los encantos / es un baile de máscaras”.
¿En qué sentido? Puesto que hablamos de un libro de poesía, en lo que a partir de Browning, se denomina “monólogo dramático”. Un procedimiento, mezcla de ficción y realidad, que tanto ha dado de sí a lo largo y ancho de la poesía moderna y contemporánea y lo sigue dando en la postmoderna o dondequiera que ahora estemos.
En su libro Metapoesía y ficción: Claves de una renovación poética (Generación de los 50-Novísimos), (Madrid, Visor, 2007), el profesor y crítico Ramón Pérez Parejo sostiene que “esta técnica consiste en la elección de un personaje (llamado correlato objetivo) tomado de la cultura o de la historia que asume y transmite en primera persona las emociones que el autor real desea expresar. Con ello, el texto consigue alejarse del impudor del patético yo romántico, objetivar las emociones y, al mismo tiempo, crear sorprendentes connotaciones textuales. Robert Langbaum localizó los primeros casos de monólogo dramático en la lírica posromántica inglesa (Tennyson y Browning).”
En lo que respecta a la poesía española, y dejando aparte al muy anglosajón Borges, se rastrea su empleo en Cernuda, Valente, Gil de Biedma hasta llegar a la Generación de los 80 (y más), con parada y fonda en los Novísimos: Colinas, Carnero, Gimferrer o José María Álvarez. Sí, a este último es a quien más me recuerdan los poemas de Díez. Por sus títulos extensos y los epígrafes que suelen acompañarlos. No quiero dar a entender que estamos ante una poesía epigonal. El recurso no es nuevo (en poesía, ¿qué lo es?); sin embargo, los versos suenan con voz propia.
Por precisar, Díez da un paso más y hace que la mayor parte de los personajes conversen entre sí, establezcan un diálogo (que vendría a romper, en rigor, ese monólogo), algo que redunda en su carácter lírico, pues si por algo se significa la poesía es, precisamente, por lo que tiene de diálogo, como subrayó Paz. Esa “conversación en la penumbra”, al decir del poeta cubano Eliseo Diego.
Tampoco es ajena a esta manera de proceder la heteronimia y los heterónimos, los juegos de voces y el camuflaje verbal que tan lejos llevó Pessoa a través de la confederación de almas que encarnó; así, en un poema donde se recuerda a Porchia, Díez escribe: “Ser feliz con mis voces, / que son una voz sola.”
Las máscaras o personajes (palabra que remite a persona, del latín persōna, máscara de actor) utilizados para encarnar sus ideas o sentimientos son variados: guerreros, músicos, exploradores, poetas, neurólogos, matemáticos, historiadores, teólogos, filósofos, cineastas, fotógrafos y hasta un jornalero de su ciudad natal.
Góngora, Milton, Casanova, Chopin, Rimbaud, Van Gogh, Freud, Sartre, Dalí, Éluard, Reverón, Zweig, Huidobro, Seifert, Duchamp, Zagajewski son algunos de los protagonistas que figuran en los títulos de los poemas.
No falta un amplio capítulo de “Acotaciones” (que ocupa cinco páginas) donde se explica el origen y desarrollo del libro, se detallan múltiples referencias de los poemas, se ponen en relación los versos con las personas a quienes están dedicados y, en suma, se pormenorizan los diferentes contextos para que el lector no se pierda.
Poemas que, en su mayor parte, reflexionan en última instancia sobre la creación, de suerte que la obra tiene un innegable matiz metapoético (léase su poema sobre Pushkin), tal vez porque, como dijo Stevens, «la poesía es el tema del poema». Trate de lo que trate. ¿Y de qué tratan estos? Pues de asuntos muy variados y hasta de actualidad,  pero que, en resumen, son los consustanciales a la poesía: la vida, la muerte, el amor (“porque el dolor existe, nos amamos”), el paso del tiempo…
Se puede hablar de culturalismo, en el sentido de que la inmensa mayoría de estos poemas se refieren a hechos culturales o relacionados con distintos aspectos de la cultura: el arte, la literatura, la música… No en lo que respecta a la línea poética -tan suntuosa, decorativa y epatante- que tuvo su máximo apogeo entre los mencionados novísimos. Díez no es un snob.
También podría decirse, por comparación con la novela, que ésta es “poesía histórica”, pues que a la historia y a sus avatares (la guerra y la paz, pongo por caso) dedica no pocos poemas.
¿Y cómo están escritos? Uno destacaría dos cosas. Primero, el ritmo. No sé si la condición de músico de Díez tiene o no que ver con eso. Entiendo que son mundos complementarios, si bien distintos. No faltan, es cierto, las repeticiones, incluso a modo de estribillos No cabe duda de que tiene buen oído.
Incidiría después en la economía de medios con la que estos poemas están escritos: menos es más, una deliberada contención novedosa en Díez, más dado en sus primeros libros a la expansión, digamos, nerudiana; en la brevedad de los poemas (que apenas se rompe con algunos largos que en realidad no lo parecen por lo ajustado de su mismo decir); en su tono sereno y sentencioso, epigramático; en el gusto por la paradoja, tan consecuente con los inverosímil y absurdo de la existencia; en su capacidad de sugerencia (con más preguntas que respuestas), a pesar, o precisamente por eso, de lo esencial de su vocabulario (“palabras de familia gastadas tibiamente, que diría Gil de Biedma); en su claridad, en suma, tan bien entendida. Nunca simplismo. Otro rasgo borgeano. También en un puñado de poemas dedicados a mujeres. Díez escribe: “Me acuerdo de mujeres que nunca he conocido”.
No se podrá decir de esta poesía que es barroca, vanguardista o hermética. Sí celebratoria, conversacional y solar.
Uno de sus personajes dice: “valía más un verso que un diamante”. Creo que José Manuel Díez hace suya, con gusto, esa distinción entre valor y precio. Porque ama la poesía, y eso se nota.
“Al final de esta frase, joven Derek, / como al final de tantas otras frases, / solo el fecundo germen del silencio, / de lo escrito por nadie y para nadie.”, escribe Díez, melancólico, al final de su poema sobre el antillano Derek Walcott que es, además, el que cierra el volumen. Me parece que no va a ser su caso. No ve uno aquí “germen del silencio” por ningún lado. Le deseé hace nueve años que la fiesta no decayera y en ésas sigue. Y este poeta, créanme, tiene cuerda para rato.

