11.3.24

Álex Susanna dixit


No ha dejado nunca de escribir poesía, le comenta Francesc Bombí-Vilaseca a Álex Susanna en una entrevista de La Vanguardia con motivo de la publicación de un nuevo dietario, La dansa dels dies, y de su último libro de poemas, Tot és a tocar. El poeta catalán, que se confiesa enfermo de cáncer, contesta: "La poesía está muy vinculada a experiencias que suponen algún tipo de revelación, de iluminación, de epifanía, y estaremos de acuerdo en que a medida que pasa el tiempo las posibilidades de tener revelaciones son menores y eso explica que el ritmo de escritura poética decaiga. Por otra parte, a diferencia del dietario, que escribo cuando quiero, el poema más bien es él quien llama a la puerta, de modo que, y hace muchos años que lo digo, si al cabo del año he conseguido escribir 4 o 5 poemas, ya me doy por satisfecho. Es que no hace falta más. Frente a autores que caen en una especie de incontinencia, sobre todo hacia el final de sus vidas, yo soy de la opinión que por una parte un exceso de producción puede estropear la voz poética, como dijo Montale, y por otra, como decía Gil de Biedma, por cada cinco o seis poemas que dejes de escribir, quizá escribirás uno bueno. Quiero rehuir esta incontinencia o verborrea en la que grandes poetas han caído. No tengo ningún interés en eso". 
Más adelante, el periodista alude a la acción de "recortar", a propósito de un comentario anterior donde Susanna se preguntaba retóricamente: "Los poetas que más nos gustan, ¿por cuántos poemas nos gustan?". Recortar, "sí, y callar y solo escribir cuando realmente no puedes evitarlo. En eso soy un poco rilkeano, creo que uno de los consejos principales que da en las Cartas a un joven poeta es 'deja de escribir, escribe solo cuando no puedas dejar de escribir'. Entre un poeta y sus lectores tendría que haber un cierto síndrome de abstinencia, porque el caso contrario lo he visto en nombres muy potentes, como el mismo Estellés, Brossa, Miquel Martí i Pol, o incluso el último Margarit. Llega un momento que piensas: 'Tranquilizaos', porque no me hace ninguna ilusión un libro nuevo, si aún estoy digiriendo el anterior, eso no tiene ningún sentido. Ferrater, Gil de Biedma, Larkin o Kavafis, cuatro poetas que han pasado a la historia, escribieron tres libros y un centenar de poemas. Más que suficiente".

NOTA: La fotografía que ilustra esta entrada es de Ana Jiménez, para La Vanguardia.

9.3.24

Cuatro nuevas entregas de "El Pirata"

La colección didáctica El Pirata, de la Editora Regional en colaboración con el Grupo de Investigación de Literatura Infantil y Juvenil de la Universidad de Extremadura, sigue adelante y uno lo celebra. Cuatro nuevas entregas (cada vez mejor diseñadas) llegan a las librerías. Se trata de las antologías de Catalina Clara Ramírez de Guzmán (Llerena, 1618-1684 u 85), Luis Álvarez Lencero (Badajoz, 1923-Mérida, 1983), Carmen Hernández Zurbano (Salamanca, 1976) y Basilio Sánchez (Cáceres, 1958). 
Las dos primeras están ilustradas por Mayte Alvarado y las otras por Leticia Ruifernández

Para muchos, la poesía de la llenerense Ramírez de Guzmán, irónica y burlona, será una sorpresa. Tampoco creo que sea muy conocida la comprometida obra de Lencero, forjador y poeta, que con Jesús Delgado Valhondo y Manuel Pacheco forman el trío más conocido de la poesía extremeña de postguerra (los "cabezones" de la escultura pacense situada en la glorieta que hay bajo la Alcazaba, junto al Guadiana). Más interesantes me parecen los florilegios de Hernández Zurbano y Basilio Sánchez


La primera acota la muestra a los años 2011 y 2021. Por cierto, quiero llamar la atención sobre un libro suyo que acaba de publicar La Moderna (Los libros de Olimpia. Colección de narradoras y ensayistas secretas): Tengo la barriga cuadrada y la cabeza llena de lombrices donde se mezclan el diario, la poesía, el ensayo y la antropología, lo que da como resultado un libro singular que me ha sorprendido muchísimo. Por cómo está escrito (¿será verdad que la mejor prosa la escriben los poetas?) y por la lucidez que arroja cuanto dice. Sobre la enfermedad, su oficio de médico pediatra, la situación de la sanidad pública, la condición femenina, etc. Me extraña, en fin, que la repercusión haya sido tan escasa, más allá de que la editorial que lo publica sea pequeña e independiente. 

Descubrir a estas alturas la poesía de Basilio Sánchez resulta un despropósito, si bien nunca está de más volver sobre ella, sobre todo si, como en los casos anteriores, los poemas vienen acompañados por sugerentes y logradas ilustraciones. 
Ojalá los jóvenes estudiantes, verdaderos destinatarios de la colección, se acerquen a estos libros. Eso sí, me temo que la complicidad de sus profesores será necesaria. Ánimo.

7.3.24

La belleza del viaje

Sobre el azar del mapa
 se articula en torno a la reelaboración de los recuerdos suscitados por dos viajes, uno a Sofía, la capital búlgara, y otro a Grandson y Ginebra en Suiza. Recordar es volver a pasar por el corazón y es justo eso lo que lleva a cabo Álvaro Valverde en los poemas que conforman las dos partes del libro, Cuaderno de Sofía y Cuaderno suizo. Al volver a pasar por el corazón y al transformarse en materia poética la memoria se (re)inventa, manteniendo a la vez la precisión, rasgo determinante de la poesía, como tan acertadamente señalaba Joan Margarit.
Según señala el autor en el epílogo, el hecho que los poemas de ambas partes no tengan título sino que se sucedan numerados "dan a entender que son fragmentos de un poema único". La continuidad apunta a la construcción de un efecto de fluidez, a la elaboración de un lugar mental simétrico al geográfico, un lugar que es a la vez un tiempo (el tiempo interior en el que recreamos o revivimos el tiempo físico de un viaje).
Cuaderno de Sofía da cuenta de un viaje de invierno y eso es importante. En las ciudades del este de Europa la nieve, tan presente aquí, es un elemento decisivo del imaginario urbano y también sentimental: "Cae la nieve/ con esa parsimonia que le es propia/ a este tiempo feliz e intempestivo". La imagen de un árbol deshojado, impresionante en su fragilidad, "deslumbra": "Desde el hotel,/ un árbol deshojado/ sostiene su belleza/ en esas ramas/ dibujadas de blanco/ por la nieve./ Contra los muros grises/ nos deslumbra". La poética del fulgor es fundamental en Sobre el azar del mapa: los recuerdos refulgen como fotografías vívidas, alumbran el fluir vital con su fogonazo en un perpetuo presente. Cabe destacar en este sentido que el tiempo de los poemas es el presente, que se describen las imágenes como se estuvieran contemplando en el mismo momento de su escritura, construyendo así un efecto muy eficaz.     
Al viajar aprendemos "que se hizo la distancia/ para amar lo recóndito", que ciudades lejanas destilan un imaginario afectivo que envuelve nuestra intimidad, un imaginario podemos incorporar a nuestras geografías interiores. Si desde Rimbaud sabemos que Je est un Autre, la vivencia del viaje nos proporciona de manera corporal la sensación de llevar en palimpsesto la propia ciudad al recorrer una distinta y la experiencia y el sueño de ser otro: "Lleva uno a otra ciudad/ su ciudad dentro./ Con ella la compara./ En ella sueña/ ser siquiera unos días/ alguien que es otro". El paisaje urbano es inseparable de la historia colectiva, que juega un papel destacado en Sobre el azar del mapa, especialmente en Cuaderno de Sofía: "Aquí en la periferia,/ que es donde las ciudades se confunden,/ aprecia uno a las claras la fealdad/ de esa arquitectura comunista/ que encontramos también en las afueras/ de Bucarest, de Praga o de Varsovia./ La tosquedad opuesta a la belleza". Una desoladora historia que proyecta sus sombras sobre el presente, cuya luz es "precaria y triste" y construye la melancolía como rasgo definitorio del ambiente: "Sin embargo, es la melancolía/ el verdadero genio del lugar./ El presente proyecta una sombra pesada/ que oscurece la espera de un amable mañana./ No basta con soñar lo que es posible".
Si en Cuaderno de Sofía leemos "Toda vieja ciudad guarda un secreto./ También esta", el secreto es también un núcleo de significación fundamental en Cuaderno suizo: "¿Qué secretos esconden esos cuartos/ donde vive el misterio de la noche?". El secreto es consustancial a la poesía (cabe recordar en este sentido que Joan Margarit hace unas magistrales reflexiones sobre el misterio y la poesía en su ensayo Un mal poema ensucia el mundo). Estamos hechos de tiempo ("una música que es tan enigmática/ como este tiempo del que estamos hechos") y vivimos en la casa de la poesía: "Si la poesía es una casa/ esta es por demás habitable". Incluso los trayectos que no recorrimos se convierten en materia poética: "Añoro ahora el paseo que no di/ por la orilla del lago Nêuchatel". 
Al recorrer Ginebra se reviven las huellas de autores como Borges, Costafreda, Sucre, Zambrano, Valente, Gimferrer o Duque, se toma conciencia en los magníficos versos finales de que se trata de "Tonos de la poesía, delicados,/ y por eso capaces de rendir la derrota". Sobre el azar del mapa es un libro de una belleza sobria y serena, una melancolía vital y luminosa.  

