Buenas noches.
Procedamos a la antigua usanza.
En
mi ya larga vida, tanto personal como literaria, si ambas son a estas alturas
de la memoria inseparables, les confieso que nunca me había encontrado en una
situación semejante: la de presentar un libro en una librería donde ya había
sido presentado. El mismo, la misma. Obsolescencia
programada y La Puerta de Tannhäuser. Hace apenas unos meses. Sólo cambia,
sí, el presentador, que el 8 de agosto (el día que cumplí 60 años, por eso no
pude estar aquí) fue el gran Juan Ramón Santos, Juanra para nosotros. De ahí
que Víctor haya acertado en el término: estamos en una re-presentación, algo que se adapta
perfectamente a ese carácter teatral que adopta nuestro protagonista en sus
lecturas (recuerdo, por ejemplo, la de la
plaga, en la placina de San Martín) y, más allá, en sus poemas, que tienen
mucho de juego dramático.
Por
más que se sepa, empezaré por repetir que Víctor
Peña Dacosta nació en esta ciudad en 1985 (ahora reside junto a María Ponz y su
hijo Diego en Águilas, Murcia, donde ejerce la docencia, como hicieran Puri y
Manolo, sus progenitores) y que es autor de dos libros, además de éste: La huida hacia delante y Diario de un puretas recién casado.
El día 2 se presentará
en Las Claras la antología Diáspora:
poetas extremeños en el “exilio”, que ha editado y
prologado para las Ediciones Liliputienses del centrifugado Cumbreño y a la que
uno ha puesto, invitado por él, un epílogo que nos hace cómplices de esa
empresa tan necesaria como suicida. Como señalo allí, si alguien falta en ese
listado de extremeños por el mundo es precisamente el antólogo, uno de los
nombres más significativos del panorama lírico nacional, y aquí no entro en el
distingo entre naciones, nacionalidades y simples autonomías. Y eso, añado de
inmediato, porque es autor de tres libros que justifican de sobra esa
condición. La de poeta, digo. Y con voz propia. Un poeta, agrego, que, como
otros muchos extremeños, vive fuera de su tierra, un sino que no cambia, y que
publica sus obras en editoriales foráneas como RIL Ediciones, con sedes en
Santiago de Chile, Valparaíso y Barcelona, aunque esté al frente el mangurrino (o zafrense) Paco Najarro.
Se veía venir desde
el principio, incluso antes de que publicara verso alguno, cuando sólo era el
hijo de los mencionados amigos y el vecino lector de Gonzalo. Que daría en
escritor, quiero decir. Luego llegaron los libros. Del primero dije: “Más allá
del sexo, la bebida y el rock’n’roll,
de algunas irreverencias, provocaciones varias y mucho entretenimiento, La
huida hacia delante (un título que me recuerda el aserto de Tomás
Sánchez Santiago: ‘Todo escritor es un fugitivo’) delata la presencia de
un nuevo poeta y de una nueva poesía, débitos y homenajes mediante; algo que no
se puede confundir con el mero pero peligroso juego de hacer versos”.
Del segundo: “De librino (a la extremeña) o de plaquette (para leídos) califica su
ejecutor la muestra. Por la extensión lo es, que no por el alcance. Las
apariencias engañan. Su mundo lírico (que no es otro que el vital) da un nuevo paso hacia su formulación y
fortalecimiento y su poesía emerge en el panorama como una de las más
destacadas de nuestro inestable presente. Algún crítico babélico deja caer
su nombre. Alguna antología de próxima publicación lo
incorpora a su distinguida nómina.
Con débitos
poéticos claros (que antes de negar ensalza) y firme vocación de maldito (‘Pero
hay muchas formas de ser un maldito’), este ‘García casado de la vida’ ha construido este pequeño artefacto de
impronta netamente autobiográfica con mucha carga dentro. Peligroso, sí, a la
par que divertido. Como en su primera entrega, no todo aquí es mentira. Ni sólo
de risa”.
