31.3.17

Alberto en Publicatessen

Gala de la novena edición del Festival universitario Publicatessen de Segovia. Lo del anuncio de mi hijo Alberto (que actúa y canta) y sus compañeros, a partir del minuto 46:40. No está mal ganar de joven un premio que se llama Acuetrucho.

30.3.17

La presentación de TURIA en Badajoz

Estas son las palabras que leí antes de anoche en el salón de actos del MEIAC de Badajoz con motivo de la presentación del número de la revista Turia dedicado a la literatura en Extremadura y donde se rinde homenaje a Luis Landero. Y eso fue en realidad ese multitudinario acto: un afectuoso homenaje a nuestro escritor más universal.

Cuando Raúl Maícas, tras ofrecerme el papel de presentador de este acto (un gesto que le agradezco), me pidió mi parecer acerca de la elección del sitio en el que iba a celebrarse, le dije que ninguno mejor debido al carácter simbólico que el MEIAC aporta a la cultura extremeña de las últimas décadas (debido, en gran medida, a la cabal gestión de Antonio Franco), y no sólo en lo relativo a las artes plásticas, también a la literatura; baste mencionar la exposición Extremadura en sus páginas o las sesiones del Aula de Poesía Díez-Canedo. A la cultura, cabe añadir, de la modernidad, a la que esta tierra accede, con el advenimiento de la Democracia y de la Autonomía, tras siglos de incuria. Sorprende lo mucho que se ha avanzado desde los años ochenta del siglo pasado, no sin constatar el retroceso que, a base de recortes y desidia, hemos experimentado en los últimos años. Con todo, mientras haya cuadros o esculturas, composiciones musicales y libros, esto es, artistas, músicos y escritores capaces de idear esas obras, poco ha de importarnos que los sucesivos gobiernos se preocupen o no de la cultura como merece, por más que resulte penoso el olvido de su importancia a la hora de valorar lo que somos y significamos.
La literatura extremeña (un término que, según el profesor Miguel Ángel Lama, sólo puede aplicarse, siquiera en sentido laxo, a lo escrito y publicado después de 1983, cuando se aprueba nuestro Estatuto), la literatura, mejor, escrita por extremeños o por personas vinculadas a Extremadura no deja de ser sino una mínima parte de la española, a la que en rigor pertenece, tanto nacional como ultramarina. Es, además, parafraseando al novelista Hidalgo Bayal, una literatura absuelta; sólo depende de sí misma, por más que nuestro secular retraso, la intrínseca pobreza, haya requerido de ayudas públicas, ya decía, para lograr el desarrollo o normalización que a duras penas hemos conseguido.
En cuanto al extremeñismo literario, que uno achaca a inmemoriales complejos, esa manía de adjetivar lo que los extremeños escriben, ya dijo Landero en un periódico regional allá por 2005, que “no se puede hablar de literatura extremeña o de cualquier otra región, porque esto supondría caer en el error y en la locura de los nacionalismos”. Recordó a continuación el famoso oxímoron (que unos atribuyen a Baroja y otros a Unamuno), esto es: o es literatura o es extremeña.
Divagaciones al margen, huelgan, sin embargo, las medias tintas en lo que respecta a la salud de la poesía, el ensayo, la narrativa o el teatro que han escrito y escriben los autores nacidos o vinculados a esta región. Buena prueba de ello es el número doble, 121-122, de la veterana revista Turia que hoy nos reúne aquí. Una acreditada revista, preciso, de larga trayectoria, de la que tengo a honra ser viejo colaborador, nacida en 1983 en Teruel, fundada por el citado Maícas, su director desde entonces, y que publica el Instituto de Estudios Turolenses de la Diputación de Teruel con el patrocinio del Ayuntamiento de esa ciudad y el Gobierno de Aragón. 
Viajamos, pues, de una provincia aragonesa a otra extremeña. El distingo falaz entre centro y periferia, en lo que a las letras se refiere, hace tiempo que fue superado, lo que no obsta para que algunos sigan buscando la fama en Madrid. Otro, entre “dentro” y “fuera”, ha lastrado, no poco, la visión de nuestro panorama. La cosa me parece más sencilla. La emigración de los años sesenta expulsó a numerosos paisanos que buscaron en el extranjero o en otras regiones de España el trabajo y el bienestar que aquí faltaban. De ese éxodo son hijos dos de nuestros escritores más prestigiosos: Luis Landero y Javier Cercas, pero también, por ejemplo, Santiago Castelo o Pureza Canelo. El primero fue a parar con sus padres a Madrid y el segundo, con los suyos, a Gerona. Uno desde Alburquerque, Badajoz. El otro desde Ibahernando, Cáceres. Ambos forman parte de eso que damos en llamar “escritores extremeños” y figuran en este número especial de Turia dedicado, ya se dijo, a Extremadura. A la “de fuera” (por persistir en la caduca nomenclatura) y a la “de dentro”, de la que ahora hablaremos.
Va a ser difícil, como vaticinaba Julián Rodríguez, editor de Periférica, que un hijo de inmigrantes pueda ofrecer a los lectores de esta tierra, la suya de acogida, un libro escrito, digamos, “desde aquí”, donde él se habría criado. Lo más fácil vuelve a ser que un joven extremeño, obligado de nuevo a emigrar, lo publique en algún sello foráneo, propio de su lejano lugar de residencia. Ya ha ocurrido.
Lo cierto es que entre ambas situaciones, entre estas dos emigraciones que describo, hubo una generación, a la que por azar pertenezco, que, contra lo que era costumbre, se quedó para cultivar, de una vez por todas, aquel erial iletrado. A algunos nos pareció necesario dejar a ratos los confortables escritorios y bajar a la calle para contribuir a que esa lamentable situación cambiara. Y, con una Universidad recién creada, se abrieron editoriales y bibliotecas, se fomentó la lectura, se fundaron revistas, aulas literarias, talleres de escritura… Y la asociación destinada a llevar a cabo buena parte de esa labor cultural: la de Escritores Extremeños. Ese afán no fue en vano y, en gran medida, el florecimiento actual procede de esa radical transformación realizada durante estas últimas décadas con la ayuda, justo es decirlo, de las instituciones públicas (Junta, diputaciones y ayuntamientos); las que propiciaron, pongo por caso, la existencia de nuestro buque insignia en materia literaria: la Editora Regional de Extremadura, cuyo verdadero alcance algunos todavía ignoran. Y todo entre los de dentro y los de fuera, Bayal y Landero (que a efectos didácticos, si no por edad, forman parte de esa misma promoción, pues empezaron a publicar tarde), cómplices necesarios y proactivos.