Ioana Gruia

infoLibre. 6 de marzo de 2024 

5.3.24

Fin del expurgo

Un mes después, así está el trastero que alquilé. Casi lleno. Su capacidad: 3,5 metros cuadrados. Se puede decir que he terminado con el expurgo de la biblioteca. Ha sido duro, y no sólo por lo que cuesta desprenderse de libros y revistas. He acarreado muchas cajas. Y cómo pesa el papel impreso. Por eso suele ser lo peor de las mudanzas, bien lo sé, algo que se evita la mayoría de los españoles a tenor de los resultados de los índices de lectura. 
Muchos viajes, sí, hasta el polígono, en un coche transformado en ocasional furgoneta. Otra cosa no, pero al menos maletero...
Ya sólo queda ordenar algunas baldas, reunir las obras de determinados autores que admiro especialmente y, me temo, meter en cajas (gracias, Álvaro; gracias, Paco) algunas cosas más. Revistas, por ejemplo. Y más papeles. El dilema es qué mantener; decisiones que a quien lea le parecerán inanes pero que a uno le han desvelado algunas noches. 
Ah, las novelas expurgadas no han ido a parar al trastero. Van a ser donadas. Tendrán nuevos lectores, y eso me alegra. Me he quedado con muy pocas. Nunca fui un lector habitual de narrativa, a qué negarlo. Y si la biblioteca, como dijo Manguel, es una suerte de autobiografía, quiero que la de uno se parezca, sin trampas, a quien la formó. A estas alturas de la vida...
Algo ha ido a parar a la basura. Al contenedor azul. Poco. Libros, ninguno. Y no ha sido por falta de ganas, que conste. Me alivia saber que ya no están aquí. Es bastante. 
En los últimos años, por aquello de la crítica, ya no decidía uno qué entraba en casa. O no siempre. Por eso, y por tantos años de lectura, esta era ya una biblioteca ingobernable. 
Sigo dándole vueltas a qué hacer con esas cajas y con lo que permanece aquí. Eso que, pomposamente, compone el legado de uno. Además de libros y revistas, fotografías, correspondencia y demás documentos del desordenado archivo. Los lectores de Trapiello tememos ese final que tantas veces ha descrito en las páginas de sus diarios: la liquidación total. En el Rastro o en cualquier otro baratillo. O ni eso. Tampoco me gustaría dejar ese engorro a los míos.
Gonzalo Hidalgo Bayal se ha referido más de una vez a que quienes no nacimos a biblioteca puesta -la inmensa mayoría de los españoles que llegamos al mundo antes de los setenta del siglo pasado- hemos ido acumulado al cabo de los años, apasionadamente, demasiados volúmenes. Aquellas carencias propiciaron, seguramente, estos excesos. No me arrepiento. Nunca me consideré un coleccionista. Ni un bibliófilo. Han sido libros buscados y leídos, salvo las referidas excepciones. Ahora me rodean los que más quiero y hasta es posible que localicé tal o cual, lo que no resultaba nada fácil hasta hace treinta días. Un alivio. La satisfacción supera con creces a la pena. Laus Deo.

4.3.24

El mejor tributo

Hace treinta años que Moreno (Alicante, 1964) publicó su primer libro. Le han seguido quince. Los últimos, Unos días de invierno, Más de mil vidas y Lo inesperado. En Intervalo reunió su poesía y en El viaje de la luz la antologó. También ha publicado prosas: diarios, crítica… Las más recientes, Estar no estando (Un viaje extremeño), El sueño de los vencejos y Visita de año nuevo.
Su poesía confirma, en palabras de Trapiello (uno de sus editores), que “la naturalidad es a menudo la facilidad de lo difícil”. Y no es sencillo hablar del alma (“Porque escribir es eso: oír el alma”). Ni de “lo invisible”. Menos aún hacerlo con humildad (“Hacia esa pequeñez que transfigura / en transparencia todo cuanto existe”) y cercanía. Una gota de agua, por ejemplo, motivo del deslumbrante primer poema. Y la colada, una tormenta o gorriones. Hay que “detenerse a ver bien sin prisa alguna”. Situarse ante “la realidad, que nunca nos espera, / porque siempre amanece extraña, incógnita”. Desde una ventana. “Un ojo es luz / mirándose a sí misma”. “Escuchas, ves, atiendes”. Eres “testigo”. Porque ”quizá la noche exista / sólo para que suene / el eco de ese autillo”. Antes de que desaparezca para siempre “la estela blanca de los años idos”.
Ocupa la segunda parte, un extenso monólogo dividido en dieciséis fragmentos, escrito, diría, en estado de gracia. Se ajusta a la cita de Machado que lo abre: “Converso con el hombre…“. Un Dios, al que habla, sí, pero al que también niega y refuta. Ausencia y presencia: “oírte cerca y nunca darte alcance”. “Cada día converso con mi muerte”, escribe, aunque la “ignoro”. “Mi fe son mis sentidos escuchándote”, revela.
Leemos que con Al Dios sin nombre “su autor concluye la publicación de poemas”. Lástima. Eran su “espejo”.
 
Al Dios sin nombre
Antonio Moreno
Cálamo Ediciones, Palencia, 2023. 64 páginas. 12 €

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.