Como otros libros
suyos, leí éste cuando sólo era un archivo de Word; una deferencia que siempre
agradezco a los poetas jóvenes. Pocas enmiendas pude hacerle: ya era un libro
logrado cuando llegó a mis ojos.
El texto de la
contracubierta es de un poeta bien conocido en La Puerta y en Plasencia, Ben
Clark, formado como Víctor en las aulas universitarias salmantinas. En él
confirma que este libro perdurará, en contra de lo que su título (metáfora de
nuestra época líquida y veloz, que fabrica pasados) anuncia. “Tenlo cerca
–concluye– y todo irá un poco mejor”.
Acerca del título,
nada mejor que consultar la práctica Wikipedia: “La obsolescencia
programada u obsolescencia planificada es la determinación o
programación del fin de la vida útil de
un producto, de modo que, tras un período de
tiempo calculado de antemano por el fabricante o por la empresa durante
la fase de diseño del mismo, este se torne obsoleto,
no funcional, inútil o inservible por diversos procedimientos, por ejemplo por
falta de repuestos, y haya que comprar otro nuevo que lo sustituya”. Sin
comentarios.
Pero tal vez debería
haber empezado por destacar la factura del libro, que es excelente; editado con
pulcritud y cuidado, ya se dijo, por RIL, que lo inserta en la serie ÆREA/carménère, que dirigen Eleonora Finkelstein
y Daniel Calabrese, título a su vez de una revista hispanoamericana de poesía
que publica (o publicaba) la misma casa.
Se abre el libro con
una cita de Cernuda, algo que al lector habitual, y más a quienes admiramos al
desabrido vate sevillano, le pone en situación de inmediato; algo que delata,
en fin, que quien escribe lee y, por tanto, se aleja de la moda parapoética al uso que si por algo se
caracteriza es por una palmaria ignorancia de la tradición, esto es, de aquello
que fundamenta, por mucha experimental y aun vanguardista innovación que se
pretenda, cualquier aventura poética digna de tal nombre. Sí, como afirmó el
autor de La realidad y el deseo,
“Perder placer es triste”.
Pronto la voz a que
aludí antes se impone con toda su crudeza o, lo que es lo mismo, con toda esa
sensibilidad un tanto gore que gasta
el placentín. El tono, que, como conviene resaltar, lo es todo en poesía, no difiere, en
consecuencia, del de libros anteriores. Sin ser igual, misterios de la
literatura, estamos ante el mismo libro. Y ya ahí, lo clásico y lo moderno
mezclados (a la manera del catalán, con perdón, J. V. Foix), lo autobiográfico
(o su simulacro), los problemas actuales (de la gentrificación al feminismo,
del terrorismo a la política) o el humor (que lo convierte en un rara avis de la poesía española). Y todo
dicho con una inteligente lucidez que se expresa, cómo si no, con ironía y
hasta con sarcasmo. Si algo le gusta a este hombre es provocar. Y qué bien lo
hace. Y de cuántas maneras distintas. ¿El peligro? Que la genialidad o el
hallazgo corone en ocurrencia, lo que por suerte pocas veces ocurre. Debe
costarle embridar la inspiración a quien parece gozarla a raudales.
Resulta paradójico que uno de los rasgos de estilo más personal de la
obra de Peña Dacosta sea el featuring, que como explica el propio
poeta no deja de ser “una especie de ‘colaboraciones especiales’ al rockero
modo. Es decir, he tomado versos de poeta que respeto y admiro (…) y he escrito
un poema a partir del plagio de alguno de sus versos (convenientemente marcado
en cursiva, claro). Estos poemas escritos, por así decirlo, ‘en colaboración
con’ han recibido el título de ‘featuring’ seguido del nombre correspondiente,
tal y como uno estaba acostumbrado a encontrar desde pequeño en aquellos
objetos, hoy desaparecidos, llamados discos y que aún puede ver después del
título de las canciones ese canal de porno light que es la
MTV".
