31.12.18

La poesía de Novak

De Boris A. Novak tuvimos las primeras noticias a través del número 16 (verano de 2015) de la revista del Taller de Traducción Literaria, que dirige Andrés Sánchez Robayna. Lo coordinó la hispanista Laura Repovš y estaba dedicado a la poesía de Eslovenia, donde el autor de Belgrado firmaba un extenso artículo titulado “La poesía en lengua eslovena”, de la que es, a día de hoy, su máximo representante. Luego conocimos sus poemas gracias a la antología Las llamas sobre el agua. Versiones de poesía moderna (Pre-Textos), editada por Robayna. Pues bien, ahora la ejemplar colección poética de Galaxia Gutenberg publica El Jardinero del Silencio y Otros Poemas, una amplia antología de sus versos. La selección y el prólogo son de la mencionada Repovš y comparte la traducción con el citado poeta canario. 
En la introducción se nos recuerda que hablamos de un idioma minoritario con dos siglos de vida y dos millones de hablantes y, en consecuencia, de una literatura poco difundida. 
Por suerte, contamos en español con un libro capital de esa joven tradición poética en la que se fundamenta la identidad nacional eslovena (no en vano esa lengua está “impulsada, sublimada y preservada” por los poetas). Me refiero a Balada para Metka Krašovec (Vaso Roto) del renovador Tomaž Šalamun. Con él comienza la modernidad lírica, de la mano del grupo de Nomenklatura, allá por los sesenta del siglo pasado. Le precedieron, entre otros, el romántico Prešeren y el vanguardista Kosovel (traducido al castellano en la editorial Bassarai). 
Novak (Belgrado, 1953), que fue un niño bilingüe (esloveno en casa y serbio fuera), es un autor polifacético. A una veintena de libros de poesía habrá que sumar otros de teoría e historia literaria (es profesor universitario, comparatista), obras de teatro e infantiles, traducciones (de Góngora, por ejemplo, y de poetas en francés o en inglés como Mallarmé, Verlaine o Heaney)... Conviene precisar que para él la traducción es “un proceso creativo”, recuerda Repovš, 
En su poesía, y eso se comprueba bien en la amplia muestra que comentamos, se aúnan tradición y vanguardia, si aún cabe decirlo así (pues la vanguardia forma parte de la tradición). Una poesía que ha evolucionado desde lo impersonal y más lingüístico a lo autobiográfico y del yo. O de los yoes, esto es lírica: “Es el que escribe, yo tan sólo firmo”. “Ni una carta, ni es un yo quien la escribe: es obra de la lengua”. Nunca, eso sí, ha perdido de vista el rigor formal: “El alma es el verbo”. Ni el uso de la rima: en la poesía, “el sonido significa y el significado suena”. 
Novak ha pasado de lo hímnico (en los 80) a lo elegíaco (años 90, los de la guerra). No falta ni la temática amorosa (llama la atención la importancia que, ahí, le da a los olores): “El hacer el amor llama al secreto, / el sacro celo de callar”. Ni la épica. Para demostrarlo está La puerta sin retorno, su obra magna, que consta de unos 40.000 versos, en terceros rimados. Entre 2014 y 2017, ha publicado las tres entregas que lo constituyen: Geografía de la nostalgia, El tiempo de los padres y Residencias de las almas
No es la parte de su obra que a uno, por cierto, más le convence, pero eso no obsta, faltaría más, para que, según Robayna, sea “uno de los poemas más ambiciosos y logrados de la poesía europea contemporánea, porque no es solo un poema épico muy peculiar sino todo un compendio de la cultura poética occidental, desde los trovadores provenzales y Dante hasta la poética de las vanguardias del siglo XX.” 
Las circunstancias vitales le han impedido, además, evitar el componente social y moral (en la palabra poética hay una ética, indica Novak): “Un deber -no un derecho- es ser felices”. Por eso la memoria es un tema esencial en sus versos: “Canta, en silencio, el tiempo”. 
Sus composiciones (“el arte de escribir poemas es, más bien, una orquestación”) son de todo tipo, largas y breves. Y aforísticas, lo que él denomina “definiciones” (así titula un libro de 2013), una suerte de greguerías con un toque oriental. En “Decisiones” leemos: “Entre dos palabras / elige la más silenciosa”. 
Encontramos alusiones al exilio (“Mi hogar está ya sólo en mi garganta”), a los muertos (“Exigencia de los muertos”) y a la muerte (“ausencia, la más vida de las muertes”), al padre (“ahora el padre soy yo”), la madre (a su ropa, el olor de nuevo: “La memoria: un olor que viene del pasado”) o la abuela (que está presente en el excepcional “Trapología”), al viaje (léase “La maleta mágica”)... 
La metapoesía, el poema que reflexiona sobre sí mismo, es también común: “Arte de poetizar: don de la espera”. O: “No tengo nada más que estas palabras”. Y, por fin: “Un poema no es luz: es voluntad de luz”, siendo luz otra de sus palabras (o símbolos) clave. 
Dos versos sintetizan bien el alcance de este excelente proyecto poético que, al menos a este lector, le ha sonado a nuevo, a genuino, a diferente: “Nada llego a entender si no lo escribo. / Si no lo escribo el mundo se me borra”.

Nota: Esta reseña ha sido publicada en el número 138 de la revista Clarín.

30.12.18

Rivero Taravillo lee el "siroco"

Shelter from the Storm

A la proyección pública de la poesía de Álvaro Valverde le perjudica, creo, su condición de crítico. En cualquier ámbito, y probablemente más en el perezoso medio literario español, hacer bien una cosa eclipsa otras facetas. Sin embargo, la atención crítica, la lectura atenta, minuciosa, solo puede reportar beneficios para la propia escritura, pues el verdadero escritor, el poeta de ley, es alguien que inquiere, pregunta, discrimina. Que tiene criterio, en suma. 