2.3.24

Conversando sobre Tánger


El hispanista marroquí Najmi Abdelkhalak ha publicado en la editorial Diwan un valioso libro para cuantos sentimos fervor por la ciudad de Tánger. Su título, Conversaciones secretas sobre Tánger. Con españoles tangerinos, cabe precisar. Treinta y uno en total. 
En el prólogo, Carmen Ruiz Bravo-Villasante alude a cómo la llegada a esa "ciudad-puerto" supone para el viajero un auténtico "rito de paso". De "viaje iniciático" habla Gonzalo Fernández Parrilla. Tan cerca, tan lejos. 
En la introducción, el autor la sitúa como una verdadera ciudad literaria (algo que corroboran el 99% de los entrevistados) y enumera algunas obras que confirman esa afirmación. Añade algunas pinceladas útiles acerca de la historia de Tánger, en especial de la más cercana, la que se refiere al periodo del Estatuto Internacional; su edad de oro, digamos. 
"El objetivo principal de este trabajo (...) es enfocar la ciudad protagonista de las obras españolas durante el último cuarto de siglo", concreta.
La nómina de entrevistado es esta: Cristina López Barrio, Iñaki Martínez, María Dueñas, Sergio Barce, Antonio Pau, Javier Valenzuela, Consuelo Hernández, Salvador López Becerra, Farid Othmán Bentría Ramos, Luis Molinos, Nuria Ruiz Fernández, Ramón Buenaventura, Pablo Cerezal, Bernabé López García, Pedro Martínez Montávez, Leopoldo Ceballos, José Luis Barranco Pérez, Alberto Gómez Font, Jesús Alfredo Díaz García, Sonia García Soubriet, Rosa Amor del Olmo, Víctor Pérez Pérez, José María Lizundia, Gonzalo Fernández Parrilla, Lorenzo Silva, Jesús Cabaleiro, Rocío Rojas-Marcos, Encarna Cabello, Isaak Begoña, Alfonso Armada y Verónica Aranda. Escritores, pintores, profesores, abogados... A todos les une el amor a Tánger y todos, o casi, han vivido allí. Algunos, además, nacieron en Tánger.
Hay entrevistas más sustanciales que otras, como es obvio, por lo mismo que hay personajes interesantes y quienes me lo parecen menos. A veces, una cosa y la otra no encajan. Por ejemplo, mis expectativas eran muy altas en lo que respecta a la conversación con Antonio Pau, autor de la estupenda Tánger entonces (Comares), y sin embargo... Demasiado lacónico. Lo mismo me pasó con Lorenzo Silva, que se centra en la guerra del Rif, donde fue soldado su abuelo. 
Sin afán exhaustivo, destacaría lo dicho por el periodista Javier Valenzuela, el de la famosa Tangerina; por la extremeña Consuelo Hernández, hermana, por cierto, de Felipe, profesor y músico, íntimo amigo de Gonzalo Hidalgo Bayal y hervaciano de pro, que aporta mucha y valiosa información acerca de pintores de tema tangerino (Fortuny, Tapiró, Bertuchi, Fuentes, Hernández, Bravo), como ella, así como de su amistad con Chukri; por Ramón Buenaventura, autor de una novela imprescindible: El año que viene en Tánger; por los acreditados arabistas López García y el fallecido Martínez Montávez, un maestro: "Tánger es tanto una realidad múltiple objetiva como una realidad múltiple subjetiva"; por Leopoldo Ceballos, que vivió en el bulevar Anteo y conserva la memoria de un Tánger que me resulta familiar; por Alberto Gómez Font, que sabe del amor fou por la ciudad, una suerte de femme fatale; por Víctor Pérez, que confiesa: "lo que más echaba yo de menos en Tánger era chubakía" (dulce típico), y cuenta que llegó a conocer a Ángel (Antonio) Vázquez, el autor de un libro que planea constantemente por este libro y que no dejan de mencionar unos y otras: La vida perra de Juanita Narboni, una obra que contiene a esa ciudad tan inolvidable como perdida; por Lizundia, un tanto híspido, quien entra en otro asunto clásico tangerino comentado por casi todos: el de Bowles y los Beat que por allí pasaron y distingue entre "hacer literatura de Tánger" y "hacer Tánger", además de defender a Rey Rosa como quien mejor ha recreado a Tánger en forma de libro; por el citado Fernández Parrilla, estudioso de la literatura árabe, que a la reiterada pregunta de si la considera una ciudad literaria, responde: "Tánger es ya, con toda su proliferación textual, una suerte de cronotopo literario"; por Rocío Rojas-Marcos, otra presencia inevitable si de tangerinidad se trata, siquiera sea por su Tánger, la ciudad internacional, una obra imprescindible; por el periodista Alfonso Armada, que también ha tenido y tiene mucho que decir de ese lugar de la realidad y del mito, lo mismo que la poeta Verónica Aranda, de la que prologué su tangerino Café Hafa
En las conclusiones, Najmi Abdelkhalak reitera, entre otras cosas, la condición de ciudad literaria (que avala con la enumeración de numerosos escritores) y subraya que se ha impuesto incluso como moda literaria, siquiera sea por la cantidad de títulos recientes (no todos salvable, según creo), ante todo novelas, que se sitúan allí. Obras narrativas, sí, pero también memorialísticas. Si algo caracteriza a los tangerinos, en especial a los de la diáspora, la inmensa mayoría, es su capacidad para la remembranza. No me extraña, si los que vamos de paso no la olvidamos, que decir de los que han vivido en ella. 
Cierra el volumen una práctica bibliografía de "obras españolas sobre Tánger". De alguna ya he dado buena cuenta, aunque no ha sido fácil encontrarla. 
Vislumbro que habrá nuevas conversaciones sobre Tánger. Secretas o no. Esa ciudad es, por definición, infinita. Y un libro en sí misma. 

18.2.24

Sólo pintura

 


Escribí en una ocasión que no hay nada más concreto que lo abstracto. Tal vez podría darle la vuelta al dístico y decir que no hay nada más abstracto que lo concreto. Puede ser. Me ha venido esta reflexión a la cabeza tras contemplar los cuadros de Felipe Boizas, donde realidad e imaginación, sueño y vigilia, se dan la mano sin sucesión de continuidad. De golpe, además, el color. Los colores, para ser más exactos. Y una impronta: sobre todo en algunos, la herencia de Rothko. O el homenaje.
Me dejo llevar por la intuición: no soy crítico de arte. Ni siquiera un conocedor. Me gusta la pintura, eso sí. Y esta lo es: “Sin títulos, sólo pintura”, que me parece un rótulo magnífico para intentar nombrar lo que no tiene nombre. O para describir sin ambages lo que se busca.
Se deja uno llevar por los tonos, las texturas, las imágenes y cuanto ellas sugieren. No creo que el pintor espere más del perplejo espectador que se para delante de cada una de sus obras. Azules y amarillos le llevan a un paisaje. Aquella pincelada, a un gesto japonés, con aires caligráficos, que viene de muy lejos, en el espacio y en el tiempo. Ciertas líneas a tenues geometrismos.
No faltan ni la sutileza oriental de lo que apenas se revela ni la fuerza que procede de los trazos decididos y las coloraciones oscuras. Aquí atisbamos figuras; allí, una ventana. Con todo, es el color –el rojo, por ejemplo, tan presente– quien orienta los pasos del viajero en este itinerario misterioso. Sólo pintura. Nada más. Nada menos.
 
Plasencia, enero de 2024



16.2.24

Premio




PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN”

 

La “CASA-MUSEO GABRIEL Y GALÁN” de Guijo de Granadilla (Cáceres) convoca el XXXIX Certamen regido por las siguientes bases.

1ª Podrán optar al PREMIO DE POESÍA “GABRIEL Y GALÁN” todos los poetas de habla española que lo deseen, con originales inéditos escritos en Lengua Castellana o Dialecto Extremeño.

 

2ª Los premios se distribuirán del modo siguiente:

Primer premio dotado con 600 € y placa conmemorativa.