(Nota: Esta reseña ha aparecido publicada en el número doble 757/758 de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.)

13.7.13

Más adentro

"La complejidad de las cosas, las cosas dentro de las cosas, parece sencillamente inagotable. Quiero decir que nada es fácil, nada es simple." La cita pertenece a la cuentista canadiense Alice Munro (una de mis asignaturas pendientes) y está tomada de Más afuera, de Jonathan Franzen. Leí los dos primeros capítulos hace meses. Me detuve después del que da título a la obra, en el que narra su viaje a la isla de Masafuera, del archipiélago chileno de Juan Fernandez, donde viajó el autor de Las correcciones para releer Robinson Crusoe y depositar las cenizas de su amigo David Foster Wallace. Y para ver pájaros. Franzen es ornitólogo. Por eso va en su busca, ya sea a China o al "Mediterráneo feo". Una afición que justifican numerosas páginas de este libro.
Aunque no he leído ninguna de las afamadas novelas de Franzen, sí conocía Cómo estar sólo y Zona templada.
Libros, viajes, amigos y colegas, crítica (de novelas que casi nunca conozco), autobiografía, reflexiones (más adentro) sobre hecho de escribir y, ya se dijo, pájaros dan forma a un tipo de libros, no sé si secundarios para Franzen, pero que a uno le gustan. 