Hace unas semanas se ha publicado El cuarto del siroco, libro que contiene setenta y cinco poemas escritos al alimón que otras entregas recientes que ya han visto la luz. Sigue a Más allá, Tánger, Desde fuera, Mecánica celeste y Ensayando círculos, todos ellos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets. Antes vinieron Las aguas detenidas y Una oculta razón (Premio Loewe de Poesía), entre otros títulos. De la razón de este se da cuenta en la solapa y una nota preliminar, pero mejor trasladar aquí la explicación que se ofrece en uno de los poemas: 

Cuenta Leonardo Sciascia
que en las casas patricias
de la vieja Sicilia
había, desde el siglo XVIII,
un cuarto del siroco.
En él se refugiaban de ese viento
los días que soplaba con más fuerza.
Uno quisiera
que en las horas peores de la vida,
cuando todo se vuelve violento vendaval
y las cosas se ocultan tras un velo de polvo,
existiera una estancia semejante.

El nivel es uniformemente alto, como es norma en Valverde, pero hay algunos poemas que me han tocado muy de cerca y que querría consignar aquí. Son poemas que parecen escritos, como se lee en "Solo de texto", uno de los primeros poemas, "para encontrar refugio / de la incesante lluvia / que cae desde el pasado." Así, el bello "Casas de Azuaga" me concierne, porque hallo en sus versos la sombra de la infancia de mi padre. He aquí sus primeros dísticos: 

La vida es una calle que me lleva
esta tarde de octubre hacia mí mismo.

A los lados veo casas asombrosas
que muestran un pasado que no existe.

¿Cómo puedo sentir nostalgia ahora
de una existencia que de pronto invento?

Si nunca he estado aquí, ¿cómo es posible
que me parezca que lo estuve siempre?

Y estos, los tres últimos, que también, gracias a la lectura del poema, puedo aplicarme a mí mismo:

Inventas interiores en penumbra
y las conversaciones que allí duermen.

Son vestigios de un tiempo que ya es póstumo.
Restos ya de una edad que fue arrasada.

Están ahí, delante de tus ojos,
para darte noticia del que fuiste.

Uno de los mejores poemas del libro, en mi opinión, es este "Baño", tan conciso pero a la vez tan preñado de pensamiento trágico y de conciencia de la fugacidad de la vida:

Ayer, en el molino,
me bañé otra vez solo
en el estanque.

Como siempre, al entrar,
aquél me pareció mi primer baño.

Como siempre, al salir,
tuve la sensación
de que era el último.

La poesía tiene efectos que el poeta conoce o intuye: si "el tiempo se nos va, / pero el espacio permanece", concluye:

Tal vez por eso escribo
acerca de lugares.
Sitios donde la muerte
es simplemente más lenta.

Hay que agradecer a Valverde que otra vez haya acertado a pulsar las cuerdas de la poesía verdadera.

NOTA: Esta reseña ha aparecido en su blog Fuego con nieve. Su título, por cierto, es también el de una famosa canción de Bob Dylan. 

29.12.18

Aramburu propone

ABC
En otra lista de libros del año, esta del diario ABC, bajo el rótulo "Lo mejor de 2018", el titular "Personalidades de distintos ámbitos proponen el mejor libro para regalar" y el nombre del escritor Fernando Aramburu, leemos: "El autor vasco, que cosechó un sinfín de premios con «Patria» -entre otros, el Nacional de Literatura-, encaramada durante meses a los primeros puestos de los libros más vendidos, recomienda «como regalo de Navidad, de Reyes o de cualquier época del año, "El cuarto del siroco", último libro de poemas de Álvaro Valverde, poeta de palabra clara, serena, reflexiva, que confirma con esta nueva obra de madurez que es uno de los nombres mayores de la poesía actual española». «El cuarto del siroco». Álvaro Valverde. Tusquets, 2018. 176 págs. 15 euros".
Ya se ve que la generosidad de Aramburu para con mi poesía no tiene límite. Mil gracias.

Lo mejor del 2018

Ya ha salido el especial "Lo mejor del año". Ahí está, por ejemplo, la lista de los mejores de poesía. A diferencias de otras, pero tan azarosa como cualquiera, esta se elabora sólo con las votaciones de los críticos del género que colaboran en el suplemento. No como en esas donde uno que pasaba por allí y que no lee poesía habitualmente (eso es un crítico, por cierto) vota lo primero que se le ocurre. Al amigo, lo que vio o le comentaron... Además, no podemos votar libros de otros compañeros. Es verdad que en otros medios está mucho más desarrollada la estrategia de ayuda y promoción de los "de la casa". No es el caso. Por ética periodística, imagino.
Por sorpresa, las dos nóminas solicitadas (una de diez títulos de poesía hispanoamericana y otra con otros tantos de poesía traducida) se han fundido en una sola. En orden decreciente, los autores con mayor puntuación son Simic, Karyotakis, Dante, Carnero y Rey. Salvo uno, todos contaron con mi voto. Supongo que a partir del lunes estarán todas y cada una de las votaciones en la web de El Cultural. No hay escapatoria.

27.12.18

Tres poemas de "Cuaderno de Sofía"

1

Está por ver
que un monasterio
esté mal situado.
El de Rila tampoco.
Desde fuera,
sus muros me recuerdan
los de otra fortaleza religiosa:
Guadalupe.
Le rodean montañas,
hoy con nieve.
Sus laderas, muy altas e inclinadas,
sostienen densos bosques de coníferas.
Tras la niebla, entre las nubes,
unas y otros
ostentan su dominio
en el paisaje.
Sobre el claustro,
la lluvia cae impasible.
Pudiera parecer que llueve así
desde hace siglos.
En el patio se alza
una torre de piedra del XIV
que llaman la de Hrelja.
En la iglesia
hay frescos en penumbra
y velas que iluminan el espíritu
de este santo lugar
que es un refugio.
Lejos del mundo,
estamos en el mundo.

