No importa qué libro abras, siempre encontrarás un molino. El mismo que, en ruinas, adquirieron sus suegros entre La Vera y el Valle del Jerte. En ese paraíso han transcurrido muchas horas de su vida. El molino fue reformado y convertido en una casa habitable, aunque prosigue sin luz eléctrica. Un motor suple la necesidad. En aquel terreno aprendieron sus hijos a caminar, ha leído todo lo que ha podido y ha escrito bastante, a veces en caliente, otras rememorando momentos pasados. Y no importa qué libro abras, siempre encontrarás Plasencia, una ciudad pequeña rodeada de campo. No ha ido, pues, lejos a descubrirlo, de hecho, no se ha movido del espacio que describen sus murallas. El campo siempre estuvo al alcance de la mano, o del pie, que él es un caminante, y más aún: sabe lo que es hacerse a pata los treinta kilómetros que distan de Hervás, subiendo y bajando por la sierra. Aprendió a recorrer el campo de niño, con su padre. Para Álvaro Valverde, ciudad y naturaleza son conceptos que hablan de lo mismo, lugares en los que encontrar el silencio y sentirse extranjero. “Basta con apartarse un poco de los otros, / con no participar de sus costumbres, / con ejercer sin más de solitario” –‘Destierro’-. La suya no es una naturaleza idílica. Hay árboles, no personas. Paisaje. Hablamos de un estado anímico.

- Un novelista urbano y un poeta de la naturaleza. ¿Dónde, la persona?

- En poesía, no distingo personaje poemático de persona. En la novela, sí, aunque nunca me he considerado novelista. Los poetas que más sigo suelen hablar desde lo autobiográfico, o cerca de lo autobiográfico. El poeta, dijo Valente, se constituye en torno a dos reinos: la memoria y la visión -yo prefiero decir mirada-. Bien, pues tanto mi mirada, en lo fundamental, como mi memoria están relacionadas con la naturaleza, que, en el caso de Plasencia, es lo mismo que la ciudad.

 

“La modernidad la dan el lenguaje y la concepción del poema, no el decorado”

- La naturaleza no es un mundo frecuentado en la poesía española.

- Está mal visto. Nos acusan de agropecuarios. Ahora no tanto, desde que existe la España vaciada o vacía -yo prefiero vacía-. No es tan peligroso. Se ha puesto en valor el medio natural. Algunas poetas están haciendo carrera con la cosa campestre. La poesía no es antigua por que hable del campo; la que habla de taxis, avenidas y semáforos tampoco es necesariamente moderna; la modernidad la dan el lenguaje y la concepción del poema, no el decorado.

- En otros países no existe ojeriza.

- Por eso me atrae la poesía inglesa. Los románticos, con Wordsworth a la cabeza, y de ahí en adelante: Tomlinson, Heaney... Allí los poetas han seguido hablando del campo con naturalidad pasmosa. Pero también en Italia; en Estados Unidos no digamos.

- De entre los varios tipos de naturaleza, elige la deshabitada.

- Tiene una explicación: nunca tuve pueblo por parte de padre o madre, lo que me hace distinguir entre rural y campestre. Mi poesía puede ser de la naturaleza, pero nunca, por suerte o por desgracia, rural.

- ¿Rural no es un concepto administrativo, entonces?

- Entiendo rural como la vida propia del pueblo, donde hay civilización. Y yo, ¿qué sé de la trilla, de los cultivos? Me atrae lo contrario que al campesino: el paisaje. El agricultor no presta atención al horizonte, sólo ve la cantidad de trabajo que su faena implica. Ni siquiera al pastor, con tan buena prensa lírica, le interesa lo que a mí.

- Están los que denuestan esa poesía, pero también los que entienden que es más pura.

- En mi noción de lugar, el correlato es Plasencia. Centro y afueras se confunden. La disposición alargada de la ciudad, por razón geográfica -el río que la envuelve-, ayuda a ello. Y no veo por qué va a ser más espiritual la vida de las afueras que la del centro.

- O sea, que el género no tira al monte.

- Creo que pensar así es caduco. Lo que no hemos tenido es suerte con los planificadores, o sea, con los políticos: han ido ampliando la ciudad sin la visión que hubo en Cáceres, por poner un ejemplo cercano. Allí hay ensanche. Aquí se hizo todo mal.

