28.11.19

Carta de Fuente de Cantos

No estaba el día para viajes. Iba hasta la otra punta de Extremadura. Alba Plata abajo, que es como se llama el instituto al que iba. En Fuente de Cantos, patria chica del gran Zurbarán. Tuve niebla, lluvia, viento...
El edificio tuvo un premio de arquitectura. Al entrar en el pueblo por la antigua N-630, cuántos recuerdos. De la Venta del Gato, por ejemplo. Ah, aquellos incómodos, interminables viajes al Sur con agradables paradas obligatorias. 
Se lo decía a los alumnos de 2º de Bachillerato, setenta, reunidos en la biblioteca junto a un grupo de profesoras y profesores. La primera vez que oí nombrar Fuente de Cantos fue cuando mi amigo Herrero se fue a pasar allí un largo y cálido verano. Y no precisamente para veranear. Al colegio de los Hermanos de la Preciosa Sangre. Tenía fama de reformatorio, como Armenteros. 
Me presentó Regino Cortés Nisa, de Bienvenida, el instigador. Se nota que se formó en las aulas de la vieja Facultad de Letras cacereña, en las clases de Rozas y Senabre, entre otros. Eso y que es lector de poesía. Fue didáctico y preciso, como hacía al caso. Muchas gracias.
No se olvidó de mencionar a los alumnos de 4º de la ESO, por su colaboración para el diseño del cartel del acto. En el elegido, la caricatura de mi paisano Esteban Navarro que ilustra la cubierta de la antología de la colección El Pirata que publicó la Editora. 
El director y el secretario se acercaron a saludarme. El primero abrió y despidió la charla. Todo un detalle que de nuevo agradezco. 
Entre el público, un profesor que asistió, cuando era un niño, a una que di en el colegio de Carcaboso, invitado por mi amigo y compañero Manuel Chico, el padre de Álex. 
El clima de atención y silencio se impuso desde el principio. Uno habló (bastante) y leyó (poco). En estas actuaciones se trata más de incitar a la lectura y desmontar los tabúes que rodean a la pobre, temida poesía que otra cosa. Contar tu propia peripecia ayuda a que quienes te escuchan entiendan que lo de dar en poeta es una mezcla de azar y carácter. Y que la literatura, la poesía, es "lo inagotable", como el título del poema de Gabriel y Galán donde para uno empezó acaso todo.
Se nos fue el tiempo volando, no sin que se formularan en voz alta algunas preguntas inteligentes. De las que no vienen preparadas. 
Es una buena idea (la de Fran Amaya, la del Plan de Fomento de la Lectura de Extremadura) esta de invitar a escritores a los centros (los que cada IES elige). No es sino otra cara de lo que se pretendió con la, digamos, pata educativa de las Aulas Literarias de la AEEX. Aquí, sólo extremeños. 
Esa es la clave. La de la instrucción pública: educación y cultura juntas. Y más en el medio rural.
No puedo (ni quiero) olvidar que para que yo acuda a esos institutos, permiso provincial mediante, mis generosos compañeros del colegio tienen que ocuparse de las clases de uno. Muito obrigado. Al cabo, ya que lo menciono, así considero esas charlas: clases que das en otro sitio a chavales más mayores que mis habituales muchachinos. Será, supongo, por deformación profesional. 
El fin de fiesta lo puso Sofía. Interpretó a la guitarra una canción de Pablo Guerrero. Ella estaba nerviosa, pero a mí me emocionó igual. 
Luego dediqué algunas antologías (a Irene, a María, a Carmen, a Laura...), me despedí y... carretera y manta. Al llegar a Plasencia, el diluvio. 

