31.12.19

La presentación de "Obsolescencia programada", de Víctor Peña Dacosta


Buenas noches.
Procedamos a la antigua usanza.
En mi ya larga vida, tanto personal como literaria, si ambas son a estas alturas de la memoria inseparables, les confieso que nunca me había encontrado en una situación semejante: la de presentar un libro en una librería donde ya había sido presentado. El mismo, la misma. Obsolescencia programada y La Puerta de Tannhäuser. Hace apenas unos meses. Sólo cambia, sí, el presentador, que el 8 de agosto (el día que cumplí 60 años, por eso no pude estar aquí) fue el gran Juan Ramón Santos, Juanra para nosotros. De ahí que Víctor haya acertado en el término: estamos en una re-presentación, algo que se adapta  perfectamente a ese carácter teatral que adopta nuestro protagonista en sus lecturas (recuerdo, por ejemplo, la de la plaga, en la placina de San Martín) y, más allá, en sus poemas, que tienen mucho de juego dramático.
Por más que se sepa, empezaré por repetir que Víctor Peña Dacosta nació en esta ciudad en 1985 (ahora reside junto a María Ponz y su hijo Diego en Águilas, Murcia, donde ejerce la docencia, como hicieran Puri y Manolo, sus progenitores) y que es autor de dos libros, además de éste: La huida hacia delante  y Diario de un puretas recién casado. 
El día 2 se presentará en Las Claras la antología Diáspora: poetas extremeños en el “exilio”, que ha editado y prologado para las Ediciones Liliputienses del centrifugado Cumbreño y a la que uno ha puesto, invitado por él, un epílogo que nos hace cómplices de esa empresa tan necesaria como suicida. Como señalo allí, si alguien falta en ese listado de extremeños por el mundo es precisamente el antólogo, uno de los nombres más significativos del panorama lírico nacional, y aquí no entro en el distingo entre naciones, nacionalidades y simples autonomías. Y eso, añado de inmediato, porque es autor de tres libros que justifican de sobra esa condición. La de poeta, digo. Y con voz propia. Un poeta, agrego, que, como otros muchos extremeños, vive fuera de su tierra, un sino que no cambia, y que publica sus obras en editoriales foráneas como RIL Ediciones, con sedes en Santiago de Chile, Valparaíso y Barcelona, aunque esté al frente el mangurrino (o zafrense) Paco Najarro.
Se veía venir desde el principio, incluso antes de que publicara verso alguno, cuando sólo era el hijo de los mencionados amigos y el vecino lector de Gonzalo. Que daría en escritor, quiero decir. Luego llegaron los libros. Del primero dije: “Más allá del sexo, la bebida y el rock’n’roll, de algunas irreverencias, provocaciones varias y mucho entretenimiento, La huida hacia delante (un título que me recuerda el aserto de Tomás Sánchez Santiago: ‘Todo escritor es un fugitivo’) delata la presencia de un nuevo poeta y de una nueva poesía, débitos y homenajes mediante; algo que no se puede confundir con el mero pero peligroso juego de hacer versos”.
Del segundo: “De librino (a la extremeña) o de plaquette (para leídos) califica su ejecutor la muestra. Por la extensión lo es, que no por el alcance. Las apariencias engañan. Su mundo lírico (que no es otro que el vital) da un nuevo paso hacia su formulación y fortalecimiento y su poesía emerge en el panorama como una de las más destacadas de nuestro inestable presente. Algún crítico babélico deja caer su nombre. Alguna antología de próxima publicación lo incorpora a su distinguida nómina.
Con débitos poéticos claros (que antes de negar ensalza) y firme vocación de maldito (‘Pero hay muchas formas de ser un maldito’), este ‘García casado de la vida’ ha construido este pequeño artefacto de impronta netamente autobiográfica con mucha carga dentro. Peligroso, sí, a la par que divertido. Como en su primera entrega, no todo aquí es mentira. Ni sólo de risa”. 
Como otros libros suyos, leí éste cuando sólo era un archivo de Word; una deferencia que siempre agradezco a los poetas jóvenes. Pocas enmiendas pude hacerle: ya era un libro logrado cuando llegó a mis ojos.
El texto de la contracubierta es de un poeta bien conocido en La Puerta y en Plasencia, Ben Clark, formado como Víctor en las aulas universitarias salmantinas. En él confirma que este libro perdurará, en contra de lo que su título (metáfora de nuestra época líquida y veloz, que fabrica pasados) anuncia. “Tenlo cerca –concluye– y todo irá un poco mejor”.
Acerca del título, nada mejor que consultar la práctica Wikipedia: “La obsolescencia programada u obsolescencia planificada es la determinación o programación del fin de la vida útil de un producto, de modo que, tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante la fase de diseño del mismo, este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por falta de repuestos, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya”. Sin comentarios.
Pero tal vez debería haber empezado por destacar la factura del libro, que es excelente; editado con pulcritud y cuidado, ya se dijo, por RIL, que lo inserta en la serie ÆREA/carménère, que dirigen Eleonora Finkelstein y Daniel Calabrese, título a su vez de una revista hispanoamericana de poesía que publica (o publicaba) la misma casa.
Se abre el libro con una cita de Cernuda, algo que al lector habitual, y más a quienes admiramos al desabrido vate sevillano, le pone en situación de inmediato; algo que delata, en fin, que quien escribe lee y, por tanto, se aleja de la moda parapoética al uso que si por algo se caracteriza es por una palmaria ignorancia de la tradición, esto es, de aquello que fundamenta, por mucha experimental y aun vanguardista innovación que se pretenda, cualquier aventura poética digna de tal nombre. Sí, como afirmó el autor de La realidad y el deseo, “Perder placer es triste”.
Pronto la voz a que aludí antes se impone con toda su crudeza o, lo que es lo mismo, con toda esa sensibilidad un tanto gore que gasta el placentín. El tono, que, como conviene  resaltar, lo es todo en poesía, no difiere, en consecuencia, del de libros anteriores. Sin ser igual, misterios de la literatura, estamos ante el mismo libro. Y ya ahí, lo clásico y lo moderno mezclados (a la manera del catalán, con perdón, J. V. Foix), lo autobiográfico (o su simulacro), los problemas actuales (de la gentrificación al feminismo, del terrorismo a la política) o el humor (que lo convierte en un rara avis de la poesía española). Y todo dicho con una inteligente lucidez que se expresa, cómo si no, con ironía y hasta con sarcasmo. Si algo le gusta a este hombre es provocar. Y qué bien lo hace. Y de cuántas maneras distintas. ¿El peligro? Que la genialidad o el hallazgo corone en ocurrencia, lo que por suerte pocas veces ocurre. Debe costarle embridar la inspiración a quien parece gozarla a raudales.
Resulta paradójico que uno de los rasgos de estilo más personal de la obra de Peña Dacosta sea el  featuring, que como explica el propio poeta no deja de ser “una especie de ‘colaboraciones especiales’ al rockero modo. Es decir, he tomado versos de poeta que respeto y admiro (…) y he escrito un poema a partir del plagio de alguno de sus versos (convenientemente marcado en cursiva, claro). Estos poemas escritos, por así decirlo, ‘en colaboración con’ han recibido el título de ‘featuring’ seguido del nombre correspondiente, tal y como uno estaba acostumbrado a encontrar desde pequeño en aquellos objetos, hoy desaparecidos, llamados discos y que aún puede ver después del título de las canciones ese canal de porno light que es la MTV". 
Cuatro son las partes que constituyen Obsolescencia programada. En la primera, “La vida en las ventanas”, la tecnología y su mundo (Internet sobre todo), es tomada como metáfora perfecta para destapar el absurdo o la miseria de “la vida moderna”, la de la “posverdad”, la “del cansancio”, “la era del vacío”. Con acidez, sin duda, pero con la debida, sutil delicadeza que cabe a quien constata que al fin y al cabo la de las redes, la de los selfies y los likes, es nuestra realidad y, por tanto, el material con el que ha de trabajar un poeta realista como él.
Y, marca de la casa, los guiños literarios constantes: a Aníbal Núñez (transforma su genial y salmantino Alzado de la ruina en “Alzado de la rutina”), a César Vallejo, a Rajoy (aquí también, abro comillas, “Todo esto es falso salvo algunas cosas”, cierro comillas), a Pablo Fidalgo (“Mis padres: Romeo y Julieta”)… Y siempre la intertextualidad como obra de arte. Y los juegos de palabras, un gesto bayaliano donde los haya. (Ese “campus fugit”, por ejemplo, a que alude en un poema de regusto estudiantil.) Y no falta una mención a Eneas. Ni tampoco el amor y la amistad, aunque el primero sea “un estado de Facebook” y la segunda “un algoritmo”.
La parte que sigue lleva por título “Balconings” y no hace falta resaltar que la actualidad se impone de nuevo. Ese presente ya pasado a que se refirió Clark.
La alta y la baja cultura, en términos acaso ya prescritos, se dan la mano en poemas aún más ligeros, donde brilla la técnica del collage, inspirados en la vida cotidiana, fuente de inspiración principal de este artista antipoético (a lo Nicanor Parra). Y de nuevo los guiños, claro. A Claudio Rodríguez y su “Donde la ebriedad”, pongo por caso. Y los mencionados juegos de palabras (como el anterior, por cierto): “Las pastillitas y el té”.
La tercera, “Menchevique”, está protagonizada, digamos, por la política. No es único poeta de su generación preocupado por ella, como el resto de los españoles de mayor edad. Y quien dice “preocupado” podría decir “asustado”. Parafraseando a Lennon, escribe que “la vida es eso que pasa entre el primer y el último balconing”. Luego, las Brigadas Internacionales y Dámaso Alonso (del que actualiza “Insomnio”: “Madrid es una ciudad de más / de un millón de parados según la última encuesta de población activa)”) y “Podemos” (más que un título) y otra vez el sarcasmo: “¿Se puede hacer / dieta después de Auschwitz?”, versos que glosan la famosa frase de Adorno.
En la última parte, “Españolía” (“sentirse español cariñosamente”, según Luis Aragonés), tras homenajear al ya citado Bayal (en “El espíritu áspero”), dolerse de España y evocar (de nuevo) a Rajoy y al niño Torres (su fe atlética es de leyenda), un verso elocuente: “Mi patria son mis alumnos y las pecas de mi novia”.
Dos palabras más para destacar el sentido del ritmo de estos poemas y el uso, impuesto por la actualidad y las exigencias del directo, de numerosas palabras en inglés. Un rasgo, por lo demás, de lo más ultramarino y liliputiense.
Termino. En cierta ocasión, Peña Dacosa escribió: “Confieso que escribo en verso por pura pereza”. Bendita pereza. La que nos permite a sus lectores reflexionar o divertirnos mientras la realidad nos tumba con toda su violencia. No, nadie sale indemne de un libro de Víctor, nuestro lírico y particular Tarantino.



