30.4.20

1 POEMAxDÍA

Agradezco al poeta Antonio Carvajal que haya incluido un poema mío en su serie 1 POEMAxDía.
Ilustrado, ya se ve, por Salvador Retana.
Se puede escuchar aquí. Pulsando encima de los tres puntitos y descargar.

28.4.20

Lecturas encerradas (3)

Por fin empiezan a llegar papeles de nuevo. Estaba muy contento de que no se acumularan libros y revistas encima de la mesa, pero... Sí, los echaba de menos. El viernes, en el buzón, sin sobre ni nada, el nuevo libro de Fernando Sanmartín, de título igualmente intrigante: Os contaré la verdad (Xordica). Y un nuevo número de Clarín. Por mensajería, el último de Turia, con un cartapacio dedicado a Robert Walser que estoy deseando leer. Cómo me acuerdo de sus paseos estos días. Si será cierto que el domingo, en una película de esas que dan en la 1 los fines de semana, (a las que soy, con perdón, adicto), me imaginaba al escritor suizo por los hermosos senderos de los Alpes que recorrían los atormentados personajes, como él en su momento.
Sigue uno leyendo, claro, pero con menos fervor. Pasa con todo. Qué cansancio. Lo acierta a decir Jordi Doce, autor de uno de los diarios más interesantes y bien escrito del confinamiento (que publica por entregas en El Cuaderno): "Esta vida en suspenso". Sería un título perfecto para un libro futuro, le he dicho. 
Diarios son también los que escribe Avelino Fierro y Contra tiempo su cuarta entrega. En Eolas, como las anteriores. Esta vez con un prólogo de Julio Llamazares que lo califica de flâneur. Se refiere al "fulgor de los días normales", a que no se pone estupendo, a su "estilo propio"...Remata el delantal con estas palabras: "Avelino Fierro es un escritor sin género, un escritor total y sin adjetivos". 
Por sus páginas, lo doméstico y familiar, el trabajo en la Fiscalía, las lecturas (sobre todo), las salidas nocturnas por los bares leoneses y los paseos por el extrarradio, además de, entre otros muchos asuntos, los viajes. A Sicilia (una delicia), a Lisboa, al Delta del Ebro o a París,que ha propiciado, por cierto, una preciosa plaquette, Abril en París, en edición bilingüe, traducida al francés por Isabel Llagarta. Un libro dentro de otro. Ah, y cada capítulo está ilustrado con un dibujo alusivo hecho por él. Por cierto, lo que son las cosas. Una tarde, al tiempo que leía una de las entradas sobre el campo, el pueblo, la infancia y su padre, César Iglesias me avisaba de que había muerto. Para siempre, sin embargo, ventajas de la literatura, seguirá en su huerto, ahí, inmortalizado por su hijo Avelino. 
He visto hace poco dos películas que tienen por protagonista a don Miguel de Unamuno (como a Machado, quién se atreve a retirarle el tratamiento). La de Amenábar, Mientras dure la guerra, que me gustó más de lo previsto (que es lo que suele ocurrir cuando lo haces sin expectativas), y la de Manuel Menchón, La isla del viento, que sin entusiasmarme (no saca, según creo, verdadero partido al destierro del escritor en Fuerteventura), se deja ver, siquiera sea por lo paisajístico. Y por la interpretación de José Luis Gómez, aunque no mejora, si se me permite opinar de lo que no sé, la de Karra Elejalde. Esta digresión viene a cuento porque Chus Visor, en su versión Jesús García Sánchez, edita una Antología de poemas unamunianos ("¡Lea a Unamuno!", me recomendaba en mi turbia adolescencia don Ricardo Acosta). En su casa, Visor, y con un prólogo inmejorable (JGS de poesía sabe) de Rubén Darío. Allí leemos: "En Unamuno se ve la necesidad que urge al alma del verdadero poeta, de expresarse rítmicamente, de decir sus pesares y sentires de modo musical". Destaca su "necesidad del canto". Es, dice, "un poeta, un fuerte poeta". Grave, matiza. 