Segundo premio ó accésit de 450 €.

 

3ª Las composiciones serán de tema libre, extensión máxima de ciento cincuenta versos.

 

4ª No podrán participar en el Certamen los poetas que hubieren obtenido el primer premio hasta que hayan transcurrido cinco convocatorias.

 

5ª Los originales deben presentarse escritos a máquina u ordenador, a doble espacio y por cuadruplicado. 


Se enviarán a la siguiente dirección:

                                  

PATRONATO CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”

Plaza de España, 11 – Tlf. 927 439082.

10665 GUIJO DE GRANADILLA (Cáceres) España.

 

6ª El plazo de admisión de trabajos finalizará el día 26 de abril de 2024.

 

7ª Cada autor podrá presentar un solo trabajo y no serán devueltos los que se reciban ni se mantendrá correspondencia sobre ellos.

 

 8ª Se utilizará, preceptivamente el sistema de “lema” y “plica”.

Serán eliminados los poemas que permitan de alguna forma la identificación del autor.

 

 9ª El fallo del Jurado será inapelable y se dará a conocer en mayo en Guijo de Granadilla, durante los actos que se celebran con motivo de la Fiesta de Exaltación de la Poesía, será el segundo domingo de mayo.

 

 10ª La CASA-MUSEO se reserva el derecho a la publicación de los trabajos presentados.

 

11ª Cualquier duda en la interpretación de estas Bases será resuelta por el Jurado de forma inapelable.

 

12ª El hecho de concurrir a este Premio supone la aceptación de las presentes Bases.

                                           

GUIJO DE GRANADILLA, 5 de febrero de 2024.
CASA-MUSEO “GABRIEL Y GALÁN”

9.2.24

Biblioteca empaquetada

Esta vez va en serio. En un trastero, parte de mi biblioteca empaquetada. Y lo que queda. Esta tarde he bajado ocho cajas más. No sé si el espacio dará de sí todo lo que necesito. Apenas si he iniciado el último expurgo. Qué tarea. Tan grata (cuántos redescubrimientos) como ingrata (me cuesta desprenderme de algunos libros). Seguimos.

5.2.24

Matar al dragón


Anay Sala nos envía a algunos, cada lunes a primerísima hora, un poema. Viene con una cita (la de hoy es suya: "Métete en mis asuntos") y una canción ("It's Raining Men", de The Weather Girls, en este caso). 
La elección de esta mañana, unos inquietantes versos de Amalia Bautista, me ha parecido especialmente feliz. Muy del momento, diría. 

MATAR AL DRAGÓN

Ha llegado la hora de matar al dragón,
de acabar para siempre con el monstruo
de las fauces terribles y los ojos de fuego.
Hay que matar a este dragón y a todos
los que a su alrededor se reproducen.

Al dragón de la culpa y al dragón del espanto,
al del remordimiento estéril, al del odio,
al que devora siempre la esperanza,
al del miedo, al del frío, al de la angustia.
Hay que matar también al que nos tiene
aplastados de bruces contra el suelo,
inmóviles, cobardes, desarraigados, rotos.

Que la sangre de todos
inunde cada parte de esta casa
hasta que nos alcance la cintura.

Y cuando ese montón de monstruos sea
solo un montón de vísceras y ojos
abiertos al vacío, al fin podremos
trepar y encaramarnos sobre ellos,
llegar a las ventanas, abrirlas o romperlas,
dejar que entren la luz, la lluvia, el viento
y todo lo que estaba retenido
detrás de los cristales.

Ilustración: Un dragón alado (detalle) en un bestiario, 1278-1300, iluminador desconocido, franco-flamenco. Colores al temple, pluma y tinta, pan de oro y pintura dorada sobre pergamino, 9 3/16 × 6 7/16 pulg. Museo J. Paul Getty, Sra. Ludwig XV 4, fol. 94. Imagen digital cortesía del Programa de Contenido Abierto de Getty

Valentí Puig dixit


Iñaki Ellakuría le comenta a Valentí Puig al principio de su entrevista en El Mundo: "En la calle donde vivo, alguien deja, de tanto en tanto, decenas de libros que suelen permanecer allí horas, si no días, sin que ningún transeúnte los coja o les preste la más mínima atención", y el moderantista escritor palmesano responde: "Estamos en una crisis de la palabra. De la palabra escrita como forma de civilización. Hemos pasado el umbral de la crisis y estamos más bien en un punto de mutación, sin que nadie se atreva a dar un diagnóstico sobre a dónde vamos. La aceleración es tan grande desde los años 60, en términos culturales, morales, sociales, que ha provocado una cierta desintegración progresiva que afecta mucho al concepto y uso de la palabra. El lector de libros está desapareciendo, es una secta. Después habría que analizar qué se lee, porque una cosa es la literatura y otra el manual de resistencia, de autoayuda o de entretenimiento".
A continuación, Ellakuría pregunta: "¿Ese proceso de desintegración favorece la polarización, el clima de beligerancia política y social?", y el autor de L'home de l'abric contesta: "Cuando se pierde el significado de las palabras, su propiedad, las sociedades entran en una desorientación a veces destructiva. Pasa hoy en día, cuando es obvio que la palabra diálogo ya no significa nada. Esa obsesión del nuevo periodismo y la política de estar refriéndose a contextos, cuando hay palabras que tienen un significado por sí mismas. Pero hoy estamos contextualizando permanentemente el significado de las cosas, que es una manera de relativizarlas. Esto en política es una cuestión diaria. ¿Sabemos realmente qué significa amnistía? ¿Y diálogo? Hay que hablar, pero sobre todo hay que tener referentes claros sobre el significado de las cosas; y me temo que la aparición de una cierta convulsión política, producida por una emergencia de los extremos, ha contagiado a los partidos que estaban en el consenso central. El caso del PSOE es clarísimo".

NOTA: La fotografía es de Jordi Cotrina, para El Periódico.

4.2.24

Ya eres el final de tu ficción

Los expedientes de la madrugada
Felipe Benítez Reyes
Visor, Madrid, 2023. 76 páginas. 
 