12.7.13

Un tono

Hace ahora veintitrés años que Andrés Trapiello inició su magno proyecto Salón de Pasos Perdidos. Una novela en marcha. Dieciocho volúmenes después, bien puede ser calificado como uno de los hitos fundamentales de la literatura española y, acaso, la obra cardinal de su autor.
Miseria y compañía toma su título de un sainete valenciano del siglo XIX de origen incierto. Se adapta bien a la imagen de la cubierta donde vemos “las radiografías del tobillo, tibia y peroné de AT., rotos en un revés (miseria), y los ocho clavos, agujas y alambres que los sujetaron (compañía)”, una peripecia central del libro.
En una reciente entrada de su blog, T. aclaraba por enésima vez a un lector: “está usted leyendo una obra que se presenta como ‘una novela en marcha’, por tanto una obra que se acoge al estatuto de la ficción”. Como dijo Miriam Moreno (la famosa M.) en Vidario (una obra esclarecedora que publicó también por Pre-Textos, la fiel editorial del Spp): “el libro se gesta como diario, pero sale a la luz como novela”. Vuelve T., una y otra vez, sobre ese resbaladizo asunto, que resuelve distinguiendo entre veracidad (propia del periodismo) y verosimilitud (cosa de novelas). 

Fotografía de Rafael Trapiello

Estas páginas, escritas primero a mano en un cuaderno y fijadas, al cabo de unos años, en forma de libro (“hoy es ayer”), corresponden al año 2004, que empezó, como todos, en Las Viñas, el rincón extremeño, y con una anécdota tan sabrosa como las que suelen inaugurar cada tomo, esta vez con una liebre de protagonista. Y una frase: “No te encojas”.
¿Qué pasó además? Pues lo de siempre. El poeta que firmó El mismo libro no puede ser ajeno a esa paradoja de estar siempre escribiendo aparentemente lo mismo –o de lo mismo- pero a costa de sorprender al viejo o nuevo lector con lo que parece –y es– rigurosamente inédito. Ya indicó M. que los temas de estos diarios son unos pocos, aunque se den cita “toda clase de historias”. Y de “vidas ajenas”.
El Rastro, por ejemplo, esas visitas madrugadoras y dominicales en compañía de amigos inseparables como J. M. Bonet en busca de piezas perdidas. O el de los viajes, otro asunto capital. Estable por naturaleza, T. no deja de moverse. En esta ocasión le acompañamos, entre otras, a Bruselas, Brujas, Utrecht, Amsterdam, Múnich, Menorca, Milán, Trujillo (que nunca falta), Barcelona, Valencia, La Coruña, Murcia y a un tour italiano donde recorre, con M., R., y G., algunas ciudades (Vicenza, Verona, Treviso, Venecia) y las maravillosas villas de Palladio.
Son viajes donde, sobre todo si va solo, aparecen sus habituales hipocondrias y melancolías (“donde quiera que va uno, lleva consigo su tristeza”), acentuadas tal vez por la edad, que irrumpe en la cincuentena. Momentos ideales para abordar, desde el humor y la ironía, reflexiones sobre el arte o la literatura (libros, jurados, polémicas), sobre tal pintor o tal escritor (amado u odiado). Gaya (al que dedica, en su luminosa decrepitud, páginas emocionantes), Tàpies (y los artistas “bilingües”), Gimferrer, Chacel, Ferlosio (Cervantes de ese año), Muñoz Rojas, Haro Tecglen (“literatura del puaj”)…
Hay otros momentos claves. Así, la tragedia del 11-M, la guerra de Irak y la boda de Felipe y Leticia (en la que ejerce de cronista para La Vanguardia).

