25.7.20

Noticia de Lanza del Vasto


En Porque olvido se recoge alguna referencia al pensador, poeta y pacifista Lanza del Vasto, nacido Giuseppe Giovanni Luigi Enrico Lanza di Trabia-Branciforte. Un francés de Sicilia, entre místico y activista. Un hombre espiritual, lúcido y coherente. Fundador de la Comunidad del Arca (que todavía existe y tiene seis sedes). En Magisterio realicé, gracias a una beca del Instituto Nacional de Asistencia y Promoción del Estudiante, dependiente del Ministerio de Educación y Ciencia, un trabajo sobre la educación en esa comunidad y, por extensión, sobre la educación pacifista (que practicó, entre otros, Tolstói en Iasnaia Poliana). Se titulaba «El proyecto educativo gandhiano: por una pedagogía de la no-violencia». El original que presenté a mi profesora de Didáctica, Remedios Sierra, se abría con un precioso retrato del autor de La cifra de las cosas (su poesía reunida) realizado a plumilla por mi tío José Antonio. Hace años que di por perdido mi ejemplar de ese modesto estudio del que debería haber una copia en mi antigua Escuela, ahora Facultad de Educación de la UEX. 
Ghandi, su maestro, al que fue a visitar Lanza a la India (un largo camino a pie que narra en su impresionante libro La peregrinación a las fuentes, publicado en Gallimard en 1943 y aquí por Sígueme y luego por Seix Barral muchos años después), decía que Ghandi le impuso el nombre de Shantidas (el servidor e la paz). 
Tuve la suerte de conocerlo y de pasar con él unos días en Puerto de Béjar, ya lo he contado alguna vez, en una finca de los Operarios (promotores de la citada editorial Sígueme), durante dos veranos seguidos. A finales de los setenta. La primera vez fui solo; la segunda, con Yolanda y mi hermano Fernando, que dio, por cierto, en sacerdote operario. Quince días de naturaleza, yoga, ayuno, canto (de inspiración populargregoriano, canciones que cantó como nadie su esposa Chanterelle), baile y alimentación vegetariana. Lo mejor, las charlas de Lanza, en un delicioso y sereno español afrancesado (con toques italianizantes). ¡Cuántas lecciones aprendidas! Y para toda la vida. La de la austeridad, pongo por caso. O la de la suprema elegancia de lo sencillo (en El Arca se confeccionaban su propia ropa, una suerte de hábito seglar, tejida con lino). Lanza solía repetirnos su lema: "Mantente erguido y sonríe". He intentado aplicarlo. Sobre todo en los peores momentos. Como ahora. 
Buscando una entrevista con Borges, he dado con esta joya. La que le hizo Soler Serrano para el mítico programa "A fondo". Esta es la grabación en dos partes: la primera y la segunda.

Nota: La fotografía de Lanza del Vasto está tomada en La Borie-Noble hacia 1975. 

24.7.20

Jesús M. Santos lee "Porque olvido"

Defensa de la memoria

En aquellos años de mocedad los diarios guardaban secretos. Se iniciaban en la adolescencia, se escondían y muchas veces concluían a medida que crecía la vergüenza del autor por la simpleza y fugacidad de sus pasiones o la inestabilidad de algunos juicios que el tiempo desvelaba efímeros. Había otros, más maduros, que sobrepasaron el ciclo de la edad, aunque se mantuvieran acallados, o escondidos, al albur del destino o la espera a que la muerte acabara desvelándolos. Algún amigo, de esos que se califican como íntimos, dejó los suyos escritos en un buen número de libritos que nadie se ha atrevido a abrir. ¿Fueron escritos para ser leídos?

El género diarístico abierto al público tiene una historia larga que, en los últimos años, ha evolucionado al amparo de las tecnologías. El diario ya no lo es porque se alimente del día a día, sino porque se hace público con esa periodicidad, siempre accesible. Sobre esos no cabe aquella duda: se escriben para ser leídos y el propio autor se encarga de difundirlos (y en ocasiones, de promocionarlos).

El espacio público en que ahora vivimos, multiplicado a partir de la red, ha avivado el género y lo ha modificado. Cada diarista sigue la lógica que él mismo fija, sometida a dos elementos: lo que vive, en el más amplio sentido, y lo que quiere contar. A partir de ahí, el valor no lo establece el género, sino el estilo.

El diario se hace a mano. Carece de secreto, pero no de misterio. ¿Dónde empieza y termina la verdad, la desnudez? ¿Se pueden interpretar los guiños y, aún mejor, los silencios?

Una de mis primeras ocupaciones cotidianas se dirige, bien de mañana, a http://mayora.blogspot.com/, el blog del poeta y maestro –pase lo que pase–, Álvaro Valverde. Me cuesta empezar el día de otra manera. No solo por la afinidad o simpatía hacia el autor, sino porque sus paseos, que son también sus reflexiones, invitan a mirar el paisaje, a buscar preguntas, a encontrar sentimientos. También por mi propia rigidez en lo relativo a la organización de las tareas cotidianas.