Un jurado de lujo compuesto por los poetas Luis Alberto de Cuenca, Gioconda Belli, Antonio Lucas y Álvaro García, presidido por Fernando Aramburu (que acaba de reunir su poesía completa), donde no faltaba el editor, Jesús García, concedía a este libro el nuevo premio Marpoética, convocado por el Ayuntamiento de Marbella, como, por cierto, el pretérito Juan Carlos I, que cualquiera se atrevía a resucitar.
Más allá de las lógicas secuelas, la edad puede ser un problema para un poeta que ya ha cumplido los sesenta y tiene a sus espaldas una larga y fructífera trayectoria, no sólo poética. Más si, como hace al caso, publica con frecuencia. Las últimas entregas de FBR son Un mentido color, de 2021, y La ocasión y el homenaje, premiado con el Hermanos Machado este mismo año. Inquieta la temible amenaza de la repetición, sobre todo; un peligro que, con sobrado oficio, el de Rota sortea.
A “esas madrugadas que a veces se prolongan todo el día y a veces durante toda la vida” hace referencia el título. Ya allí, los expedientes que el poeta lleva a cabo en forma de poemas. El primero sitúa la escena: “Vuela tú, mi canción, que iré contigo”. No sin antes aceptar “el final del espejismo”, sin asumir que “esta grandeza / lo es precisamente por efímera”. La canción del “sin porqué, / cuando mi vida va más lenta ya que el tiempo”. Un tiempo que le huye (lo suyo también es una huida: “Vas por dentro de ti como quien huye / de lo que va buscando”), obsesión a la que dedica la parte más reflexiva y medular del volumen sin que nunca asome, a pesar de la gravedad del asunto, atisbo alguno de solemnidad: “Aniversario”; “El reloj nuevo”; “El espejo”: “Y cualquier día, / cerraremos los ojos para siempre, / y estaremos también en un espejo, y poco más”; la variación del soneto “Ao tempo” de ¿Sá de Miranda?: “Qué rápido vas, Tiempo, sí, / hasta que llega la desventura”; “In Arcadia”; el borgeano “Las derivas”, etc. “Miras ya el tiempo pasar como si nada”, escribe.
Y porque el tiempo es memoria (“¿Qué recuerda la Memoria, / y el Olvido qué olvida?”): la niñez, por un lado. En “Episodio de infancia” (lo anecdótico elevado a categoría) o en “Infancia” (el temprano peso de la culpa). Por el otro, la muerte: “El tránsito” (“Lo peor de la muerte es conocerla / desde mucho tiempo antes de morir”), “Tanatorio municipal”, el día que murió Jimi Hendrix (él tenía 10 años), “Las muertes sucesivas de John Keats”, “Los ausentes”, etc.
La identidad, esa confederación de almas pessoana a que aludió Tabucchi, es otro tema capital. El diálogo consigo mismo es constante. Pese a que “Tampoco sé muy bien quién soy conmigo”. De ahí el uso del tú cernudiano, que aporta distancia y confidencialidad a la vez: “Estás más en lo adverso / que en la conciliación de los muchos que has sido”. Al fondo, la humanísima voluntad de entender quién se es.
Al Benítez Reyes más ingenioso le debemos poemas como “Divagación acuática”, “Heroica” (intemporal, va de un tirano), “Oda a los empleados madrugadores”, “Fantasmas en el café restaurante Martinho da Arcada” (una larga estancia en Lisboa aporta un tono melancólico al conjunto), “Apuntes para la construcción de un templo”, “Égloga de la biblioteca” (donde aflora el incansable lector), el lunero “Hablar en plata”, etc.
Muy emotivo resulta “Los dos ancianos” (sus padres): “Ellos son la antesala de un tiempo que vendrá: / están anticipándote”.
Si el primer poema servía de prólogo, el último es un perfecto epílogo: “Porque esto se acaba. // Ya no tienes el tiempo de tu parte. // Ya eres el final de tu ficción”.

NOTA: Esta reseña se ha publicado en EL CULTURAL.



2.2.24

El planeta de los eximios


"Los hay que necesitan recordarse a sí mismos en cuanto pueden hacerlo. Se autocitan, se embadurnan de titulaciones, se asperjan con incienso disimuladamente (pero dicen después que era ceniza y ponen cara de penitentes), exhiben avisos de sus logros. A toda costa quieren entrar en la tribu a codazos, agitándose para ser reconocidos y figurar en esa película de la que desean formar parte cuanto antes". 
El planeta de los eximios. Tomás Sánchez Santiago, Los cuadernos pálidos.

LISTA DE PROPÓSITOS DE UN PAZGUATO 
PARA EL NUEVO AÑO

No esperar ya nada.

No aspirar ya a nada.

No inspirar ya a nadie.

No rechistar.

No ocupar sitio.

No robar aire a ninguno.

No estirar mi sombra más allá de mí mismo.

No traficar demasiado con nombres.

No hablar mucho: cuidar de la saliva como de un bien escaso.

Ir nada más allá donde no me llamen.

No respirar, casi ni respirar.

Buscar de vez en cuando la luz del norte. Para no olvidarla.

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NOTA: La fotografía es de Luis Marigómez, de la serie Flujos.

29.1.24

De alguna manera...


La dichosa expresión causa estragos. Su uso es tan mayoritario como insoportable. Deberían declararlo ya pandemia. No hay político, periodista, tertuliano o mindundi en general que no la suelte veinte veces por minuto. Hagan la prueba. Intenten captar la muletilla en televisión o en los textos escritos. En las entrevistas, florece. Lo peor es que, una vez que caes en la cuenta de su empleo abusivo, cada poco tropiezas con el dichoso dicho y no deja de ser una tortura. Al cabo, es una prueba más de la situación de pobreza mental en la que languidecemos. Donde todo se dice o se escribe o se hace "de aquella manera". La sinsustancia que nos aqueja. A diestra y a siniestra. Sí, la utilización del lenguaje nos delata. Y hasta qué punto. 
Antonio Comas Puig escribía hace diez años en La Vanguardia: «Pues bien, “de alguna manera" no es nada, porque las cosas son blancas, negras o grises; grandes, medianas o pequeñas; claras, tenues u oscuras; buenas, regulares o malas. “De alguna manera", a mi modo de ver, sólo indica falta de recursos en la expresión y en el lenguaje o, lo que es peor, eludir o no querer pronunciarse sobre un tema, o no indicar lo que se piensa de lo que es o puede ser un asunto, ignorar hacia dónde se decanta un proceso y adónde puede conducirnos».
"De alguna manera tendré que olvidarte", cantaba Aute. Tampoco parece fácil olvidarse de este latiguillo. En fin, que Ferlosio y Bayal nos perdonen. Me incluyo porque uno, ay, también usó la recurrente expresión alguna vez. Mea culpa.

26.1.24

Náufragos 7


Salvador Retana es hombre discreto y paciente, firme en sus convicciones y tenaz en sus propósitos. El rigor es para él fundamental. Una de sus muchas aventuras, casi todas secretas, es la del proyecto Náufragos. Tiene mucho que ver con su faceta de editor. De La Rosa Blanca
Ha venido uno dando cuenta aquí de las sucesivas entregas de estas cajas que contienen textos inéditos lanzados, digamos (no sin cierta pompa), al proceloso mar de la existencia. 
"Los mensajes de esta compilación -explica Retana- van dentro de una botella metálica y precintada como pecios de un naufragio. Nada se sabe de su contenido. Los autores son náufragos por naturaleza y solo ellos pueden dar cuenta de su aventura, del viaje sin retorno, del destino incierto. por misteriosos cauces, la edición ha venido con el tiempo a desembarcar en el proceloso mar en el que todos estamos naufragando". 
Pian pianito ha llegado ya a la séptima entrega y me consta que hay otras dos muy avanzadas. 
En esta, dos poetas y una estudiosa de la poesía; hija, a su vez, de un gran poeta. Me refiero a Olvido García Valdés, Ada Salas y Amelia Gamoneda. Las dos primeras ofrecen poemas nuevos y la profesora Gamoneda un texto de poética. Allí leemos: "La poesía –presencia y existencia que buscan un lenguaje– es reticente a la abstracción y al lenguaje común. Pero no hay poesía sin lengua".
Y naufragar me es dulce en este mar, diría uno, infinitamente, con Leopardi.