Me recordaba Maícas que este proyecto, el de dedicar un número de Turia a lo escrito por extremeños, se inició cuando uno estaba precisamente en la Editora. Luego pasó lo que pasó y ahora, por fin, se consigue, que es lo que al cabo importa. Con el patrocinio económico de la Junta, la Diputación de Badajoz y la Fundación Caja Badajoz (Obra Social Ibercaja).
Si por algo se caracteriza nuestra pequeña literatura tal vez sea por la impronta que tienen en ella el particular paisaje, natural y humano, que nos rodea. Ya sea rural o urbano. Por el apego a un paisaje, como diría Landero, “hecho de historia” y “de tiempo”. Me da que en la mayoría de nuestros escritores prima aquello de que “lo universal es lo local sin fronteras”. Se nos da bien alrededorizar, que diría Blas de Otero. Poco importa si el que escribe vive aquí o no. Para demostrarlo, basta con sacar a relucir, sin ir más lejos, El balcón en invierno, que se sitúa en Extremadura. Que es Extremadura. Como Murania y los ásperos territorios de Hidalgo Bayal o los misteriosos poemas sierragatinos de Basilio Sánchez. Ocurrió también con los aludidos Castelo y Canelo, entre Granja y Moraleja. Y con el rayano Campos Pámpano. Hace años que conseguimos quitarnos de encima viejos tópicos que nos reducían a la situación de atrasados y paletos que penan y malviven en un remoto secarral.
En esa redención, la de ver por fin superada nuestra categoría de parias (y no sólo literarios), juega un papel fundamental el citado Landero y su novela Juegos de la edad tardía. Por vez primera la unión del sustantivo escritor y la del adjetivo extremeño dejaba de tener un carácter peyorativo. De ahí que me parezca tan acertado que su obra ocupe el “Cartapacio” central de Turia, una suerte de homenaje. Nadie nos representa mejor que él, símbolo (y más) de nuestra forma de ser y de conducirnos. A su pesar, incluso. Puede que le moleste y hasta le harte el adjetivo “cervantino”, que con cansina simpleza se le adjudica, pero no creo que le agine el de “extremeño” que, por añadidura, tantas connotaciones, de las más leves a las más profundas, incorpora. Un título chico del que, deduzco, se enorgullece.
De sus sobrados merecimientos dan buena cuenta los trabajos de Elvire Gomez-Vidal (que nos acompaña esta noche, coordinadora del dossier), perfecta introducción a la literatura landeriana donde se habla de su “estilo inimitable”, de una obra al margen de “categorizaciones o encasillamientos”, movida por el “afán” (una palabra clave en su vocabulario); Luis Beltrán Almería, que se adentra en su razón narrativa; Raúl Nieto de la Torre, quien aborda su “épica de lo cotidiano”, lo fronterizo de sus personajes (que ha definido como “héroes de la cotidianidad” o “indefinidos”), sus “no-lugares” (pasillos, escaleras, balcones…), la figura del padre, su “fe laica”, el “rumor de la conversación” que se escucha al abrir sus libros; Fernando Valls, que nos descubre al Kafka que hay en Landero; Irina Enache, que analiza la teatralidad de su obra; Analía Vélez de Villa, que resalta “la labilidad en la demarcación entre realidad y ficción”, nos recuerda el peso de su infancia y, ya allí, de la figura de su abuela Frasca (ambos “concuerdan en el lenguaje”, dice), así como el “sustento filosófico” de la literatura de quien afirmó que “todo es vivir”; Alfonso Ruiz de Aguirre, que nos acerca al erotismo (de Caballeros de fortuna), a la “espontaneidad arrolladora de lo sensual”, al amor como “mentira”, a “la ambigüedad” de “su sistema ético y estético” y a lo carnavalesco; Epicteto Díaz Navarro, alude a “lo cervantino” en Absolución; Natalie Noyaret y Antonio Rivas, que, cada cual por su lado, se centran en su libro más autobiográfico, una pieza maestra: El balcón en invierno; y Gonzalo Hidalgo Bayal, “lector afín”, quien, tras revisar el pasado verano, me consta, la obra completa de Landero, nos ofrece en “El héroe y sus heterónimos” una lectura penetrante y clarividente a modo de ensayo. Aunque piense que esos textos no necesitan ser interpretados porque “ellos solos hablan por sí mismos y dicen todo lo que tienen que decir”, esclarece que “las oposiciones son la sustancia en que se debaten sus personajes”; que es “plenamente consciente de cuál es su mundo” (o “sus mundos”), “un universo propio reconocible y literariamente autónomo”; que “prefiere la experiencia” porque en ella “asoma la verdad de los hechos”; que su obra es “la memoria literaria de la difícil aclimatación del siglo XIX rural en el siglo XX urbano, del ensamblaje de esos dos mundos en vías de desaparición”, y eso si no estamos “ante el emotivo testimonio de dos mundos extintos”; que “su primer ingrediente es la penuria”; que sus personajes viven una “vida menuda”, la de la gente “menuda” (frente a la “gente gorda”) con sus “tesoros” “elementales, sentimentales y tangibles”, “también simbólicos”; y que suelen ser “nómadas”, pero de un “nomadismo asequible” y provincial. Entiende, en fin, que el amor landeriano, que “sólo existe mientras es imposible”, “es una ilusión sublime que conduce inevitablemente al desengaño”.
Estos magníficos trabajos se completan con otro texto extraordinario: “Devaneos de lector”, que firma el propio Landero. “Yo amo los detalles”, escribe, y: “la memoria es poética”. A continuación explica que él quería hablar “de los mejores despojos de mi naufragio de lector”. Más en concreto, “de algunas de las mujeres que me han seducido en la literatura”. Y eso hace. De Scherezade a Antígona sin olvidar, entre otras, a Enma Bovary y Rosario. Ni a las mujeres de su admirado Kafka.
En una larga entrevista que le hace Emma Rodríguez (acababa de entregar al editor su última novela, La vida negociable), nuestro autor afronta numerosos asuntos. Se reconoce resignado a su suerte. Que la lectura es “una actividad creativa” y que hay “lectores inspirados”. Distingue entre escritores “nómadas” (“pueden novelar no importa qué”) y “sedentarios” (como él, “moliendo una y otra vez el mismo grano”). Habla de la educación, aunque reconoce que fue “un escritor que en su tiempo libre daba clases”. Concibe la novela “como un mundo autónomo” y cree que hay una “dictadura invisible” y una “inquietante falta de libertad, de frescura” actualmente. Lee poesía, escribe un diario (“página de obligado cumplimiento”), sigue siendo un niño de pueblo y acaso es escritor porque ha sido capaz de prolongar su infancia rural. Tras el éxito de su primera novela, concluye, hizo oídos sordos a múltiples ofrecimientos (el último ha sido el de escribir la biografía de Rocío Jurado) y, remata, “seguí haciendo mi vida”.