Álvaro Valverde
Plasencia, 27 y 28 de diciembre de 2019

NOTA: La fotografía es del librero Álvaro Muñoz Guillén.

27.12.19

Los mejores del año


Bien sabe Dios cuánto me cuesta rellenar la lista de los mejores libros del año que me solicita Nuria Azancot a finales de los últimos, desde que colaboro en El Cultural. Temo ese momento. Ella lo sabe. Con todo, sí, cumplo. Lo peor no es dejar fuera libros que también me han gustado o alguno leído a destiempo (como Posibilidades en la sombra, de Peyrou) o que serán estupendos y ni siquiera conozco o, en fin, de compañeros de suplemento, como Irazoki, cuyo último libro (El contador de gotas) no puedo valorar. Lo peor es tener que puntuarlos, de 10 a 1. ¡Cuántas vueltas le doy al asunto! Y no será por falta de práctica: uno es maestro. Esa es la paradoja, la evidencia del ser contradictorio que uno es: detesto las listas y sin embargo...
Es verdad que este año estoy contento por el resultado. Estos cinco libros (que había nominado) lo son de manera indiscutible. Qué más se puede pedir. Y dos son, además, de extremeños, otra alegría. Y otro de por aquí, por cierto, ha ganado el premio a la mejor novela del año, mi querido Luis Landero, con su Lluvia fina. ¡Cómo ha calado!

20.12.19

PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN”

Celebración del 150 aniversario del nacimiento de D. José María Gabriel y Galán (1870-2020)

La “CASA-MUSEO GABRIEL Y GALÁN” de Guijo de Granadilla (Cáceres) convoca el XXXV Certamen regido por las siguientes bases.

1ª Podrán optar al PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN” todos los poetas de habla española que lo deseen, con originales inéditos escritos en Lengua Castellana o Dialecto Extremeño.

2ª Los premios se distribuirán del modo siguiente:

- Primer premio dotado con 600 €.
- Segundo premio o accésit de 450 €.

3ª Las composiciones serán de tema libre, EXTENSIÓN MÁXIMA DE CIENTO CINCUENTA VERSOS.

4ª No podrán participar en el Certamen los poetas que hubieren obtenido el PRIMER PREMIO hasta que hayan transcurrido CINCO CONVOCATORIAS.

5ª Los originales deben presentarse escritos a MÁQUINA U ORDENADOR, DOBLE ESPACIO Y POR CUADRUPLICADO. Se enviarán a la siguiente dirección:

PATRONATO CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”
Plaza de España, 11 – Tlf. 927 439700 – Fax 927 439356
10665 GUIJO DE GRANADILLA (Cáceres) España.

6ª El plazo de admisión de trabajos finalizará el día 17 de abril de 2020.

7ª Cada autor podrá presentar UN SOLO TRABAJO y no serán devueltos los que se reciban ni se mantendrá correspondencia sobre ellos.

8ª Se utilizará, preceptivamente el sistema de “LEMA” y “PLICA”.
Serán eliminados los poemas que permitan de alguna forma la identificación del autor.

9ª El fallo del Jurado será inapelable y se dará a conocer en mayo en Guijo de Granadilla, durante los actos que se celebran con motivo de la Fiesta de Exaltación de la Poesía, será el segundo domingo de mayo.

10ª La CASA-MUSEO se reserva el derecho a la publicación de los trabajos presentados.

11ª Cualquier duda en la interpretación de estas Bases será resuelta por el Jurado de forma inapelable.

12ª El hecho de concurrir a este Premio supone la aceptación de las presentes Bases.

GUIJO DE GRANADILLA 20 de enero de 2020.
CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”

18.12.19

2 en El Cultural

José Mateos
Pre-Textos, Valencia, 2019. 72 páginas. 