Aquel diario digital, en permanente estado de construcción, ha dado paso a Porque olvido. Desde un punto de vista formal, simplemente un libro, editado por la Editora Regional de Extremadura, que recoge parte de lo publicado en el el blog durante quince años, desde 2005 hasta 2019, ambos incluidos.

No aparece todo lo recogido en el formato original, porque, según interpreto, el autor ha querido llevar a la imprenta lo esencial, su territorio más personal, tal vez, también, el más poético. Tanto más cuanto más ajeno parece a la poesía. Queda fuera el abundante trabajo crítico de Álvaro Valverde y sus tomas de posición en torno a determinadas cuestiones políticas o literarias. Tal vez por ello, este Porque olvido resulte aún más esencial, el espacio del paisaje y los afectos más sencillos, de los que brota todo lo demás.

El lector siente regresar a un territorio conocido. Puede parecer lo mismo; tal vez, no lo sea. Todo es sencillo y claro, como el paisaje y los lugares que recorre. Pero lo que aquí se reconoce, más allá de lo concreto, es la actitud. En esa manera de estar y de mirar radica el valor de cuanto se sugiere. O sea, como la propia obra de Álvaro Valverde.

Porque olvido reivindica la memoria para entender e interpretar la vida. Pero reconoce algo aún más elemental a medida que la edad avanza, un pequeño valor imprescindible: dejar constancia de lo vivido y lo sentido contra la fugacidad de este tiempo tan proclive a la amnesia y al desprecio de lo íntimo. Así de sencillo resulta también el diario. Por eso, tal vez la fundamental tal vez sea el tono, la verdad del poeta y de Álvaro Valverde en particular. Desde la soledad del paseo al encuentro del lugar que sugiere y el tiempo que concreta.

Estas reflexiones no pretenden ser una crítica ni siquiera una reseña; aspiran, desde un punto de vista estrictamente personal, a establecer la necesidad de un asidero al que acudir cuando reconocemos lo mucho que vamos olvidando. No como la lista de la compra, pero casi. En otro ámbito.

De su blog Lagar de ideas.