Cierra el “Cartapacio” una biocronología realizada también por Ruiz de Aguirre. Se trata, en realidad, siquiera en parte, de un esbozo de biografía, aunque no falten datos meramente bibliográficos. Vuelve Ruiz de Aguirre sobre su infancia, ni de aquí ni de allí; sus lugares: Valdeborrachos (la finca de Alburquerque), y los barrios madrileños de Prosperidad y Chamberí, con una escala en Navaleno (Soria), donde ha veraneado durante años; Tusquets, editorial ejemplar que le ha sido fiel y a la que él ha correspondido con semejante lealtad, y Juegos de la edad tardía; Ángel Campos, el fútbol y Entre líneas; Esta es mi tierra, el programa televisivo y el libro de la Editora de nuestro añorado Fernando Pérez, etc.
Pero no sólo de Landero da cuenta el voluminoso número de Turia. La literatura en Extremadura da, por suerte, para más. Así, en la sección “Letras”, Domingo Ródenas se ocupa por extenso en su artículo “Larvatus prodeo: variaciones Cercas” de la obra del autor de Soldados de Salamina, un “novelista consciente”, según él.
En “Taller”, el diplomático y escritor Luis María Marina rescata “25 epigramas y un diálogo” del mexicano Carlos Díaz Dufóo, raro, dandi, esteta, bibliófilo, casi ágrafo, suicida a los 44. “Regalaba, generosamente, las ideas ajenas”, escribió. Y: “Murieron tristes y austeros, dejando tras de sí hijos felices y frívolos”.
Eugenio Fuentes deja la serie negra y se traslada a la Semana Santa con el relato “Saeta”.
El impertinente José Luis García Martín publica nuevas páginas de su diario, el que empezó con Días de 1989, donde, entre otras cosas, narra un encuentro con el mencionado Marina en su amada Lisboa.
Manuel Neila, consumado aforista y antólogo de aforismos, el género de moda, reúne unos cuantos en “Pensamientos del malestar”: “Ningún país, por pequeño que sea, cabe dentro de sus fronteras”.
Otro tanto hace el editor liliputiense José María Cumbreño, director de Centrifugados. Encuentro De Literatura Periférica, aunque sus aforismos tengan mucho de cuento o poema. “Escribir”:Enhebrar una aguja con los ojos cerrados”. Y Elías Moro, cónsul de Zaragoza en Extremadura, que en vez de “morerías” presenta aquí “Guadianescas”, con el tono zumbón que le caracteriza: “Presumía de modesto”.
En lo que atañe al apartado de “Poesía”, se inaugura con una selección de poemas del portugués Manuel António Pina vertidos al español por Antonio Sáez Delgado, profesor en la Universidad de Évora y traductor, quien afirma en su introducción que Pina es “un escritor total con una obra construida en varios edificios paralelos con una única sede central, la poesía”, a la que aquél denomina “la saudade de la prosa”. Me gusta que se haya elegido al de Sabugal como el poeta extranjero de este número. No hace falta recordar los vínculos que nos unen a Portugal, Raya mediante (donde nació Landero), la primera frontera del mundo, sí, pero, para nosotros, una linde que en realidad no lo es.
Después, aparecen, en este orden y en lo que a extremeños concierne, poemas de Andrés Trapiello (autor de Capricho extremeño), Pureza Canelo (nuestra decana, siempre al Oeste, que escribe: “El orgullo, el mío, es discernir contemplación de allanamiento”), Basilio Sánchez (un poeta genuino como pocos), Inma Chacón, José Antonio Zambrano (otro maestro), Santos Domínguez, Efi Cubero (una feliz regresada), Álex Chico (un cosmopolita con raíces), Mario Martín Gijón, María José Flores, Javier Pérez Walias e Irene Sánchez Carrón (creadora de una poesía luminosa).
Me complace que entre los incluidos en esa sección plural se hallen dos poetas ligados a Extremadura por razones personales o familiares: el asturiano Jordi Doce y el catalán Eduardo Moga, actual director de la Editora Regional y responsable del Plan de Fomento de la Lectura.
En “Pensamiento”, Manuel Pecellín aborda en un artículo la vida y la obra del historiador y economista Ramón Carande, relacionado con Extremadura por su finca “Capela”, donde residió su hijo Bernardo Víctor.
En “Conversaciones”, Fernando del Val entrevista a Gonzalo Hidalgo Bayal y esa rima preludia una extensa charla cómplice entre ambos (celebrada cara a cara en Plasencia), sin duda una de las piezas fundamentales de este número lleno de enjundia. Así, las sustanciosas palabras que logra arrancar al parco autor de Nemo del que, por cierto, parece haber leído todo y, en consecuencia, al que conoce bien. Podría entresacar muchas frases, pero tan sólo resaltaré unas pocas: « Faulkner me hizo pasar de los endecasílabos a la prosa». «Dudo que la enseñanza pueda crear lectores literarios. El momento en que alguien se hace lector convulso solo depende de ese alguien. No se puede enseñar».
“¿Por qué abandona la poesía?”, le pregunta Del Val. «No me surge. Para escribir más allá de las bromas parapoéticas de mi blog tendría que esforzarme, y me parece tramposo. Yo no tengo que esforzarme para avanzar en una novela».
«Si es cierto lo que dijo Pla, que quien lee novela después de los cuarenta es tonto, yo soy tontísimo». «La belleza puede ser un pecado». «La vida es una tarea fatigosa». «Me declaro juanramoniano». «Nos configura lo que leemos». Y algo que Landero suscribiría: «En general disponemos de cuatro ideas y sobre ellas nos movemos, escribamos siete libros o catorce. Uno es lo que es. Da lo que da».
Tampoco faltan en la sección “La Torre de Babel” reseñas con nombre extremeño, tanto de críticos como de autores.
Subrayo, para terminar, las espléndidas ilustraciones, incluida la de la portada, auténticos poemas visuales, obra de un pionero de la poesía experimental, Antonio Gómez.
“Soy de los que creen que vivimos tiempos que requieren individuos con sobredosis de resistencia y un poco de dignidad. (…) siempre conviene un poco de honradez, de honestidad en cuanto hacemos. Armadura ética lo llaman”, escribe Maícas en la habitual entrega de sus diarios, un clásico de Turia. Más, añadiría uno, si de literatura se trata. El ejemplo de Landero es elocuente. Sirvan esas palabras de colofón a un discursino que dura ya demasiado. Con la dicha de constatar, eso sí, querido Luis, queridos amigos, que no todos los días las letras extremeñas celebran algo con tanto jeito.