22.11.19

Foneto c’est (aussi) moi

Nueve novelas (Mísera fue, señora, la osadía. El cerco oblicuo, Campo de amapolas blancas, Amad a la dama, Paradoja del interventor, El espíritu áspero, La sed de sal, Nemo y, ahora, La escapada), cuatro libros de relatos (La princesa y la muerte, El artista del billar, Conversación y Caracteres) y tres de ensayo (Camino de Jotán. La razón narrativa de Ferlosio, Equidistancias y El desierto de Takla Makán) son argumento suficiente para rebatir que GHB siga siendo el “gran desconocido” que algunos dicen. Es cierto que Bayal cultiva una literatura con estilo, lo que la aleja de la fama y del común. Un estilista, Fernando Aramburu, comentaba en un artículo: “Por lo general, se tiende a tildar de elitistas, de retóricos o pedantes a todo aquellos autores que practican un estilo alejado del habla común”. Y más adelante: “Quizá esta antigua animosidad frente al hombre que se adentra en zonas de lenguaje desvinculadas de los usos colectivos provenga de una falta de disposición general o de un exceso de pereza para admitir que un individuo se tome la prerrogativa de alterar el instrumento sin el cual los seres humanos no sabrían ir de aquí allá: el lenguaje”. Por fin señala: “Que un escritor componga textos con una modulación especial, además de rara (y es inevitable que lo que atenta contra las convenciones lingüísticas despierte al principio extrañeza), es un logro al alcance de contados escritores. (…) Dicho de otro modo, más allá de tres o cuatro renglones es imposible impostar un estilo inconfundible”. Este lo es. Y en él se basa la consistencia de su acreditada poética. Más allá, quiero decir, de lo que cuenten sus novelas y relatos. En La escapada, precisamente, hay mucho de metaliteratura, esto es, de literatura acerca de lo mismo. A pesar de que “el narrador, como personaje, ha de ser siempre secundario”, pocas veces se había explayado tanto Bayal desentrañando sus ideas acerca de la escritura y de su propia razón narrativa, la que justifica cuanto escribe. El nombre del protagonista ya da una pista fiable al respecto: “Si a estética esteta y a poética poeta, a fonética foneta”.
Llama también la atención del lector habitual de Bayal que en esta ocasión –filologías (léanse los capítulos 19 y el 22), latines y griegos mediante–, hay una mayor contención verbal, con menos juegos léxicos y semánticos entre líneas, condicionada tal vez por el tenor de la historia.
Dividida en 66 capítulos (¿tantos como años tenía su autor cuando la compuso?) y escrita en primera persona por un narrador que se parece mucho a GHB (no debo entrar en detalles personales que romperían el pacto narrativo, aunque algunos se delatan sin ambages, así cuando se refiere a su edición de La metamorfosis kafkiana), la trama de esta novela moral es sencilla. Dos viejos compañeros de estudios universitarios se encuentran de nuevo en Madrid (lejos de Murania, como en El cerco), ciudad donde se licenciaron en Filología (“que nos condena a ver las cosas desde fuera”) y donde ninguno de ellos reside, aunque el primero la visite con frecuencia desde su jubilación. Mientras éste recorre el pasadizo de San Ginés y está a punto de comprar un ejemplar de Los rateros (o La escapada), de su admirado Wiliam Faulkner, escucha a sus espaldas: “Al miserable nunca le abandona su miseria”. Porque, dirá luego, “imprime carácter”.
La acción transcurre en un día y ambos pasean por el centro de la capital, por el barrio de Las Letras y aledaños, entre calles, plazas y locales que frecuenta, por cierto,  el autor en su, digamos, vida corriente. En la página 46, GHB, en clara alusión flaubertiana a Madame Bovary confiesa que, como otros personajes solitarios, ajenos a todo y conformes consigo mismo, inventados por él (Sín, Nemo), Foneto c’est moi. Una suerte de alter ego. Y ya ahí, por aquello de la tramposa autoficción, conviene indicar la sutil diferencia entre persona real y personaje y hasta dónde aquél lo es. Lo uno o lo otro, digo. Porque “no se trata de verosimilitud, sino de verdad”.
Ya en la primera novela “ansiolítica” de Bayal aparece Foneto como personaje, elevado a la categoría de poeta. A él le atribuye el verso que la cierra: Lo triste que es ser nada y serlo solo. Representa lo que, por hache o por be, pudo ser y no fue, que es asunto clave en este relato que bucea, desde la vejez (otro quid), en el pasado: “Vivimos ciertamente del pasado y no hacemos otra cosa que reinventarlo”. Por eso, “nunca dejarán de sorprenderme los mecanismos de la memoria”. Alguien que “ni era sujeto ni tenía objeto”, especialmente dotado para las grandes empresas de la Filología que, sin embargo, da en retirado quiosquero y no, lo previsible, en profesor de instituto de provincias, como el narrador, su amigo, por más que la verdadera aspiración de ambos fueran la de llegar a ser escritores de fuste. Y todo porque “Uno piensa el bayo y otro el que lo ensilla”, más que un mero refrán usado por numerosos escritores (del Arcipreste a Galdós) y a cuyo sentido dedica el último capítulo.
Bayal aborda el tema de la “solitariedad” (solus amoenus) y el egoísmo que ésta lleva aparejada. Y a la soltería y el imposible amor, si bien Foneto alcanzó a tener “tres experiencias amorosas” que, como lo demás, terminaron en fracaso. A una de ellas se dedica el capítulo más extenso de la novela, el 54.
De esas “desventuras subjuntivas” (“El arte solo saca partido del dolor y la desgracia”, “La existencia carece de significado”) da buena cuenta Bayal en esta ficción real de dos seres solitarios y silenciosos, de buen conformar, sin el “don de la conversación”, amantes del cine y de los libros (su auténtica tabla de salvación), que han “vivido siempre refugiados en los márgenes”, “los que no hemos estado nunca en los sitios de la historia”, expertos “en vivir sin entusiasmo” y en “un tiempo sin porvenir” porque “el futuro siempre es imperfecto y, sobre todo, subjuntivo”. Más si se vive con “vergüenza retroactiva” y lo que nos espera a la vuelta de la esquina es la muerte.