José Mateos (Jerez, 1963) es pintor, editor, ensayista (Soliloquios y adivinanzas, La Razón y otras dudas, Silencios escogidos, Un mundo en miniatura y El ojo que escucha) y narrador (Historias de un Dios menguante y Un año en la otra vida); pero, sobre todo, poeta. Autor de Días en claro, Canciones, La niebla, Cantos de vida y vuelta y Otras canciones. Y de las recopilaciones Reunión y Poesía esencial.
El título de su nueva entrega no es baladí. Juega con las palabras para referirse a él mismo y a la tonalidad musical que mejor representa su tono poético. Schubart la asoció a los términos solitario y melancólico.
Una cita inicial, de San Juan de la Cruz, resalta esa voluntad de discreción: “No a lo más, sino a lo menos”. Como el primer poema del libro: “Quisiera escribir poemas / sin el dogal riguroso / de los poemas bien hechos”. Luego menciona al silencio y añade: “Como esas flores sin nombre / que hay en los cementerios”.
Por eso desde el principio prima la cortedad, la concisión, la exactitud. En busca, diría de lo imprescindible: “¿No cabe el universo / en esa gota de agua?”
También lo popular y lo clásico, fundidos en coplas, canciones, soleares, endechas, villancicos… Y todo bajo una atmósfera de naturalidad que pasma al lector por su luz, tan limpia.
Se suceden las preguntas, las formuladas por alguien que contempla, desde la extrañeza, “cualquier cosa, lo más simple” y su “razón tiembla”. Lo obvio y lo evidente, la realidad más pura, conducen siempre a la perplejidad. Un ciprés, un álamo, una higuera, una cometa, una lagartija...  “Y esta emoción sin porqué”.
En la segunda parte, abundan los poemas logrados, como “Sin título”, “El balcón abierto”, “Un olor” (“pasar por la vida así, suavemente”)...
A determinada edad, la vivir no deja de ser el ensayo de una despedida; así, la “muerte insaciable” acecha en “Primeras lluvias” (“Yo habré desaparecido”.) o “El último viaje” (“Si algo pudieras llevarte…”).
Y ya que de pérdidas hablamos, en la tercera, la más emotiva, la protagonista es su madre, “en la frontera indecible / que es siempre la enfermedad”, en inhóspitos cuartos hospitalarios donde la infancia y la alegría, a pesar del dolor, sobreviven. Porque ésta “cuando sucede una vez, / sucede ya para siempre”. De ahí que en “Ruinas” (“tu patria”), reafirme su voluntad de canto. Qué “misteriosa claridad”, qué “secreto transparente”.  

Gabriela Riveros
Vaso Roto, Madrid, 2019. 88 páginas. 

La mexicana Riveros (Monterrey, Nuevo León, 1973) tiene una amplia carrera académica y es autora de cuentos y de una novela, Destierros. En la nota final de su ópera prima poética, leemos que “surgió de manera paralela al proceso de escritura” de esa narración, que “hay una estrecha relación entre ambas obras” y que “hay hilos que van de un libro a otro”. Sin haberla leído, destaca también aquí una razón narrativa que hilvana siquiera las tres parte que lo componen.
En un breve prefacio, Alberto Ruy Sánchez alude a su “mirada reflexiva” y a que “toca la grieta viva donde los demonios de la infancia acechan”. A “lo que va dejando el tiempo”. En efecto, desde el presente, Riveros emprende un viaje dantesco a su inocente niñez, sí, pero también a su primera juventud: “el recuento de lo que he sido”, que surge a través de esas “grietas”. Como la de la nostalgia.
Para ello se desdobla, esto es, utiliza el recurso borgeano del doble, de ese otro que además es uno. “Doble vida” se titula el poema inicial, que empieza “Me siento sobre la tarde de mis cinco años”.
 “Ella la otra” pasa a ser una fórmula constante, poema tras poema. Con su otro yo dialoga. En esa conversación se centra la búsqueda. Ahí, los abuelos, el hermano enfermo, la historia de amor con el arqueólogo (en Madrid) y con el exiliado argelino (en París), etc.
Su formación musical aflora en poemas que son música y remiten a ella. Al fondo, su abuela, pianista, persona clave a la que dedica el libro: “soy esa música”.
Los poemas son extensos, discursivos. Los versos fluyen memoriosos con aires de crónica convulsa o de diario impetuoso. “Palabras de fuego”, según Ruy Sánchez. Las que hacen que su vida sea realmente suya.
Detrás, la culpa, la permanente indagación acerca de “la vida que era tuya / y no elegiste”. Lo que ha pasado frente a lo que pudiera haber sucedido. Dos voces, que son una, se preguntan por ese “vivir escindido”. Por ese fatal desdoblamiento. Léase “Invención a dos voces”.
Como ella misma señala, en “Geología propia” está Pacheco y su profética Morirás lejos.
En “Fuerza centrífuga”, la actualidad líquida de las redes sociales: “Afuera hay un marasmo / adentro no hay nadie”.
Cierra el volumen “La menor de los rarámuris”, un largo poema en torno a lo ancestral y al mito.

Nota. Las reseñas de los libros de Mateos y Riveros aparecieron el pasado viernes 13 de diciembre en El Cultural.

15.12.19

Siempre Pessoa























Ha salido el número 16 de la revista Pessoa Plural, un número especial sobre la recepción internacional del poeta portugués que ha coordinado el escritor y traductor extremeño Antonio Sáez Delgado, profesor de la Universidad de Évora. 
Se puede acceder a él a través de este enlace de Brown University Repository:  https://doi.org/10.26300/9kta- bc54.

13.12.19

Juanra

Como le llamamos los más. Hablo del placentino Juan Ramón Santos, narrador, crítico y poeta, que acaba de ganar el premio Felipe Trigo, en la categoría de narrativa corta, con su libro El síndrome de Diógenes. Mañana deja la presidencia de la Asociación de Escritores Extremeños y ha mandado a los socios una carta de despedida. En ella dice, entre otras cosas, que "Ha sido un placer, y un honor, presidir la asociación durante estos cuatro años. Hemos tratado de trabajar todo lo posible por la AEEX, por impulsarla, por darle actividad, por asegurar su buen funcionamiento. Algunos proyectos, claro, se han quedado en el papel, pero resulta difícil poner en marcha todo lo que uno quiere".
Agradece el trabajo a quienes han "coordinando las aulas de literatura, los sucesivos números de El Espejo, manteniendo la web y las redes sociales, haciendo posible el encuentro de Guadalupe, el Congreso de Villanueva o el pequeño ciclo de conferencias sobre derechos de autor que organizamos el pasado mes de mayo".
Menciona, cómo no, a los miembros de su Junta Directiva: Pilar Galán, Nicanor Gil, Diego González, Susana Martín Gijón (que al parecer será elegida nueva presidenta), Isabel Pérez, Fernando Pérez, Urbano Pérez, Luis Sáez y José Manuel Vivas. 
Destaca "la labor fundamental, extraordinaria, indiscutible, que ha llevado a cabo Antonio Reseco estos años, una labor unas veces visible y otras muchas callada, a la sombra". Añade: "no exagero lo más mínimo si digo que la mejor decisión que he adoptado como presidente fue la de proponerle que me acompañara en la aventura haciendo las funciones de vicepresidente". 
No se olvida, es imposible (quienes hemos pasado por ahí lo sabemos muy bien), a Mavy Pajuelo, "encargada del papeleo, sin cuya labor, esa sí que constante y callada, la AEEX, sencillamente, no funcionaría". No miente.
Anuncia que seguirá coordinando, "mientras sea necesario" (lo es, preciso) el Aula de Literatura "José Antonio Gabriel y Galán" de Plasencia. 
Remata su misiva con "Lo dicho, que ha sido un honor".
Aunque las comparaciones sean odiosas, me atrevo a decir que no me cabe la menor duda de que la AEEX ha tenido un presidente ejemplar. Si no el mejor, uno de los mejores. Y hablo de dos o tres, no de los siete que, si no me equivoco, ha tenido esa institución desde que se fundara, en los ochenta del siglo pasado, para sacar del erial a la literatura de esta tierra irredenta. 
Los que le conocíamos nunca dudamos de que su gestión iba a ser impecable. Y así ha sido. Como lo es desde hace años al frente, digamos, de la cultura placentina (Teatro Alkázar, Feria del Libro, etc.), uno de los grandes aciertos del alcalde Pizarro.
Deseamos a los que llegan éxito en su compleja tarea. El listón, bien lo saben, está muy alto. 
Termino por el principio, por ese nuevo libro de Juanra que sus lectores esperamos con ansiedad. Algo ha adelantado en una entrevista concedida a El Periódico Extremadura.
Este hombre eficiente y discreto ha descubierto que la única manera de ser conocido y hasta valorado en este dichoso país que no lee es ganar premios. Pena. O no. Por culpa de uno (debidamente remunerado) verá pronto la luz en la Fundación José Manuel Lara (que no es mal sitio) El síndrome de Diógenes y algunos se darán cuenta por fin de que el Juanra narrador también existe. 