18.7.20

Elogio de la cerveza

Según costumbre, la colección de poesía de la editorial Visor celebra la conquista de otra centuria con una antología. Así, el número 1100 de su acreditado catálogo poético lleva por título La cerveza, los bares, la poesía y es, cómo no, un florilegio a cargo del director de la casa, Jesús García Sánchez, más conocido en los medios literarios como Chus Visor. Ya sabemos lo que hizo durante el confinamiento. 
El prólogo, firmado también por él, es un extenso y minucioso ensayo sobre el asunto a tratar, esto es, la cerveza, las tabernas, los bares y cafés... De la poesía se habla menos. Quiero decir que la introducción se centra más en lo histórico que en lo literario, por más que se aborden asuntos relacionados con la poesía. Historia y antología empiezan en el mismo punto, con el Poema de Gilgamesh, donde encontramos la primera mención acerca de la cerveza. Una bebida que usaron los egipcios y los incas y que estuvo presente, además de en Babilonia, en la China antigua, en la Grecia clásica (cita a Herodoto y Plinio), en las sagas escandinavas (en el Kalevala), en el Imperio Romano (mencionada por médicos como Hipócrates o Galeno –y antes por el griego Dioscórides– o por el orador Tácito). La primera mención en España se debe al Obispo Paulo Osorio, al describir el cerco de Numancia. 
Por seguir el orden cronológico (el utilizado en la compilación), llegaríamos a Shakespeare (“Daría toda mi fama por una jarra de cerveza”) y la gran tradición bebedora británica y al Renacimiento (que es cuando se generaliza su uso en todas las clases sociales). Y a su relación con la Iglesia y los monasterios (a los monjes concedió Carlomagno el monopolio de su fabricación). Alude a Lutero (que se casó con una maestra cervecera) y a Carlos V (que se trajo a Yuste a los suyos) y Felipe II y a cómo los médicos de la época se opusieron a su consumo (saludable para sus antecesores, como los citados más arriba), porque "no está en costumbre" (que era del vino). Fue monopolio del Estado desde 1701 hasta 1833. Se inventa luego la máquina de vapor y se industrializa. Y ahí, Louis Pasteur y sus Estudios sobre la cerveza.
Recuerda el editor a los ilustrados (a Jovellanos, por ejemplo). Y a Larra, a Galdós (y La Fontana de Oro), Pla, Gómez de la Serna... El malditismo y la bohemia (de los nuestros del 900: Carrere, Buscarini, Gálvez, Fortún, Bacarisse...). Y Dickens, Sterne, Diderot, Voltaire...Y no olvida el "carácter democrático" de bares, botillerías o cervecerías que nacen en Gran Bretaña y se extienden por los Estados Unidos de América (piensen en el wéstern). Y no faltan en el estudio los nombres de Valle Inclán, Rubén Darío (un consumado bebedor, como tantos escritores), Pessoa, Camus, Dylan ThomasCamba, Ruano, Sándor Márai, Ribeyro, Bacon, Mann, Magris (el de Microcosmos), Kraus, Lévinas... Ni gente que escribe en los bares, como Hierro, Aira, Modiano... 
Los  poetas del 50 conformaron una generación etílica, baste evocar a Benet, Ángel González, Caballero Bonald, Gil de Biedma, Barral, José Agustín Goytisolo, Gabriel Ferrater o Claudio Rodríguez. Tan adictos al alcohol como lo fueron Li Po, Jayyam, Catulo, Sócrates, Ovidio, Lope, Góngora, Quevedo, Baudelaire, Rimbaud, Dostoyevski, los Beat (Ginsberg, Kerouac), Lowry, Bishop, Lowell, Faulkner, Auden, Rulfo, Hamsun (que recogió el Nobel borracho), etc. Hasta Menéndez Pelayo fue un bebedor insaciable. Sí, hubiera sido más fácil antologar a los poetas sobrios, que tan mala fama han gastado. (Alguno, como Manuel Vilas, habría estado, eso sí, en las dos.) 
Se cierra el prólogo con el "Decálogo del Gran Bebedor", obra del colombiano Álvaro Mutis.
La antología (que, por cierto, recoge textos en prosa y a traductores diversos) en sí es muy amplia (el libro tiene 400 páginas). Ya se dijo que empezaba con un fragmento de Poema del Gilgamesh. Continúa, pongo por caso, con la Antología Palatina, Carmina Burana, Ovidio, Villon, Shakespeare, Franklin, el Kalevala, Verlaine, Stevenson, Cavafis, los hermanos Machado, Eliot, Morand, Pessoa, Chesterton, Jünger, Ajmátova, Sucre, Noel, Cunqueiro, Gómez de la Serna (Pombo), los del 27 (Lorca, Diego, Alberti), Fitzgerald, Neruda, Pavese, Lezama, Celaya, Rojas, Bernier, Benedetti, Celan, Cardenal, los del 50 (ya citados antes), el "tigre" Lizalde, Gelman, Becerra, Montejo, Olds, Cisneros, Parra, Nordbrandt (un poeta que le gustaba mucho a Julián Rodríguez, traducido aquí por Paco Uriz), Roca, L. A. de Cuenca, Juan Luis Panero (hijo de otro santo bebedor), los donostiarras Aramburu e Iribarren, Benítez Reyes, Marzal y Prado (en su versión más "experiencial"), Vilas, Lucas... Cierra la muestra un poeta costarricense del 86, Juan Carlos Olivas. 
No faltan cantantes y canciones, como "Tatuaje", de Rafael de León, y "19 días y 500 noches", de Joaquín Sabina. 
Hay pocas mujeres (y no quiero entrar en polémicas y menos tratándose de Chus Visor, que ya protagonizó una bien sonada a este propósito), pero poemas como "Los posibles caprichos", de la ecuatoriana Ileana Espinel Cedeño, valen por mil. O el de la única extremeña del elenco: Isla Correyero. Además, está representada la mismísima Marilyn Monroe y no falta, como en cualquier florilegio del momento, Raquel Lanseros. 
¿Qué destacaría de entre lo mucho y bueno seleccionado? "Elogio de la cerveza", de John Taylor; el poema irlandés "El avetoro amarillo"; "Una calle de Córdoba", de Mutis; "Mujer ebria" de E. Bishop; "Cerveza", de Bukowski; el poema de Kingsley Amis; "Cuando todos se vayan", del chileno Teillier; "A mi hija", un poema de Carver (un imprescindible) que pone los pelos de punta; el inédito "Stomeo's Bar", del caleño Jotamario Arbeláez; "Elogio de la embriaguez", del novísimo (hay más en la antología) José María Álvarez (otro clásico del género); "El primer trago de cerveza", de Philippe Delerm; y "En honor a Malcom Lowry", del venezolano Igor Barreto. Casi todo merece la pena, no obstante. Ah, y bien poco se echa en falta, lo que habla a favor de Jesús García Sánchez.
Dejo para el final un par de curiosidades. Éste se incluye a sí mismo en el libro. Con un emotivo texto en (buena) prosa que se publicó hace años en la revista Cuadernos Hispanoamericanos titulado “La Kon Tiki”, el local donde recalaba, a la vuelta de Albuquerque, el poeta asturiano Ángel González (y también el autor de esta suerte de fragmento de memorias), al que retrata. Y ya que de amistad hablamos, ha elegido el soneto “Chus Visor” para la colaboración de Luis García Montero. El círculo se cierra. 
¿Puede haber una lectura de verano más adecuada que esta? ¡Salud!
 