2

Se conserva una foto
de Patrick Leigh Fermor
a las puertas de Rila.
Del otoño del año 34.
Comenta de sí mismo
que debía de ser
“todo un espectáculo”:
pelo largo y apelmazado
por el polvo y el sol
convertido en esparto.
La cara, según dice,
tan quemada,
que su tono sería comparable
al de un aparador de nogal.
Lleva mochila,
un bastón húngaro tallado,
un cinturón trenzado de colores,
una daga de acero y un kalpak.
Eterno caminante,
por una vez no calza
sus botas con tachuelas.

3

Este es el territorio
del lobo y del oso.
Y de la trucha.
Sus cúpulas metálicas
brillan, cuando hace bueno,
constantemente al sol.
Después de los santos
Cirilo y Metodio,
inventores del alfabeto cirílico,
san Juan de Rila
acapara en Bulgaria
la mayor devoción.
Cuenta Paddy que fue de romería.
Recuerda a un gaitero con melenas
que tocaba ante un grupo de mujeres
algunas melodías desmayadas.
Y a Nadejda,
estudiante de francés en Sofía,
con la que pasó tres jornadas
por aquellos parajes.
Cruzaban cada día
delante de la tumba
de James David Bourchier,
antiguo profesor de Eton
y corresponsal del Times,
un hombre entregado
a la causa búlgara.
De aquellas excursiones
por el bosque,
evoca sus baños con la joven
en las heladas pozas del cañón.

Nota: Estos poemas han sido publicados en el número 56 de la revista sevillana Sibila y pertenecen, en efecto, a un libro inédito: Cuaderno de Sofía
En el original, llevan los números 26, 27 y 28, respectivamente.
Tanto la fotografía superior, del monasterio de Rila, como la inferior, del cementerio situado en el mismo convento búlgaro, son de mi hijo Alberto.

24.12.18

El "siroco" en Anáfora

"Naturaleza pensativa" titula su rigurosa reseña Ángel Alonso. Se publica en la revista asturiana Anáfora (número 15). Gracias.
En el colofón de su antología Un centro fugitivo (1985-2010), y citando a Borges, decía Álvaro Valverde: “Es curiosa la suerte de un escritor. Al principio es barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y secreta complejidad.” Nada más apropiado para explicar la evolución de su poesía, desde su inicial Territorio hasta El cuarto del Siroco, donde podemos leer: como Vinyoli,/ me he propuesto escribir/ poemas concretos. […]/ Yo también envejezco/ y como él necesito/ realidades, no humo (“No humo”). Porque si bien es cierto que Valverde ha sido siempre un poeta de la naturaleza y la introspección, un paseante que reflexiona, también es cierto que su poesía ha ido ganando trasparencia, ligereza y sencillez. En esa misma antología –donde, por cierto, en el apartado de Inéditos se anticipaban ya algunos poemas de Más allá, Tánger y de este último poemario– su editor, Jordi Doce, definía a la perfección su visión del poeta: “alguien a quien un exceso de lucidez o autoconciencia aparta del flujo de la vida; alguien, sí, para quien la ingenuidad o la inocencia ya no son posibles (aunque las desee con todas su fuerzas) y que por tanto se ve obligado a adoptar el papel de observador de sí mismo y de los demás, viviendo en un afuera que –paradoja– es condición forzosa de ese querer ir adentro que los poemas encarnan con obstinación.” Su constante preocupación por el fluir del tiempo, por la inexorabilidad de la muerte, es una de las razones que le llevan a volcarse en el espacio, en el entorno, en los lugares, tal y como podemos leer en “Constatación”: En efecto, el tiempo se nos va/ pero el espacio permanece. […]/ Tal vez por eso escribo/ acerca de lugares./ Sitios donde la muerte/ simplemente es más lenta. Por otra parte, existe una clara identificación entre el espacio propio del autor (Extremadura y Plasencia, ciudad levítica) y su manera de mirar (“Árida vida”). Así, de ese lugar al sur dirá, aunando tiempo y espacio: expresa en su quietud/ lo que era inmediatez/ y es lejanía (“Postal”). Y en “Grafiti”, su ciudad es a la vez repudiada y amada. La poesía le sirve para desvelar las diversas Cáceres (“Ribera del Marco”), o para retratar sus viajes: Lisboa, Évora (réplica, para él, de Plasencia), Grecia, Mallorca, Pompeya (ciudad epítome de la destrucción) o Kardamili (el refugio ideal).
Volvemos a encontrar en su poesía el tema del jardín cerrado, el jardín oculto, el jardín esotérico, simbólico en “Mi jardín”, referencial en “Jardim do Paço”, evocativo en “En la terraza”. Otro de sus símbolos es el del agua, que le sirve de “A modo de poética”, metáfora y verdad. En “Baño” se renuevan las aguas de Heráclito, y en “Fuente de los alisos”, el agua es una humilde verdad que se repite. Y como opuestos que se complementan, el agua y la sed: la poesía/ […] tan sencilla/ como el gesto de alguien/ que da un vaso de agua/ a quien padece sed (“La poesía”). El agua es, asimismo, símbolo de vida, del eterno retorno, del renacer (“Ovas”), frescura acuática en la que remontarnos al origen (“Las nogaledas”). Simbólicas son asimismo las múltiples casas que pueblan sus poemas: los vestigios de un tiempo que ya es póstumo de “Casas de Azuaga”, la casa vacía en la que indagamos inútilmente de “Toto dixit”, la casa de otra posible vida de “En otra parte”, o la casa-aleph que parece encerrar todo el pasado de “Una elegía”. Y como la casa, el molino, más próximo a la naturaleza, al agua. O la torre, en su soledad, en su aislamiento, en su insistencia. Y el cuarto del siroco que da título al libro, un cuarto recogido, a modo de refugio/ en el que cobijarse/ del triste pensamiento de la muerte.
Hay también múltiples referencias a los árboles, especialmente los solitarios, a los cerezos, castaños o alisos, a la dorada hojarasca otoñal. Y de entre las múltiples aves que los habitan, cuyo cantar deleita y eleva, ninguna como el mirlo.
En el libro –muy variado, aunque unitario en estilo y pensamiento– no faltan reflexiones sobre el arte, habituales en su obra, tanto a la literatura (“Leyendo a Jiménez Lozano”), a la pintura (“Homenaje a María Zambrano”, “Interior (Hammershøi)”, “Pintor”) o la arquitectura (“Tratado de arquitectura”).
Pero el poeta no está solo ante el paisaje y sus reflexiones, habitan sus poemas los demás, desde los que ya no están (“Homenaje”, “Naturaleza pensativa”), su familia (“Inés”, su bisabuela, o su mujer e hijos, y todas las mujeres de su vida en “Mujeres”, o los allegados de “Dice llamarse”, o “Los muertos”), a las voces de monólogos dramáticos (“Aquiles”).
El último poema del libro, “Aquél”, se cierra con unos versos cargados de obstinación: “aquél que no consigue/ ni darse por vencido”. Pese a todo, la vida, contra el tiempo, a favor de la belleza.