Fotografía de Ignacio Gil
Además de su mujer y de sus hijos, ya mayores, de “madre” (en León), nos visita Manuel, el sensato lagarero, y otros personajes no menos reales: amigos, conocidos, saludados y, para completar a Pla, incluso “evitables”. Y algunas mujeres, como la hermosa gitanilla de Verona o las casuales de Barquillo.
Ese año T. emprendió y culminó la quijotesca aventura de continuar El Quijote, comenzó a publicar en su periódico barcelonés la entrega diaria de lo que acabó siendo El arca de las palabras o fue comisario de una exposición de Solana. Y siguió recorriendo librerías de viejo.
Con todo, lo más importante de Miseria y compañía sigue siendo el lenguaje, en línea con esa “poética de la naturalidad”, como la calificó Jordi Gracia, que deja fascinado al lector. Por la riqueza y variedad de su vocabulario (que lo mismo toma un delicioso arcaísmo que inventa un atinado neologismo), por su plasticidad y precisión, por lo lejos que ha ido, en fin, en ese camino juanramoniano de quien escribe como habla. Unas pocas palabras de T. resumen el sentido de esta obra inmensa: “estos libros son, principalmente, un tono”. Un tono, sí, que es, a su vez, un mundo.

(Nota: Esta reseña ha aparecido publicada en la revista Quimera, número 356-357: julio-agosto de 2013.)

11.7.13

Dos mujeres

Dos señoras de la literatura. Muy inteligentes. Y muy guapas. Una, la editora Beatriz de Moura, fundadora de Tusquets, le dice a Carles Geli, que la ha entrevistado para El País: "Estamos un poco como en Fahrenheit 451: no se queman los libros ni damos vueltas por un parque recitándonos fragmentos pero sí está la atmósfera, la lectura va quedando para unos pocos; no es menosprecio por el libro; simplemente, se ha dejado de leer”.

D. M. fotografiada por Gorka Legarcegui y B. M. por Susanna Saez
Por su parte, la escritora florentina de origen siciliano Dacia Maraini, autora de Bagheria, le comenta a Pablo Ordaz, en otra conversación publicada en el mismo periódico: “Era maravillosa. Una tierra limpia sobre un mar limpio. No había casas. La pobreza de después de la guerra era una pobreza digna. Yo llevaba los zapatos remendados cien veces, el abrigo del abuelo…, pero hambre no había. No comíamos carne, pero sí un poco de verdura, unas patatas. Aquel momento de mi infancia fue muy bonito porque Sicilia era bellísima. Luego la destrozaron."