La cerveza, los bares, la poesía. Antología
Jesús García Sánchez 
Visor, Madrid, 2020. 400 páginas. 16,00 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital asturiana El Cuaderno

16.7.20

Turia, 135

Rara vez decepciona la revista turolense Turia, un claro ejemplo de cómo se puede ejercer el cosmopolitismo literario desde la oscura provincia; más aún, desde la España vacía. 
Es verdad que 500 páginas dan para mucho. El número 135 tiene exactamente 523. Su índice es elocuente. En "Letras" se recuerda la vigencia de Delibes (un autor al que admiro, sin duda, pero sobre el que uno difícilmente podría decir algo nuevo y distinto, por lo que he declinado la amable invitación de El Norte de Castilla -en la persona de Carlos Aganzo- que le prepara un homenaje). 
En "Taller" me han interesado muchísimo las cartas que escribió el poeta inglés Philip Larkin a Monica Jones, avance un libro que publicará La Umbría y la Solana. Y los textos de Martínez de Pisón, José María Conget y Eloy Tizón, tres primeros espadas (si es que aún se puede utilizar esta castiza expresión) de nuestra mejor narrativa. 
La sección de"Poesía" viene cargadita también. Con versos excelentes de Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, Chantal Maillard, Manuel Rico, Francisco Ferrer Lerín, Martín López-Vega, Carlos Pardo, Basilio Sánchez, Fernando Sanmartín, David Mayor, Jesús Jiménez Domínguez, María Alcantarilla, Vanesa Pérez-Sauquillo, Juan Manuel Macías, Marta Domínguez Alonso, Antonio Daganzo, Lilián Pallares, Thaís Espaillat y Javier Sanz. 
En "Pensamiento" brilla el superviviente Cioran, y eso que iba para suicida. 
El "Cartapacio" es de Alfredo Castellón, un aragonés en Madrid del que uno tenía escasa noticia. Ya se ve que para mal porque fue un hombre polifacético (realizador de televisión, sobre todo) y con una obra digna de la mayor atención. Basta con leer sus Textos inéditos
En "Conversaciones", y con permiso de Sergio del Molino (que acaba de ver en las librerías la cuarta edición de su última novela, La piel), subrayo una espléndida entrevista con Ana Blandiana realizada por Jordi Doce, que ha cuidado la edición de nuevas obras poéticas que la poeta rumana publicará próximamente Galaxia Gutenberg. 
Se repasa en "Sobre Aragón" la trayectoria de la ejemplar editorial Olifante y en "Torre de Babel" hay numerosas reseñas de libros de todos los géneros. En lo que a uno concierne, me permito llamar la atención sobre la que firmo de la antología En la rueda de las apariciones. (Poemas 1990-2019), de Jordi Doce (Ars Poética, Oviedo, 2019). 
Dejo para el final lo que más me ha gustado del número. Me refiero a la doble presencia de mi paisano Luis Landero. En "Taller", para empezar, con un avance de su próxima obra, que titula "Viajar, soñar, contar" y que, por lo que parece, enlaza con otro de sus libros fundamentales (mi preferido): El balcón en invierno. Para seguir, en "La Isla", los diarios del director de la revista, Raúl Carlos Maícas. En esta nueva entrega recuerda el cartapacio de 160 páginas que le dedicó Turia (no sin vencer múltiples dificultades que él, por discreción, omite) y su multitudinaria presentación en Badajoz (un hecho que sorprendió a las autoridades extremeñas, desinformadas y de escasa sensibilidad cultural). Repasa, además, las colaboraciones del dosier (artículos, la amplia entrevista de Enma Rodríguez, sus "Devaneos de lector"), y reflexiona, por fin, sobre su obra en general y sobre Lluvia fina, su novela más reciente, en particular. Sí, como escribe Maícas, "siempre nos quedará Landero".

13.7.20

Onieva lee a Sophia


El poeta cordobés Francisco Onieva publica en el suplemento Cuadernos del Sur, del Diario Córdoba, una reseña de la antología Lo digo para ver (Galaxia Gutenberg), de la poeta portuguesa Sophia de Mello Breyner Andresen. 80 poemas traducidos por Ángel Campos Pámpano que uno seleccionó y a los que puse un prólogo.