Su poesía está exenta de grandes ciudades y cuando parece lo contrario lo que hay son espacios verdes dentro de ellas, o lugares ajenos al devenir. Desde fuera (2008) tiene un capítulo entero dedicado a este tipo de observaciones. Cuando habla de Madrid, habla de sus jardines y del viento que bate los árboles; cuando sale Brujas, hay hojas caídas y agua negra; en el caso de Bruselas, “líneas de tranvías / que rodean umbrosos, / densos bosques”; en Toledo, vemos cipreses y una ciudad desierta, lo mismo que Rotterdam, detenida en el tiempo, igual que Deventer, bajo la lluvia. Unas páginas más allá, está Los Ángeles, pero podría ser otra ciudad porque, de todo, elige un convento; y de Sachseln, Suiza, se queda con “la mole inmensa” del monte Pilatus. En El cuarto del siroco (2018), Lisboa parece una pintura de Monet: “En la casa de Ángel, y aquel sol de poniente, / hundiéndose, muy rojo, sobre el Tajo”. Estas impresiones pudieran tener origen en su ‘Meditación en Londres’, Una oculta razón (1991), donde inevitablemente se cuela Hyde Park. “Que no está escrito en [Londres] sino desde, ¿eh? Es un homenaje a Cernuda”.

 

“No me gusta la impostura”

- No es habitual que escriba de lo que no conoce.

- ¿Sabe por qué?: porque no me gusta la impostura. Pienso que si hablas de ti hay menos riesgo de caer en ella. Si hablas de otro se puede dar el plagio. Pero la pequeña verdad de cada uno hace más difícil la mentira.

- Curiosamente, a Octavio Paz el libro le produjo una sensación de soledad moderna, urbana.

- Sí, baudelairiana, la del hombre solo rodeado de personas en medio de la multitud, un tema de la posmodernidad. “El hombre frente a sí mismo”, dijo. Yo la he padecido poco porque sólo he estado en grandes ciudades de paso. En aquel libro volqué una soledad intuida. En libros siguientes sí hay soledad sentida, la de la naturaleza, y nunca como padecimiento. Al contrario, me agrada. Aunque no sé si pertenece a la naturaleza o me pertenece a mí.

- Una soledad no adscrita a un espacio.

- Eso, íntima. Propia del escritor o del poeta. Pienso en eso de Nietzsche que repite Trapiello: nosotros, los solitarios. El poeta por definición es un solitario. Creo yo. Eso no quita que tenga amigos. El poeta, no se olvide, sólo lo es cuando escribe.

 

“Resulta imprescindible sentir la soledad para vivir la literatura”

- La soledad del escritor, la del lector, parecen más profundas que otras debido a que no necesitan escenario.

- El escenario es uno mismo. Resulta imprescindible sentir la soledad para vivir la literatura. Una acompañada de silencio, dos cosas muy escasas hoy, pero cardinales en la poesía digna de tal nombre. La soledad total, a la mayoría, le agobia. Por eso la poesía no encaja en este tiempo nuestro, de estrés y prisa, en el que la gente no para quieta. Uno siente, al contrario, placer ante el detenimiento, ante la idea del monasterio, pongo por caso. En otra vida me hubiera gustado ser monje, consideraciones religiosas aparte.

- También lo he pensado.

- Es que vivir la literatura de un modo íntimo te lleva a estados mentales que nada tienen que ver con los de la vida cotidiana. Yo no sería trapense -y no me arrepiento de la relación con mi mujer ni de haber tenido hijos-, pero acaso habría sido feliz en un convento franciscano [ríe].

- Cuando se puso de moda el microrrelato, se hizo hincapié en que, por razones de extensión, podía ser leído en el metro o en el autobús. Nadie, claro, se acordó de la poesía.

- Habiendo poemas con menos palabras. Pero imagínese ‘El infinito’, de Leopardi, en su medida [echa a reír]. Breve, pero su carga de profundidad, infinita.

Podríamos dividir la obra de Álvaro Valverde en dos etapas. La primera, formada por Territorio (1985), Lugar del elogio (1987) y Las aguas detenidas (1989); la segunda, en la que se encuentra, a partir de Una oculta razón. El autor no contempla reeditar su primer libro y duda si lo incluiría en una obra completa. Sólo rescata de él un poema: ‘Mr. T. S. Eliot, Russell Square’. En Las aguas detenidas “hay seguramente demasiado palabreo”. Dos libros fueron importantes entonces: Claros del bosque -María Zambrano- y Noche más allá de la noche -Antonio Colinas-. Desde el tercero, con treinta años, “las cosas cambian, pero poco”. Hay ocho libros más. En ellos impera la cortedad del decir -Valente-. “Uno elige la poesía como forma de conocimiento o de expresión porque es el modo de contar más con menos”. En la segunda etapa “si no la voz, que sería mucho, está el tono”. La pretendida naturalidad se revela más difícil que el artificio. “Pretendo ser un poeta racional, lúcido. Para el que la claridad sea un principio básico”.