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 131 de la revista Turia.

20.11.19

Vivir en las palabras


Que el Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe (conocido como el Loewe, a secas) se ha convertido en uno de los más acreditados, si no en el que más, del panorama lírico hispanoamericano es ya un lugar común. Desde hace tiempo, además. Me atrevería a decir que desde el principio, o casi, allá por 1988. La nómina de galardonados habla por sí misma. Y lo que es más importante: el catálogo de libros que conforman ese extenso y plural palmarés, editado desde sus comienzos, uno de sus indudables aciertos, por la madrileña editorial Visor. Otro está fundado en la calidad del jurado que dictamina el fallo, constituido por relevantes poetas (sobre todo) de un lado y otro del Atlántico; un tribunal que durante unos años presidió el Nobel mexicano Octavio Paz.
El verdadero lujo que patrocina esa empresa lujosa es, precisamente, la excelencia poética, más en una época dominada, siquiera en parte (la de las internáuticas redes sociales), por una aparente nueva forma de poesía que, porque de inédita y de poesía en realidad tiene poco, Luis Alberto de Cuenca ha denominado parapoesía. Nada más alejado de ese fenómeno de masas que la que representa, genuina (por parafrasear Poetry, de Marianne Moore), el libro que logró la trigésimo primera edición del premio gracias a la arriesgada, valiente decisión de un jurado presidido por el profesor y académico Víctor García de la Concha (que durante años ejerció la crítica a pie de calle en el diario ABC). Un osado acuerdo, sí, que llegó en un momento crucial en la trayectoria del Loewe, más después de que en el vídeo promocional de su 30 aniversario se diera cabida, para pasmo de algunos, a parapoetas, esto es, a portavoces de lo que el estudioso Martín Rodríguez-Gaona ha denominado poesía pop tardoadolescente y, en consecuencia, a algo que está en las antípodas del rigor y la eminencia de He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes, el extenso título de aires bíblicos del laureado libro que ahora que reseñamos.
Para no pocos, apuntaremos antes, ese resultado fue una sorpresa. No para quienes conocían el sólido, coherente itinerario de Sánchez, al que ahora muchos celebran en este país tan dado a las frívolas, fugaces exaltaciones. Los lectores lo acogieron, ya digo, como lo que es: un motivo de esperanza, de fe en la poesía, en tiempos de vacío, incultura y miseria.
Su autor, Basilio Sánchez (Cáceres, 1958), no fue un poeta temprano. Su primer libro, A este lado del alba, obtuvo en 1983 un accésit del premio Adonais (el más reconocido hasta que apareció el Loewe). A esa ópera prima le siguieron: Los bosques interioresLa mirada apacibleAl final de la tardeEl cielo de las cosasPara guardar el sueñoEntre una sombra y otra y Las estaciones lentas. En 2010 publicó su poesía reunida: Los bosques de la mirada (Calambur)Después llegaron Cristalizaciones y Esperando las noticias del agua.
La mayor parte de estas obras merecieron algún premio. Además de un accésit en el Gil de Biedma, BS obtuvo el Unicaja, el Tiflos, el Extremadura a la Creación y el Ciudad de Córdoba.
Conviene mencionar dos libros en prosa de su bibliografía: El cuenco de la mano y La creación del sentido. Dos entregas, cabe matizar, que podrían pasar, en sentido estricto, por poéticas. Por el asunto del que se ocupan y la escritura que las identifica.
En una entrevista concedida a Nuria Azancot para El Cultural, Sánchez comentaba: “Utilizando una imagen del poeta peruano Eduardo Chirinos, percibo mis libros como planetas solitarios que giran alrededor de su propio eje, pero sometidos todos a unas mismas leyes de movimiento, a un orden cosmológico superior que no es otro que la idea que yo tengo de la poesía. Concibo la creación poética como una especie de diario del espíritu, como una forma de anotar y de poner en relación la vida de uno mismo con el mundo que nos rodea tal y como el poeta consigue percibirlo a lo largo de las diferentes etapas por las que va pasando. He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes es una expresión más, sin duda incompleta, pero reveladora, de mi forma de decir y de vivir en el tiempo. En lo formal, es un paso más hacia la naturalidad y la transparencia”.
Aunque extensa, transcribo la cita por su elocuencia. Sánchez, ya se ve, aborda con lucidez la lectura de sí mismo. Se constatará luego. De ahí que cuando le pregunta la periodista por la tradición poética en la que se inscribe, responda: “Podría ser en la poesía del fervor, como la llamaría el poeta polaco Adam Zagajewski, o en la poesía del entusiasmo, como querría Hölderlin”.
Pronto cae en la cuenta el lector de que He heredado un nogal… tiene mucho que ver con su entrega anterior: Esperando las noticias del agua. Un año separa ambas ediciones. A mi modo de leer conforman incluso una suerte de bilogía, más allá de su indiscutible independencia.