12.7.20

Una antología poética de Jordi Doce


ES ASÍ, ES ASÍ

La crítica responsable, a la que solía convocar en sus reseñas Miguel García-Posada, sabe desde hace mucho que Jordi Doce (Gijón, 1967) es uno de los nombres imprescindibles del panorama poético hispano. Que no haya sido reconocido con premios rimbombantes ni forme parte de ningún departamento universitario ni dirija sede alguna del Cervantes son anomalías que no deberían extrañarnos y que nada tienen que ver con esa excelencia que, a pesar de lo obvio, no siempre se reconoce. En todo caso, ya decía, su acreditada trayectoria, plena de lucidez e inteligencia, es bien conocida por los lectores de este raro país parapoético.
Doctor en letras por la Universidad de Sheffield, lector de español en la de Oxford, tras su paso por la revista Letras Libres o la editorial Vaso Roto, reside y trabaja en Madrid como editor (de Galaxia Gutenberg, por ejemplo), traductor y profesor de escritura creativa.
Autor de ensayos (Imán y desafío, La ciudad consciente, Las formas disconformes, Zona de divagar y La puerta verde) y libros de artículos, entrevistas, notas y aforismos (Hormigas blancas y Perros en la playa), Doce es, antes que nada, poeta. De libros como Lección de permanencia, Otras lunas, Gran angular y No estábamos allí (Premio «Meléndez Valdés»).
Inseparable de su poesía, las traducciones, pongo por caso, de Blake, Eliot, Auden, Tomlinson, Hughes, Hill, Simic, Auster, Burnside y Carson. Reunió una selección en Libro de los otros y la editorial inglesa Shearsman ha publicado, en traducción de Lawrence Schimel, Nothing Is Lost. Selected Poems y We Were Not There (edición bilingüe de No estábamos allí).
Hace cinco años apareció la antología Nada se pierde. Poemas escogidos (1990-2015) en la colección La Gruta de las Palabras (PUZ). Acerca de esos 77 poemas dijo en la nota final del libro: “Una antología no se compone únicamente de los poemas que uno considera mejores o más logrados. Tiene que haber otros criterios, que es como decir espacio para respirar y moverse sin agobios: poemas que abren puertas o que exploran fugazmente este o aquel territorio; poemas que dan variedad y rompen inercias; poemas que gustan a lectores cercanos o de confianza; poemas, en fin, por los que uno siente un afecto irracional”.
Otro florilegio, En la rueda de las apariciones. Poemas 1990-2019 (título que toma de su poema “Huésped”), recoge en una espléndida edición 147 composiciones divididas en siete apartados. Doce explica en una breve nota que “la selección se ha hecho hacia atrás”, es decir, desde los últimos poemas, “los que han dictado el tono y el alcance del conjunto”. Cabe añadir que la muestra incluye más de veinte inéditos. Poemas como “La deuda”, “Una carta”, “Secuela”, “Encuentro o “Ficción” y la serie Estación término. Pero no es esta la única novedad: “he planteado el libro –Doce dixit– como un box set musical en el que las piezas familiares conviven con caras B, temas inéditos, rescates y mezclas alternativas”. De ahí que algunos poemas vayan datados con dos fechas. Por esto y porque ha sometido a corrección muchos de ellos (de reescritura podría, en rigor, hablarse), estamos ante un libro nuevo, incluso para quienes seguimos su obra desde el principio.
El prologuista, Vicente Luis Mora, alude a cierta tradición poética que “piensa a través de la mirada”. Añade que estos son los versos de alguien (“un trazado, una especie de callejero europeo”) que “va impregnándose de lo mirado”. De sus poemas, Doce ha afirmado que “siempre se han volcado hacia lo exterior”. “Como piensa el mirar”, leemos en “Diálogo en la sombra”. Y: “Quien mira sabe / que algo le está mirando”. O: “Salgo a la calle. / Por primera vez veo / lo siempre visto”.
“El puro asombro” de lo que se observa de manera cotidiana le lleva a una suerte de perplejidad permanente (“La extrañeza es una forma de atención”), de índole metafísica, que impregna de sorpresa y misterio cuanto este “espectador” escribe y lo dota de una atmósfera nórdica (con su luz “despaciosa”) e inquietante donde el miedo (“el temor es mi asunto y mi silencio”) o la amenaza siempre acechan. Algo propio “de quien ve más allá de lo mirado”. Se diría, sí, que su poesía, parafraseándolo, “Es una disciplina, / un trato entre el mirar y lo mirado”. Materia “de quien ve más allá de la mirada”.
“Lo universal es lo que tenemos a mano”, si bien puede ser “tan extraño y opaco como un meteorito. Solo hay que aprender a mirarlo, dejar que nos hable”, declaraba Doce, a modo de concisa poética, hace poco en la revista Anáfora.
Por lo demás, Mora acierta al señalar la clave de esta poesía “configural”, no “confesional”, en la que aprecia distintas etapas: hasta Gran angular (“oscura” la denominó Doce), desde ese libro hasta el último (“más áspera, intuitiva”) y la que inaugura No estábamos allí. Por simplificar, teniendo en cuenta su medular labor traductora, al principio tal vez pesaban más Eliot o Tomlinson (lo meditativo) que, más tarde, Simic o Carson.
Contenida, paradójica, sobria, audaz, variada, elegante, escéptica, irónica, la escritura de Doce frecuenta el poema en prosa y, más allá, la narrativa aforística y fragmentaria que proyecta su poderosa imaginación con destellos de inspirado irracionalismo, aunque, a pesar de las apariencias, “Nada de lo que ocurre es un sueño”.
Y todo expresado con un ritmo peculiar, tan personal como su voz, porque es aquel “el que determina la temperatura vital o anímica de ciertas palabras”, “asociado a ciertas sonoridades, a una atmósfera emocional, como expuso en la Fundación March.
“El destino soy yo”, sostiene Jordi Doce. “Quien extravió la vida en recrearla / con secreta pasión, al hilo de las palabras”. Ya que “tu afán es un enjambre de palabras / que esculpen en el aire su derrota”. El que “puso en equilibrio su vida y sus palabras”. Porque, en fin, “la poesía no es sólo el centro irradiador de mis inquietudes –señaló en su poética “Una fidelidad”– sino también un modus operandi, una forma de estar en el mundo y de proceder intelectual; un modo de pensar, en suma”.

En la rueda de las apariciones. (Poemas 1990-2019)
Jordi Doce
Ars Poética, Oviedo, 2019. 256 páginas.