- ¿En la claridad, la profundidad?

- Si se asoma a cualquier garganta de mi tierra, verá guijarros -rollos que decimos nosotros-. Ahora, si pretende cogerlos, porque piensa que están cerca, no podrá. Tendrá que meterse entero, y a veces ni así. Pues la misma sensación en poesía: leer algo, creer que se entiende, digamos, y, al volver, darse cuenta de que no, de que era una falsa apariencia, de que tras lo que juzgaba cercano media un abismo. La verborrea de algunos, de tradición nerudiana, a lo Whitman, no va conmigo.

- ¿La torrencialidad de Pound...?

-… tampoco. Prefiero el Pound oriental.

Los intereses de Valverde están claros, pero su visión es panorámica, seguramente aprendida de la naturaleza, en la que la contemplación del detalle nace de una previa del conjunto. Se ve en mil ejemplos. Pensemos en la cubierta abstracta de Marta Cárdenas en Una oculta razón, ya con el cambio de tono practicado en la palabra; él mismo la recortó de un catálogo y la envió a la editorial. Pensemos en la presencia de Willem de Kooning en A debida distancia (1993). Es verdad que la mención a este expresionista abstracto tiene que ver más con los problemas mentales que padeció al final de su vida que con la pintura; se trata de un monólogo dramático, igual que el dedicado a Ganivet, en ‘Cónsul de Riga’ -Desde fuera-. “La abstracción puede ser apasionante. Depende del autor. Pablo Palazuelo me gusta mucho. Emilio Gañán, placentino, también”. Y no olvidemos que Salvador Retana es “más abstracto que concreto y, sobre todo, que realista”. Cuatro de sus cinco portadas en Tusquets son suyas y, “dios mediante, la próxima”.

- Se ha quedado solo en la defensa del edificio del Palacio de Congresos.

- Eso parece. No estamos acostumbrados a buena arquitectura, y ésa es un alarde.

 

“Se han burlado los principios básicos de la socialdemocracia”

- Sus porosidades hablan de una persona en absoluto reaccionaria.

- Siempre me he sentido socialdemócrata, y he votado en consecuencia. Ahora, al no haber partido que defienda esas ideas, no sé qué votaré las próximas elecciones. Soy un engañado más de este señor [Pedro Sánchez], no me duelen prendas reconocerlo. Y gravemente porque todo lo que dijo que no iba a hacer, lo ha hecho. Para mi generación, quiero pensar que también para las posteriores, es difícil entender su actitud ante el independentismo.

- La tensión ha llegado a la literatura.

- Es insoportable. Yo he admirado toda la santa vida la poesía catalana. Qué cerca me he sentido de algunos de sus representantes. El catalán permite, como el inglés, una poesía más despojada y cortante. En castellano, necesitamos de más palabras para decir lo mismo. Con Margarit hay abierta una polémica porque no ha renunciado al español. Nunca votaría a Vox y conservador soy lo justo, pero, igual fruto de la edad, algo me he hecho. Desde luego, se han burlado los principios básicos de la socialdemocracia, insisto, esa a la que le sienta bien un punto liberal, y por tal me estoy refiriendo al espíritu de la Constitución del 12, no se me malinterprete, a un liberalismo español muy poco practicado.

- Hablaba yo desde un punto de vista más estético.

- Lo sé, por suerte, soy ecléctico. Leo de todo y de todos. No miro ni géneros ni etiquetas. Me gusta la poesía, lo demás… Yo he admirado al Vinyoli que renunció al Premio Nacional porque dependía del Ministerio de Cultura de España. Si lo tiene es porque no pudo rechazarlo, había fallecido. Si no, lo habría hecho por segunda vez.

- Ecléctico es igualmente hablando [bien] de Gamoneda y Caballero Bonald.

- Lo hago con mucha tranquilidad.

- En Más allá, Tánger (2014) utiliza una cita introductoria de Bonald.

- Son autores clave. Caballero Bonald es ampuloso, algo barroco, pero bueno. Descrédito del héroe me parece fundamental.

- Un libro hacia fuera.