Nota: La fotografía es de Toni Gudiel, para El Periódico Extremadura

10.12.19

Bayal lee a Ferlosio

Gonzalo Hidalgo Bayal publica en el joven catálogo de La Moderna Camino de Jotán y El desierto de Takla Makán. Lecturas de Ferlosio
La idea del editor extremeño David Matías me parece oportuna y perfecta. Son dos libros fundamentales para comprender la singular obra del narrador, ensayista, gramático y lingüista español que ya no eran accesibles para la mayor parte de los lectores. 
El primero (que lleva por subtítulo, no se olvide, "La razón narrativa de Ferlosio") se publicó en Los Libros del Oeste (Del Oeste Ediciones) en 1994. El segundo, en la Editora Regional de Extremadura en 2007, dentro de la extinta pero preciosa colección Ensayo Literario, cuando uno andaba por allí. A este, por cierto, se le suman tres textos que no figuraban en la primera edición, como se señala en la precisa "Nota bibliográfica" que figura al final del volumen.
"Casi treinta años median entre el texto más antiguo y el más reciente de los que recoge este volumen". Así empieza la "Nota previa" que justifica la nueva edición del libro. Porque, ya se dijo, reúne dos libros ilocalizables y porque, anécdota elevada a categoría, cuenta GHB que en el verano del 94 y en una de las destartaladas habitaciones de la ferlosiana casa familiar de Coria, siempre en "periodo de restauración", encontró pintado en la pared: "Camino de Jotán". El dueño atribuyó ese hecho a una "prueba de color". Hace apenas un mes, en otra visita al mismo lugar con motivo de un homenaje póstumo al autor de Industrias y andanzas de Alfanhuí, se pudo comprobar que la pintada seguía allí. Una fotografía lo verifica. Deduce Bayal que "si la prueba de color se había mantenido intacta durante un cuarto de siglo, tal vez podría alcanzarle todavía alguna suerte de permanencia" a este libro, cosa de la que no me cabe la menor duda. A pesar de la humildad bayaliana, expresada en el mencionado prólogo. Por aquello, recuerda, que dijo uno de sus personajes novelescos (en La escapada): "También yo creo que cuando termino las cosas es cuando estoy verdaderamente en condiciones de poder empezarlas". Me cuesta creer que lo ya dicho pueda mejorarse. Él lo entiende, claro, como limitación. Uno, como demostración palpable del logro plenamente alcanzado. 
Sí, "una suerte de autoridad en la materia" tiene desde hace décadas (su primer texto sobre Ferlosio data de 1989) este hombre que tanto y tan bien y tan hondo ha leído una obra extensa y compleja como pocas y, lo que es más difícil aún, que con sus lecturas ha logrado esclarecerla y hacerla comprensible para el lector, digamos, medio; ese no dotado de los amplios conocimientos y resortes lingüísticos, filosóficos y literarios que un lector omnisciente, como Bayal, posee de sobra. Eso lo sabía mejor que nadie Ferlosio, que quiso fijar caligráficamente esa admiración en un muro de su ruinoso palacio cauriense. Mal que les pese, dos maestros. 

9.12.19

Poesía 2.0: fans, no lectores

Un buen día ojeé como de costumbre (con la misma desgana con que observo lo que es poco fiable) la lista de los libros más vendidos de poesía del suplemento cultural y me di cuenta de que no conocía a nadie. Los nombres de los presuntos poetas eran extraños; los títulos, ñoños. De las editoriales tampoco sabía. Luego fueron llegando más señales acerca de los que unos han dado en llamar parapoesía o poesía juvenil o nueva poesía popular o, en fin, poesía pop tardoadolescente, como la denomina Martín Rodríguez-Gaona, autor de Mejorando lo presente. Poesía española última: posmodernidad, humanismo y redes (2010), un estudio precursor sobre las relaciones entre la poesía y la tecnologías de la información y la comunicación. Noticias acerca de Elvira Sastre, cabeza de serie de la tendencia, que el crítico Benjamín Prado saludo como “La poeta que desde hace mucho tiempo estaba pidiendo a gritos la literatura española”. Por lo pronto, para sorpresa de todos, ha obtenido el antaño acreditado premio Biblioteca Breve. Otra de las más famosas del grupo, Loreto Sesma, ganaba el otrora prestigioso premio Ciudad de Melilla.
Mientras, los medios de referencia (El País, la Cadena Ser, etc.) se entregaban con fervor a la causa de los nuevos poetas nativos digitales. No digamos algunas editoriales bien conocidas: Visor, Espasa (que ha creado un premio ad hoc), Planeta…
En el treinta aniversario del premio Loewe, símbolo de excelencia, les hacían un hueco en el vídeo promocional. Hasta el mismísimo director del Instituto Cervantes, buque insignia de nuestra lengua, se rendía a la evidencia: la parapoesía llegaba para quedarse.
Ante el desconcierto general, empezaron a menudear artículos (uno de los primeros, del incisivo Juan Bonilla: “De repente unos poetas”) y otras reflexiones críticas a propósito del fenómeno. Sólo ahora tenemos un libro entero dedicado a analizar el controvertido asunto. De golpe, la poesía pasó de la invisibilidad a la moda, aunque me apresuro a decir que esto de poesía tiene poco.
Con La lira de las masas. Internet y la crisis de la ciudad letrada, el citado Rodríguez-Gaona ganó el premio Málaga de Ensayo. En él trata de explicar un cambio de paradigma. Este “periodo transicional”. Los jóvenes poetas nativos digitales, los prosumidores (“emisores masivos” que controlan la edición y el consumo de sus productos) optan por una poesía fuera del libro. O que llega al libro a posteriori. Antes está en las redes y los nuevos formatos. Adopta forma de canción (Marwan), de vídeo (los youtubers)… Lo oral prima tanto o más que lo escrito.
Sus poemas, digamos, no son calificados con criterios literarios, sino comerciales. Uno es mejor cuanto más vende. O cuantos más “Me gusta” o seguidores obtenga. “El mercado es hoy quien genera el canon”. De ahí que estén tan de moda los rankings, las listas y los best sellers, que ya no sólo son novelas. Y los influencers. Por ejemplo, la célebre Luna Miguel, a la que MR-G dedica no pocas líneas, otra poeta que se ha pasado a la novela con un éxito escaso.
Y todo, claro, en el imperio de Internet. Y, no se olvide, del ultraliberalismo imperante en todo el planeta (por eso el libro no se limita a la poesía y abarca la globalidad de lo que pasa).
Ha llegado la democratización al mundo de la lírica, una ilusión de siglos: “La poesía escrita por todos”, el “mallarmeano sueño sobre la constelación y El Libro”. Al mismo tiempo, nunca tuvo más vigencia la definición de democracia aportada por Borges como “abuso de la estadística”. ¿Desde cuándo se pueden aplicar a la literatura criterios democráticos?
Este panorama un tanto apocalíptico es para el autor del ensayo síntoma del “inicio del fin de la ciudad letrada”. Al parecer, no ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Ha llegado, dice, “el desprecio de la crítica y la historicidad en beneficio del entretenimiento”. Es el momento de “la inmediatez, la popularidad, la interactividad y lo efímero”. La prisa manda. Lo líquido. Hemos pasado del blog al muro de Facebook. A la imagen por encima de la palabra. Al poema con aspecto de tuit. Y ahí, “la primacía de la autorrepresentación”, la “retórica de la identidad”. Exhibicionismo narcisista a raudales y mucha, mucha fotogenia. La de Loreto Sesma en el Hola, pongo por caso. El “simulacro”. ¡Viva César Brandon! Los autores como personajes del star system.
Y la “preponderancia femenina”. El innegable hecho de que, por fin, ellas han tomado el poder, con todos los matices que se quieran añadir, entre otros el de la implantación del feminismo en el medio literario.
La “simplificación y la banalidad”, dice MR-G. Lo normal, cabe añadir, en una sociedad simple y banal propensa a los “eventos”. La infantilización de la cultura. Se acabó la antigua distinción entre alta y baja cultura.
La calidad viene dada por el “valor de mercado”. Consumistas, estos poetas toman el control de sus medios de producción con la ayuda inmediata de las corporaciones y las multinacionales. Lo iconográfico vence a lo textual. La publicidad es la herramienta.
Brines ya no tiene razón: La poesía no tiene lectores, como él decía, sino público. O mejor: fans. Buscan, entre ellos y con sus lectores, “cercanía y complicidad”. El “nosotros”. La comunidad poética sería la actualización internáutica de los viejos grupos generacionales.
Que la lectura no es lo que era es algo evidente. Esa mezcla de atención, soledad y silencio pasó para estos prosumidores a mejor vida. Su medio natural son las redes y los bares. Lo espectacular forma parte del ADN de estos millenials.
Es pronto para calibrar si estamos ante un cambio significativo o simplemente ante una moda pasajera más. Lo cierto es que la crítica responsable ha ignorado los productos de estos poetas digitales. No sabría decir si por dejación o porque bastante tiene con la poesía de verdad. Sí, porque ésta (en secreto, como siempre) resiste, ajena a la candente actualidad de estos “autodidactas con conocimientos avanzados de una retórica digital”.