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 135 de la revista Turia

10.7.20

Delibes dixit

Delibes en su casa de Sedano. El Norte de Castilla
"Yo soy triste y depresivo y, además, estoy casi en la tercera edad, así que la cosa no tendría nada de particular. Yo veo la vida desde un ángulo sombrío; no la veo agradable, qué le vamos a hacer, y en consecuencia casi todas las zonas de mi imaginación suelen ser sombrías y tristes. En ese aspecto mis libros me delatan. Sólo recuerdo en mi vida un momento de euforia vital que corresponde a la escritura de mis dos Diarios, los dos únicos libros optimistas de toda mi obra. No, no es cuestión de motivos, sino de genes. Yo no tengo duda de que esto será siempre así. Ciertos momentos de exaltación y optimismo que serán enseguida desbancados por los otros momentos, los de siempre". Miguel Delibes, en una conversación con Blanca Berasátegui. El Cultural.

8.7.20

La luz de aquella tarde de septiembre

Pablo Núñez (Langreo, 1980), que es licenciado en Periodismo, doctor en Filología Hispánica y profesor de la UNED, pertenece al círculo de poetas asturianos ligados a la Universidad de Oviedo y a la tertulia del mordaz crítico García Martín. Codirige, junto a Candela de las Heras, la revista Anáfora, una de las más pujantes del panorama joven de la poesía española. Es uno de los editores (el otro es el también asturiano Rodrigo Olay) de Sobre mi poesía (1971-2018), la de Luis Alberto de Cuenca, que acaba de aparecer en una nueva colección de la jerezana Libros Canto y Cuento.
Tras un primer libro, Lo que dejan los días (2014) y su paso por alguna antología generacional, publica ahora en Renacimiento Tus pasos en la niebla
Tres elocuentes citas abren el pequeño volumen. De Garcilaso, Zagajewski y Sánchez Rosillo. Están elegidas con coherencia, lo que no siempre ocurre. A punto de entrar en la cuarentena (y no me refiero a la del coronavirus), es lógico que uno se pare a contemplar su estado, como el autor de Epístola a Boscán; recuerde, como el padre del poeta polaco; y permanezca en la luz que, “si de verdad fue tuya”, “no se acaba”, como proclamó el poeta murciano. 
En tres partes se divide el conjunto: “La belleza del mundo”, “Confidencias” y “Quizá unos pocos versos”. El primer poema de la primera sección (que se publicó en Estación Poesía), dedicado a un cuadro de Hopper, en concreto su comienzo: “Ella no sabe que al mirar los árboles / está observando en realidad su vida”, sorprende de inmediato al lector. Al menos a éste. Se da mucha importancia a la primera línea de un relato o de una novela; no tanta a los primeros versos de un libro de poemas, tal vez porque cada poema es, en rigor, un libro en sí mismo. El caso es que si uno fuera, como en algunas ocasiones, miembro de un jurado literario al que se hubiera presentado este libro, sólo por ese par de endecasílabos que condensan un mundo, ya contaría, a priori, con mi voto favorable. Seguiría leyendo, como hice, con mucho interés. Lo sospechado cobró al final definitiva forma. 
El clasicismo (métrico, temático, etc.) se aprecia también desde el principio. De ahí lo de los epígrafes. Hay más: de José Luis Piquero, García Montero, Amalia Bautista y Víctor Botas. La musicalidad o el ritmo (apoyado casi siempre en el endecasílabo) se adapta de inmediato al oído, sin que estorbe a la hora de concitar coincidencias, voces y ecos. Del mencionado LAdeC, uno de sus maestros, por ejemplo. Por decirlo con él, la línea es clara. El tono, conversacional, como el del resto de paisanos de viaje lírico, un grupo potente y reconocible dentro de la tradicional pujanza de la poesía escrita por asturianos. 
En los poemas, la infancia y la juventud perdidas (las enseñanzas de la edad: “A cada golpe debes lo que has sido”); la afición al deporte (al baloncesto, en la baraja infantil; al fútbol, en ese poema dedicado a Quini); la familia (el padre, que está en “El poeta vio el rostro, y la abuela materna, en “No eran cuentos”); los viajes (a la Ginebra de Calvino y Borges y a los Alpes, a Salamanca o Cáceres), versos donde aflora a veces un culturalismo asumido y no epatante; la celebración de la amistad, un rasgo muy experiencial y ochentero (léase “Queríamos luchar” o “Verbier”); la memoria (“¿De qué mañana vienes? ¿De qué espera?”); el mar (algo normal en alguien que vive en Gijón; “Siempre supe del mar”); el yo (que protagoniza la segunda parte), en poemas autobiográficos (o eso parecen) como “Ante el espejo” o “No le cuentes que te entusiasma Bach” (y Dylan, Cernuda, el cine de los 50, las viejas tertulias televisivas de Garci y de Dragó...), “que prefieres un buen alejandrino a un BMW” y “que admiras mucho más / a Rodríguez Adrados que a Bill Gates; la Biblia (muy hermoso es el poema “El texto del Nuevo Testamento”); los libros, las lecciones y la poesía (a la que dedica la tercera parte)... 
El poema final es una traducción de un animoso al tiempo que melancólico poema de C. S. Lewis: “What the Bird Said Early in the Year” (“Lo que el pájaro dijo al comenzar el año”, de 1938) que se puede leer en “una placa del Magdalen College de la Universidad de Oxford” y al que pertenece el verso “Este año el verano se hará realidad. Este año. Este año”. 
Unas didácticas “Notas del autor”, que subrayan el afán de claridad, cierran esta entrega que no sorprenderá acaso por lo novedoso, pero sí por su pequeña verdad. “Al cabo, son poquísimas las cosas / que de verdad importan en la vida”, como dijo la mencionada Amalia Bautista. Él, por su lado, afirma: “No elegiste un camino, pero fueron / siempre firmes tus pasos en la niebla”. Se nota. 