- No sobran versos. Otros libros me pueden haber atraído menos, pero la poesía de este autor la he leído siempre con gusto. No me he metido en sus novelas -por mi retracción al género-, pero sí en sus diarios, gustándome más el primero, Tiempo de guerras perdidas.

 

“Gamoneda es lo opuesto a un palabrero”

- Sobre la poesía de Gamoneda acaba de escribir en Turia.

-Me ha costado sudor y sangre [risas]. Le admiraba, no lo oculto, pero había desatendido su lectura. Su influencia en mi generación era demasiado evidente, y eso… Yo pensaba que él había dicho todo lo importante, pero ¡menudo hombre!: en el último libro hay una parte que es de lo mejor que ha escrito, y a una edad, ¿eh?, con lo difícil que es no repetirse, y más, dueño de un mundo tan particular. Digamos que es lo opuesto a un palabrero.

-En sus diarios, Porque olvido (2020), recuerda su discurso sobre la pobreza en la aceptación del Cervantes.

-La pobreza es fundamental. Yo he dicho siempre que el medio determina lo que somos, y uno… ha nacido en Extremadura. El despojamiento de esta tierra es decisivo en mí. Gamoneda vivió una pobreza real, material; yo, por suerte, no. Me refiero a la pobreza en la palabra. Salvando las distancias, a una suerte de arte povera. La poesía necesita poco para ser.

-Algo relacionable con las ruinas, tan presentes en sus libros.

-Esa es mi veta romántica [se ríe]. En mi formación, los románticos ingleses, italianos y alemanes son capitales. Wordsworth, Leopardi, Hölderlin…

-Y el paisaje...

-… en el que se encuentra la ruina. Va todo unido. La ensoñación becqueriana ya me interesa menos.

-“Lo que ves / ha sido preservado / por la pobreza”.

- Bendita casualidad, ayer tarde leí en el Madrid de Trapiello algo en sintonía: “La riqueza destruye y la pobreza preserva”. En Extremadura, si se han mantenido los edificios y el paisaje [baja la voz, pero, a la vez, enfatiza] es debido a la puta pobreza. Si hubiéramos sido ricos, habríamos acabado con todo. ¿Qué es lo primero que hacía el emigrante, después de venir de Alemania, de Holanda, de Francia?: tirar la casa del pueblo y levantarla alicatada de arriba abajo. En nuestros pueblos hay mucho bodrio por ese motivo. Con el primer dinero ahorrado, tiraban la casa bonita del pueblo. Ahora la quieren recuperar porque lo turístico es el balcón de madera, la viga al aire... En Cáceres, la zona monumental está por una parte y la ciudad, por otra; usted se mete en la parte antigua y pasa a otra época. Ni un coche, ni una casa nueva. En Plasencia, no existe separación.

- ¿Con qué volumen de las memorias de Gamoneda se queda?

- Con el primero.     

- Lo que hay en el segundo es un rosario de muertes… igual que en sus diarios, en los que he contado hasta cuarenta y nueve.

- Y he quitado alguna, más lejana. ¡Es que han sido unos años…! Ángel Campos, Fernando Pérez, Santiago Castelo… acabando el libro falleció Julián Rodríguez.

- Los diarios acaban en 2019. La primera entrada de su blog, en el 20, es para Antonio Franco.

- Otro amigo del alma. Muchas muertes, y tempranas, en la cincuentena o poco más.

 

“Nombrando la muerte, la conjuras”

- “En frente de la casa hay un camino / que lleva al cementerio / (…) / allí están enterrados nuestros muertos”, dice en un poema. ¿Qué mueve a consignar un óbito? No es el simple recuerdo, tampoco el homenaje.

- Es una necesidad.

- Algo humanístico.

- Sí. Miłosz decía que la poesía forma parte de la tradición humanística. Tengo un texto por algún sitio en el que hablo de la relación entre poesía y humanismo. Además, la tradición cristiana, para qué negarlo. En ella, está presente el humanismo. En toda la poesía occidental. Es una línea decisiva. Y hay otra cosa importante: nombrando la muerte, la conjuras. En el desahogo, aun torpe, hay una reacción en contra. En la poesía hay mucho de alivio, en la de todos, lo que hay que intentar es que no se note, pero claro que consuela. Y hay que tratar estos temas con el tono debido. Con medida, con delicadeza. Sería imperdonable entregar algo que parezca impostado o sobredicho.

 

“No sé si estamos al final o al principio de una época”

- ¿Puede que estemos asistiendo al fin del ser humano?