Martín Rodríguez-Gaona
Páginas de Espuma, Madrid, 2019

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 132 de la revista Turia.

7.12.19

Carteles

Justo es decir que el cartel que anunciaba mi charla en el IES "Alba Plata" de Fuente de Cantos era obra de María Esther Amaya, Jefa del Departamento de Lengua, así como que los alumnos de Plástica de 4º de la ESO diseñaron, bajo la dirección de su profesora Victoria López, estos bonitos carteles para la ocasión. Carteles que han sido expuestos (junto a otros destinados a la Feria del Libro) en la biblioteca del centro. Mil gracias a todos.




5.12.19

Lobo Antunes dixit

Lluís Amiguet entrevista en La Vanguardia al novelista portugués António Lobo Antunes. He aquí algunas preguntas y respuestas.

¿No ve a los españoles más guerracivilistas y enfrentados que los portugueses?

En Portugal se mata como aquí: muy bien. Y hemos tenido nuestras guerras. Pero es cierto que mi padre, por ejemplo, y muchos otros intelectuales portugueses quisieron recuperar la unión con España.

Aquí se habla más de la desunión de España que de la unión con Portugal.

Pues tendría mucho sentido unirnos todos. ¡Qué gran país hubiera sido el ibérico!

Su política es menos agresiva también.

El otro día se reunieron cuatro expresidentes de la República para cenar conmigo. Fue un homenaje magnífico. Y mis amigos españoles, franceses e italianos me decían que en sus países hubiera sido impensable una cena así.

Les doy la razón.

Y en Portugal tampoco entendemos lo que pasa con Catalunya.

¿Qué es lo que no entienden?

¿Sabe? A los portugueses, Puigdemont nos parece un cobarde.

¿Por qué?

Porque no entendemos que haya huido después de haber comprometido a tanta gente. Para lograr defender tus ideas y cambiar un país hay que quedarse; no irse. ¿Los catalanes quieren mucho a Puigdemont?

Una parte, sí; y le votan.

A ustedes en España les falta ahora el carisma de líderes capaces de unirles y no de atizar los enfrentamientos para aprovecharse de ellos.

¿Líderes con carisma como quién?

Tuvieron ustedes magníficos líderes. Los portugueses admirábamos a Suárez, porque en Portugal decimos que tienes que poner tus cojones donde pones tus ideales. Y... ¡qué valor tuvo Suárez el 23-F frente a los golpistas!

Ni a él ni a Gutiérrez-Mellado se les puede negar que tuvieron valor.

¿Por qué no recuperan aquel espíritu? Era un heroísmo para la paz y la concordia que admiramos mucho en Portugal.

Nota: La fotografía es de Kim Manresa para LV. 