Pablo Núñez
Renacimiento, Sevilla, 2020

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 147 de la revista Clarín.

4.7.20

Álex Chico lee el "siroco"

En el número 16 de la revista Paraíso, que dirige el profesor y poeta Juan Carlos Abril, se publica esta reseña de Álex Chico sobre El cuarto del siroco. Una sorpresa. Ya no esperaba uno más críticas de ese libro. Además de agradecerla, la valoro especialmente por venir de uno de mis más fieles e inteligentes lectores. 


En ocasiones, un autor sólo se dedica a dar fisonomía al lugar en el que lee o escribe, como si con cada libro tratara de explicarnos un poco más cómo es ese espacio. Describe la habitación porque es allí donde sucede su universo, el de la memoria y la ficción, el de los paisajes que quedan fuera, leídos y vividos a partes iguales. Un hogar minúsculo que nos ofrece una idea aproximada de su lugar en el mundo. La manera en que lo juzga o se previene de él. Una pieza que tiene mucho de cuarto del siroco, esa estancia situada en las casas patricias sicilianas en donde «las familias nobles se guarnecían mientras soplaba el temible siroco», como nos explica el autor en las palabras preliminares. Esa es la geografía que elige Álvaro Valverde: un cuarto real y metafórico en el que fundar su territorio. Los poemas que integran El cuarto del siroco dan fisonomía a ese emplazamiento. Nos hablan sobre lo que existe y no existe en él, sobre lo que hubo y, con sabia paciencia, aún permanece. Y lo hace como siempre: con una poesía clara que, como el agua, esconde en su sencillez un cauce profundo, iluminado de inmenso. No extraña, por eso, que el primer poema, “A modo de poética”, emplee el agua como metáfora de la poesía. Da cuenta no sólo del libro, sino del universo literario de Valverde. El cuarto del siroco, así como buena parte de su obra, se fija en esa «humilde verdad», en su condición detenida y pasajera, estable y al mismo tiempo efímera. Como el agua, la poesía se nos escapa de las manos y, sin embargo, también es capaz de convertir su estado líquido en una extraña lección de permanencia. Sucede lo mismo con los seres que irrumpen en el cuarto: sabemos que alguien ha huido, pero queda al menos su rastro. En este sentido, Álvaro Valverde da un paso más. Si en otros libros prestaba atención a lo que huye, en esta ocasión también se fija en lo que nunca ha acontecido y, no obstante, siente como propio. La ausencia se convierte en presencia. Se fabula con un jardín soñado, pero inexistente. Se lamenta por otra «oportunidad desperdiciada. / La de pisar la nieve / de noviembre en Belgrado». O se cuestiona, en fin, el límite difuso que separa lo real de lo imaginario: «¿Cómo puedo sentir nostalgia ahora / de una existencia que de pronto invento?» («Casas de Azuaga»). Una duda que me lleva, irremediablemente, a unos versos de Juan Antonio González Iglesias: «me pregunto por qué sé describir, / tan justamente, / ese país en el que nunca he estado». Entre ambas interrogaciones hay un nexo. Si algo nos demuestra ese punto en común es la vigencia de aquella separación aristotélica entre el historiador y el poeta. El primero cuenta lo que sucedió. El segundo, lo que podría haber sucedido. Por eso este cuarto no se nutre únicamente de recuerdos tangibles, sino también de ficciones, las que dan pie la memoria y la literatura cuando hacemos de ellas nuestro lugar en el mundo. 
Ya que he citado el poema «Casas de Azuaga», podríamos decir que en él encontramos una parte del espíritu de este libro, y una muestra significativa de las claves literarias de Valverde. En él hay una proyección del lugar, una superposición de espacios, una lección de permanencia, una reactualización del pasado y una profunda meditación sobre el paso del tiempo. Quizás sea este último apunte el que me genere más atención. En la obra de Álvaro Valverde el lugar ha sido un tema fundamental. Sin embargo, ese interés se ha ido trasladando a una aguda y cada vez más constante indagación sobre el tempus fugit. El cuarto del siroco es la confirmación de una sospecha que venía percibiendo desde sus últimos libros. El lugar sigue teniendo una presencia notable, pero siempre aparece filtrado por su relación con el tiempo, como si se mencionara para dar fe de los años trascurridos. El paisaje existe porque convoca el pasado, lo trae de vuelta o se enfrenta a él («En el molino», «Ribera del Marco» o «Fuera de temporada» son unos pocos ejemplos). El territorio no es solo una geografía, sino una constatación de que todo pasa. Por eso se buscan esas señales que perduran (las ovas, una torre…). Incluso reaparecen quienes ya no están a nuestro lado. En El cuarto del siroco, la voz poética no camina sola: va acompañada de una muchedumbre de ausentes que le siguen el paso. Los pueblos o el paisaje generan una realidad disparada. Se encadenan unos y otros, porque toda ciudad «es una y múltiple». Nos desplazamos a ellos porque son la fuente de nuestras emociones: «He venido hasta aquí a nombrar la tristeza». Nos permiten ser otro para continuar siendo uno mismo, como alguien que encuentra en lo ajeno la mitad de su vida. Y entre todos esos lugares se erige uno que nos protege de la intemperie, un cuarto en donde guarecernos del viento. Una vieja estancia que es, sobre todo, una carta de amor a la literatura.
Álvaro Valverde ha conseguido, por fin, hacer de este lugar un territorio