- Que estamos al final de una época parece ya obvio. No sé si al final de, o al principio de. Está claro que hay un mundo que lleva años terminando, desde antes de la caída de las Torres Gemelas, si me apura, desde mediados del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial… cada uno ponga la fecha que quiera. Pero, desde luego, en los últimos diez o quince años, el cambio se ha acelerado.

- Antes reconocía una veta romántica. Gonzalo Torné, en una antología de poetas ingleses, dice que seguimos en las mismas aguas; Pierre Michon, parejo, que vivimos en un eterno romanticismo.

- Puede ser, mire: en el mencionado libro de Trapiello sobre Madrid, el emblema es el Museo Romántico. De principio a fin. Defiende el romanticismo y se considera él un romántico. Creía que eso estaba mal visto. En su sentido genuino, a mí siempre me ha gustado, sin la contaminación ñoña, sentimentaloide.

- Al romanticismo percibo que le afean un supuesto exceso verbal, ante el que esgrimen la socorrida contención como dique. Pero leo a Keats y me parece contenido, no digamos en las odas.

- Creo que hay una poesía romántica que tiene actualidad: todo lo referido a las ruinas, a la melancolía… cuya vigencia es absoluta.

 

“Muchos tics románticos me parecen bien”

En Álvaro Valverde transpira el romanticismo a través del símbolo, de su admiración por Wordsworth, de su amor por la naturaleza agreste… y de la figura de Friedrich, con quien, al menos, damos dos veces; una, en Desde fuera: “Alguien, al que veo de espaldas / y contra el ventanal, / contempla a solas, / como un héroe de Friedrich, / los restos aún dorados del otoño”; otra, en Porque olvido: “Si alguien se toma la molestia de leerme, verá que el campo que aparece en mis poemas está vacío: no hay, como en ciertos cuadros de la naturaleza, figuras humanas. Si se muestran, incluida la mía, será casi siempre de soslayo, como los personajes del romántico Caspar David Friedrich. De espaldas, a lo lejos. Mi poesía es como yo: solitaria. Busca en la naturaleza, sobre todo, la soledad. Es el perfecto ámbito del retiro”. Lo patético, matiza, sería sentirse en 2021 un romántico estricto, “a estas alturas todos tenemos algo de modernidad, de posmodernidad y hasta de vanguardia. Debemos ser lo suficientemente variados y plurales. Si no, ¡menuda tristeza! El romanticismo como viene en los manuales, quizá ya no, pero muchos tics románticos me parecen bien”. Igual su carácter libre le llevó a dejar de presentarse a premios, tras obtener el Ciudad de Córdoba y el Loewe, y ser finalista en el Café de Gijón de novela. Los premios se necesitan, asegura, para el primer libro, el segundo y, apurando, el tercero. “Vale. Ya está. Para ganar un dinerito y que la editorial sea buena. Pero llega un momento en el que uno debe desaparecer de ese panorama. Lo contrario no es estético. Algunos insisten porque no encuentran el editor que desean o porque los que tienen al alcance no colman sus expectativas, lo que, según el caso, puede ser indicio de vanidad. Yo nunca he tenido prisa y los plazos en una colección que publica tan poco son largos. No soy Luis García Montero ni Francisco Brines. Mi libro llega y se pone a la cola. Me parece bien: la poesía y la prisa se llevan mal”. En cuanto encontró sello, se plantó. Bien es cierto que la confianza de Tusquets equivale a otro premio y que acumula trofeos intangibles, pienso en la reflexión que dejó por escrito Xavier Farré, a propósito de su traducido Zagajewski: “Si nos centramos en el ámbito de la producción en España, el primer nombre que considero que persigue elementos comunes a los de Adam Zagajewski es el de Álvaro Valverde, con su voz serena, con sus paisajes -muy diferentes, por otra parte, de los del poeta polaco- que acompañan en la reflexión, y la hondura moral que trasluce su poesía”. Zagajewski, cuyo sentido de la epifanía, por cierto, nos remonta también, entre otros periodos, al romántico.

 

“La contemplación es un mirar atento que separa al poeta, como persona, del resto de mortales”

 

- Lo que está desde el comienzo en su obra es la contemplación. ¿Qué la diferencia de la descripción?

- La contemplación, yo creo, es un mirar atento que separa al poeta, como persona, del resto de mortales. Van cuatro en un coche a Montehermoso y sólo uno repara, durante el camino, en una casa demolida, al lado de un árbol en flor que contrasta con la ruina y que hace juego con la vida que continúa detrás. Al resto, la casa y el árbol les importa un carajo.