Nota: La fotografía que ilustra esta entrada es del diario HOY, de J. V. Arnelas. De derecha a izquierda, Maícas, un representante de la Fundación Caja Badajoz, la diputada de Cultura de Badajoz, Landero, la secretaria de cultura de la Junta, la hispanista Gomez-Vidal y yo.

29.3.17

De López-Vega, no de Radnóti

EP/Samuel Sánchez
El juego literario es lícito, por más que pille a veces por sorpresa al lector desavisado. Me ha sucedido a mí con la Égloga Novena de Miklós Radnóti, en versión de Martín López-Vega, de la que he hablado en un par de ocasiones aquí. El poeta húngaro existió y su biografía es todo lo judía y trágica que reseñé, pero sólo escribió ocho églogas por lo que ésta, la novena, publicada por la revista Clarín, está escrita por su presunto traductor, el poeta asturiano López-Vega. Reconozco que algo no me cuadraba en esa historia y que comprobé incluso algunos datos en internet, pero la di por real. Al enterarme, sólo he pensado en una cosa: qué importa quién la haya escrito si es excelente. Con todo, quede aclarado este pequeño lío. La poesía, sí, por encima de sus autores. Una estupenda lección. Y un admirable poema. 

28.3.17

Loewes

José Ramón Ripoll
Visor, Madrid, 2017. 106 páginas. 12,00 €

En sus veintinueve convocatorias, el premio Loewe ha reconocido libros de poetas consagrados y de otros apenas conocidos. Para el descubrimiento se concibió uno de los galardones más importantes de la poesía en español a ambos lados del Atlántico. El caso de José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952), con ser particular, no es único. Estamos ante un poeta de largo recorrido, de fondo, pero poco citado en estudios y antologías. En Hoy es niebla (Visor) reunió tres libros sustanciales: El humo de los barcos, Las sílabas ocultas y Niebla y confín, que conforman, según él, una suerte de “sonata”. Llegó luego Piedra rota (Tusquets), muy cercano al que hoy nos ocupa. Se abre con una cita de Gelman: “Eso que oigo / y no entiendo / lo digo yo”. Y sigue: “Te cavo / para saber quién soy”. En efecto, este libro aborda un problema de identidad, sostenido en la memoria, que se maneja con otro de lenguaje. Un lenguaje poderoso, de aire surrealizante (por lo que tiene de onírico), pero parco y muy medido. En la línea de una poesía de tono silenciario y recursos elípticos donde priman la sugerencia y el misterio. La que va, digamos, y sólo en lo contemporáneo, del último Juan Ramón Jiménez a Valente pasando por Celan. De estirpe simbolista, sus versos, sí, están cargados de símbolos: pájaro, mar, noche, frío, mano, luz, herida, nieve, etc. Suelen remitir al paisaje –un clima, una atmósfera- de la Bahía de Cádiz, su verdadero lugar.
La figura de la madre, lo natal y la infancia ocupan los versos iniciales, que no dejan de ser fragmentos de un único poema. De hecho, todo el libro, unitario, gira en torno a unos pocos asuntos, a modo de variaciones o series. Los mismos títulos de los poemas, entre paréntesis, parecen sugerir más que fijar.
Allí, el origen, el miedo, el temblor y la muerte. “La mano de mi madre es nube y vuelve”. “Su mano que dibuja mi contorno y mi forma”. Allí, la “lacerante quejumbre” y las mujeres que hablan.
En la casa vacía, como la memoria, “todo ocurre y no ocurre”, “cuanto sucede y no”, “sin esperanza ni desasosiego”. De manera fantasmal: “una mano me escribe”, pero “la mano que me escribe es la de otro”.
Metafísico a rachas, hermético por momentos, Ripoll, un poeta del pensamiento, alguien que no deja de hacerse preguntas, se acerca a la existencia a través de una música callada, consciente de que sólo la palabra (“incertidumbre, / luz y estiércol”, la que viene “al pudridero / de los significados” “con la desnuda forma de la nada / y el fingimiento de lo eterno”) será capaz de establecer la realidad: “muerdo la palabra mohosa, / la que hacia atrás me dice y me consuela”.  

Sergio García Zamora
Visor, Madrid, 2017. 88 páginas. 12,00 €

El cubano García Zamora (Esperanza, 1986) ganó el Premio Loewe a la Creación Joven con un libro cuyo título procede de un haiku de Taio: “De vivir tanto / yo también tengo frío, moscas de invierno”. Está dividido en cinco partes: “El frío de vivir”, “Ánima vil”, “Negocio propio”, “Jaula para osos” y “Las peras del olmo”. Dos de ellas, la segunda y la cuarta, incluyen poemas escritos en verso; el resto, en prosa. Todos son breves. De apariencia sencilla. El tono es autobiográfico y, como su paisano Gastón Baquero, a veces recurre a los personajes históricos. En otras ocasiones, a escritores (Pound, Woolf, Plath). Su mujer, su madre, su padre, el abuelo (en “Santo y seña” o “El enjambre”) son también protagonistas circunstanciales de unos textos donde brillan las sorpresas.
El aire narrativo les da una claridad sobrevenida, por más que esa suerte de luminosidad caribeña sea norma. Siempre, eso sí, estas pequeñas tramas conservan el misterio inherente a su condición poética.
No faltan en ellas el humor y la ironía (léase “Una casa sin ático”): “Me encierro a escribir de la vida escondido de la vida”. A ratos, les amenaza la ocurrencia. Y ya que lo menciono, tampoco escasean las alusiones a la tarea de escribir, otro enigma. En “Saco de boxeo”, pongo por caso, o en “El riesgo de la poesía” o “Crudo”.
Poesía fresca y vital, la de Zamora, aunque “Un poeta se casa con la vida, pero vive enamorado de la muerte”. De muy grata lectura.
A veces, al leer una fábula, se le cruza a uno Monterroso. O un aforismo: “Mi abuelo fue un sastrecillo valiente: se cosía a lo que pensaba”.
En la última sección, donde juega con frases hechas y refranes, leemos: “Me arrimé al alcornoque, a la sombra del alcornoque. De su tronco en desnudez tomé provecho. Como al alcornoque, hay que descortezar el poema, quitarle lo que tiene de corcho”. Por eso los suyos no son nunca “McPoem” ni es de los que “escribe y venden poemas como si fueran hamburguesas”. Como el cuervo, Zamora es consecuente “con su naturaleza”. 

Nota: Las reseñas de estos libros de Ripoll y García Zamora se publicaron en El Cultural el pasado viernes, 24 de marzo.

27.3.17

Un vistazo

No puedo dejar de escribir unas pocas palabras siquiera acerca de la nueva, espléndida entrega de Clarín. De lo leído (nunca soy capaz de leer una revista o un periódico de cabo a rabo), me quedo con el precioso texto de Eduardo Jordá sobre Chéjov, que por suerte se puede leer aquí; lo de Benítez Ariza sobre Borges, treinta años después; los poemas de mi admirado Eugénio de Andrade, que nunca cansan, traducidos por Sergio Fernández Salvador; la colección de ángeles de Rivero Taravillo (que acaba de publicar un libro de aforismos en La Isla de Siltolá: Vilanos por el aire); y, sobre todo, la Égloga Novena de Miklós Radnóti, en versión de Martín López-Vega, de la que ya di cuenta en este rincón. Dejo para el final la mención a De rosis nascentibus, de Virgilio y de Ausonio, que a ambos se atribuye, vertido al español por Luis Alberto de Cuenca y Victoria León. Copio la última estrofa, la del famoso collige, virgo, rosas:

Triste es, Naturaleza, que nos muestres
la gracia de la flor al tiempo que nos robas
tan precioso regalo. Un solo día dura
la vida de las rosas, reuniendo
plenitud y vejez. La misma flor que vio
nacer la reluciente Aurora, a esa la tarde
la contempla marchita. Pero todo está bien:
aunque en tan poco tiempo deba morir, la flor
prolonga su existencia en cada nuevo brote.
Corta, niña, las rosas mientras estén aún frescas
y fresca esté también tu juventud,
y no olvides que así tu vida pasa.