Como al modernista, si se me permite la temeraria comparación, "Todas las formas de belleza me interesan". Así justificaba su aprecio por Unamuno, tan distinto, en lo formal, de él. Uno ha perseguido la poesía del vasco que murió en Salamanca con ahínco, pero he de reconocer que no he logrado que me llene nunca. Recuerdo otra antología, de Trapiello (fiel al autor del memorable El Cristo de Velázquez, sobre el que disertó en Plasencia una vez Aníbal Núñez), que es persona de gusto confiable, pero ni aun así. Tampoco esta vez, aunque haya poemas de ambiente bilbaíno que me conmueven, he conseguido mi propósito. Otra vez será, lo que no obsta para no ponderar el florilegio. 
Pablo Núñez (he reseñado para Clarín su libro Tus pasos en la niebla, recién aparecido en Renacimiento, el único que me ha llegado desde el principio del confinamiento hasta que apareció desnudo en el buzón el de Fernando Sanmartín que citaba más arriba) y Rodrigo Olay (hace tiempo que envié a El Cultural la reseña de su última entrega, Saltar la hoguera), son dos poetas asturianos jóvenes vinculados a la revista Anáfora, de la que el primero es codirector, y los editores de Sobre mi poesía (1971- 2018), la de Luis Alberto de Cuenca. La obra inaugura una nueva colección, Poéticas, en la jerezana Libros Canto y Cuento, que dirige el poeta José Mateos.
El "Pórtico" es conciso y académico, en el mejor sentido, y explica, muy bien las intenciones y el alcance de la obra. Sí, se trata de un trabajo riguroso. En él se reúnen distintas poéticas del madrileño. Sorprenderán al joven lector las primeras, tan alejadas o en las antípodas de las que luego ha defendido, en torno a la poesía de "línea clara". Además, encontramos artículos sobre poéticas (de Darío, Borges, Cirlot, D'Ors o Calímaco); fragmentos de entrevistas y, por fin, poemas sobre la propia poesía, esto es, metapoéticos. Una nota sobre la procedencia de los textos y una bibliografía completan ese volumen que devorarán con gusto los muchos seguidores del autor de La caja de plata, entre los que me incluyo. 
Me ha hecho bien, dicho a la francesa, la lectura de Quién diría, qué..., de Hasier Larretxea. Por su tono: sereno y hasta alegre, pero sin estridencias. La cita que lo abre no podía presagiar lo que ha llegado después (se publicó en otoño del año pasado). Es del rumano Varujan Vosganian y dice: "Uno siempre encuentra una ventana por donde mirar. Y siempre existe, al menos, una fortaleza inexpugnable".
Es, en realidad, un extenso canto amoroso dividido en fragmentos (son poema sin título). A su compañero ("Quién diría que tú. / Quién, yo. // Nadie, salvo nosotros."), a las cosas ("Palpar la corteza de un árbol / también supone acariciar la piel de las cosas"), a los sitios, a la vida. "La felicidad es esto", dice, y luego enumera momentos felices. Es el procedimiento usual. Allí leemos: "La felicidad / es poder escribir poemas..." O "Mirarnos y saber lo que acontece en silencio".
Hay muchos recuerdos en el libro. De un viaje a la Costa Brava, por ejemplo. De una estancia en la Alhambra. Porque "Recordar es mirar el mismo lugar / en el mismo momento".
La vida, leemos es, además de "esbozo", "renuncia, "camino", "garabato", "suspiro" o "subsistencia", "celebración".
Destaca en el conjunto el extenso poema central, con el pueblo y la madre al fondo: "La suavidad de su tacto / es un acto de resistencia".
"En el norte, la salvación", diría el inmigrante que huye. "Formamos parte de un todo, / una masa de idiotizados". Donde ondean banderas que son "constricciones". "No transcurrimos / entre los mapas y los territorios", concluye.
Seguimos. 