24.1.24

Anterianamente: una muestra de poesía azoriana


Sí, es imposible dar cuenta de todas las novedades que llegan. Me refiero a las que merecen la pena, que, claro está, no son todas. Esta llegó el pasado mes de julio, un mes, puedo asegurarlo, bastante complicado para mí. Por suerte, las novedades de valor no están sujetas a la actualidad, por eso se puede hablar de ellas en cualquier momento. Con más razón si es tan hermosa como la presente, editada por Franz con un cuidado, ya digo, exquisito e ilustrada con mucho arte por Juan Gopar.
Nos cuenta el poeta islomaníaco Melchor López que Californias perdidas se fraguó a lo largo del tiempo (“muchos años”). Con suma paciencia. No fue un camino fácil. Se trata de “una muestra de poesía azoriana” bilingüe, que no de una antología, empresa que, dice con humildad uno de los compiladores (el otro es Urbano Bettencourt), hubiera requerido de mayores pertrechos. ¿Más? Basta lo seleccionado, según creo, para hacerse una cabal idea de lo que la poesía de las Azores representa dentro de la valiosa poesía portuguesa y de la universal por añadidura. Poesía escrita por poetas de ese archipiélago de origen volcánico anclado en medio del Atlántico. De Antero de Quental a Emanuel Jorge Botelho, puntualizan. No resulta extraño, más bien todo lo contrario, que sea un canario, otro isleño nacido en otro archipiélago del mismo océano, su impulsor y que, más allá, haya logrado reunir con él a un nutrido grupo de poetas también canarios con el fin de traducir esos versos. De hecho, el resultado de este experimento lírico es una auténtica “con-versación” donde las sintonías (“el sentimiento del mar como prisión, un psiquismo melancólico atravesado por las herrumbrosas rejas de la lejanía y la soledad, la isla como lugar de abortadas aventuras, el horizonte de los navíos como expectación...”) vencen a las diferencias (la “bruma” azoriana frente a la “claridad” canaria). Ante ellos, un mismo “paisaje archipielágico”. Ambos “cautivos de la geografía”, habitantes de un “mundo abreviado” (Nemésio dixit), Unos y otros, en fin, conjugan mejor el verbo estar  que el verbo vivirAquí, un adverbio, en las islas, de lugar y de tiempo.
López concluye que la calidad de la poesía azoriana viene a “fertilizar nuestra lengua poética”, y no sólo la de los poetas isleños implicados. Cualquiera que lea estos poemas puede afirmarlo.
Tanto la “Presentación”, que firma Melchor López en Lanzarote, como el “Prefacio”, obra de Fernando Martinho Guimarães, fechado en Ponta Delgada, aportan al lector información suficiente sobre el aparato teórico que sostiene la muestra. 
Pero vayamos a los nombres. Son, en orden cronológico, Antero de Quental, Roberto de Mesquita, Vitorino Nemésio, Pedro da Silveira, Natália Correia, Eduíno de Jesus, Emanuel Félix, José Martins Garcia, Álamo Oliveira, J. H. Santos Barros, Urbano Bettencourt y Emanuel Jorge Botelho.
Los traductores (“porque admiramos, traducimos”, sostiene López): Sergio Barreto, Juan Fuentes, Isidro Hernández, Régulo Hernández, Alejandro Krawietz, Francisco León, Melchor López, Miguel Martinón, Juan Noyes Kuehn y Andrés Sánchez Robayna.
El suicidio de Antero de Quental marca, desde el principio, un tono desolador al panorama. Un estado de ánimo oscuro. Más agudizado en unos que en otros, por supuesto. “Silente, grave, cae del espacio, / Pausada, la tristeza de las cosas”, dice el de São Miguel. Y “Vienen desde lo oscuro lentos astros”.
“¡Qué triste es vivir!”, escribe, en pleno spleen, De Mesquita. 
De Vitorino Nemésio, que sí figuraba en las antologías de poesía portuguesa que circulaban por la España de los ochenta, se recogen poemas excelentes como “La concha”, “Noche, materia de la muerte” o “Celda”. “Mi casa soy yo mismo y mis caprichos”. “Muros y huerto, solo ausencia y jable”. 
Pedro da Silveira ha sido, para uno, la gran sorpresa del conjunto. De un verso suyo toma título el florilegio. Por poemas tan espléndidos como “Los ritos (Según Nicanor Parra)”: “Cada hombre es un hombre / por el simple hecho de morir / y morir donde se nace / es la más heroica de las muertes”; “Setenta años”: “Antes, todos los viajes eran. / Ahora, todos los viajes fueron”; “Ahora, viejo (Soliloquio de un domingo de lluvia)”: “Pero olvidamos, Porque duele / olvidamos”. 
La feminista Natália Correia y su lenguaje, diría, opulento, tampoco dejará indiferente al lector. “Ah la mujer como es cóncava / lleva llaves en el abdomen / y su porción de seda / para hacerse el curso del río hombre”, leemos en “Rebis”.
Eduíno de Jesus o la memoria. “El paisaje de la niebla, el puerto solitario” y ese niño (“soy yo”) de esa fotografía descrita a la perfección en el sugerente y azoriano “Paisaje con barcos”.
Emanuel Félix es el autor de otro de mejores poemas de la muestra: “Piedra-poema para Henry Moore”. El que empieza: “Un hombre puede amar a una piedra”. Tan bueno como “El extraño país vegetal” (“estamos aquí tan solo estamos aquí”), “Elegía”, “Tristes navíos que pasan” o “Los peces”. 
José Martins Garcia y los signos insulados, atlánticos: “porque se nace en una isla el mundo es islas / y la isla siempre víspera de embarque”.
Álamo Oliveira es el autor de poemas tan poderosos como “Ballena – Desde el Génesis” (“tan leve y ágil ese monstruo que / mi bliblia trae desde la infancia”) o “Anterianamente” (“la vida es un soneto que reposa «en la mano de dios» / los versos tranquilos / expuestos a la soledad de la mirada”). 
“Atlántico” titula uno de sus poemas J. H. Santos Barros (“El aire arde y eleva el canto / profundo de homeros tranquilos / durmiendo el sueño del desengaño”). Autor de “Belém”, otro poema excelente, como “El viejo sentándose en la noche” (“Los viejos se reúnen en los rincones / secretos de las rocas donde orinan / hacia el mar sobre las tablas / hinchadas en el largo naufragio”) y “Monólogo de un ex-soldado raso” (“En África fui de aquí para allá; maté /dos negros, pero dejé, por lo menos,  dos hijos / a dos mujeres amadas de ese pueblo”). 
Urbano Bettencourt, colaborador de Melchor López en la selección, es también un poeta arraigado. De Isla de Pico. “A mi padre, constructor de barcos” es un buen ejemplo de su valía: “tú, fabricante de viajes  / amordazados, / arquitecto de islas / naufragadas”. Poemas como “Elegía”, que tiene por protagonista al portuense António Nobre, o “Bahía del canto” sirven también para subrayar su mérito. 
Emanuel Jorge Botlho, el más joven del grupo (nacido en 1950), abrocha perfectamente el volumen con poemas tan a propósito como “Resumen”: “Disfrutar de las uvas y tenerte / para poder / decir esto”. “Testamento vital” da fe de esa desolación de la que hablamos al principio. Empieza: “estoy tan cansado de andar muriendo”. Termina: “no soy capaz de traicionar mi muerte”. En “Epígrafe para un libro de horas” leemos: “Aquí ya no se muere de morir, / y hasta la muerte está cansada”.
Por desgracia, no he estado nunca en las Azores, pero, después de leer estos versos, ya puedo presumir de haber viajado hasta esas islas atlánticas que regresan desde mi más remota infancia con nombre de anticiclón. Sí, todo un feliz descubrimiento. ¡Embarquen!
 
 
Californias perdidas
Una muestra de poesía azoriana
Selección de Melchor López y Urbano Bettencourt
Ilustraciones de Juan Gopar
Ediciones Franz, Madrid, 2023. 258 páginas. 21,00 €

 NOTA: Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno.