25.3.17

Por la vuelta del Salón de Otoño

"FB-I 2008", Ofelia García
Se alegra uno mucho de que el alcalde Pizarro haya vuelto a hacer suya una iniciativa popular, en este caso la de un grupo de ciudadanos placentinos preocupados por la cultura y el patrimonio. El suyo, cabe añadir, del que forman parte los cuadros y otras obras de arte del extinto Salón de Otoño de la Caja de Ahorros de Plasencia, primero, de Extremadura, después, y ahora Liberbank, a través de la Fundación Bancaria Caja Extremadura. Un Salón que terminó llamándose "Obra Abierta" (por aquello de que se admitían trabajos en arte digital, instalaciones y performance).
Sí, hablamos de «una de las colecciones más importantes de arte contemporáneo de ámbito nacional» que en la actualidad se encuentra dispersa entre el auditorio de Santa Ana, algunos despachos de los servicios centrales de la entidad en Cáceres y Plasencia y el palacio del Mayoralgo.
Es justo decir que quien ha ideado y promovido, con la discreción que le caracteriza, esta iniciativa es Santiago Antón, un forastero que ha hecho por esta ciudad más que muchos platovi (como diría Alonso de la Torre), aunque nunca se le haya reconocido como merece. Fue responsable de la añorada Obra Social y alma durante años (los mejores) de ese premio que contó con jurados excelentes (entre ellos, José Hierro, Carmen Laffón, Rosina Gómez-Baeza, Simón Marchán, José Corredor-Matheos, Juan Manuel Bonet, Mario Antolín, Tomás Paredes, Nacho Criado, Antonio Franco y Enrique Brinkmann) y una dotación a la altura de su ambición artística (la más alta para ese tipo de certamen en España). También, claro está, con premiados dignos de elogio, los autores de los verdaderos protagonistas del invento: las mencionadas obras, cuadros en su inmensa mayoría. Entre ellos, José Manuel Ciria, Antón Patiño, Miguel Galano, los portugueses Pedro Proença y José de Guimaraes, los argentinos Jorge Luduela y Fernando Maza o extremeños como Fernández de Molina, Hilario Bravo, Manuel Vilches, Mon Montoya, Antonio Morán, Pedro Gamonal, Emilio Gañán y Julián López.
Una muestra de estos fondos viajó a Roma, Lisboa, Madrid, Sevilla, Cracovia y Bruselas.
No faltan espacios, en fin, para esa pinacoteca o exposición permanente. El ideal: la Plaza de Abastos. Una sala céntrica, amplia y diáfana.
La Cadena Ser, Hoy y El Periódico Extremadura dan cuenta del asunto. En lo que a uno respecta, no hace falta decir que apoyo esa feliz iniciativa. A ver si hay suerte.

24.3.17

La Edad de Papel

Así de bien y de manera tan sugerente ha titulado su último libro el cubano residente en Miami Orlando González Esteva. Lo publica primorosamente y en edición de lujo Artes de México en su colección Libros de la Espiral, que dirige Alberto Ruy Sánchez
A los cinco textos en que se divide: "El hallazgo", Cuaderno del pirómano" (la más extensa, diecinueve fragmentos en torno al diabólico invento del papel de piedra), "Los papeles promiscuos", "La orgía secreta" y "Oda al papel higiénico", hay que añadir las preciosas, impactantes fotografías de Abelardo Morell, que en número de 18 ilustran la obra, por no decir que la completan gracias al fructífero, efectivo diálogo que establecen con ella. 
Del libro dice su autor que "es un canto, y a la vez, una elegía —pero una que está llena de humor—, al papel. Da rienda suelta a la fantasía, invita a reflexionar, a ver varios tipos de papel con nuevos ojos y acaba por encontrar en el papel de piedra una reencarnación del papel tradicional, quizás una criatura mejor facultada para enfrentar los tiempos duros que pudieran avecinarse". Y: "si hubo una Edad de Piedra y tres de Metal, hubo una Edad de Papel".
No hace falta volver a recordar que González Esteva ha inventado un género propio, personal e intransferible, que aquí despliega todas sus artes. Un híbrido entre el aforismo y la poesía pasando por el memorialismo y la narración. Despliega erudiciones varias, múltiples sabidurías, inteligentes ocurrencias y siempre con el soterrado humor caribeño que le caracteriza.
"Entre los materiales creados por el hombre milagrea el papel". Así empieza este inclasificable, divertido y hondo experimento literario que vuelve a recordarme la suerte que tengo de ser su lector.

22.3.17

En Los Pilones

Hacía muchos años que uno no subía hasta Los Pilones, en la Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos, aunque aquello sea un paraíso. En aquella ocasión, fui con mis alumnos del Colegio Público 'Ramón Cepeda' de Jerte, el pueblo más cercano a ese paraje. El de mi amigo Florentino Gargantilla, que se crió en esas montañas, donde su madre, la señora Abundia, hacía los quesos de cabra que le dieron justa fama. O el de Dioni, uno de aquellos muchachos que tuve en las complicadas aulas jerteñas, que, casualidades de la vida, nos sirvió de guía, junto a Carmen, tía de otra antigua alumna, en nuestra ruta. Nos reconocimos al momento. Me recordaba por mi segundo apellido, por un libro que había publicado entonces y porque Manolo Chico (el padre de Álex) y yo llevamos a su clase de excursión a Almuñécar (con visita a La Alhambra). Era el año 91, un mes antes de lo del Loewe. Me acuerdo de que me fui a ese viaje con un ejemplar de La realidad y el deseo. 
Esta vez caminé con otros compañeros: Mercedes y Jesús. No aparecen retratados por respeto a su intimidad, aunque son mucho más fotogénicos que yo.
Distintos muchachinos, sí, pero semejante maravilla. El día se portó estupendamente con nosotros y el viento levantisco que hacía en Plasencia, y que seguía soplando con fuerza cuando regresamos, allí arriba ni se notó. Por si eso fuera poco, vimos algunos cerezos ya en flor.
Siempre he sido reacio a las excursiones escolares, pero las de este tipo son necesarias. Al menos para uno. Además -fue mi mayor preocupación mientras comíamos-, ninguno se cayó a la garganta. 

21.3.17

Llámalo equis

Bartleby & Company
A lo Juan Palomo
¿Qué lector que se precie -ejerza o no de crítico- recomienda libros de poesía que ni de lejos lo son? En rigor, quiero decir. ¿O es que ahora es un criterio la lista de los más vendidos?

Juego de palabras
Es verdad que muchas veces los libros más vendidos se corresponden con los autores más vendidos. Al mercado, quiero decir. Donde, por cierto, no había llegado aún la poesía. La pseudo, ya sí. Y de la mano, quién te ha visto y quién te lee, de editoriales dignas, hasta ahora, de tal nombre.