16.12.18

Tres poemas búlgaros

La poeta y profesora Zhivka Baltadzhieva ha traducido a su lengua materna, el búlgaro, tres poemas. "Mecánica terrestre", que da título a uno de mis libros, y, como ella misma explica, dos inéditos de Cuaderno de Sofía. Gracias.
Три стихотворения на Алваро Валверде Álvaro Valverde.
Две от тях са от все още непубликувания му ръкопис "Софийска тетрадка"
(Tres poemas de Álvaro Valverde.
Dos de ellos son del todavía manuscrito inédito Cuaderno de Sofía)

"Mecánica terrestre"

Lo mismo que una imagen
recuerda a alguna análoga
y una sombra a la fresca
humedad de otra estancia
y un olor a una escena
cercana por remota
y esta ciudad a aquélla
habitable y distante,
así, cuando la tarde
se hace eterna y es julio
todo expresa una múltiple,
inasible presencia,
y el agua es más que el filtro
de lo que fluye y pasa
y la luz más que el velo
que ilumina las cosas
y el viento más que el nombre
de una oscura noticia.

De Mecánica terrestre, 2002

*

Земна механика

Също както някое изображение
ни спомня друго, аналогично,
една сянка – свежата влага 
на друго кътче в паметта, 
един мирис – някоя случка
близка поради своята смътност,
този град – друг някой, 
обитаем и далечен,
така, когато следобедът 
се превръща във вечност и е юли
всичко изразява някакво многозначно, 
непостижимо присъствие
и водата е много повече от филтъра,
на което тече и отминава,
светлината много повече от було,
което осветява нещата,
вятърът много повече от надслова
на някоя тъмна вест.

От испански, Живка Балтаджиева

*

Como en tantas 
ciudades de Europa,
el bosque forma parte
de este sitio. La nieve
realza su misterio.
Paseamos sin prisa
por el jardín Knyazheska
(el de Boris),
por senderos
que pisas a diario.
Tus pasos son ahora 
nuestros pasos.
Tu camino
coincide con el nuestro.
Los cantos emboscados 
de los pájaros, las estatuas 
de hombres admirables
o de simples tiranos,
las fuentes silenciosas,
algunos solitarios,
acompañan, discretos,
nuestro tránsito.
Llegamos al final,
al monumento dedicado
al ejército soviético.
En hierro, vencedores,
con ademán guerrero, 
celebran su triunfo
mientras otros, vencidos,
se rinden al horror
de la derrota. 
Unos y otros
se dan a la intemperie,
al óxido, al olvido. 
Nos cuesta interpretar
esta imponencia
que nadie ya respeta.
La magnitud proporcional
a su insignificancia.

De Cuaderno de Sofía

*

Както в толкова
градове на Европа
гората е част 
от това място. Снегът изпълнява
своето тайнство. 
Бавно, бавно се разхождаме 
из Княжеската градина 
(Борисoвата)
по пътечки,
които всеки ден прекосяваш.
Сега твоите стъпки
са нашите стъпки.
Твоят път 
слива се с нашият път.
Подривните песни 
на птиците, статуите
на почитани мъже
или обичайни тирани,
смълчаните фонтани, 
някои самотници,
дискретно придружават
нашето преминаване.
Накрая стигаме
до паметника посветен
на съветската армия.
Железни победители
с войнствен жест
празнуват своя триумф
докато други, победени,
се отдават на потреса
да са сразени.
Едните и другите
във властта на капризното време,
окисите и забравата.
Не ни е лесно да тълкуваме 
натрапеното,
незачитано вече от никого. 
Тази импозантност пропорционална напълно
на своето безсмислие и незначителност.

От испански, Живка Балтаджиева

*

No una guerra, las guerras.
No un pueblo, sino pueblos.
Ni siquiera una cultura:
las culturas.
Las civilizaciones, los imperios.
Bizantinos, otomanos,
rusos, fascistas, comunistas.
Sobrevivimos, 
dice Zhivka Baltadzhieva.
A los nuestros, a los ajenos, 
a los vuestros.
De los supervivientes
es la historia búlgara.
En los Balcanes.

De Cuaderno de Sofía

*

Не една война, войните.
Не един народ, народите.
Не една само култура,
културите.
Цивилизациите, империите.
Византийски, отомански,
руски, фашистки, комунистически.
Оцеляваме, 
казва Живка Балтаджиева,
от нашите, от чуждите,
от вашите.
На оцелели 
е българската история.
На Балканите.
От испански, Живка Балтаджиева

С безмерно вълнение и благодарност за посвещението.