26.4.20

Momento TAL

25.4.20

El gran Melero en La Vanguardia

El periodista Víctor-M. Amela entrevista al "lector, bibliófilo y escritor" aragonés José Luis Melero para La Contra de La Vanguardia (de donde he tomado la fotografía que ilustra esta anotación). 
El títular es propio del sentido del humor que caracteriza a Melero: "He tenido que ponerles un piso a mis 35.000 libros". Dichoso él. 
"Tengo libros hasta en el baño, y cuándo no me cupo ni un libro más... tuve que comprarme el piso de abajo, para instalar más libros. Todas sus habitaciones son para los libros". 
Luego, con la pasión libresca que le define, añade: "Son los libros que me apasionan, los libros humildes, raros... Y cada libro lleva a otros.., y así he ido componiendo mi biblioteca. ¡Una biblioteca buena es, siempre, personal!"
La conversación no puede terminar mejor. Amela le comenta: "Y fue usted muy amigo de Labordeta", a lo que Melero responde: "Ese hombre abrió mi mente, de él lo aprendí todo, por antisectario, por amigo de todos, sin vanidad, todo bondad. ¡Qué honor llevar sus cenizas a la tumba de Joaquín Costa!"

24.4.20

Galán, el cómic

Mi primo Luis Ramón Valverde Lorenzo, arquitecto y dibujante, conmemora el 150 aniversario del nacimiento del poeta José María Gabriel y Galán con este espléndido cómic. Pasen, vean y lean. 
gabriel

El Día del Libro en el colegio

Ayer, Día del Libro, en nuestro colegio, ahora a distancia, lo celebramos con un par de acciones dignas de elogio. 
Por una parte, el "Momento Tal". A las 12 del mediodía, alumnos, familias y maestros salimos a los balcones o ventanas con un libro en la mano para leer ese momentino. Ya se pasará el oportuno documento gráfico, pues no pocos han enviado fotografías o vídeos de su performance
Por otra, el profesorado llevó a cabo una idea de Duchamp, plasmada en el fragmento de 2666 de Roberto Bolaño, correspondiente a la parte de Amalfitano, que propuso nuestra compañera Teresa Antúnez. Se muestran los tenderetes librescos en el montaje visual (elaborado por nuestro compañero Jesús Martín) que está más abajo.
Allí, el chileno escribía: "En la esquina, en una casucha de ladrillos, estaba la lavadora. Durante un rato se quedó quieto, respirando con la boca abierta, apoyado en el palo horizontal del tendedero. Después entró en la casucha como si le faltara el oxígeno y de una bolsa de plástico con el logotipo del supermercado al que iba con su hija a hacer la compra semanal extrajo tres pinzas para la ropa, que él se empecinaba en llamar “perritos”, y con ellas enganchó y colgó el libro de uno de los cordeles y luego volvió a entrar en su casa sintiéndose mucho más aliviado.
Esa noche, cuando volvió Rosa del cine, Amalfitano estaba viendo la televisión sentado en la sala y aprovechó para decirle que había colgado el libro de Dieste en el tendedero de ropa. Rosa lo miró como si no hubiera entendido nada. Quiero decir, dijo Amalfitano, que no lo he colgado porque previamente lo hubiera mojado con la manguera ni porque se me haya caído al agua, simplemente lo he colgado porque sí, para ver cómo resiste la intemperie, los embates de esta naturaleza desértica. Espero que no te estés volviendo loco, dijo Rosa. No, no te preocupes, dijo Amalfitano, poniendo cara de despreocupación, precisamente. Te lo aviso para que no lo descuelgues".