- No los ven.

- La diferencia es la mirada. Eloy Sánchez Rosillo, escribió un poema de La rama verde a partir de unas hormigas. El mirar atento sería lo contemplativo, con un plus de reflexión y de estado mental.

 

“Si no hay sentimiento, por leve que éste sea, lo frío se impone y el poema no mueve al lector”

- La contemplación está en lo implícito.

- Piense en el monje que insiste en el rezo, en su meditación. El término poesía meditativa lo utiliza Valente en un ensayo sobre Unamuno que está en Las palabras de la tribu. Es una tradición, dentro de la poesía española, que empieza en Manrique y llega hasta Brines. Se trata de aunar mirada y pensamiento, sin olvidar, lo valoro cada vez más, la emoción. Porque si no hay sentimiento, por leve que éste sea, lo frío se impone y el poema no mueve al lector.

- ¿Y la razón no puede emocionar?

- Puede, yo, desde luego, soy más racional que otra cosa. Nunca escribo en caliente ni con dolor de cabeza; siempre, como Wordsworth, rememorando. Lo que te pasa hoy puede dar ocasión a un poema mañana, pero si lo escribes como poesía presente lo probable es que no resulte. Lo inmediato no funciona. En lo contemplativo hay, pues, también, un componente de duración en el tiempo, de pasado; y puede que de hasta sentimiento de pérdida.

- Lo descriptivo no le interesa.

- Leo descripciones que me dejan pasmado, en poetas y en narradores. Pero soy malo haciéndolas.

- En su caso, más que descripciones, son impresiones.

- Eso sí. Para describir no sirvo. Para volcar impresiones, sí. Además, en la descripción, el uso del adjetivo debe estar muy controlado. Los utilizo, pero si te pasas, el adjetivo se carga el poema. Borges es uno de los que lo ha advertido.

 

“Me reconozco impresionista”

- Por lo tanto, también, más que de representar, se trata de mostrar a través de la impresión.

- Sí, en ese sentido, me reconozco impresionista.

A fe que lo es, y que cumple el mandato de Rilke: aproximarse a la naturaleza y decir, sin más, lo que siente y ve. Solvitur ambulando. En la introducción a sus diarios cita a José Luis Melero: “El diarista trabaja con las impresiones antes que con los recuerdos”. Su dietario es continuación de su verso, da igual de qué libro, escojamos casi al azar estos ejemplos: “Apenas un ciprés y, desplazada, / la losa de una lápida” -Ensayando círculos-; “Los chopos, las higueras, y esa lluvia / que vuelve del pasado: / triste, idéntica” -Mecánica terrestre (2002)-; “El mundo se despliega esta mañana / como si fuera una ciudad” -Desde fuera-; “Un cielo cereal, de tierra extensa. / O almagre, como el tono de estos campos” -El cuarto del siroco-. De Más allá, Tánger podemos elegir cualquiera de sus cincuenta óleos: “La ciudad, / desde el barco, / es una mancha blanca. / Una sábana al sol”; “Las avispas en el vaso de té”; “Vista de lejos, / la ciudad es roja”.

 

“Hay un paisaje supeditado a la vida interior del que lo contempla”

- Mostrando lo que hay fuera, demuestra lo que hay dentro, esa es, al final, la fusión entre paisaje y persona, ¿no?

- Hay un paisaje supeditado a la vida interior del que lo contempla. El paisaje expresa esa vida interior, sí. Todo lo que de naturaleza hay en mi poesía puede reducirse a símbolos e imágenes que tienen que ver con situaciones anímicas mías, o sea, conmigo. Si no, ¿qué sentido tendrían los poemas?

-Poca gente hay que ejerza tanto el símbolo: el muro, el jardín, el estanque, la ruina, la memoria como concepto… no son pocos.

-O la palabra sombra, que tanto me gusta. Uso palabras como símbolo y como mera expresión, llanamente porque me gusta leerlas.

-Igual existe, entre quienes escriben, un temor al símbolo por lo que implica de repetición. Pero no sería repetición, sino reiteración.

-… Es una cosa complicada que me planteo a menudo. ¿No estaré cargando el libro con tanta mención a lo mismo? Si escribo poco es por ese temor. No quiero hacer libros iguales. No hay que decir lo mismo, además, de la misma forma. O escríbelo, pero no lo publiques. Como dice Gonzalo Hidalgo Bayal, somos rehenes de nuestras limitaciones. Él no habla de obsesiones.

-Vuelta a la pobreza.