3.12.19

Con Alcaíns

El extremeño Javier Alcaíns (Valverde del Fresno, Cáceres, 1963) presentó el pasado sábado en la librería placentina La Puerta de Tannhäuser su último libro, La adivinanza del agua. El título, en efecto, es muy sugerente, tan hermoso como la obra en sí, y no refiero ahora al contenido sino al continente. Editado por él e impreso en Tecnigraf (bajo el sello Javier Martín Santos), se aprecia en todo, del papel a la tipografía y del diseño a la composición, el exquisito esmero, la meticulosidad con que ha sido concebido para que llegue a las manos del lector como si de una obra de arte se tratara. 
Capítulo aparte merecen la consustanciales ilustraciones que lo adornan. Distintas de las que hasta ahora nos había ofrecido este iluminador de códices (hay libros suyos, bajo el rótulo Códice Alcaíns, en el prestigioso catálogo de M. Moleiro: El cantar de los Cantares, El Libro de Daniel, Beato de Liébana). Sin figuras humanas, algo antes habitual. Con formas diversas. Algunas de indiscutible aire oriental. Realizadas con tinta de plata y con un motivo reiterado: la lluvia: "esta lluvia que cae sobre un paisaje de la tierra o sobre un paisaje de los sueños", como ha dejado escrito en la dedicatoria de mi ejemplar. 
Se refirió su presentador, Miguel Ángel Lama (que tan de cerca ha seguido la trayectoria del sierragateño afincado en Cáceres y tan bien conoce y explica su literatura ilustrada) al uso de las enumeraciones. Uno, sin querer, se fue al enumerador (caótico) Borges y ya allí a su famoso verso sobre la lluvia, aquello de que "La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado".
También citó Lama a uno de los máximos inspiradores del quehacer de Alcaíns: el pintor, impresor y editor suizo François-Louis Schmied, que fue un genio de la ilustración.
He aludido antes, precisamente, a la condición de ilustrador de Alcaíns, pero también podríamos mencionar la de miniaturista, la de calígrafo y, sobre todo, la de poeta (que a veces se confunde con el prosista, pues que no atiende en su escritura a un estricto criterio de género). A sus libros: Memoria de los viajesLa locura y las rosasTeatro de sombras, Arquitectura melancólica, Una ventana con la luz de la tarde...
En su breve intervención, Alcaíns intentó explicar lo inexplicable, ese misterio que le ha llevado a escribir La adivinanza del agua. De ahí que en su colofón leamos: «Javier Alcaíns escribió este libro, realizó las ilustraciones y diseñó las páginas con líneas de plata. Comenzó en abril de 2018 y le dio fin el primer domingo de junio de 2019, fecha en la que seguía sin saber la solución de la adivinanza del agua».
Aunque, como recordó, el concepto formal de libro tal como lo conocemos desde hace siglos ya estaba conseguido en los señalados códices medievales, Alcaíns da un paso más y, sin asumir su invención, propone un nuevo elemento: esas sutiles líneas de plata que, página a página, inducen al lector al disfrute pleno de lo escrito.
En cuanto al texto en sí, ya se dijo que participaba de la prosa (con momentos donde torna relato) y de la poesía. Abundan las repeticiones. De palabras, de ideas. De fragmentos podríamos hablar si los consideráramos partes de un mismo discurso, lo que acaso sea cierto. Pues que enlazados van, sin perder nunca de vista al agua y sus metáforas, la de la lluvia ante todas.
La imaginación prima. Una especie de dejarse llevar que dota al texto de la frescura propia del que va sin brújula y sólo atiende a lo que su mirada y su pensamiento le demandan. A lo que sus sueños le exigen. En un momento dado leemos: "Miro mi mano que escribe, pero yo no he creado mi mano, ni el cerebro que la guía, ni el alfabeto que conozco, ni la lengua, ni la literatura".
Por momentos, el sentido se transforma en sonido y la música de las palabras inunda, nunca mejor dicho, estas páginas líquidas que lo mismo te llevan a la infancia que al paisaje: del Jálama, de Las Hurdes y de mil sitios lejanos más (Odesa, México, Río de Janeiro, Tananarive, Montánchez, Tánger, Milán...), pues no en vano Alcaíns es una suerte de viajero perpetuo, poco importa si inmóvil. Basta con leer (a ser posible en voz alta, como hizo Lama en la presentación) ese poema que empieza: "En ningún lugar del mundo llueve como en Bangladesh...". Un poema, digamos, que tiene su continuación más adelante: "En ningún lugar del mundo llueve como en el centro del desierto del Sahara...", y que culmina cuando escribe: "Estará lloviendo en Oporto, el agua correrá por las calles en cuesta...".
Para leer y para ver, sí, este libro singular (donde no faltan significativos espacios en blanco), digno de un autor exigente que no teme asumir esos riesgos que sólo son capaces de afrontar los que no se conforman. 

28.11.19

Carta de Fuente de Cantos

No estaba el día para viajes. Iba hasta la otra punta de Extremadura. Alba Plata abajo, que es como se llama el instituto al que iba. En Fuente de Cantos, patria chica del gran Zurbarán. Tuve niebla, lluvia, viento...
El edificio tuvo un premio de arquitectura. Al entrar en el pueblo por la antigua N-630, cuántos recuerdos. De la Venta del Gato, por ejemplo. Ah, aquellos incómodos, interminables viajes al Sur con agradables paradas obligatorias. 
Se lo decía a los alumnos de 2º de Bachillerato, setenta, reunidos en la biblioteca junto a un grupo de profesoras y profesores. La primera vez que oí nombrar Fuente de Cantos fue cuando mi amigo Herrero se fue a pasar allí un largo y cálido verano. Y no precisamente para veranear. Al colegio de los Hermanos de la Preciosa Sangre. Tenía fama de reformatorio, como Armenteros. 
Me presentó Regino Cortés Nisa, de Bienvenida, el instigador. Se nota que se formó en las aulas de la vieja Facultad de Letras cacereña, en las clases de Rozas y Senabre, entre otros. Eso y que es lector de poesía. Fue didáctico y preciso, como hacía al caso. Muchas gracias.
No se olvidó de mencionar a los alumnos de 4º de la ESO, por su colaboración para el diseño del cartel del acto. En el elegido, la caricatura de mi paisano Esteban Navarro que ilustra la cubierta de la antología de la colección El Pirata que publicó la Editora. 
El director y el secretario se acercaron a saludarme. El primero abrió y despidió la charla. Todo un detalle que de nuevo agradezco. 
Entre el público, un profesor que asistió, cuando era un niño, a una que di en el colegio de Carcaboso, invitado por mi amigo y compañero Manuel Chico, el padre de Álex. 
El clima de atención y silencio se impuso desde el principio. Uno habló (bastante) y leyó (poco). En estas actuaciones se trata más de incitar a la lectura y desmontar los tabúes que rodean a la pobre, temida poesía que otra cosa. Contar tu propia peripecia ayuda a que quienes te escuchan entiendan que lo de dar en poeta es una mezcla de azar y carácter. Y que la literatura, la poesía, es "lo inagotable", como el título del poema de Gabriel y Galán donde para uno empezó acaso todo.
Se nos fue el tiempo volando, no sin que se formularan en voz alta algunas preguntas inteligentes. De las que no vienen preparadas. 
Es una buena idea (la de Fran Amaya, la del Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura) esta de invitar a escritores a los centros (los que cada IES elige). No es sino otra cara de lo que se pretendió con la, digamos, pata educativa de las Aulas Literarias de la AEEX. Aquí, sólo extremeños. 
Esa es la clave. La de la instrucción pública: educación y cultura juntas. Y más en el medio rural.
No puedo (ni quiero) olvidar que para que yo acuda a esos institutos, permiso provincial mediante, mis generosos compañeros del colegio tienen que ocuparse de las clases de uno. Muito obrigado. Al cabo, ya que lo menciono, así considero esas charlas: clases que das en otro sitio a chavales más mayores que mis habituales muchachinos. Será, supongo, por deformación profesional. 
El fin de fiesta lo puso Sofía. Interpretó a la guitarra una canción de Pablo Guerrero. Ella estaba nerviosa, pero a mí me emocionó igual. 
Luego dediqué algunas antologías (a Irene, a María, a Carmen, a Laura...), me despedí y... carretera y manta. Al llegar a Plasencia, el diluvio. 