21.4.20

Notas (íntimas) desde el encierro

1. Ya dije aquí atrás que, a diferencia de Almudena Grandes, lo que peor llevaba del maldito confinamiento no era carecer de "asistenta", sino prescindir de mi paseo diario a la orilla del río. Al principio, bloqueado por la situación (en esto y en más), no era capaz de deambular por casa. Luego ya sí. Ahora camino una hora. Pasillo arriba, pasillo abajo. También recorro algunas habitaciones. Es aburrido, sí, y algo mareante, sobre para los que tenemos el umbral del equilibrio demasiado bajo. Los propensos al vahído. Soy incapaz, por ejemplo, de evadirme en medio de ese torpe, elemental ejercicio. No, no levanto el vuelo, como era capaz de hacer cuando caminaba al aire libre. Cuento los pasos, las vueltas, miro al reloj... Podría ir escuchando música o llevar puesta la radio, pero me puede la fuerza de la costumbre. La de no hacerlo. No veo el momento de que al menos me dejen hacer eso. Una horina paseando fuera, ¡uf! Soy pesimista, lo confieso. Como le pregunté a Yolanda cuando hablaron del desconfinamiento de "los mayores": ¿Nosotros ya lo somos? 

2. El otro día le dije a mi hermano el cura que se pasara con la moto por la puerta de casa, siempre y cuando no fuera considerado delito. Va a comer cada día con mi madre. Era poca la vuelta. ¿Con qué intención? Además de para verlo (los dos a un par de metros y con mascarilla), para darle tres ejemplares de Porque olvido. El suyo, el de nuestra madre y el de los hermanos Antón. Fue Santiago el que me dio la idea: "¿Por qué no metes el libro en una bolsa de basura y nos lo subes a casa?", dijo. Como eso, teniendo en cuenta la distancia entre nuestros respectivos domicilios, sí sería causa de multa, di con esta solución. Ya están en ello. Me hace ilusión que este libro fantasma tenga al menos cuatro posibles lectores. Por lo que me comentan, dos ya seguro.

3. No llevo bien, y perdón por la jeremiada, lo de ejercer de maestro virtual. Es un timo. Ahora se aprecia más que nunca lo importante que es el contacto directo con el alumno, la explicación palabra a palabra y sin necesidad de apoyos tecnológicos (si acaso la tiza y el encerado), la observación de sus movimientos en el aula: las miradas, los gestos, las posturas...
Envío a los míos (padres y madres mediante) las tareas a través de sencillos correos electrónicos y ellos me mandan sus deberes diarios mediante fotografías del cuaderno. Esto lo pueden hacer todos. Sólo se necesita un móvil. Lo de la videoconferencia y otras monadas sería, digan lo que digan, un ataque a la igualdad de oportunidades. O eso creo. Debo de ser muy antiguo. Desde luego, nunca un youtuber, como repito ahora con frecuencia ante la avalancha de pedidos de vídeos con poemas grabados. No disfruto nada con esa manera de proceder. Ni con la sobreexposición internáutica. Qué necesidad tiene uno, por ejemplo, de mostrarse en las pantallas y de enseñar de paso su casa. La intimidad para mí es sagrada. Pudoroso que soy.
No, esto no es, en rigor, enseñar, por más que los muchachinos aprendan. Sí, porque he decidido (para eso existe la libertad de cátedra y cierta flexibilidad en las enojosas instrucciones de las autoridades educativas) avanzar con el temario. Poco a poco. Sin agobios ni exigencias, que bastante tenemos. Porque los contenidos son asequibles y los alumnos listos y capaces.
Me estoy replanteando seriamente si seguir así (ya están los agoreros hablando de un próximo curso con mascarillas, toda una pista) o jubilarme de una santa vez. Mi duda es metódica, lo reconozco. En septiembre cumpliré treinta y cinco años de trabajo en la función pública y cuarenta en la educación. Para esto, mejor fuera. Aunque sea en un "fuera" que es dentro, ya se sabe. Cuándo se normalizará esto. Ni a ver obras va a poder ir uno como cualquier jubilado que se precie. Menos mal que no tengo nietos.

Ilustración: Vista desde una de nuestras ventanas. 

20.4.20

Un poema


Hoy hubiera cumplido años mi tío y padrino José Antonio Valverde Luengo. Murió el pasado 20 de marzo. Unos días después escribí este poema. Me parece oportuno publicarlo ahora. Está dedicado a sus hijos. 