10.7.13

Piedras

José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952) es un poeta de largo recorrido, un poeta de fondo. En 2002 reunió en el volumen Hoy es niebla (Visor). Allí (con alguna rehabilitación), tres libros: El humo de los barcos, Las sílabas ocultas y Niebla y confín, los más significativos de cuantos había publicado, que conforman, como dice Ripoll, una suerte de "sonata". 
Once años después, Tusquets publica en su colección Nuevos Textos Sagrados Piedra rota.
Dividido en tres partes -además de un "Preludio"-, "Encuentro", "Reconocimiento" y "Abandono", el libro, que toma su título de un verso de Eliot (el anterior lo tomaba de otro de Auden), no deja de ser, como todos los suyos, como todo lo que ha escrito, "un pretexto para la música", según sus propias palabras. Aquí, una música callada que tiende al silencio. 
En torno a símbolos recurrentes: el mar, la playa, el viento, la niebla, la sombra y, sobre todo, la piedra ("negra", "ciega", "desnuda", "de fuego", "herida" "oculta"...), girando alrededor de un paisaje que uno identifica fácilmente con el de sus natales costas gaditanas, el poeta contempla o medita para terminar transformando en versos esas cavilaciones que son, al mismo tiempo, miradas. Visiones cargadas de memoria, cabría añadir. Hacia afuera y hacia adentro.
El tono, de una sobriedad calculada, tiene algo de metafísico (en el mejor sentido, en el casi literal de la palabra, sin filosofismos). Los poemas, despojados, esenciales, a menudo breves, de una precisión extrema sin llegar, eso sí, a la retórica de la escuela silenciaria. En ellos hay, ya se dijo, palabras suficientes, música siquiera sigilosa, y poco o nada de inefable. En la segunda parte se adensan, por más que, en general, estemos ante una obra penetrante y rigurosa de "palabra adentro", de honduras que uno calificaría, con todas las cautelas, de juanramonianas. Del JR de las postrimerías. 
Entre la constancia, la fuga y la huida, Ripoll, o el personaje que protagoniza sus poemas, se dirige a un tú con el que dialoga y al que pregunta. Sobre el sentido de la vida, sobre las frustraciones y derrotas, sobre la identidad y sus fantasmas, sobre lo escrito o lo por escribir. En "(Mi único territorio)" leemos: "mi único territorio, / mi identidad, / mi tiempo, / un puñado de arena / que aprieto entre las manos / y se escapa, / se pierde / en el canto del aire."
Ya que lo cito, todos los poemas llevan sus títulos entre paréntesis, acaso porque en realidad estamos ante un sólo y extenso poema único, si acaso fragmentado. 
Como el simbólico escarabajo o como el mirlo ("pájaro extraño en esta playa, / ave expulsada de su reino"), JRR nos ofrece su "canto obstinado", "en esta playa sola / donde el tiempo es sonoro", a sabiendas de que "Hay otro mar bajo estas aguas quietas" y que "Doble es el mundo y su paisaje". 
"Cuéntame lo que ves / la negrura de ese viaje hacia lo hondo", escribe, "como un asombro". 
En "(Hacia el silencio)", con cita de Celan, leemos: "Todas las lenguas se disuelven / en el paisaje silencioso de esta playa baldía". Y uno, claro, se calla. 

9.7.13

Los argentinos

El domingo volvió uno al Parador. Mi madre lo eligió para celebrar una comida familiar que agasajase como es debido a su primo Gonzalo y su mujer, Betina, de paso por Plasencia. Viven en Buenos Aires. Una vez conté esto: "Como en toda familia extremeña que se precie, también en la mía ha habido emigrantes. Tres hermanos de mi abuela trujillana partieron, en los felices veinte, en busca de su retrasada, particular aventura americana; dos se embarcaron a Argentina y el tercero, a Cuba. De este último apenas he oído hablar; se le perdió hace mucho tiempo la pista (...). Los otros dos mantuvieron durante toda su vida contactos con los suyos, es decir, con nosotros. Mariano (que vivió en Mendoza y se casó con una bruja) vino varias veces y le conocí de niño. De él he retenido, sobre todo, un olor: un penetrante perfume ultramarino, hecho a medias de especias y cariño. Paco, el otro, sólo volvió una vez, ya muy mayor, acompañado de Matilde, su triste y afable mujer argentina. Fue en el 74. A principios de ese verano yo no tenía todavía quince años. Junto a los típicos bolsos de cuero de olor indeleble y los pañuelos y los ponchos, salieron de sus maletas, en la emocionante entrega de regalos, dos libros de un tal Jorge Luis Borges, uno para mis padres y otro para una de mis tías. No siendo la mía una familia de intelectuales, ni de grandes lectores, el presente no podía por menos que sorprender a todos. En especial, a mí." En efecto, todavía conservo los ejemplares de Borges, de El Aleph y El oro de los tigres, firmados los dos por el poeta con su minúscula letra de ciego. A la providencial lectura del segundo, en la edición de Emecé (adquirida en la librería La ciudad, sita en la emblemática calle Maipú), que es el que tocó en casa, habrá que atribuir una parte sustancial de mi posterior dedicación a la poesía. A esa edad...
Pues bien, Gonzalo es uno de los hijos del tío Paco Martínez (el otro, Hugo, también estuvo por aquí hace años), apellido que llevo en cuarto lugar. Tras un intenso tour por Europa, y antes de regresar a su casa, se han acercado desde Madrid a vernos. Con ese motivo nos reunimos en la mencionada comida. Los tres primos Martínez (en casa, los argentinos) y los únicos sobrinos-nietos de este lado del charco: mis hermanos y yo, acompañados de algunos de los nuestros: mujer, hijos... Éramos trece. Ah, y comimos y nos atendieron estupendamente, todo hay que decirlo. 
Fue un encuentro muy emotivo. En un corto periodo de tiempo se amontonan mil recuerdos, se cruzan numerosas conversaciones, se preguntan muchas dudas y la memoria, en fin, no da abasto, lo que al final hace difícil contener las emociones que, cómo no, llegaron, en el brindis final con cava extremeño, hasta las lágrimas. 
Lo peor: atravesar la ciudad desierta antes y después de comer, bajo un sol tórrido e inclemente.
En la estación intercambiamos nuestras direcciones electrónicas y quedamos en volver a vernos. A ser posible, dicen ellos, achá