De aquél dijo BS: «es un poema único compuesto por cuarenta y ocho fragmentos que, de una forma alegórica y utilizando como hilo narrativo el amor entre dos jóvenes, reflexiona sobre la entereza y la perseverancia como únicas maneras de sobrevivir al extravío ético de nuestras sociedades actuales”.
Uno, al reseñarlo, destacó, por ejemplo, su sutileza, transmitida “a través de un lenguaje altamente imaginativo, que a rachas parece el fruto de la más elevada inspiración (aquella que linda con la mística), alegórico en todo caso, construido con palabras comunes que remiten a conceptos metafóricos y simbólicos complejos”, o el uso de versos que podrían pasar por aforismos.
Anoté, en fin, algo acerca del marco, porque “lo temporal y lo espacial (aunque aquí caben más los términos intemporal e inespacial)” se diluyen para conseguir aún más protagonismo del misterio, una palabra clave para entender esta poética del secreto y el enigma. “Del origen”, según Piedad Bonnett, miembro del jurado y autora del penetrante texto de la contracubierta. Como el autor ha escrito, “sin apenas anclajes geográficos o temporales, el poema construye el escenario mítico”, si bien, nunca pierde de vista el presente.
Todo lo dicho sirve para explicar esta nueva obra dividida en tres partes y una coda; compuesta por sucesivos fragmentos (a su imán, que diría Lezama), sin título, que fundan su unidad de sonido y sentido en un lenguaje claro y austero (“Amo la austeridad de los que escriben / como el que excava un pozo”), y en un ritmo muy particular también y muy logrado que se aprecia, sobre todo, al leer los poemas en voz alta.
Al decir de BS, un hombre esforzado y contemplativo, tiene un “carácter de libro de meditaciones” (también lo ha denominado “cuaderno de campo de un naturalista”) construido con lentitud (“Amo lo que se hace lentamente”) en la soledad (“Siempre supe estar solo”) y el silencio (“El silencio es la elegancia absoluta”). En efecto, a esa tradición, la meditativa (escrutada en su día por Valente) se adscribe esta poesía del pensamiento (que siente). Lo que no obsta, como señala Colinas, para que tienda “a lo surreal, al irracionalismo”. Por eso es normal que a veces el lector pierda pie (“Ninguno de nosotros / está aún preparado para lo incomprensible”) y, sin entender, vislumbre, absorto en la enigmática belleza de unos versos que a rachas devienen versículos, algo del todo adecuado si tenemos en cuenta la honda espiritualidad que emana del conjunto.
A través de las cosas (“Acercarnos con afecto a las cosas / nos permite intimar con lo sagrado / que permanece en ellas”). En medio de la naturaleza (tan presente aquí): “Dichoso el que, sentado / bajo los grandes árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo, / no renuncia al regalo de lo inmenso”.
Sí, el tono es hímnico. Hay “una celebración tenaz de lo que existe”. Porque aún se oye el último eco  de “la canción del paraíso”. Porque, evocando a Claudio Rodríguez, “El mundo se nos revela siempre en un estado / de perfecta ebriedad”.
A pesar del dolor (léase el precioso poema de la página 68, que comienza “No hay azafrán ni clavo”) y la muerte (BS es médico intensivista) y de que nadie sepa “cómo estar en el mundo”: “Es verdad / que en la idea del jardín subyace oculta / la idea del sufrimiento, / la de que prevalece / sobre el orden de la naturaleza / el orden de los hombres”. No en vano esta poesía se distingue por su alta carga de humanismo.
“Yo mendigo la luz”, escribe. Y: “He aprendido a convivir con las ruinas”.
No puedo concluir esta nota sin aludir a una línea central del libro, la que a uno más le ha interesado. Me refiero a los numerosos poemas que indagan acerca de la propia escritura. Metapoéticamente. También sobre la frágil figura del poeta. Son, además, una perfecta guía de lectura. Así, leemos: “Los poemas que nos hacen mejores / son los que nos devuelven / a ese estado anterior / en el que era posible, / en nuestras relaciones con el mundo, / conducirnos con naturalidad, sin artificio”.
“La poesía no explica ni argumenta. / La poesía sólo llama a las cosas”. Es “el oficio del espíritu”.
“Vivir en las palabras, / asumir el fervor como una forma secreta de penuria / lo decide uno mismo”.
“Escribir un poema es andar sobre las aguas, / confiarnos a lo bueno del mundo”.
“Uno escribe un poema para sentirse vivo”. Y añade: “para que otro descubra que está vivo”.
Y, desde la compasión: “La poesía / no es una ambigüedad del corazón, / es una forma / de sentirte tú mismo siendo otro, / de asumir la existencia de los otros / como si fuese tuya”.
No es preciso comentar nada.
En un momento dado, Basilio Sánchez escribe: “Hay libros que son fértiles”. Este es el caso. Armonía sería un término muy adecuado para definir de una vez la obra de alguien que confiesa: “Las palabras son mi forma de ser”. Además de avalar a un premio prestigioso y a un jurado digno, resalta la importancia de la verdadera poesía, en rigor la única posible, ajena a las modas, las ocurrencias y la prisa. Porque sólo desde la tradición se puede alumbrar lo nuevo.