URNA

                   Para José Antonio, Saluqui, Fátima, Luis Ramón y Esther.

Esta urna recoge las cenizas
de José Antonio.
Su vida reducida a simple polvo.
Pero no su memoria,
invencible al destino
de estos restos humildes.
Fue una persona alegre sobre todo.
Un hombre bueno.
Tuvo, por eso, amigos
que lamentan su pérdida.
Adoró a su familia.
Por culpa de esta plaga
que ha asolado al planeta,
no podemos velarlo
los unos con los otros
en un encuentro cómplice.
Ni dar a esos despojos
cristiana sepultura
junto a su amada esposa.
Su duelo, llantos solos
de gente confinada.
Los suyos nos dolemos
y esperamos que llegue
el día en que podamos
celebrar funerales.
Esta urna atesora
mucho más que residuos
de mi queridísimo tío Ñoño.

Nota: La imagen es de una antigua urna funeraria etrusca.

10.4.20

Los diarios de Julián Rodríguez

António Cerveira Pinto ha reunido en Arte y Naturaleza, el blog de la Fundación Ortega Muñoz, una suerte de micro-revista quincenal, todos los textos que Julián Rodríguez publicó en su muro de Facebook a lo largo del año 2019, desde el 1 de enero hasta el 28 de junio, cuando publicó su última anotación, escrita poco antes de morir. 
"Pueden leerse como un extracto de lo que hubiera sido su último libro, su anunciado Diario de un editor, o incluso de Fingirnos perfectos, la tercera entrega de su ciclo autobiográfico Piezas de resistencia, completada por Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás y Cultivos", leemos en la citada bitácora. Para leer esta primicia, basta con pinchar aquí. Ojalá ese libro salga al final adelante. Para vencer a la muerte. Para deleite de sus fervorosos lectores, entre los que uno se encuentra. Cuando murió, escribí: "En estos últimos tiempos, disfrutaba muchísimo leyendo su diario de Facebook. (...) Qué buen libro saldría (saldrá) de ahí".
La fotografía es de su perra, Zama, y esta hecha por Julián cerca de su casa de la sierra, donde le sorprendió la muerte. 

9.4.20

20 años

Ayer se cumplió el vigésimo aniversario de la muerte de mi padre. Preferí no unir ese hecho al de la celebración del cumpleaños de mi hija, que hizo aquel día, por cierto, catorce años. 
Pensaba en cómo llevaría Ramón el confinamiento. Mal, supongo. Era también de paseo diario, más como jubilado, y cuando pasaba una tarde festiva en casa, le recuerdo quejándose de dolor de cabeza. Algo raro, añado, pues hasta que enfermó nunca había tenido problemas de salud ni se quejaba de las pequeñas molestias que nos aquejan a todos. 
Le encantaba coger el coche y hacer pequeñas rutas (o no tanto, en verano). Con mi madre al lado, claro. En el 600, primero, y luego en los dos modelos de Ford que tuvo. Le encantaba conducir y eso que, de chico, siempre le escuché relatar que coche sí, pero con chófer. En esto le pasó lo mismo que con otra fantasía cumplida al cabo del tiempo: la de un crucero. Crucero en rigor no era (esa moda llegó más tarde), pero la agitada travesía entre Barcelona y Génova casi le cuesta la vida. C'est la vie
En esta fotografía está con mi madre. En El Valle del Jerte (para nosotros El Valle, a secas). Sonriente, como solía. Fueron eso que se llama un matrimonio feliz. Por eso ayer mi madre estaba triste. Aunque hayan pasado, parece mentira, veinte años. 