8.7.13

Turia, 107

Pocas cosas más apetecibles, literariamente hablando, que irse a la piscina con Turia bajo el brazo. A punto de de celebrar su 30 aniversario, nos entrega un número espléndido con ensayos sobre Bolaño y Fuentes, obra en marcha, tanto en prosa como en verso, de numerosos autores (de la rumana Ana Blandiana a los extremeños Álex Chico y Pérez Walias, pasando por Richard Ford, Flavia Company, Enrique Juncosa, Chantal Maillard, José Luis Rey, Juan Vicente Piqueras, Carlos Aganzo, Martín López Vega, Miguel Veyrat, Eduardo García, Aitor Francos, etc.), unas reflexiones de Jorge Riechmann (que nunca te dejan indiferente), la habitual entrega de los diarios de Maícas, un par de entrevistas (con el artista Barceló y el escritor Trapiello, una curiosa coincidencia -o no- que habrá hecho no poca gracia al segundo), así como una nutrida colección de reseñas (se incluye, por cierto, la de uno sobre la biografía-ensayo anibaliana de Fernando R. de la Flor). Con todo, lo central es el dossier dedicado al resistente Albert Camus, uno de los grandes del siglo XX, en lo literario y en lo moral. Sigue siendo, sí, un ejemplo verdadero, un puntal sólido al que agarrarse para capear el temporal líquido en el que nos hundimos. 
Ah, un detalle a tener en cuenta: la revista está ilustrada con fotografías del periodista Enrique Meneses. 

7.7.13

Por alusiones

Subverso, "Isla de libertad crítica, literaria y cultural", según reza el subtítulo, es una revista digital recién creada por los catedráticos de Literatura Contemporánea de la Universidad de Valladolid, Pilar Celma –directora de la Cátedra Miguel Delibes y de la revista académica (en papel) Siglo XXI- y Javier Blasco. En la sección de Reseñas -que coordina una poeta que vivió algunos años en Extremadura, Yolanda Yzard- acaba de aparecer una recensión sobre Plasencias firmada por Fermín Herrero. 
Por su parte, el escritor Javier Morales publica en El Asombrario, revista cultural online, concretamente en su sección Área de descanso, "De Madrid a Estambul", donde, tomando un desvío, el viajero pasa por Plasencias
Mal está, querido Gonzalo, este doble alarde publicitario. Tómese como un daño colateral de la insoportable caló. Ésa que a ti, ay, tanto te gusta. 