-Efectivamente, no publicar demasiado es otro rasgo de pobreza. Pero si decidimos hacerlo, que se note que no somos los mismos de hace dos libros. Estos temas los tengo muy presentes. Quiero ser consciente de lo que entrego al editor y veo imposible no evolucionar. ¿Soy otra persona desde que me jubilé? Sin lugar a dudas. ¿Soy otra persona desde la pandemia? Sin lugar a dudas. ¿Y eso se va a notar a la hora de escribir un poema? ¡Sin duda!

- La música también impone repeticiones.

- Obligatoriamente. Y fuera del poema. Piense en las variaciones como técnica formal, en una partitura, en un lienzo -con las series pictóricas-. En esas disciplinas se valora, ¿por qué no en poesía? “Es que el símbolo no es moderno”. ¡Cómo que no es moderno! ¡Si no podemos dejar de ser modernos! A no ser que deliberadamente nos pongamos rancios y utilicemos palabros.

 

“Estamos participados por las dudas. Mis símbolos nacen de ellas, de la tensión que producen”

- Yo que en algunos aspectos soy muy crítico con la posmodernidad, me doy cuenta de que soy posmoderno.

- Pero no lo dude, se estaría engañando. Otra cosa es que lo sea en todo y todo el rato. Estamos participados por las dudas. Mis símbolos nacen de ellas, de la tensión que producen: ¿debo usar esta palabra aquí?, ¿allí?, ¿en ningún sitio? Lo que no empleo es la metáfora.

- De nuevo, la renuncia, aunque me temo que sí la emplea, incluso hay menciones explícitas.

 -¿Qué me dice?

-Son menciones aisladas pero que llaman la atención precisamente porque uno no las espera tan definidas en un tipo de poesía como el suyo. Las tengo apuntadas: en El cuarto del siroco, dice: “Como el agua, metáfora y verdad”; en Desde fuera: “las ruinas / que son una metáfora del mundo”. Y un poema de Ensayando círculos (1995) se titula ‘Metáfora’.

- Fíjese.

- Y también aparecen conjugadas. En Desde fuera, un libro muy completo, las asocia al mismo árbol: “los olivos son la levedad / de estos parajes” -139-; y: “los olivos / son testigos / de alguna vaga idea / de la vida” -161-; amén de, por ejemplo: “Las arrugas que cruzan por tu cara / son las líneas del mapa de tu vida” -25-.

- Pues no era uno muy consciente, fíjese [risas].

- A ver, hay muy pocas, no quiero hacer pensar lo contrario. Y son demostración de flexibilidad.

- Tiene que haber pocas porque la metáfora entra en el campo de cierta retórica y en todo aquello que a mí me interesa menos.

- Eso le pasaba a Jiménez Lozano: “Como mucho, la comparación”.

- Ahí, ahí. ¡Otro poeta excelente! Aparte de ensayista… como novelista le conozco menos, pero aprecio sus diarios.

- Que tapan su poesía.

- Estoy de acuerdo. Su poesía merece reconocimiento. Empezó tarde, pero muy bien, por todo lo alto. Encima, no abusó, publicó poca, la justa en una vida longeva [pausa] Me ha hecho recordar a Fermín Herrero: ahí tenemos a un poeta admirable y… rural.

 

“Yo soy un paseante”

- A él no le gusta esa etiqueta.

- Claro que no, pero es de pueblo. Detrás de sus poemas está la vida que a mí me falta: lo mío es campestre, lo suyo campesino. Él ha vivido el pueblo. Yo soy un paseante.

- Usted dice que guarda más relación con Virgilio el que va a trabajar la tierra, que usted sólo va a ver pájaros. Pero, en realidad, en Virgilio también está la contemplación descansada. De hecho, en sus églogas sale un campo tópico y en las Bucólicas no aparece el sudor del que trabaja.

- En Virgilio está todo, es verdad. Yo ahí quería resaltar lo admirable que es la gente que dobla la espalda. No se entienda mal. Dios me libre. Todo lo contrario. Sin ironías. Y, por otra parte, quería admitir que desconozco los nombres de las aves y de los árboles, aunque con los árboles me defiendo, pero, pájaros… distingo los justos, el mirlo… y poco más. No sé lo que es un ruiseñor [abre las manos].

- Eso da más vuelo a su poesía, el no detenerse en lo técnico, en lo catalogador. Yo siempre he pensado que tiene a gala de carecer de imaginación y no ser ornitólogo; en El cuarto del siroco dice expresamente que en sus poemas los pájaros carecen de nombre.