8.4.20

Leticia

Hoy cumple años mi hija Leticia. Por culpa del maldito confinamiento no habrá celebración posible. En esta ocasión podríamos habernos acercado a Cáceres para comer con ella y con Alberto en algún restaurante, según costumbre, pero... 
Me cuesta imaginarla solina en su casa. No sólo hoy. Al menos tiene a su perra Pepa. Es verdad que la muchacha nos ha salido independiente. Y que fortaleza no le falta. 
Recordaba aquí atrás José Luis Bernal el lluvioso mes de abril del año en que nació su hija Isabel, el mismo que el de Leti. Fue una primavera desapacible aquella, y con mucho frío. Las dos criaturas salieron a la calle después de días de encierro. Bien está acordarse de aquello y retener en la memoria la felicidad de entonces.
En fin, que es un orgullo para este padre tener una hija así. Te quiero. Besos.  

La poesía de César Antonio Molina en EC


César Antonio Molina
Fundación José Manuel Lara, Vandalia, Sevilla, 2020. 216 páginas. 15,00 €

César Antonio Molina (La Coruña, 1952) ha sido profesor universitario, director de suplementos periodísticos y gestor cultural (ministro de Cultura, director del Instituto Cervantes), entre otras cosas, pero sobre todo poeta. Autor de Las ruinas del mundo (primera poesía reunida), Para no ir a parte algunaOlas en la nocheEn el mar de ánforasEume, Cielo azar y Calmas de enero. Como ya hemos comentado alguna vez, aunque por cronología sería novísimo, ha ido sin generación y por libre. Nada más natural si tenemos en cuenta su voz personal y distinguible. De ahí que pocas variaciones encuentre el lector en esta nueva entrega. No es posible cambiar de mundo cada poco. Ni de tono. Al “cultivo de uno mismo” (pues “una vida sin examen no merece ser vivida”) se dirigen estos versos de un estoico melancólico que ora tornan delgados y minimalistas (donde no faltan los juegos de palabras y sintácticos, como en “K”), ora densos y discursivos (en monólogos extensos de largo e inspirado aliento, como “Cimas que nunca alcanzaré” o “La conciencia nómada”, en torno a Santa Teresa, todo un tratado sobre la mística). No falta, según costumbre, la meditación que, a rachas, pasa por ensayo, aunque él opte por la poesía: “la nostalgia de sentirnos en todas partes fuera de casa”. En su carácter fragmentario, próximo al collage, abundan, entre versos, los aforismos. Como no faltan las constantes referencias literarias, bíblicas (cree, con Küng, que el Antiguo Testamento ha de leerse como “un drama histórico de Shakespeare”) y mitológicas propias de un consumado lector culturalista (“El doncel”). Ni los viajes (“Rosa del desierto”, “En el pico Rysy”, “En la Fortaleza de San Pedro y San Pablo”, “Plaszów”…). Damasco, Cracovia, Oaxaca, San Petersburgo, Concord, Salamanca… Y su Galicia natal: “Acantilados de Finisterre”, “Gaitas al final de la ría” (un razonamiento sobre la cultura)… “Por qué cuando el aquí / se afirma deseamos estar / en otra parte”, escribe. Al final se pregunta: “¿de qué sirve / haber visto mundo?”.
Tampoco se echa de menos otra de sus obsesiones favoritas (en eso se parece a sus coetáneos, Stevens mediante): la metapoética: “Entre palabra y música”, “Caducar la palabra”… “La vida es un poema”, recuerda.
Ni el amor (“Un amor sin nadie para amar”, dice en “Lo deshabitado”) y el sexo (“No hay mejor conocimiento que el coito”), con notas de erotismo: “Bellum civile” (“entre tú y yo el oblivio”). Ni el paso del tiempo: “Quo fugis?” (“La juventud es algo evanescente”). Curioso, en este sentido, “¿Alguien heredará nuestra buena salud y hierro?”, donde ironiza sobre el ejercicio físico y los gimnasios.
Al cabo, la vejez (“envejecer es retirarse del mundo de las apariencias”) y la muerte: “Ah la muerte”. “Existir es un peso y no una gracia”.
El verso “La poesía es un diario de la vida interior” resume a la perfección el alcance y propósito de este libro que termina con una invocación a la musa: “Y pensar que ya nunca te volveré a ver”. Lo dudamos.