D'Olhaberriague lee a Landero

 
    Luis Landero (Alburquerque 1948), reconocido desde su primera, asombrosa y galardonada novela, Juegos de la edad tardía, (1989) cuyo atractivo aumenta con los años, es hoy uno de nuestros grandes novelistas.
     No obstante, más allá de los numerosos y merecidos premios recibidos por el escritor en las tres décadas largas de carrera literaria -el último de relevancia es el Nacional de las Letras del 2022- nos importa destacar la calidad y el encanto de su prosa musical de raigambre clásica, tan culta como popular, así como la pericia narrativa, fruto en gran medida de la tradición oral con la que se deleitó y aprendió de niño: los cuentos de la abuela tantas veces rememorados con gratitud por Landero, dueño y señor de un mundo propio, imaginativo, sugerente, hondo y cercano a la vez, simbólico y muy humano, virtudes de difícil harmonización si no fuera por el humor, en especial el arte de la parodia, el ingenio y la renuencia a la solemnidad, aspectos que  maneja con soltura y maestría.
      Pues bien, la novela que presentamos, La última función -dividida en  Primer acto y Segundo acto- sintetiza como ninguna otra de sus obras todo ese universo landeriano tan fulgurante como melancólico, habitado por caracteres desiderativos, seres de corazón y de voluntad soñadora antes que de razón y espíritu práctico, que se enardecen y consagran su ánimo entero sin miramientos en pro de una ilusión que justifique su lugar en el mundo y encauce su “afán”, aquello por lo que preguntó el niño al abuelo que tanto repetía esa palabra en Juegos de la edad tardía:
      “El afán es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce. Eso es el afán”, (p.48, 1ªedición) -respondió el abuelo.
       Estamos, sin duda, ante una novela con los ingredientes genuinos de la obra de Luis Landero, llevados a su fórmula más esencial: personajes -protagonistas y secundarios- bien tallados y carismáticos a su manera, con un fondo de pureza inocente, intuitivos, fabuladores y más dados a la fantasía que a la erudición. Así, Tito, el protagonista masculino, o Paula, con su azacaneo desasosegante, quien no quiere desprenderse por completo de la infancia, época en la que conoció la felicidad, mujer llena de fragilidades e inquietudes que nos resultan muy familiares, cuya alegría y asombro durante el amor adolescente se trocaron en temor al llegar a la madurez.
     Tampoco faltan referencias autobiográficas (emigración del campo a la ciudad a finales de los cincuenta y la nostalgia por lo que se pierde, p.157), ni la agudeza de algún personaje para detectar aspectos de gran simplicidad en los vocablos, que pasan de brillantes a cómicos, según se mire: “las dos vertientes del problema”,  que comenta incisivo Tito (pp.49-50).
      En cuanto al estilo, sobresale la grata fluidez de la lengua con trimembraciones rítmicas, (“insinuante, lúbrica, mimosa”, p.120),(“variopinta, devota y jovial”, p.155) y momentos en los que se adensa en “bodegones” o  enumeraciones lopescas. A causa de la devoción de Tito por Lorca, dice el narrador: “Por su mente pululaban a todas horas el fragor de las fraguas, las lunas sangrientas, los tricornios, los jinetes solitarios y trágicos, el agua que corre o se estanca, la hondura siniestra de los pozos, el mortal brillo del acero”.
     Infunden color y calidez a la prosa ciertas derivaciones neológicas como “hierbatos”,(p.130) o “cantiñeaba”, (p.85) o bien el portuguesismo “bicheando”, (p.96), y remansan el ritmo de la narración los símiles de gran belleza y expresividad,  …”se observaron y vigilaron en silencio y en completa quietud, con una mezcla de recelo y de asombro, midiéndose con la mirada, como dos animales en el claro de un bosque”,(p.34); “Se envolvió en el abrigo, ciñéndoselo amorosamente, como si se abrazara a sí misma”, (p.183); “Torció un poco la cabeza como los perros que hacen por entender”, (p.83); “Escuchaba absorta, como un niño embelesado con un cuento”, (p.185).
     Son notables, asimismo, el gusto por la hipérbole (virtudes de la voz de Tito, p.24) y el dominio de la técnica del contraste. Así, la locuacidad de Tito frente al temple taciturno y remiso de Fonseca.
     Se inicia la novela con una escena que evoca la primera secuencia de un clásico del cine del Oeste: un hombre, aparentemente forastero, entra en el bar de un pueblo mortecino. Nos lo cuenta un narrador interno, testigo de los hechos, voz de voces, confidente de los personajes, a los que con frecuencia deja hablar en primera persona, y cómplice del lector.
       Brevemente, tal como hacían los contadores orales ante su público, menciona a los dos protagonistas, Tito y Paula, -“figuras”, dice él-, acota el tiempo narrativo de la historia y anuncia el desvanecimiento y abandono del pueblo, en suma, una ajustada composición de lugar con el objeto de centrar la atención de quien está a la escucha. Ahora bien, si lo de Tito es la llegada al pueblo, en el caso de Paula, por motivos de fuste que descubrirá el lector, el narrador nos hablará de “aparición”.
     Con técnicas anticipatorias de esta guisa actuaban los viejos aedos, bardos  rapsodas y demás troveros. Porque la novela, por decirlo así, transcribe un cuento contado en voz alta a un público que incluye al lector, a cada lector.
     Por tal motivo, son notables los procedimientos de repetición, tan útiles para que el oyente no pierda el hilo: anáforas:  “Vio.., Vio”… (con ecos del juglar de Mío Cid, p.31) o la serie de “serían”, “sería” y “sin”, donde a la anáfora doble se suma la aliteración múltiple de la silbante; paronomasias: …”perderlas ni perderlo”, (p.35); “aparador aparatoso”, (p.184) ID; anadiplosis: …”cuando conoció a Blas. Blas es el hombre más raro”…(p.76).
    Sugiero, por ello, si me lo permiten, que quien se disponga a leer La última función se convierta en uno más entre la gente atenta al relato de unos narradores de turno. Porque esta historia se oye y debe escucharse atentamente primero. Después pide una lectura reposada. O quizá a la inversa, por qué no.
    De igual modo, el lector ha de andar ojo avizor y no pasar por alto escenas propias del mejor cine expresionista, aquel que con un par de imágenes percutientes nos plasma una atmósfera.
    Yendo Paula-Claudia en la moto con Fonseca, camino de San Albín, ve pasar por delante un animal raudo, luego un ave le roza la cabeza, y luego irrumpe un perro en desbandada. Perpleja por el entorno cimarrón en que se ve súbitamente inmersa, pregunta a Fonseca qué ha sido eso, y él responde sin inmutarse:“ Un caballo salvaje…Un búho….Algún perro sin amo” (p.39).
    En Tito, Landero erige un personaje sustentador de toda la trama, fascinante, legendario y a la vez próximo, apabullado y rebelde frente a los designios paternos, de antaño y de ahora, marcado por el don de una voz excepcional, que, como la fuerza en el mito de Hércules, se aprecia desde la cuna, aunque ya por entonces alguien ducho en supersticiones vaticina cómo el prodigio comporta una cara contradictoria y maligna, una cierta “tara” o “anomalía”.
    La paradoja, la contradicción y la faz en claroscuro son notas que revelan la riqueza y complejidad de los rasgos, los dones y los estados humanos en la visión del escritor extremeño, desprovista de esquemas, simplificaciones y recursos de remediavagos de cualquier índole.
     Si la voz de Tito es una presea y a la vez una condena, la rutina de la vida cotidiana aporta “paz” y orden a la par que “desdicha” y a la larga “destrucción” (p.115), y, de igual modo,  Paula experimenta un “impulso” ambivalente de “miedo” con “esperanza” (p.181).