5.7.13

Piedra y Cielo, 3

Excelente este número 3 de la revista canaria Piedra y Cielo. Distintos trabajos de Jordi Doce, Ada Salas, Lázaro Santana, Alejandro Krawietz, José Carlos Cataño, Francisco León, Melchor López, Luis Muñoz, Goretti Ramírez, Andrés Sánchez Robayna y Vicente Valero avalan lo que digo.
El núcleo de esta nueva entrega lo constituye el Dossier Pranyko, dedicado al artista bosnio de carácter nómada.
Añadiría que esa lista, salvo excepciones, a las que habría que sumar los nombres de algunos colaboradores no mencionados, me ha recordado lo mejor de aventura poética canaria de entresiglos. A sus revistas de otrora (SyntaxisParadiso, por ejemplo) y a su singular, común poética, de la que no sólo los nacidos en las islas participan; tan denostada, injustamente, a veces. De ahí han surgido libros, escritos por autores de distintas promociones, que permanecerán en la historia de la poesía española, no me cabe duda.
A esa tradición, diríamos, viene a sumarse este riguroso proyecto. 

4.7.13

¿Comproqué?

"¿Qué intelectual no querrá decorarse hablando de un banquero, de una trama corrupta, de unos políticos ineptos, de una guerra injusta? ¿Pero quién querrá nombrar y aun apellidar la mísera poquitería cercana?", Andrés Trapiello, "El famoso compromiso de los intelectuales", Magazine de La Vanguardia, 30 de junio de 2013. 

3.7.13

Nueva York a diario

Hilario Barrero (Toledo, 1948) es profesor en el Borough of Manhattan Community College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), donde vive desde 1978. Como diarista ha publicado Las estaciones del día (2003), De amores y temores (2005), Días de Brooklyn (2007), Dirección Brooklyn (2009) y Brooklyn en blanco y negro (2011). A la lista se añade ahora Nueva York a diario (Impronta), un diario (el juego de palabras está claro) que corresponde a los años 2010 y 2011, muy reciente por tanto. Un libro denso, con un importante número de páginas (casi 300), impreso pulcramente por la editorial asturiana y que uno temió no terminar por culpa de la inesperada puesta en marcha del riego por aspersión del césped de la piscina de Torremenga, donde lo leía una calurosa tarde de junio.
No sabría decir quién tiene mayor protagonismo en la obra, si la ciudad norteamericana o el propio autor. Dejémoslo en un honroso empate. Hay mil Nueva York en Nueva York, como bien dice Barrero. Uno por cada vecino o visitante. De no pocos nos da buena cuenta en su día a día. Siempre desde Brooklyn, su barrio. Un barrio con aires de ciudad, aunque sea dentro de otra. Si, según Pla, "para vivir bien en un pueblo hay que saber pasear", para vivir bien en una gran ciudad no parece menos necesario. Eso es lo que hace el callejero HB y de esas divagaciones, con brújula o sin ella, dan buena cuenta no pocas páginas. A través de los parques y de las estaciones, ya sean las climatológicas o de metro. Vistas, paisajes, escenas que dibujan a la perfección, a pesar de sus reticencias borgeanas, su propio rostro. Y no sólo el suyo. También de los numerosos personajes que por allí pululan.
Desde el principio hay un trasunto clave en el diario: el envejecimiento y a su lado, sin solución de continuidad, la vida que se va o que termina junto a la persona que se ama, a la que HB lleva amando desde hace tanto tiempo. No es tanto vivir, que se hace (o eso le parece al lector) intensamente, cuanto al lado de quién y, llevándolo al extremo, porque la existencia es frágil y la enfermedad y la muerte inevitables, preguntándose sobre el espinoso asunto de quién sobrevivirá a quién y, si así fuera, lo difícil que sería (oh gran amor) seguir solo en el camino. Por eso es frecuente el cernudiano uso del tú. A veces, del nosotros.
Los sesenta no parecen una edad fácil. ¿Cuál lo es? Lo dice uno que anda en la pavorosa cincuentena. Desde aquella atalaya ya se vislumbra cercana la vejez y Barrero se niega a poner paños calientes: no, sesenta son sesenta y no cuarenta... por muy de los de antes que sean.
Por encima de estas consideraciones de carácter casi metafísico, pero que tienen la verdad de lo real, Barrero aprovecha su diario para mirar hacia el pasado. De hecho, hay una reconstrucción autobiográfica a partir de la memoria. Una vuelta a su infancia y la primera juventud, a Toledo, la ciudad natal, su provinciana "ciudad perdida", y a Barcelona, la primera donde trabajó antes de dar el salto transatlántico. Allí, sus padres. Su madre, sobre todo. Y hermanas y abuela...
A Toledo no le puede faltar el contrapunto de Gijón (San Lorenzo, la Escalerona...), una ciudad a la que regresa cada poco. Ni la escapada a Galicia, con obligada visita a Tuy.
Como no faltan las referencias musicales. Operísticas ante todo. Ni otros viajes: a Halifax, Montreal,  Nueva Escocia, Italia (donde regresa muchos años después y donde, por fin, se reconcilia con Venecia).
Por el diario, muy movido, transitan los amigos, de ésta y de la otra orilla. Uno de los habituales, "Pepe, el amigo Muñoz" (Millanes), residente, como él, en Nueva York. O García Martín, en Oviedo, en Los Porches, hasta que lo cerraron. Ni faltan los perros, como Pepe.
Barrero no descuida su actividad profesional y hace alusiones a su trabajo, aunque goce de un año sabático, y a sus compañeros (hispanistas) y alumnos. Y habla de librerías (de viejo) y de bibliotecas (como esa de Tuy donde dio con el Adonais intonso de Pureza Canelo).
Cada tanto nos acerca a tal o cual poeta, a tal o cual poema. No en vano en 2011 publicó en La Isla de Siltolá su antología de poesía breve en inglés La Lengua de madera y en la cacereña abeZetario Libro de familia.
Escribe Barrero que "los diarios son el Facebook de la literatura". Me da que estos tienen bastante más enjundia que lo que uno leía en esa red social (no a él, cuyos comentarios echo de menos). De ellos salgo tan reconfortado, por su contagiosa vitalidad, como abatido, por su sereno tono elegíaco. Contento en todo caso por lo que Nueva York a diario tiene de necesidad y, cómo no, de literatura. De él y del "otro". 