22.11.19

Foneto c’est (aussi) moi

Nueve novelas (Mísera fue, señora, la osadía. El cerco oblicuo, Campo de amapolas blancas, Amad a la dama, Paradoja del interventor, El espíritu áspero, La sed de sal, Nemo y, ahora, La escapada), cuatro libros de relatos (La princesa y la muerte, El artista del billar, Conversación y Caracteres) y tres de ensayo (Camino de Jotán. La razón narrativa de Ferlosio, Equidistancias y El desierto de Takla Makán) son argumento suficiente para rebatir que GHB siga siendo el “gran desconocido” que algunos dicen. Es cierto que Bayal cultiva una literatura con estilo, lo que la aleja de la fama y del común. Un estilista, Fernando Aramburu, comentaba en un artículo: “Por lo general, se tiende a tildar de elitistas, de retóricos o pedantes a todo aquellos autores que practican un estilo alejado del habla común”. Y más adelante: “Quizá esta antigua animosidad frente al hombre que se adentra en zonas de lenguaje desvinculadas de los usos colectivos provenga de una falta de disposición general o de un exceso de pereza para admitir que un individuo se tome la prerrogativa de alterar el instrumento sin el cual los seres humanos no sabrían ir de aquí allá: el lenguaje”. Por fin señala: “Que un escritor componga textos con una modulación especial, además de rara (y es inevitable que lo que atenta contra las convenciones lingüísticas despierte al principio extrañeza), es un logro al alcance de contados escritores. (…) Dicho de otro modo, más allá de tres o cuatro renglones es imposible impostar un estilo inconfundible”. Este lo es. Y en él se basa la consistencia de su acreditada poética. Más allá, quiero decir, de lo que cuenten sus novelas y relatos. En La escapada, precisamente, hay mucho de metaliteratura, esto es, de literatura acerca de lo mismo. A pesar de que “el narrador, como personaje, ha de ser siempre secundario”, pocas veces se había explayado tanto Bayal desentrañando sus ideas acerca de la escritura y de su propia razón narrativa, la que justifica cuanto escribe. El nombre del protagonista ya da una pista fiable al respecto: “Si a estética esteta y a poética poeta, a fonética foneta”.
Llama también la atención del lector habitual de Bayal que en esta ocasión –filologías (léanse los capítulos 19 y el 22), latines y griegos mediante–, hay una mayor contención verbal, con menos juegos léxicos y semánticos entre líneas, condicionada tal vez por el tenor de la historia.
Dividida en 66 capítulos (¿tantos como años tenía su autor cuando la compuso?) y escrita en primera persona por un narrador que se parece mucho a GHB (no debo entrar en detalles personales que romperían el pacto narrativo, aunque algunos se delatan sin ambages, así cuando se refiere a su edición de La metamorfosis kafkiana), la trama de esta novela moral es sencilla. Dos viejos compañeros de estudios universitarios se encuentran de nuevo en Madrid (lejos de Murania, como en El cerco), ciudad donde se licenciaron en Filología (“que nos condena a ver las cosas desde fuera”) y donde ninguno de ellos reside, aunque el primero la visite con frecuencia desde su jubilación. Mientras éste recorre el pasadizo de San Ginés y está a punto de comprar un ejemplar de Los rateros (o La escapada), de su admirado Wiliam Faulkner, escucha a sus espaldas: “Al miserable nunca le abandona su miseria”. Porque, dirá luego, “imprime carácter”.
La acción transcurre en un día y ambos pasean por el centro de la capital, por el barrio de Las Letras y aledaños, entre calles, plazas y locales que frecuenta, por cierto,  el autor en su, digamos, vida corriente. En la página 46, GHB, en clara alusión flaubertiana a Madame Bovary confiesa que, como otros personajes solitarios, ajenos a todo y conformes consigo mismo, inventados por él (Sín, Nemo), Foneto c’est moi. Una suerte de alter ego. Y ya ahí, por aquello de la tramposa autoficción, conviene indicar la sutil diferencia entre persona real y personaje y hasta dónde aquél lo es. Lo uno o lo otro, digo. Porque “no se trata de verosimilitud, sino de verdad”.
Ya en la primera novela “ansiolítica” de Bayal aparece Foneto como personaje, elevado a la categoría de poeta. A él le atribuye el verso que la cierra: Lo triste que es ser nada y serlo solo. Representa lo que, por hache o por be, pudo ser y no fue, que es asunto clave en este relato que bucea, desde la vejez (otro quid), en el pasado: “Vivimos ciertamente del pasado y no hacemos otra cosa que reinventarlo”. Por eso, “nunca dejarán de sorprenderme los mecanismos de la memoria”. Alguien que “ni era sujeto ni tenía objeto”, especialmente dotado para las grandes empresas de la Filología que, sin embargo, da en retirado quiosquero y no, lo previsible, en profesor de instituto de provincias, como el narrador, su amigo, por más que la verdadera aspiración de ambos fueran la de llegar a ser escritores de fuste. Y todo porque “Uno piensa el bayo y otro el que lo ensilla”, más que un mero refrán usado por numerosos escritores (del Arcipreste a Galdós) y a cuyo sentido dedica el último capítulo.
Bayal aborda el tema de la “solitariedad” (solus amoenus) y el egoísmo que ésta lleva aparejada. Y a la soltería y el imposible amor, si bien Foneto alcanzó a tener “tres experiencias amorosas” que, como lo demás, terminaron en fracaso. A una de ellas se dedica el capítulo más extenso de la novela, el 54.
De esas “desventuras subjuntivas” (“El arte solo saca partido del dolor y la desgracia”, “La existencia carece de significado”) da buena cuenta Bayal en esta ficción real de dos seres solitarios y silenciosos, de buen conformar, sin el “don de la conversación”, amantes del cine y de los libros (su auténtica tabla de salvación), que han “vivido siempre refugiados en los márgenes”, “los que no hemos estado nunca en los sitios de la historia”, expertos “en vivir sin entusiasmo” y en “un tiempo sin porvenir” porque “el futuro siempre es imperfecto y, sobre todo, subjuntivo”. Más si se vive con “vergüenza retroactiva” y lo que nos espera a la vuelta de la esquina es la muerte.

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 131 de la revista Turia.