Entente
Llámame ingenuo o despistado o directamente imbécil, pero esa alianza de los viejos adalides de la experiencia con los marwanes y las sastres (que evidencia una confluencias de poéticas) me produce escalofríos. Líricos, of course.

Solución
Fernando Valverde (al que "cerca de 200 críticos de más de 100 universidades -Harvard, Oxford, Columbia o Princeton, entre ellas- lo eligieron el poeta más relevante en lengua española nacido después de 1970", según reza en su página web) ha dado con ella. Ya sabemos cómo denominar a esa nueva poesía que en realidad no lo es o que, de serlo, resulta más vieja que la pana: “Poesía Juvenil”. Lo dice en serio. Y añade: “Querer analizar la poesía infantil o la poesía juvenil desde la perspectiva de la poesía es tan injusto como equivocado”. Después cita el poema de los lagartos de Lorca.

Fajas
Las de los libros, matizo. Como decía aquí atrás Javier Rodríguez Marcos, las carga el diablo. Que lo que dije más arriba acerca del mercado es verdad, se demuestra por el simple hecho de que aparezcan ya en los presuntos libros de poesía. Y con eslóganes tan aparatosos como éste: "La poeta que desde hace mucho tiempo estaba pidiendo a gritos la literatura española". ¡Socorro!

Nota: Esta uno deseando leer el ensayo La lira de las masas: Internet y la crisis de la ciudad letrada, de Martín Rodríguez-Gaona. Sospecho que aportará luz a este oscuro y mercantil fenómeno. Por lo demás, mi próximo artículo (que debería haberse titulado "¡Ay, que me lo quitan de las manos!") en la revista griega Frear va también de lo mismo.
Reconozco que en el dichoso Día Mundial de la Poesía lo que menos me podía esperar es que El País, mi periódico de referencia (con perdón), publicara un artículo así. Ya lo dijo Riechmann. Que este sea un fenómeno de "multitudes" es la principal razón para calibrar su falsedad. Público, no lectores. 

20.3.17

Turia y Extremadura

La veterana revista aragonesa Turia dedica su número doble 121-122 a Extremadura. Como bien sabe su director, Raúl Carlos Maícas, un viejo proyecto que sólo ahora ha conseguido materializarse con el patrocinio de la Junta, la Diputación de Badajoz y la Fundación Caja Badajoz (Obra Social Ibercaja).
Porque acaso nadie como él representa mejor a la literatura escrita por autores extremeños o vinculados a esta tierra durante las últimas décadas, se ha elegido a Luis Landero como protagonista del "Cartapacio", un enjundioso dossier central que cuenta con textos de, entre otros, Elvire Gomez-Vidal, Raúl Nieto de la Torre  Fernando Valls y Gonzalo Hidalgo Bayal. El propio Landero firma "Devaneos de lector" y se incluye una extensa entrevista con Emma Rodríguez así como una completa biocronología.
En este extraordinario volumen de 500 páginas, se publican, además, poemas de autores extremeños (encabezados por Andrés Trapiello y Pureza Canelo); un amplio análisis de la obra de Javier Cercas; traducciones del portugués Manuel António Pina (a cargo de Antonio Sáez); aforismos de Manuel Neila, José María Cumbreño y Elías Moro; un relato de Eugenio Fuentes; unas páginas de los diarios de José Luis García Martín; un artículo de Manuel Pecellín sobre Ramón Carande; así como una espléndida entrevista de Fernando del Val (que conoce su obra al dedillo) al parco y discreto Hidalgo Bayal, que firma, ya se dijo, un ensayo definitivo sobre la obra landeriana.
Tampoco en la sección “La Torre de Babel” faltan reseñas de autores extremeños.
El próximo martes 28 de marzo se presenta el número en el MEIAC de Badajoz. Su director, Raúl Carlos Maícas, ha tenido la deferencia de proponerme la presentación del acto, un gesto que agradezco. Asistirá, cómo no, Luis Landero, el homenajeado.
Ojalá que nos acompañe el público numeroso que la feliz ocasión merece. Habrá que demostrar a todo el mundo que nuestra pequeña literatura existe. Ah, el que vaya podrá llevarse, como obsequio, un ejemplar de Turia a casa. Será, seguro, una fiesta.



17.3.17

Las acuarelas de Teresa

Mi compañera Teresa Antúnez, de Hoyos, a la que conocí en Las Hurdes cuando uno estaba en el CPR y ella en el instituto de Caminomorisco, expone este mes en La Pausa, la cafetería donde me reúno a veces con Salvador Retana y Santiago Antón (allí conocí a Pedro Burgos) para tomar un té a media mañana. Está regentada por la madre de un alumno y de una antigua alumna, que ahora lo es de mi amigo Néstor. Todo queda en casa. A lo que iba. Teresa muestra un puñado de acuarelas a cada cual más bonita. Una de ellas es la que cuelgo, con su permiso, aquí. Podría titularse (desde mi punto de vista) "Jesús y yo". Sí, se trata de una broma que pretende recalcar las habituales coincidencias, en lo que a la vestimenta se refiere, con otro excelente compañero, Jesús. No se la pierdan. Gracia no les falta.

15.3.17

Un viaje al país de Dickinson

La esperanza es una cosa con alas es el título de una preciosa antología de la poeta norteamericana Emily Dickinson (1830-1886) que publica Ravenswood Books Editorial. Un verso de su poema 254.
El traductor es el poeta toledano residente en Nueva York Hilario Barrero quien, además de verter los misteriosos versos de la prisionera de Amherst, esas "cartas y objetos extraños (que algunos llaman poemas)", como él dice en su breve prólogo, los ilustra con sugerentes dibujos alusivos.
Ha elegido, entre los más breves (la brevedad es su virtud), aquellos que a lo largo de los años ha necesitado verter al español, su idioma materno.
De Dickinson, esa mujer que "de solitaria, de rara, de enferma pasó a ser una de las poetas más importantes de la literatura universal", todo vale. O casi. Por cuantiosa que fuera su inédita producción en vida. No hacen falta elegantes películas ni parciales biografías ni siquiera retratos suyos, "Lo único que nos queda es su poesía". Sobra y basta.
Esta antología, que no deja de ser otra aproximación a ese mundo tan particular como de todos sus lectores, pretende ser "un viaje al país de Emily Dickinson".
Los poemas están tan bien seleccionados como traducidos. Hay verdaderas joyas entre ellos. El 288, el 347, el 478, el 1052, el 1129 ("Di la verdad pero dila oblicuamente. / El éxito radica en el circunloquio."), el 1767, el 1768, el 1774...

686

Dicen que el tiempo alivia,
el tiempo nunca alivia;
un sufrimiento real se fortalece,
como los tendones, con la edad.
El tiempo es una prueba de las dificultades,
pero no una cura.