Cuatro son las
partes que constituyen Obsolescencia programada. En la primera, “La vida en las
ventanas”, la tecnología y su mundo (Internet sobre todo), es tomada como
metáfora perfecta para destapar el absurdo o la miseria de “la vida moderna”,
la de la “posverdad”, la “del cansancio”, “la era del vacío”. Con acidez, sin
duda, pero con la debida, sutil delicadeza que cabe a quien constata que al fin
y al cabo la de las redes, la de los selfies
y los likes, es nuestra realidad y,
por tanto, el material con el que ha de trabajar un poeta realista como él.
Y,
marca de la casa, los guiños literarios constantes: a Aníbal Núñez (transforma
su genial y salmantino Alzado de la ruina
en “Alzado de la rutina”), a César Vallejo, a Rajoy (aquí también, abro
comillas, “Todo esto es falso salvo algunas cosas”, cierro comillas), a Pablo
Fidalgo (“Mis padres: Romeo y Julieta”)…
Y siempre la intertextualidad como obra de arte. Y los juegos de palabras, un
gesto bayaliano donde los haya. (Ese “campus fugit”, por ejemplo, a que alude
en un poema de regusto estudiantil.) Y no falta una mención a Eneas. Ni tampoco
el amor y la amistad, aunque el primero sea “un estado de Facebook” y la
segunda “un algoritmo”.
La
parte que sigue lleva por título “Balconings”
y no hace falta resaltar que la actualidad se impone de nuevo. Ese presente ya
pasado a que se refirió Clark.
La alta y la baja
cultura, en términos acaso ya prescritos, se dan la mano en poemas aún más
ligeros, donde brilla la técnica del collage,
inspirados en la vida cotidiana, fuente de inspiración principal de este
artista antipoético (a lo Nicanor Parra). Y de nuevo los guiños, claro. A
Claudio Rodríguez y su “Donde la ebriedad”, pongo por caso. Y los mencionados
juegos de palabras (como el anterior, por cierto): “Las pastillitas y el té”.
La tercera,
“Menchevique”, está protagonizada, digamos, por la política. No es único poeta
de su generación preocupado por ella, como el resto de los españoles de mayor
edad. Y quien dice “preocupado” podría decir “asustado”. Parafraseando a
Lennon, escribe que “la vida es eso que pasa entre el primer y el último balconing”. Luego, las Brigadas Internacionales
y Dámaso Alonso (del que actualiza “Insomnio”: “Madrid es una ciudad de más /
de un millón de parados según la última encuesta de población activa)”) y
“Podemos” (más que un título) y otra vez el sarcasmo: “¿Se puede hacer / dieta
después de Auschwitz?”, versos que glosan la famosa frase de Adorno.
En la última parte,
“Españolía” (“sentirse español cariñosamente”, según Luis Aragonés), tras
homenajear al ya citado Bayal (en “El espíritu áspero”), dolerse de España y
evocar (de nuevo) a Rajoy y al niño Torres (su fe atlética es de leyenda), un
verso elocuente: “Mi patria son mis alumnos y las pecas de mi novia”.
Dos palabras más
para destacar el sentido del ritmo de estos poemas y el uso, impuesto por la
actualidad y las exigencias del directo, de numerosas palabras en inglés. Un
rasgo, por lo demás, de lo más ultramarino y liliputiense.
Termino. En cierta ocasión, Peña Dacosa escribió: “Confieso
que escribo en verso por pura pereza”. Bendita pereza. La que nos permite
a sus lectores reflexionar o divertirnos mientras la realidad nos tumba con
toda su violencia. No, nadie sale indemne de un libro de Víctor, nuestro lírico
y particular Tarantino.
Álvaro Valverde
Plasencia, 27 y 28 de diciembre de 2019
NOTA: La fotografía es del librero Álvaro Muñoz Guillén.