Con inmensa gratitud y emoción por la dedicatoria.

12.12.18

De Cuenca y la "parapoesía"

© Begoña Rivas
De la entrevista que Carlos Mayoral le hizo para la revista Jot Down.

-Algunos poetas jóvenes de hoy cuelgan sus poemas en YouTube acompañados de música y de imágenes. En ese sentido, pareciera como si la poesía estuviera mutando.

-Bueno, es que estamos en un momento inaugural de otro tipo de relación entre el poeta y su público gracias a internet y a las redes sociales. Yo, por cuestiones generacionales, no utilizo ese soporte, pero el fenómeno está ahí, en la literatura. Sobre todo con la poesía, que es el género más fácil de publicar.

-¿Más fácil?

-Sí, otra cosa es hacerlo bien. Pero al tratarse de un género más corto, pues la gente empieza por ahí y se comunica por las redes sociales. De hecho, hemos tenido algunas sorpresas curiosas relacionadas con el éxito de algunos cantautores o no cantautores que se han acercado a la poesía, algunos de ellos con mérito.

-¿Calificarías ese fenómeno como éxito?

-Bueno, es que luego las editoriales han ido a por ellos, ya que tienen tantos amigos en las redes sociales, y han vendido miles de ejemplares. Y eso está al alcance de muy pocos.

¿Y crees que esa poesía, nada basada en la preceptiva literaria, tiene mérito? 

-Bueno, en cierto modo son vagidos adolescentes. Y eso es lo que comunica en las redes. No siempre, hay algunos autores con interés, pero sí a menudo. Para referirme a ello yo hablo de «parapoesía», igual que existe la «parafarmacia». No deja de ser poesía, pero no es poesía sujeta a los preceptos de la retórica tradicional. Eso sí, es un fenómeno con el que hay que lidiar. Tú miras la lista de los diez libros más vendidos hace cinco años y te encuentras con las editoriales clásicas: Visor, Hiperión, Renacimiento, Pretextos… sin embargo, hoy, si hay una de esas editoriales…

-¿Te alineas con este tipo de poetas?

-Fíjate, Aguilar nos ha pedido a Karmelo C. Iribarren y a mí sendos libros para una colección que solo va a tener «parapoetas» y a nosotros dos, que a lo mejor también somos «parapoetas», porque si nos lo han pedido… eso sí, para mí es un honor estar con toda esta gente joven, pero es evidente que es un fenómeno que no me pertenece, es de otro mundo. 

-¿Cómo definirías este nuevo estilo con el que compartirás colección?

-Lo que hacen es dejar fluir la muñeca, sin más. Como Baroja en novela, lo que pasa es que una cosa es la novela de Baroja, con ese desaliño encantador, y otra cosa es dejar fluir ideas. Sospecho que estos autores jóvenes dirían: es que esto es lo que hay que hacer. Como si hubieran creado una nueva preceptiva. Lo que pasa es que preceptiva solo hay una y es la de siempre. Nuevos espacios comerciales sí, pero nueva preceptiva… no puede ser.

9.12.18

Medrano lee el "siroco"

El poeta Carlos Medrano ha publicado en su blog -un gesto desacostumbrado-, una amplia y exhaustiva reseña de mi libro. Se lo agradezco. Más que nada porque, más allá de la generosidad que demuestra (como la de todos aquellos que se han acercado a lo que uno ha escrito), se trata de una lectura lenta, honda y, ya digo, minuciosa, donde resalta el gusto por el detalle. Gracias.













(Tusquest, Nuevos Textos Sagrados, 303,
Barcelona, octubre, 2018)

Esta última entrega poética de Álvaro Valverde es su décimo libro de poesía si contamos desde el inicial Territorio (1985), que hace tiempo su autor menciona sin arrancar desde él el conjunto de su obra canónica, salvo por el poema de cierre destinado a Eliot; por tanto, una dedicación central, no episódica, sostenida y consciente extendida más allá de tres décadas de uno de los autores más conocedores, y a la vez sólido, de nuestra actual lírica. Libro materialmente cuidado y a la vez más voluminoso respecto a los anteriores, que lo convierte en un proyecto minucioso y denso, -75 poemas, si bien buena parte de ellos algo más breves de lo usual en las entregas anteriores-, y que se hace querer desde la portada con la inspirada y sugerente viñeta del pintor Salvador Retana que, amistad personal y literaria por medio, vuelve a colaborar así en la edición de un libro de Álvaro Valverde, quien en una cercana presentación ha calificado este dibujo como el primer poema del libro.

El libro, desde que fue anunciada su aparición un año antes, nos llegó a algunos de sus lectores envuelto, a través de las manifestaciones públicas y privadas de su autor, con reservas sobre su resultado y efectos, como aquel que previene de algún fruto inseguro o menor, lo cual para nada obró en perjuicio de su lectura pues esto no dejaba de ser una manera humilde y comedida de protegerlo y salvar así su entidad y su logro; o bien, una muestra del rigor de trabajo, que comparto, de no conformarse con el halago sincero y correcto de los lectores y amigos, sino con la última e íntima convicción de haber acertado, depurado, construido del mejor modo posible cada poema y el libro, en su conjunción y sentido, es decir, desde la conciencia exigente que regala, cuando es y llega, la sensación espontánea de lo conseguido.

Más allá de la expectación entendible y no exenta de emoción acerca del modo en que iba a ser recibido, presentimos -y participamos, pues, antes de recibirlo- de esas dudas acerca del acierto de su tono emocional, sobre el pulso de la creatividad al cabo de los años, sobre su propia entidad como libro unitario, que más bien eran y cabía considerarlas como un ejercicio sincero y sensato de un autor muy consciente y reflexivo de su obra, tanto en la decantación de su forma y lenguaje como en la de su construcción, enfoque y sentido.