14.3.17

Vila-Matas dixit

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"El escritor escribe siempre desde un lugar y, al escribir, escribe (describe) al mismo tiempo ese lugar, que no es aquel en el que escribe sino el que lleva siempre consigo, vaya a donde vaya", le dice Vila-Matas a Laura Fernández en una entrevista que le hace para El Cultural, con motivo de la salida de su última novela, Mac y su contratiempo

13.3.17

Néstor y su libro

Buenas noches. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Néstor Hervás, un nombre con aires de pseudónimo literario que siempre me ha parecido perfecto para un escritor. Es posible que nos hubiéramos cruzado antes, en la tienda que llevaba mi padre (de la que su familia era cliente) en Miralvalle, su barrio desde que llegó a Plasencia procedente de San Sebastián, donde pasó buena parte de su infancia, aunque nació en Ciudad Real en 1965. Decía que me acordaba de nuestro primer encuentro. Fue en el patio del colegio público de Galisteo en el que los dos aterrizamos el día 2 de septiembre de 1991, lunes. Estaba apoyado en la pared, con una pierna doblada contra ella, y me extrañó su aspecto: su altura y delgadez, la melena al viento y, sobre todo, las minúsculas calzonas que llevaba puestas, impropias pensó uno, de un maestro, de ahí que lo confundiera con cualquier cosa que no fuera un compañero de trabajo. Venía uno del colegio de Jerte, cansado de los viajes diarios en coche, valle arriba y valle abajo, y por eso acepté una plaza de Infantil, craso error, que me hizo pasar un curso, digamos, tenso. Una vez aclarada la confusión, tras los saludos, me enteré de que era el nuevo profesor de Educación Física. Con Néstor todo fue bien rápidamente. De raro a raro, supongo. O de solitario a solitario. O de nervioso a nervioso. Sí, Néstor es un “tipo peculiar”. Independiente, añade uno, y con criterio. Por eso pocos le habrán visto en saraos literarios, en presentaciones de libros o en las sesiones del Aula. El hecho es que empezamos a compartir tiempo y conversaciones (que ya no han cesado), sobre todo en los recreos, que pasábamos juntos, en actitud peripatética, por aquel ventoso y anchuroso patio, rodeados de críos chillones. Fue cuando descubrí a un entregado lector de Tolkien, al que casi nadie entonces conocía, y un admirador, de ahí su corte de pelo, a lo Sandokán. Mi hijo llegó a creer, cuando era niño, que era un pirata de verdad. 
Desde aquel tiempo, comentaba, no hemos dejado de tratarnos. Compartimos incluso trabajo en otro colegio, el de Montehermoso, donde también comimos opíparamente. Luego él se licenció, cambió de estatus y tuvo otros destinos, como el actual, en el instituto “Gabriel y Galán” y uno se vio enredado en procelosas empresas culturales, tan apasionantes como dañinas, que nos alejaron hasta cierto punto, por más que nunca perdiéramos el contacto.
Néstor Hervás me ha leído con una fidelidad que agradezco y hasta admiro, y uno lo ha leído a él. Sí, porque esta noche asistimos a su estreno como poeta, a la emocionante presentación de su ópera prima, pero en realidad este no es ni con mucho su primer libro. No sé cuántos permanecen inéditos, pero son unos cuantos. Apenas los daba por terminados, me los pasaba y uno le comentaba sus impresiones. Algunos pasaron por algunos premios literarios y llegaron a los comités de lectura de algunas editoriales, pero nunca pasaron esos filtros ni tuvieron la suerte de conseguir ningún galardón, algo que siempre me ha resultado incomprensible. Cuántos bodrios reciben cada año recompensas o se dan a la imprenta sin merecerlo, o las dos cosas a la vez. Todo el mundo, en fin, tiene derecho a ser escritor. No digamos poeta. Ya lo dijo el otro: “Somos demasiados”. Y a publicar siquiera un libro. Por eso alabo la tenacidad de Néstor. Su pasión por la escritura como forma de vida; una manera de ver y de entender el mundo que él compagina con otras aficiones como la ornitología, el senderismo o la bicicleta. Ha comprendido, a pesar de lo que nos cuenten los marwanes y las sastres a la moda, que ésta es una carrera de fondo.
Hay un antecedente, eso sí, que convierte a Hervás en un autor no rigurosamente inédito. Hace once años, Alcancía, la colección placentina tristemente desaparecida, publicó –en edición digital y casi invisible– No solo versos, con ilustraciones de María Jesús Manzanares. Por lo investigado, esos versos han desaparecido de la red. Con todo, que conste.
De entre todos esos libros inéditos que he tenido el privilegio de leer, y de la mejor manera, esto es, la más desinteresada y secreta, destaca éste, La ciudad y los bárbaros, por eso, cuando me anunció su intención de publicarlo y, con ello, la de dejar de ser uno de tantos poetas españoles inéditos, a pesar de que la autoedición o, en rigor, la coedición, nunca ha sido de mi agrado, le animé a llevar a buen puerto esa aventura que, como se ve, arriba aquí, a falta de que otros viajeros –ustedes– se embarquen en ella. Para animarles a que lo hagan, permítanme, permitidme, añadir lo que sigue.
Que Néstor Hervás es un lector cumplido es algo que uno tiene bien confirmado. De otro modo sería imposible que escribiera como lo hace. A lo largo de los años hemos comentado lecturas y hemos intercambiado comentarios sobre obras diversas, de poesía sobre todo. Su mundo literario, que no es sino una secuela del personal o privado, tiene tonos épicos y fantásticos, en el mejor y más hondo sentido del término. 
El libro aparece en la colección Alejandría (de la editorial barcelonesa Oblicuas) lo que, además de hacer ilusión a Hervás por lo que ese nombre evoca, aporta una coincidencia destacable: la de ser ésa la ciudad natal de Cavafis, el poeta griego contemporáneo nacido en la mítica ciudad egipcia a orillas del Mediterráneo, mar literario por excelencia, y que me parece de referencia ineludible al hablar de estos poemas. Una influencia, por cierto, que nuestro autor no oculta.
Un libro bien editado, suelo repetir, empieza por la cubierta. El motivo de La ciudad y los bárbaros es bonito, sugerente, y anuncia lo que viene. Por suerte, tampoco el papel es malo. Que sea breve le aporta unidad. Se abre, tras la doble dedicatoria a su madre y a Raquel: “Mis dos razones de estar aquí”, con una cita del que fuera consejero de Gengis Kan, Qiu Chuji: “Tras las murallas, mi señor, siempre ha habido bárbaros”.