Nota: Esta reseña se publicó el pasado viernes 3 de abril en El Cultural.

7.4.20

Kozer

Hace muchos años, gracias a la mediación del crítico canario Jorge Rodríguez Padrón, mantuve una intensa correspondencia con el poeta cubano de origen judío José Kozer (La Habana, 1940). Fue profesor de literatura en el Queens College, de la City University of New York, desde 1965 hasta 1997. Residió dos años en España. 
Ahora, con motivo de su 80 aniversario, le dedica un completo dosier la revista RIALTA (Alianza Iberoamericana para la Literatura, las Artes y el Pensamiento, asociación civil con sede en Querétaro, México, de carácter no lucrativo, que tiene por objeto principal la promoción y fomento educativo, cultural, artístico, científico y tecnológico). 
Leí mucho a Kozer entonces. Nunca ha dejado de interesarme su poesía. Su influencia (poética y crítica) es grande para cierto sector de la poesía hispanoamericana. Creo, en fin, que este homenaje es una excusa perfecta para descubrir sus versos o para volver sobre ellos.

4.4.20

La poesía de Elena Garro

La Moderna es una editorial joven pero con ideas estupendas, como la de reunir los ensayos ferlosianos de Gonzalo Hidalgo Bayal o la de publicar Cristales de tiempo, los poemas, inéditos hasta ahora en España, de la mexicana Elena Garro (Puebla, 1916-Cuernavaca, 1998). La primera edición de este libro es de enero de 2016 (Universidad Autónoma de Nuevo León, México). Esta aparece datada en Albuquerque, New Mexico, en septiembre de 2018. Hay incluso una segunda edición de 2016 también, el año del primer centenario de su nacimiento. 
Elena Garro está de moda, como otras escritoras preteridas (o eso parece) cuando lo del Boom. Su novela más conocida es Los recuerdos del porvenir, un título precioso. Aunque para novela, sin duda, la de su propia vida. Fue la primera mujer de Octavio Paz, al que, como a tantos, se pretende ahora criminalizar, cabe que injustamente. Aunque no es mi intención entrar en disputas matrimoniales (sólo faltaba) o de género (ni en las literarias tampoco), los testimonios, tanto de ella como de su hija Helena Paz Garro, son demoledores. Dicen que se opuso siempre a que escribiera y publicara. Los poemas sobre ese asunto están agrupados en la sección "Horror y angustia en la celda del matrimonio" (evito comentar el rótulo), por más que en otras también haya versos con veladas o explícitas alusiones a lo mismo. En "O." (de Octavio) leemos: "Todo el año es invierno junto a ti". Impresiona "Mi cabeza cuarteada". Lo relatado en la nota sobre el extenso poema "Vamos unidas" (donde interviene La Tortuga, esto es, la madre de Tavito) roza lo patológico. Las acusaciones, en todo caso, son gravísimas.
Pero no todo empieza y termina en el Nobel mexicano (al que a uno le cuesta imaginarse así). "El amor loco de mi vida" fue para ella otro escritor, el argentino Adolfo Bioy Casares. Un amor, conviene precisar, platónico. Epistolar. Otra parte del libro está dedicada a recoger los poemas que le dedicó. Algunos muy logrados, como "El solitario", Viaje", "Las fechas", "El extranjero" (uno de los mejores del conjunto), "El muro" o "A A.B.C.", fechado en Tokio en 1952. Sí, primero con Paz y luego en un intermitente y humillante exilio con su hija (España, París), Garro viajó mucho. También fue perseguida en su país por motivos políticos.
No he dicho aún que los versos aquí reunidos permanecieron durante años guardados en bolsas de plásticos y que más de un original se arruinó por culpa de los orines de los gatos que Garro tenía en sus casas (como Lola, a la que dedica un poema). Sí, más allá de esas vicisitudes vitales (a Garro le persiguió y le persigue el baldón de "loca"), lo que de verdad importa es que sus poemas hayan visto por fin la luz, que resulten asequibles al lector y estén editados de forma impecable por Patricia Rosas Lopátegui, su biógrafa, que firma el amplio estudio preliminar y las notas. Nadie, a buen seguro, mejor.
Autora teatral de éxito y narradora, la obra de Garro está dominada, digamos, por un impulso poético. De origen romántico, matiza la editora. "Es hija del Romanticismo alemán", afirma. Y de sus precursores, los griegos.
Todos sus poemas están fechados y se agrupan, ya se dijo, en secciones. En cinco. A las ya citadas, habría que añadir la de la infancia y el exilio, al que va con su hija (capital en su vida: "Ella es mi espejo, / yo soy su espejo / y no existe nada más"), que protagoniza otra de las partes y de la que se publican al final tres poemas dedicados a su madre.
Rosas Lopátegui distingue en su obra dos periodos: el primero correspondería a las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta, cuando vive en París, Japón y México. El segundo, a las décadas de los setenta, ochenta y noventa, los años en España y en París de nuevo y, por fin, en México, donde murió.
Su poesía es autobiográfica, directa, a veces mero desahogo. La niñez (léase "Días de aprendizaje", donde escribe: "Entonces aprendí la muerte") y los sueños son temas centrales.
Curioso me ha parecido el poema "Corrido a la Revista Mexicana (Se lo hice para la fiesta en la casa)" donde nombra a la flor y nata de la intelectualidad mexicana de la época: Fuentes, Arreola, Rulfo...
Garro escribió: "Me acuso de darme demasiada importancia / y de amarme sobre todas las cosas".
No es Rosario Castellanos, con quien se la compara, pero es poeta, algo que se apreciaría mejor en una selecta antología. En esta poesía reunida, insisto, puede que algunos poemas nublen logros evidentes.
Unos y otros han cobrado un protagonismo que se les negó y que acaso merecen. El tiempo, ese juez implacable, se ha empeñado por fin en otorgarles una oportunidad que parecía perdida. Ahora nos toca a nosotros, los lectores, salvarlos o no del olvido. Uno sigue en ello. No me canso. Merecen la pena. En más de un sentido.