3.7.20

En memoria de Julián


El día 28 de junio hizo un año de la inesperada muerte de Julián Rodríguez a los cincuenta de su edad. Mientras leía en el jardín de su querida casa segoviana de Colladillo (que compartía con Irene), como nos recuerda su hermano Javier, que ha tenido la excelente idea de conmemorar ese triste hecho editando (para familiares y amigos y en la imprenta Kadmos, "su casa en Salamanca"), de manera exquisita (qué mejor homenaje para el tipógrafo que nos dejó), la carta que envió el novelista Henry James a Fanny Stevenson, la viuda de su amigo Robert Louis, el autor de La isla del tesoro, con motivo de su fallecimiento. Es otra preciosidad, digna de uno de los escritores más elegantes, en su sentido más pleno, de todos los tiempos. 
La traducción es de Mario Acuña. Está fechada en diciembre de 1894. Uno de los párrafos más emocionantes, que uno lee sin remedio en clave, es este: "En cuanto a mí, cómo decirle cuánto más mísero y pobre me parece el mundo entero. Cómo decirle que una de mis más íntimas y poderosas razones para seguir adelante, para tratar de hacer algo, para pensar en el futuro o para soñar con él ha abandonado la vida en un instante. Yo tenía siempre la obsesiva sensación de que nunca volvería a verlo, pero una de las mejores cosas de la vida era que él estaba allí, o que uno lo tenía cerca, o que, al menos, tenía noticias suyas y lo sentía y lo esperaba y lo incluía en todo lo que amaba, en aquello para lo que vivía. Iluminó un lado entero de la Tierra y era por sí mismo una provincia entera de la imaginación. Sin él somos gente más pequeña, personas más mediocres". 
Miguel Ángel Lama, que también ha recibido un ejemplar, destacaba en su blog otro párrafo del que entresaco estas palabras: "En cuanto a él, fue pese a todo un hombre con suerte. Quiero decir que tengo la sensación de que ha sido tan feliz en la muerte (abatido de esa manera, como los dioses, en una hora clara, gloriosa) como lo fue en los momentos de esplendor. Pese a todas las circunstancias tristes de su rica y exuberante vida, tuvo lo mejor de ella, lo más intenso de la lucha, lo más sonoro de la música, lo más fresco y espléndido de sí mismo". Y más adelante: "Se ha ido a tiempo para no envejecer". 
Como escribe Javier en el colofón, "Nunca le olvidaremos". 

2.7.20

Otro maldito poema sobre el confinamiento



                                                 A Jordi Doce

Esta vida en suspenso
me obliga, cual paciente recluido,
a cumplir ciertos ritos; por ejemplo,
observar lo que pasa cada día
detrás de la ventana de mi cuarto.
Me asomo al exterior como quien sabe
que el gesto es salutífero. Respiro
y, al hacerlo,
es mucho más que aire lo que tomo.
Después,
me paro a contemplar mi triste estado
que se refleja en todo cuanto veo.
La muralla, que tengo justo enfrente,
un símbolo vital para quien quiso
permanecer en su lugar.
Le sirve de sustento a un par de mirlos
que cantan en el sol cuando amanece.
Más allá, por encima,
algunos edificios donde intuyo 
la existencia secreta de los otros.
Y debajo, el jardín.
Con una buganvilla exuberante,
la hierba todavía no agostada,
una higuera sin poda algo salvaje,
algunas flores y árboles modestos,
la densa enredadera de la entrada
y multitud de animalitos invisible.
Si levanto la vista hacia poniente,
cuando al cabo declina la jornada,
un cielo enrojecido me devuelve
la metáfora exacta de este tiempo
rendido al estupor y a la extrañeza.

Nota: Este poema se ha publicado en la serie A POEMA ABIERTO. VERSOS PARA VOLVER A HABITAR LA VIDA, un proyecto coordinado por Amalia Iglesias Serna para la Universidad de Salamanca. No pude evitar la ironía, parafraseando al novelista Isaac Rosa, a la hora de ponerle título.