     Tito no sabe cantar. En ocasiones, lo desaforado de su brío vocal ahuyenta a las mujeres y le impide trabajar en doblaje al no haber personaje para tamaña voz. En la universidad se ríen de él cuando lee textos jurídicos. Aun así, merced al hechizo de su persona, su insobornable vocación de artista, poeta y recitador de gran personalidad, y su innegable magnetismo, seduce al pueblo entero, que, enfervorecido, se suma al proyecto salvador de la recuperación y representación teatral del viejo misterio de la Niña Rosalba.
     Un corte de la matería narrativa al bies mostraría la combinación de varias perspectivas y modos que se imbrican y entretejen con suma finura: lirismo: Paula-Claudia, en duermevela, divisa desde el tren una cruz de piedra con una guirnalda y una mujer de luto, compungida, junto a ella (p.31); filosofía de la vida: el sueño posee un poder revelador de realidades inadvertidas en la vigilia (p.32), o bien, otro ejemplo: abrigar la esperanza siempre es preferible que recostarse en la inercia y vivir sin ilusión (p.84); relato tradicional: “el faro de la moto iluminaba a fogonazos los caminos y sus contornos, y aquí y allá aparecían de pronto unas rocas, un árbol con ceño y garras de monstruo que amenazaba con lanzarse sobre los viajeros” (p.36); lances propios del teatro del absurdo con profundas reminiscencias pirandellianas, como la conversación entre Claudia y Fonseca camino de San Albín y en el propio pueblo, con una frase memorable: “Usted es la que es”, (p.35) o “Fíjese, si estuviese soñando, usted no existiría en la realidad”, (p.169); lo grotesco de raigambre goliardesca en el episodio de la comilona libidinosa de Tito y Amalia, (pp.119-20), trasunto del comentario del Corbacho sobre lo bien que se llevan gula y lujuria; una fina y piadosa crítica al oportunismo de ciertos gestores de nuestros días que lo fían todo al turismo, Tito pensó por un momento en modernizar la representación colectiva de la leyenda medieval de la Niña Rosalba, trocando a la virgen en cooperante o en activista sindical (p.176); ágiles golpes de humor inesperado: “las psicofonías de los desagües” (p.108) o lo que le aconteció al quejumbroso por antonomasia, Andrés Cruz, cuando sus padres compraron un mueble bar con librería: “Pues bien, mi hermana salió alcohólica, y yo salí lector” (p.148).
      En consonancia con el título, que evoca el final, un final, con todas las connotaciones que tal voz suscita, la novela que nos entrega Luis Landero condensa el vitalismo melancólico antinihilista, constitutivo de su fondo sentimental, la quintaesencia  de su mundo literario: humor, euforia, tristeza, entusiasmo, voluntad, decepción de la que, salvo en Aurora, protagonista de la tragedia moderna Lluvia fina, no se sigue la desesperación sino el consuelo y “la gloria” de haberlo intentado. El talante de Tito, pese a todo, tiene más del ave fénix que de un sísifo.
     El “afán”, antes mencionado, queda en La última función debidamente explícito y aun documentado, en especial en las trayectorias de Tito y Paula, pero también en la pragmática vida del ceñudo padre de Tito, horro de sensibilidad artística, sin que desmerezcan las semblanzas de dos personajes con nombres parlantes, el primero es Ángel Cuervo, el maestro, lector devoto de las vidas ejemplares, que anda a la procura del alumno genial y al fin tiene la fortuna de conocer a Tito, y a partir de ese momento se realiza y se centra con denuedo en descubrir y fomentar las dotes actorales y oratorias sin igual de su discípulo. Y Andrés Cruz, el personaje paródico por excelencia, el colmo de los colmos del pesimismo, hilarante a despecho de sus negrísimos augurios, o bien Blas, el triste marido de Paula, y su cuento de la lechera.
    Otros dos caracteres tienen un papel secundario y solvente. El primero es el melancólico Galindo, instrumentista y director de orquesta, y el  segundo el animoso Rufete, de nombre galdosiano, electricista, manitas y responsable de los efectos especiales. Ambos completan la compañía artística del poeta, escenógrafo y rapsoda Tito Gil.
    Y, como tantas veces en Landero, en esta novela encontramos escritores: uno con talento, Tito,  otro con vocación dubitativa, Quinito, y otro oculto, Leandro Lobato.
    En el reparto hay, además, un personaje femenino discreto y por descubrir, Margarita, la secretaria de Tito, y una mujer práctica y resolutiva, doña Lourdes la mesonera, que se pone a lo que se tercie y haya que hacer en tanto que los varones brujulean y divagan a su alrededor, situación que Landero nos ha referido con un toque de ironía jocosa más de una vez tanto en la ficción como en sus libros de raigambre autobiográfica.
     Luis Landero ha escrito su novela más filosófica, diáfana y minimalista, sin dejar de ser por encima de todo una obra de arte y un producto literario donde las partes y el todo brillan por igual y alcanzan la excelencia estética.  Al mismo tiempo, por la gracia de la escritura y los diversos estratos formales y de sentido que amalgama, la historia deviene seguramente asequible para una mayoría de los lectores.
     En La última función surge, remozada, la mejor tradición: el entusiasmo y el esfuerzo infructuoso del héroe cervantino por antonomasia; Calderón con su Gran teatro del mundo; Larra en el lamento del libro que nace en España (p.100); Schopenhauer, (“La vida es un negocio que no cubre gastos”, p.220); Ortega y Gasset en la apuesta, a pesar de los pesares, por una vida en tensión, como el arquero, (“Eso era lo peor: vivir sin ganas, sin tensión, aflojarse, acurrucarse en el tiempo y dejarse mecer por la rutina de los días”, p.56); la sensibilidad compasiva de Dostoievski para con los desvalidos (escena del joven que en el cementerio pide unas flores fiadas y promete una recompensa sin límites cuando le sea posible, p.83); Borges, (“La historia de Tito era la historia de su voz”, p.23), aunque, a diferencia de lo que le sucedía al borgiano hombre de la Esquina Rosada, Tito no se parecía a su voz, y tal desajuste movía al desconcierto; la fuerza del azar o el malentendido existencialista, si bien esta vez no acaba trágicamente sino que la confusión que sufre Paula da en solaz y liberación -por efímera que sea- del absurdo tedioso de su vida impropia.
    Por un tiempo, y merced a las veleidades del destino, dejará de ser la mujer apresurada con fardos en las manos y se convertirá en otra persona, arropada por Tito y requerida por todos los habitantes de San Albín.
     La última función proporcionará, en fin, el mayor alborozo a los lectores asiduos de Landero y resultará, quizá, gracias al formato abreviado y sintético del universo landeriano que ya señalamos, la obra más adecuada para quienes se acerquen a su literatura por vez primera.
     Mas el libro también deja en el aire antiguas cuestiones o inquietudes filosóficas de prosapia cervantina y barroca que, aunque no formuladas de forma patente, se desprenden sin embargo palpitantes de las peripecias y vicisitudes del cuento.
    Si la vida es representación en el gran teatro del mundo donde todos desempeñamos un papel, acaso el teatro sea ficción de segundo grado, vida subrogada, juego, una bufonada.
    En cambio, bien mirado, resulta problemático dilucidar quién replica a quién: la vida al teatro o el teatro a la vida. No en vano hablamos del arte de la vida.
    Tampoco es fácil precisar si es o puede hacerse real lo que imaginamos o lo que nos parece. Alguna que otra vez ocurre que hay sueños, ensueños, expectativas y apariencias más fuertes, eficaces y beneficiosos que la mera realidad.

NOTA: Publicamos la reseña que una de las mejores especialistas en la obra de Luis Landero, Concha D'Olhaberriague, ha escrito sobre la última novela del de Alburquerque: La última función (Tusquets Editores). Está también en su blog Las cañas de Midas.