En la fotografía, Bioy Casares, Elena Garro, Octavio Paz y su hija Helena.

2.4.20

Flores del Manzano

Lamento mucho la muerte del erudito extremeño Fernando Flores del Manzano y desde aquí traslado mi pésame a toda su familia, que no habrá podido ni siquiera velarlo. 
Deja una obra de interés, antropológica e histórica, centrada sobre todo en el Valle del Jerte (le gustaba denominarse valxeritense, era natural de Cabezuela del Valle) y en la ciudad de Plasencia (en especial la de los siglos XIX y XX). Y en temas como el bandolerismo, los cabreros o la trashumancia. 
Hacía mucho que lo trataba. Primero en el jurado del premio "Gerardo Rovira" (ha sido profesor durante muchos años del instituto "Gabriel y Galán", que lo organiza) y después en el del premio del mismo nombre, promovido por la Casa-Museo del poeta, de cuya Fundación ambos somos miembros. Era muy devoto del autor de "El embargo" y defendió siempre a ultranza el "castúo", habla extremeña que estudió. 
Al terminar las breves deliberaciones en Guijo, tomábamos algo en un bar cercano, con el tercer miembro del tribunal poético, el salmantino José Manuel Regalado, y Juanjo Barrios, el bibliotecario. Eran conversaciones también cortas, pero agradables. 
Hasta que se fue a vivir a otra parte de la ciudad, nos cruzamos con frecuencia en nuestros habituales paseos a la orilla del río. Su casa estaba enfrente de La Isla. 
Hubo un tiempo en que nos intercambiábamos libros, aunque nuestros intereses no fueran los mismos. 
Descanse en paz este hombre afable e inquieto que tanto amó a su tierra.

Nota: La fotografía es de Toni Gudiel para El Periódico Extremadura.