En cambio, una vez con el ejemplar ya en las manos, la experiencia de entrar en su lectura no dejó de ser una sensación de escritura en conjunto placentera y renovada, pues esa diferencia de hasta mayor cuidado en la edición del propio sello Tusquest respecto a libros anteriores como Ensayando círculos o Desde fuera, constituía parte del logro de esta entrega. Ante todo, el lenguaje concreto y limpio de Álvaro Valverde seguía desde el arranque identificando el hacer de este autor sin el menor desmayo. La emoción del poema surge de esa misma concisión depurada capaz de describir en nítidos trazos cualquier detalle de su entorno integrando a la vez antes del cierre del mismo el hallazgo del modo de mirar o la vivencia, reflexiva también, en la que como propósito consciente evita recurrir a soluciones de alarde recargado o efectista. No es una poesía que opte por el virtuosismo sino por una elementalidad expresiva -usar las palabras cotidianas- incluso llevada a más, con sus riesgos, en algunos de los últimos poemas del libro. El autor ha hablado recientemente de su predilección por el “lenguaje pobre”. El hallazgo lírico del poema está en la captación de los detalles de la realidad descritos desde una mirada singular consciente del sentido del tiempo. Y en el ritmo de estas composiciones, más inclinadas hacia el metro breve, no sólo se concreta en unos frecuentes, logrados y no pocas veces muy bellos heptasílabos sino en algunos ejemplos de una grata combinación de estos con el endecasílabo que aportan una agilidad renovada sobre el reconocible ritmo y cadencia valverdiana, también presente en poemas de este libro, y tan capaz para ese poema habitual suyo de amplio aliento, reflexión y acopio.

Otro elemento sorprendente y constitutivo de esta obra concebida como refugio poético contra el tiempo -donde la experiencia del que escribe permite un espacio a salvo para el lector y el poema concede un recurso lleno de humanidad por el testimonio personal que recoge y su reflejo del mundo- es la presencia admirable y lograda de no pocos poemas inusualmente íntimos, de una confesionalidad tan abierta y honesta como delicada. El papel acoge sin reserva la longitud del riesgo y el sabor y medida de lo vivido, como cuando nos deja las sensaciones internas de esos logros vitales material o espiritualmente recorridos, o el reconocimiento de los seres cercanos desde la verdad de ese acompañamiento, algo que en este libro abarca no sólo el territorio familiar y amoroso sino el de los amigos homenajeados y próximos a pesar de la muerte -Ángel Campos Pámpano, Santiago Castelo, Ricardo Senabre, Fernando Pérez González...-, pues el autor reconoce que no sería “el mismo sin tenerlos”. Pese a ya no estar, sabemos que parte de lo que somos es por ellos, y el presente permite que si por el recuerdo permanecen, ahí, desde esa intemporalidad, ellos nos viven. Frente al Siroco, se alza la voluntad y la conciencia. Y mucho más cuando la causa son los otros.

La zozobra del autor ante el desgaste de vivir a diario es expresada en estos poemas a amigos o de carácter amoroso en un equilibrio y un tacto admirable, procedente de un alto modo de concebir a estos seres queridos como partes imprescindibles de sí mismo y, por supuesto, es producto de un especial don poético concretado en el modo de decir y sentir que aquí va sin más filtros que la mención de la verdad interior y el impacto de lo mínimo. Como sostiene y recordaba hace poco Fernando Aramburu en un artículo, lo poético es aquello que va más allá de la propia escritura canónica del verso y puede transcenderla, máxime, como ahora, cuando proviene de decantadas actitudes, estados, perseverancia y retos que nos llevan hacia la verdad de un modo sostenido y tácito, “hacia adentro”. La intimidad personal, no la de los espacios, había hecho su eclosión, sin demérito alguno, en el precedente Más allá, Tánger, donde ambas, como aquí, se suceden. Ahora, en El cuarto del Siroco, continúa aflorando sin pudor o reparo intelectual que la desmerezca, sino al contrario, e invita, en su elementalidad de lo breve e intenso, a recordarla incluso sobre otros poemas más complejos.

El libro se despliega así en su avance y desarrollo -y eso es también una modulación ante otros anteriores-, como un diario poético donde aparecen distintos materiales que se combinan y alternan: estampas de paseos por rincones urbanos de Plasencia, las veredas del río, el entorno de los valles y sierras, aves como los mirlos que cruzan este libro y tanto llamaron la atención a lectores sutiles que nos los señalaron antes de leerlo... El poeta nos habla de ese gusto -ya antiguo- por los lugares que parecen perdurar más allá de lo deletéreo del tiempo, tan consciente ahora mismo. Destaca esa declaración del espacio como un "presente eterno". Y el autor halla la clave: "Tal vez por eso escribo / acerca de lugares. / Sitios donde la muerte / simplemente es más lenta." Pero a la vez aparecen otros enclaves igualmente vividos o definidores de quien los describe, desde el admirable poema a las calles de Azuaga, a la memoria del sur con sus palmeras agitadas por el levante del litoral de Cádiz, o ámbitos más lejanos rescatados a través de figuras recreadas en primera persona o desplegados desde las lecturas capaces de saciar la aventura vital de este viajero inmóvil -por usar el feliz título de un poeta como Javier Dámaso-, y diría que incesante, que es todo lector ávido. Los cuales conocen cómo el mundo les llega, y sus seres, con sus zozobras e inquietudes, a través de su esfuerzo relatado en los libros. Y así la escritura es el diálogo permanente a salvo del Siroco aun en las peores circunstancias.

