30.12.18

Rivero Taravillo lee el "siroco"

Shelter from the Storm

A la proyección pública de la poesía de Álvaro Valverde le perjudica, creo, su condición de crítico. En cualquier ámbito, y probablemente más en el perezoso medio literario español, hacer bien una cosa eclipsa otras facetas. Sin embargo, la atención crítica, la lectura atenta, minuciosa, solo puede reportar beneficios para la propia escritura, pues el verdadero escritor, el poeta de ley, es alguien que inquiere, pregunta, discrimina. Que tiene criterio, en suma. 

Hace unas semanas se ha publicado El cuarto del siroco, libro que contiene setenta y cinco poemas escritos al alimón que otras entregas recientes que ya han visto la luz. Sigue a Más allá, Tánger, Desde fuera, Mecánica celeste y Ensayando círculos, todos ellos en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets. Antes vinieron Las aguas detenidas y Una oculta razón (Premio Loewe de Poesía), entre otros títulos. De la razón de este se da cuenta en la solapa y una nota preliminar, pero mejor trasladar aquí la explicación que se ofrece en uno de los poemas: 

Cuenta Leonardo Sciascia
que en las casas patricias
de la vieja Sicilia
había, desde el siglo XVIII,
un cuarto del siroco.
En él se refugiaban de ese viento
los días que soplaba con más fuerza.
Uno quisiera
que en las horas peores de la vida,
cuando todo se vuelve violento vendaval
y las cosas se ocultan tras un velo de polvo,
existiera una estancia semejante.

El nivel es uniformemente alto, como es norma en Valverde, pero hay algunos poemas que me han tocado muy de cerca y que querría consignar aquí. Son poemas que parecen escritos, como se lee en "Solo de texto", uno de los primeros poemas, "para encontrar refugio / de la incesante lluvia / que cae desde el pasado." Así, el bello "Casas de Azuaga" me concierne, porque hallo en sus versos la sombra de la infancia de mi padre. He aquí sus primeros dísticos: 

La vida es una calle que me lleva
esta tarde de octubre hacia mí mismo.

A los lados veo casas asombrosas
que muestran un pasado que no existe.

¿Cómo puedo sentir nostalgia ahora
de una existencia que de pronto invento?

Si nunca he estado aquí, ¿cómo es posible
que me parezca que lo estuve siempre?

Y estos, los tres últimos, que también, gracias a la lectura del poema, puedo aplicarme a mí mismo:

Inventas interiores en penumbra
y las conversaciones que allí duermen.

Son vestigios de un tiempo que ya es póstumo.
Restos ya de una edad que fue arrasada.

Están ahí, delante de tus ojos,
para darte noticia del que fuiste.

Uno de los mejores poemas del libro, en mi opinión, es este "Baño", tan conciso pero a la vez tan preñado de pensamiento trágico y de conciencia de la fugacidad de la vida:

Ayer, en el molino,
me bañé otra vez solo
en el estanque.

Como siempre, al entrar,
aquél me pareció mi primer baño.

Como siempre, al salir,
tuve la sensación
de que era el último.

La poesía tiene efectos que el poeta conoce o intuye: si "el tiempo se nos va, / pero el espacio permanece", concluye:

Tal vez por eso escribo
acerca de lugares.
Sitios donde la muerte
es simplemente más lenta.

Hay que agradecer a Valverde que otra vez haya acertado a pulsar las cuerdas de la poesía verdadera.

NOTA: Esta reseña ha aparecido en su blog Fuego con nieve. Su título, por cierto, es también el de una famosa canción de Bob Dylan.