20.11.19

Vivir en las palabras


Que el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe (conocido como el Loewe, a secas) se ha convertido en uno de los más acreditados, si no en el que más, del panorama lírico hispanoamericano es ya un lugar común. Desde hace tiempo, además. Me atrevería a decir que desde el principio, o casi, allá por 1988. La nómina de galardonados habla por sí misma. Y lo que es más importante: el catálogo de libros que conforman ese extenso y plural palmarés, editado desde sus comienzos, uno de sus indudables aciertos, por la madrileña editorial Visor. Otro está fundado en la calidad del jurado que dictamina el fallo, constituido por relevantes poetas (sobre todo) de un lado y otro del Atlántico; un tribunal que durante unos años presidió el Nobel mexicano Octavio Paz.
El verdadero lujo que patrocina esa empresa lujosa es, precisamente, la excelencia poética, más en una época dominada, siquiera en parte (la de las internáuticas redes sociales), por una aparente nueva forma de poesía que, porque de inédita y de poesía en realidad tiene poco, Luis Alberto de Cuenca ha denominado parapoesía. Nada más alejado de ese fenómeno de masas que la que representa, genuina (por parafrasear Poetry, de Marianne Moore), el libro que logró la trigésimo primera edición del premio gracias a la arriesgada, valiente decisión de un jurado presidido por el profesor y académico Víctor García de la Concha (que durante años ejerció la crítica a pie de calle en el diario ABC). Un osado acuerdo, sí, que llegó en un momento crucial en la trayectoria del Loewe, más después de que en el vídeo promocional de su 30 aniversario se diera cabida, para pasmo de algunos, a parapoetas, esto es, a portavoces de lo que el estudioso Martín Rodríguez-Gaona ha denominado poesía pop tardoadolescente y, en consecuencia, a algo que está en las antípodas del rigor y la eminencia de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, el extenso título de aires bíblicos del laureado libro que ahora que reseñamos.
Para no pocos, apuntaremos antes, ese resultado fue una sorpresa. No para quienes conocían el sólido, coherente itinerario de Sánchez, al que ahora muchos celebran en este país tan dado a las frívolas, fugaces exaltaciones. Los lectores lo acogieron, ya digo, como lo que es: un motivo de esperanza, de fe en la poesía, en tiempos de vacío, incultura y miseria.
Su autor, Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), no fue un poeta temprano. Su primer libro, A este lado del alba, obtuvo en 1983 un accésit del premio Adonais (el más reconocido hasta que apareció el Loewe). A esa ópera prima le siguieron: Los bosques interioresLa mirada apacibleAl final de la tardeEl cielo de las cosasPara guardar el sueñoEntre una sombra y otra y Las estaciones lentas. En 2010 publicó su poesía reunida: Los bosques de la mirada (Calambur)Después llegaron Cristalizaciones y Esperando las noticias del agua.
La mayor parte de estas obras merecieron algún premio. Además de un accésit en el Gil de Biedma, BS obtuvo el Unicaja, el Tiflos, el Extremadura a la Creación y el Ciudad de Córdoba.
Conviene mencionar dos libros en prosa de su bibliografía: El cuenco de la mano y La creación del sentido. Dos entregas, cabe matizar, que podrían pasar, en sentido estricto, por poéticas. Por el asunto del que se ocupan y la escritura que las identifica.
En una entrevista concedida a Nuria Azancot para El Cultural, Sánchez comentaba: “Utilizando una imagen del poeta peruano Eduardo Chirinos, percibo mis libros como planetas solitarios que giran alrededor de su propio eje, pero sometidos todos a unas mismas leyes de movimiento, a un orden cosmológico superior que no es otro que la idea que yo tengo de la poesía. Concibo la creación poética como una especie de diario del espíritu, como una forma de anotar y de poner en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes etapas por las que va pasando. He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es una expresión más, sin duda incompleta, pero reveladora, de mi forma de decir y de vivir en el tiempo. En lo formal, es un paso más hacia la naturalidad y la transparencia”.
Aunque extensa, transcribo la cita por su elocuencia. Sánchez, ya se ve, aborda con lucidez la lectura de sí mismo. Se constatará luego. De ahí que cuando le pregunta la periodista por la tradición poética en la que se inscribe, responda: “Podría ser en la poesía del fervor, como la llamaría el poeta polaco Adam Zagajewski, o en la poesía del entusiasmo, como querría Hölderlin”.
Pronto cae en la cuenta el lector de que He heredado un nogal… tiene mucho que ver con su entrega anterior: Esperando las noticias del agua. Un año separa ambas ediciones. A mi modo de leer conforman incluso una suerte de bilogía, más allá de su indiscutible independencia.
De aquél dijo BS: «es un poema único compuesto por cuarenta y ocho fragmentos que, de una forma alegórica y utilizando como hilo narrativo el amor entre dos jóvenes, reflexiona sobre la entereza y la perseverancia como únicas maneras de sobrevivir al extravío ético de nuestras sociedades actuales”.
Uno, al reseñarlo, destacó, por ejemplo, su sutileza, transmitida “a través de un lenguaje altamente imaginativo, que a rachas parece el fruto de la más elevada inspiración (aquella que linda con la mística), alegórico en todo caso, construido con palabras comunes que remiten a conceptos metafóricos y simbólicos complejos”, o el uso de versos que podrían pasar por aforismos.
Anoté, en fin, algo acerca del marco, porque “lo temporal y lo espacial (aunque aquí caben más los términos intemporal e inespacial)” se diluyen para conseguir aún más protagonismo del misterio, una palabra clave para entender esta poética del secreto y el enigma. “Del origen”, según Piedad Bonnett, miembro del jurado y autora del penetrante texto de la contracubierta. Como el autor ha escrito, “sin apenas anclajes geográficos o temporales, el poema construye el escenario mítico”, si bien, nunca pierde de vista el presente.
Todo lo dicho sirve para explicar esta nueva obra dividida en tres partes y una coda; compuesta por sucesivos fragmentos (a su imán, que diría Lezama), sin título, que fundan su unidad de sonido y sentido en un lenguaje claro y austero (“Amo la austeridad de los que escriben / como el que excava un pozo”), y en un ritmo muy particular también y muy logrado que se aprecia, sobre todo, al leer los poemas en voz alta.
Al decir de BS, un hombre esforzado y contemplativo, tiene un “carácter de libro de meditaciones” (también lo ha denominado “cuaderno de campo de un naturalista”) construido con lentitud (“Amo lo que se hace lentamente”) en la soledad (“Siempre supe estar solo”) y el silencio (“El silencio es la elegancia absoluta”). En efecto, a esa tradición, la meditativa (escrutada en su día por Valente) se adscribe esta poesía del pensamiento (que siente). Lo que no obsta, como señala Colinas, para que tienda “a lo surreal, al irracionalismo”. Por eso es normal que a veces el lector pierda pie (“Ninguno de nosotros / está aún preparado para lo incomprensible”) y, sin entender, vislumbre, absorto en la enigmática belleza de unos versos que a rachas devienen versículos, algo del todo adecuado si tenemos en cuenta la honda espiritualidad que emana del conjunto.
A través de las cosas (“Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas”). En medio de la naturaleza (tan presente aquí): “Dichoso el que, sentado / bajo los grandes árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo, / no renuncia al regalo de lo inmenso”.
Sí, el tono es hímnico. Hay “una celebración tenaz de lo que existe”. Porque aún se oye el último eco  de “la canción del paraíso”. Porque, evocando a Claudio Rodríguez, “El mundo se nos revela siempre en un estado / de perfecta ebriedad”.
A pesar del dolor (léase el precioso poema de la página 68, que comienza “No hay azafrán ni clavo”) y la muerte (BS es médico intensivista) y de que nadie sepa “cómo estar en el mundo”: “Es verdad / que en la idea del jardín subyace oculta / la idea del sufrimiento, / la de que prevalece / sobre el orden de la naturaleza / el orden de los hombres”. No en vano esta poesía se distingue por su alta carga de humanismo.
“Yo mendigo la luz”, escribe. Y: “He aprendido a convivir con las ruinas”.
No puedo concluir esta nota sin aludir a una línea central del libro, la que a uno más le ha interesado. Me refiero a los numerosos poemas que indagan acerca de la propia escritura. Metapoéticamente. También sobre la frágil figura del poeta. Son, además, una perfecta guía de lectura. Así, leemos: “Los poemas que nos hacen mejores / son los que nos devuelven / a ese estado anterior / en el que era posible, / en nuestras relaciones con el mundo, / conducirnos con naturalidad, sin artificio”.
“La poesía no explica ni argumenta. / La poesía sólo llama a las cosas”. Es “el oficio del espíritu”.
“Vivir en las palabras, / asumir el fervor como una forma secreta de penuria / lo decide uno mismo”.
“Escribir un poema es andar sobre las aguas, / confiarnos a lo bueno del mundo”.
“Uno escribe un poema para sentirse vivo”. Y añade: “para que otro descubra que está vivo”.
Y, desde la compasión: “La poesía / no es una ambigüedad del corazón, / es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro, / de asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya”.
No es preciso comentar nada.
En un momento dado, Basilio Sánchez escribe: “Hay libros que son fértiles”. Este es el caso. Armonía sería un término muy adecuado para definir de una vez la obra de alguien que confiesa: “Las palabras son mi forma de ser”. Además de avalar a un premio prestigioso y a un jurado digno, resalta la importancia de la verdadera poesía, en rigor la única posible, ajena a las modas, las ocurrencias y la prisa. Porque sólo desde la tradición se puede alumbrar lo nuevo.


Basilio Sánchez
Visor, Madrid, 2019.
83 páginas. 12,00 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 832 (octubre de 2019) de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.