El cuarto del Siroco combina los espacios interiores de la reflexión de un hombre que camina poco antes de los sesenta años hacia ese tercio postrero de la vida y expresa su respeto ante el adelgazamiento del tiempo y su capacidad de vencernos por encima de balances y logros (la vida camina hacia su final, casi sin darnos cuenta), y se sabe deudor de su vieja tendencia al pesimismo, la melancolía y el miedo, y lo hace junto a otros espacios luminosos o diurnos, externos, donde las formas y elementos representan el rastro de una identidad elegida en el entorno, recreando las señales y el trazo de la vida que nos queda en los labios. Sobre todo es un libro diurno, sometido a la claridad de la luz y al relieve concreto -léase No humo- de los elementos del mundo, en especial el propio.

El gusto de Álvaro Valverde como lector por la literatura confesional y diarística tiene aquí su propio reflejo poético, y el modo en que se enhebran los poemas responde a esa heterogeneidad de los múltiples estados y tareas que atendemos, nos suceden, asaltan y nos interesan a lo largo del día, y nos deja la suma de un devenir concreto o un mapa de la vida en su diversidad de componentes. El libro sucede como un abanico gradual de elementos que constituye el vivir a lo largo de un tiempo, en esa soledad acompañada de la escritura compartida que recoge lo que se ve, se estima, se reflexiona y se valora. En esta preferencia por los espacios sucesivos y cotidianos nos llegan los escenarios del autor desde su cuarto de lector a las calles de su ciudad y por extensión de otras ciudades y ámbitos naturales que le rodean e identifican.

No es un libro más, ni tampoco es un libro menor o de transición. No estaba escrito -y menos así- antes. Su factura, si algo tiene de diferente, no atiende a una exigencia más relajada o de escritura menos sistemática. Es más bien que el trazo germinal de este libro se da desde estas referencias personales: el entorno, las personas cercanas y las propias sensaciones. La renovación poética que antes he mencionado llega también en la factura de poemas dispuestos en prosa, Una elegía, Mujeres o Noche por ejemplo, que aprenden a alejarse progresivamente de una rítmica métrica. Por suerte, el libro tiene una riqueza de matices y elementos que sin pretender aquí agotar esperan la atención de sus lectores, porque hay una variedad, hacia adentro y afuera, de motivos tratados con la espontaneidad de lo que es un recorrido vital y por tanto sucesivo. Y así se presentan los poemas en un todo continuo no separado.

Llamativa es la presencia del agua a lo largo del libro que discurre desde el primer poema o sirve para trazar una poética -”tan sencilla / como el gesto de alguien / que da un vaso de agua / a quien padece sed”- y cruza páginas con su claridad, su genésica fuerza y su misterio. Aguas y cauces que brotan y pasan pero nunca acaban -”duran”- y permiten la permanencia del relieve de la vida y el tiempo. O el elogio de la lectura, del saber. O los espacios rescatados desde la perspectiva inusual, como el elegido para un Cáceres enfocado de otro modo, o el minuciosamente rico como en Évora, que se nos presenta bajo el sabor de lo intensamente vivido, anhelado e identificador de un concepto de vida volcado hacia el conocimiento y el alcance del mundo por los libros. El paisaje no sólo aparece desde la amplitud de los espacios abiertos, sino a través de lo menor muchas veces, de un elemento singular -los árboles, las aves o las piedras- y dota al libro de una sensación pictórica de estampas salvadas por la imagen de las palabras, no pocas veces desde una mirada inédita. Así, de un viejo cerezo aprendemos que “Su grueso tronco / no se aferra a la tierra: / la sujeta.”

Y ante todo la reflexión, en cualquier momento o unida al lirismo, pues el hombre que mira -el autor- no deja de concebir y captar su experiencia y de reconocerla al valorarla. Destaca la reflexión esbozada en numerosos apuntes rápidos, no sólo en los poemas donde su extensión acoge mejor lo meditativo, pues en los poemas de metro y extensión breves se encuentra este rasgo testimonial de sentir el transcurso como una pincelada más que completa el dibujo en la imagen captada del presente.

Si se me permitiera una discrepancia ante la alta lección no pretendida de este libro, y que merece la pena anotar y extender en nuevas relecturas, yo señalaría la extrañeza ante la elección del poema final que más bien hubiera situado en otro emplazamiento por la intensidad o crudeza de sus afirmaciones. Lo que abre y cierra un libro tiene siempre su valor de declaración y balance. Al llegar a este poema se da un choque inesperado y no deducible de todo lo leído antes y, como conclusión de esta obra, tal vez cargue en exceso la sensación de lo adverso, de ese Siroco, que de este modo no deja de soplar ni queda ajeno a quien lo escribe. Porque el soplo devastador de este viento para quien lo reconoce y el lugar desde donde sopla termina siendo una raíz o un pozo interno propio, no percibido desde fuera como el paso de las estaciones y de los cielos, sino desde un pulso periódico interior en su manifestación, requerimientos y sus ritmos. Y de hecho, por poemas como este, vemos que la concepción del poeta de lo externo transmite un bienestar y comprensión superior, diferente al enfoque mostrado aquí de desolación hacia dentro. La vida, en sus elementos expuestos en este libro, es positiva en un grado mayor que el peso percibido por el autor de sí mismo.

Si poco antes en el poema Así se nos había dicho que “la luz, la brisa, el agua / favorecen la idea / de que la vida es dulce, / sereno este vivir ante el abismo”, y quien había dicho antes “que no todo perece, / que otra vida es posible”, en este autorretrato de cierre nos fustiga con una impresión más amarga y no desasida de un inevitable fatum. Frente a lo que hacia afuera elevaba o redimía, hacia adentro el autor siente un claroscuro no resuelto: “la muerte se le acerca”, en lo que hace no ve “más motivación que la costumbre”, se “camina con un turbio pasado a las espaldas”, se contempla a sí mismo como “el que ignora que existe la alegría, el porvenir”, y hasta “el amor sólo es quimera”… y quien al menos “resiste sereno la intemperie” sin embargo “no consigue ni darse por vencido”. El cuarto del Siroco al cerrarse de este modo no esconde la sensación pesimista de un hombre desprotegido cuando se queda a solas con el viento dentro de las rodillas. Otros refugios han complacido previamente al mismo personaje, claustros, jardines, libros, calles, así como la amplitud y frecuencia de los cauces y al fondo las montañas en cuyas cumbres cifra la serenidad del misterio en que hubiera querido con más frecuencia -como en el deseo ascético de fray Luis-, elevarse y, de hecho, se serena, se eleva.