-Sí, no es que eche de menos saber los nombres de los pájaros, pero tampoco estaría de más, ¿eh? En ese poema que ha escogido me defiendo de mi propia acusación. Antes de que me lo diga nadie, me lo digo yo. Y también hay resignación. Lo que no quiero es pasar por la persona que no soy. Y, luego, la palabra pájaro, tan amplia, pues… no me disgusta.

- Hace años leí que Mondrian se inspiraba en la naturaleza, a partir de entonces en sus cuadros veo prados y montañas...

-… geométricos, claro.

- Eso es. Él dice que el arte debe seguir a la naturaleza no en su aspecto, sino en lo que es realmente.

- Pues estoy muy de acuerdo.

- Yo les veo a los dos en la misma lucha: captar la esencia y, en la captación, reducir la realidad al mínimo número de trazos, da igual sin son líneas y colores, o palabras.

- Desde luego, no conocía la cita, pero me parece oportuna. Lo que tienen de verdad un cuadro y un poema no es la cosa exótica. Hay que ir más allá. Y si no aflora la parte que descansa en la oscuridad, no hemos conseguido nada. El misterio. A esa forma de trabajo te lleva el carácter. El nacimiento, la educación, el sitio… todo influye, todo juega a favor… y en contra. Hay una cita de Eliseo Diego -En la calzada de Jesús del Monte- que dice: “Aquí no pasa nada, no es más que la vida”.

 

“La vida es la obra. Lo que pasa en la vida va al libro”

-Sus lecturas las suele empezar con él.

- “Un poema es una conversación en la penumbra”. Si tuviera que poner al frente de mi poesía completa una cita, elegiría ésa. Eso es la literatura: una conversación. Juan Ramón Jiménez dice lo mismo, con más palabras: que uno escribe lo que va viviendo -“En realidad, voy haciendo mi poesía en el curso de la existencia. Si ofrece unidad en su continuidad es la que le imprime, desde su centro, la vida misma”-. La vida es la obra. Lo que pasa en la vida va al libro. Punto. Y en eso estamos. Salvo que hagas un esfuerzo -absurdo- por mentir, quedarás reflejado en tu escritura… o salvo que seas novelista e inventes mundos ficticios y personajes irreales. Y con todo y con eso...

- Pues ya que la literatura es una conversación, le diré que Ensayando círculos me parece un título cubista.

- [lo concede, sin convicción] Yo me basé en Vinyoli. Soy malo poniendo títulos y elegí unos versos suyos para tomar el mío. A él acudo de vez en cuando.

Casi en off, le participo referencias contenidas en dicho libro: vuelos cortantes, estelas, cruces, lugares cóncavos, cúpulas, arcos, lindes, márgenes, cosas alargadas, ramas verticales, palmeras, cipreses, perfiles, rincones, cercos, ángulos, límites, ejes, líneas… Soy consciente, digo, de que seleccionar una parte tan pequeña del todo es manipulador, pero en los laboratorios también se manipula.

Valverde, prudente, calla.

- Todo eso, en cien páginas [insisto]. En el conjunto no se aprecia.

 -No, si no me molesta. Me resulta curioso. ¡Un libro cubista! ¿Ve cómo el lector es importante?

- Aunque igual, más que delatarle a usted, ese tipo de lectura me delata a mí.

- Da igual: un libro no existe sin conversación.

Antes de dar por concluida la presente, añadamos que para bautizar sus diarios se sirvió de unos versos de Territorio, el libro del que medio abjura: “Escribo hacia el pasado porque olvido”. Sigamos manipulando: Valverde afirma que los comienza a escribir cuando descubre el blog, en 2005, una década después del libro cubista, cuyo poema último denota que, al menos, la práctica le tentó en privado. Por si me desmiente, no le preguntaré. El caso es que se titula ‘De un diario’ y narra la visita de alguien que le somete a preguntas. “La mañana habría sido como todas. / La visita anunciada, una de tantas / que vienen a romper de vez en cuando / el apacible ritmo en el que vivo”. Pienso, desde los primeros versos, que refleja nuestra jornada. “Hablamos de múltiples cuestiones. / A los dos nos preocupan, / como es obvio, / materias casi idénticas; / la poesía ante todas”. Como una rúbrica, los versos postreros: “‘Toda verdad’, me dije, ‘es un diálogo’”. Y aquí no hay manipulación posible. Sólo hospitalidad. Y una prueba más de coherencia.