2.7.13

Bertolucci y la poesía

Pablo Ordaz: Cómo influyó su padre, Attilio Bertolucci, un poeta muy querido, en su vocación.
Bernardo Bertolucci: Nada más empecé a leer, supe que mi padre escribía poesía. Y leí una poesía que se llama La rosa blanca, que dice: “Cogeré para ti / la última rosa del jardín, / la rosa blanca que florece / en las primeras nieblas. / Las ávidas abejas la han visitado / hasta ayer, / pero es tan dulce aún / que hace temblar. / Es un retrato tuyo a treinta años / un poco desmemoriada, / como tú serás entonces”. Leí aquella poesía y salí al jardín, y allí, al fondo, estaba la rosa blanca. No tuve necesidad de ir más lejos. Entendí enseguida que la poesía de mi padre estaba hecha con aquello que tenía alrededor. Es como si él me hubiese enseñado a buscar la poesía en todo. En todo. También donde no te lo esperas. Esta es la cosa más importante. Escribí poesía, pero decidí no continuar porque él era demasiado bueno y no podía ganarle. Así que cambié de oficio. Fue él, de alguna manera, quien me orientó hacia el cine… Con el cine, también yo busco la poesía.

Bertolucci y Pasolini

(De la entrevista «Bernardo Bertolucci: “El partido democrático italiano ha escenificado un suicidio”», publicada en El País Semanal.)

1.7.13

Del diario de Llera

"Adentrarse en el casco antiguo supone, por tanto, bordear nuestra periferia interior".
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"El gran problema de la crítica literaria en relación con la literatura es que la primera casi nunca tiene salida al mar".

"No son muy eficaces ni verdaderas esas metáforas que describen el dolor como una mordedura o una punzada. El dolor es una forma de hablar del cuerpo, cuerpo que se dice sin parar, cuerpo que no calla".

José Antonio Llera. Cuidados paliativos.