Hay más lecturas posibles si se miran otros detalles que aparecen y se despliegan variadamente dentro de este libro tan grato de leer como minucioso. El autor en sus tres citas iniciales ha declarado el juego sin reservas del ejercicio de testimonio personal que entrega: “la poesía es la meditación de la vida” (Kenneth Koch), “hay demasiado de mí en mi escritura” (Anne Carson), y -aproximada traducción- “sentí en mi piel Sirocos” (Emily Dickinson). En los 75 poemas que modelan el libro no hace más que confirmarnos lo antedicho. Podíamos añadir una afirmación más tras cerrarlo: “y en mí habita el Siroco”. La sinceridad del poeta es tal que no finge los momentos teñidos de este modo pese al trazo concreto y luminoso de los espacios, elementos y vivencias participadas de su mundo.

Al final, la escritura y la vida conducen a uno mismo, y la palabra es el cauce que expresa y une todo, y comunica. Hay quien descubre la plenitud de su transcurso en la escritura y desde ese lugar se entrega, organiza, comprende y justifica su vida, quizás así más a salvo de nuestra naturaleza temporal y fugaz de la que nadie, por fuerte y feliz que sea, es capaz de escapar y salvar de la muerte. En la tinta se guarda la resistencia y las formas sensoriales y físicas de quien, desde su clara identidad y lucidez con las palabras, espera y nos describe con la luz de los días el lugar elegido de su vida y su casa.

No estamos ante un buen poeta más, sino ante uno de los que desde hace muchos años nos acompaña y cuya palabra y esfuerzo aún siguen explorado las sensaciones fundamentales de la razón de escribir y de entender la experiencia de la vida y el tiempo.

Carlos Medrano,
Artá, nov/dic.2018


OVAS

Esas algas de agua
que aquí llamamos ovas
también estrenan verde
ahora en primavera.

Un tono tan intenso
como el de todas las hojas,
que debajo del agua
cobra un matiz precioso.

Bailan en la corriente,
las observo moviéndose
y esa danza ondulada
me recuerda que antes,
hace apenas dos meses,
eran sombras apenas
bajo el curso del río.

Han resistido, vencen
a crecidas, a rápidos,
a la cruel turbulencia
del caudal en invierno.

Son un ejemplo, duran,
fueron nada y son todo
esta tarde de mayo
en que esplenden al sol
mientras paso a su lado.

7.12.18

El Kursk

Ahora que vuelve a la actualidad, dieciocho años después, el submarino ruso gracias a la película dirigida por el danés Thomas Vinterberg sobre la tragedia de su misterioso hundimiento en el mar de Barents con 118 tripulantes a bordo, recupero un poema que escribí a ese propósito. Se publicó en la revista Clarín



CARTA A JOSEPH BRODSKY
(Con motivo de la pérdida del Kursk)

Recordarás el poema Convergencia de dos,
de tu admirado Thomas Hardy,
aquél que dedicara al hundimiento del Titanic
pocos días después del accidente
y que tú comentaste verso a verso
en un extenso ensayo memorable.
Pues bien, querido Brodsky,
en el mismo océano, el Atlántico Norte,
ha vuelto a repetirse la tragedia.
Un nuevo naufragio ha saltado a las páginas
de todos los periódicos y hablan de él
los noticiarios de la radio y los informativos
de la televisión pasan imágenes  
y son innumerables los sitios que en la red
tratan del tema. Esta vez no es un barco
indestructible el que se ha hundido,
ni su bandera era británica, ni eran sus pasajeros,
en su mayor parte, millonarios, 
ni esta travesía era un viaje
al hielo y a la nada.
La nave era un moderno submarino,
el Kursk era su nombre,
nuclear y también invulnerable,
perteneciente -lo que no dejará de hacerte
cierta gracia- a la potente flota rusa.
Iba, tal vez, de maniobras.
No se topó con ningún iceberg,
ni fue atacado por ningún enemigo
y ni siquiera se puede decir que navegara
por aguas turbulentas. Más de cien hombres,
entre oficiales y simples marineros,
han perdido la vida. Sí,
a la hora fatal de los balances,
eso es todo.
Te gustará saber que las autoridades
de tu patria perdida
estuvieron desde el primer momento
a la tradicional altura de su inepcia.
En aras de insondables secretos militares
condenaron a muerte a esos muchachos.
No les tembló la mano.
Son hábitos, supongo,
consolidados en Chechenia.
No te oculto que hay algo de terrible
en todo esto. Más allá de las meras estadísticas.
Ya sé que ni este submarino era el Nautilus,
ni el comandante se llamaba Nemo,
ni iban a la busca de ninguna utopía.
Es mucho más prosaico.
La claustrofobia, el frío y el calor,
dormir sobre torpedos,
comer pura bazofia, trabajar sin horarios,
todo eso a razón de cincuenta miserables
dólares USA al mes. Lo anunciaba una madre
entre sollozos, poco antes
de que fuera sedada y enviada, sin duda,
a cualquier manicomio.
Tú sabes de qué hablo. Alguien ha dicho
que Rusia es también un submarino
que espera su agonía, panza abajo,
sobre un lecho de arena.
Al fondo yace -opaca y sin fulgor-
su vanagloria. Alrededor,
agua y acero. Un submarino
con gente que golpea las paredes
y lanza ahogados gritos de socorro.
Gente a la espera
de que un submarinista americano
o que un buzo británico o noruego
abra por fin las escotillas
y certifique de una vez su muerte.