Desde ese epígrafe, lo épico, insisto, es ley. Y de la mano de la épica, lo lejano, lo exótico. En el espacio y en el tiempo. Paisajes y ciudades de imperios y reinos remotos. Batallas, asedios, guerras, campañas que vienen de épocas antiguas. “Arrojados al tiempo”, reza el primer verso del libro. Al tiempo, cabría precisar, y al espacio. Moisés y Josué, personajes bíblicos, están en el principio de esta obra con vocación enciclopédica, de compendio histórico, a pesar de su antedicha brevedad. Desde el antes al después de Cristo. Del remoto pasado a la acuciante actualidad. Pero vayamos por partes. Antes conviene aclarar que Hervás adopta con frecuencia el recurso literario del monólogo dramático, definido por un especialista en la materia, el profesor y poeta Ramón Pérez Parejo, como sigue: "En síntesis, esta técnica consiste en la elección de un personaje (llamado correlato objetivo) tomado de la cultura o de la historia que asume y transmite en primera persona las emociones que el autor real desea expresar. Con ello, el texto consigue alejarse del impudor del patético yo romántico, objetivar las emociones y, al mismo tiempo, crear sorprendentes connotaciones textuales". Aclarado esto, se comprenderá mejor lo que vengo diciendo acerca de esos personajes y otros que vendrán, auténticos protagonistas de estos versos. 
En otras ocasiones, podemos precisar, interpela a éste o aquél y entabla un diálogo con él. 
Hervás pone en labios de Moisés: "Tan solo me arrepiento de una cosa: / las muertes que he causado, / las vidas por mi culpa derramadas". Y luego: "Por eso bien merezco / quedarme sin pisar / la tierra prometida". 
A Josué, por su parte, lo sitúa en Jericó. 
Al leer esos versos iniciales no he podido evitar el recuerdo de un poema espléndido, releído recientemente, con el que estos bien se podrían emparentar. Me refiero a “Saúl sobre la espada”, del cubano Gastón Baquero, un poeta de la estirpe de Hervás al que, por cierto, ignoro si conoce. 
Sobresale el cuidado del lenguaje. De la métrica, en especial. Ese particular ritmo, a base sobre todo de endecasílabos, que Hervás logra imponer a sus versos, tan cercano al tono de lo que se canta y cuenta. Lo hímnico y lo elegíaco como caras de una única forma de decir.
A Alejandro le dedica un poema en cuatro partes o cantos: “Gaugamela”, “Más allá del Indo”, “Muerte en Babilonia” y “Persépolis”. Con Aníbal, aparece la humanidad del guerrero. Del hombre que hay detrás de héroe, del rey, del general: "Las batallas fabulosas que libraste / no fueron otra cosa que una marcha, / con la carne y el orgullo quebrantados / carcomidos por el frío y el cansancio". La lección de Aquiles.
La mención a Cartago me recuerda a Cirlot, otro de nuestros grandes poetas épicos. 
Llega luego César en Alesia ("¿por qué tan gran empeño en batallar?").
Lo narrativo se impone en “Adrianópolis” Y lo legendario, claro. Envuelto todo en ese aire clásico que lo mismo tiene que ver con la literatura griega y latina que con la de nuestro Siglo de Oro. 
“Limes” refleja la lucidez del descreído. La evidencia de que detrás de casi todo hay derrota, desolación, sangre y muerte. La que se aprecia en las ruinas de Itálica que cantara Caro. Aquí, las de Baelo Claudia y Segóbriga, donde el viajero se para a contemplar su estado. En poemas donde brilla la imaginación del que recrea o inventa lo sucedido. No todo es fruto de la lectura o de la visión cinematográfica, indudables fuentes de inspiración de este autor. 
El final de “Yihad” me lleva hasta el judío y vasco Jon Juaristi: “Sí, creímos sin preguntas. / Y ese fue nuestro pecado”.
Un poema al que sigue “Cruzados”. Dos caras de parecida moneda. La religión como conflicto. La santa guerra santa. 
Y de pronto, Gengis, otro mito bélico imprescindible. Y al terminar “Releyendo a Kavafis”, y su famoso poema "Esperando a los bárbaros" (“¿Qué esperamos reunidos en el foro? / Hoy llegan los bárbaros”), un verso revelador: “Ciudades que han comprado vuestro orgullo”. Un verso que me permite hacer alusión a otra de las claves de esta obra: la moral que subyace a estos poemas. Y al moralista, en el mejor sentido, que los ha compuesto. Aquí se defienden antiguas virtudes, muy alejadas de los falsos prestigios que nuestro mundo proclama. Se defiende la piedad, la valentía, el honor... Léase “Hotel Rwanda”, pongo por caso. Cualquier poema, diría. Incluso el título da pistas al respecto. Sí, “Los bárbaros ahora viven dentro”. En el interior de esas simbólicas murallas que tanto significan. Léase también “Nómadas de las estepas”.
“Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta” es otro poema logrado: “Mi mano fue tan solo la herramienta / que otro utilizó para sus fines”. 
Y más allá, Luis XVI pasado por Swift. Y Tolkien en el Somme cavando trincheras. Y los “Argonautas del estrecho”, tristes inmigrantes en pateras. 
Ya al final del libro, en el poema que le da título, sin menciones expresas, San Sebastián (la ciudad) y los de ETA y su entorno (los bárbaros). Por eso me comentaba su lectura de Patria, la exitosa novela de Fernando Aramburu, con tanta pasión. La de “aquellos que callaron frente a tanto”. Fue un testigo.
No, no faltan los sentimientos en este libro, más épico que lírico. Ni un lenguaje cuidado, ya se dijo, que, a veces, opta por el homenaje (en usos acaso anacrónicos) o la parodia (como en “Hijos de Wall Street”). Que no desdeña ni el humor ni la ironía, como cualquier poeta moderno. 
Un modo de decir que se declara a favor de Lope y Lorca, de Aldana (¡cómo no!) y Cernuda, de Donne y Blake, de Cavafis, ya se dijo, y de Szymborska. Que no le hace ascos a Borges. 
Se puede afirmar que Néstor Hervás ha sido un poeta precoz, aunque a la luz pública esa secreta condición haya tardado tantos años en llegar. Va a ser difícil que la crítica le sitúe en tal o cual generación o antología. Poco importa. Lo mismo que si publica o no más libros. Nos basta y nos sobra con esta muestra de su talento. El de alguien que va a su aire y que antepone su libertad y su independencia a cualquier otro compromiso. Uno le alaba el gesto y el gusto. Lo mismo que haría otro rebelde, Sandokán, el príncipe de Borneo inventado por Salgari. 
Me callo. Una poeta a la que admiramos, Emily Dickinson, escribió en uno de sus misteriosos poemas (tomo la traducción de Hilario Barrero): "No hay fragata como un libro / para llevarnos a tierras lejanas, / ni corceles como una página / de saltarina poesía”. Vale.

Nota. Leí este texto el pasado viernes en la Sala del Artesonado de Las Claras con motivo de la presentación de la ópera prima de Néstor Hervás.  

12.3.17

Poesía en Oviedo

Una excelente idea, sin duda. La Librería Cervantes y Trea Ediciones han organizado unos Encuentros con poetas asturianos que tendrán lugar todos los martes del mes de marzo. Estos actos reunirán a tres autores por jornada que serán presentados por José Luis García Martín, coordinador del invento. Se leerán poemas y se charlará con el público.
El próximo martes intervienen Melquiades Álvarez, César Iglesias y Ricardo Labra. 
Con lo animado que está el patio lírico en Asturias, y más en Oviedo, el éxito está garantizado.