Basilio Sánchez
Visor, Madrid, 2019.
83 páginas. 12,00 €

Nota: Esta reseña se ha publicado en el número 832 (octubre de 2019) de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.

14.11.19

¿Obra cerrada?

Todo el mundo sabe que hay acciones culturales realmente minoritarias cuyo éxito depende de que se haga entender a los agentes interesados el impacto social y económico que proyectan. Y por añadidura, que son fuente y plataforma primordial de los valores compartidos por la sociedad.
Tras dar a conocer el modelo peculiar de convenio con el que la Fundación Caja de Extremadura pretende ceder los fondos del Salón de Otoño de Plasencia (sin mención, por cierto, a los de Obra Abierta), Trazos del Salón se ve en la obligación de salir de nuevo a la palestra.
En lo que respecta a la justa y necesaria reivindicación de que Plasencia acoja y exponga esos fondos, un honesto empeño cívico que apoyan más de doscientas personas y entidades, es necesario apelar, sí, al localismo, siquiera sea en su sentido más genuino y menos dañino (el arte es por definición universal y sin fronteras), pues el acreditado concurso lo inició la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Plasencia y acerca de su definitivo destino ya se pronunció en su día la entidad en la que se integró, Caja de Extremadura, mediante múltiples manifestaciones de sus directivos en las que se comprometían a ubicar aquí la colección, y más concretamente en el antiguo convento de las Carmelitas, inmueble adquirido para ese uso.
Por eso reivindicamos la historia, el legado y la potencialidad que guarda este proyecto para la ciudad y toda las comarcas del norte extremeño. Y lamentamos que, no sin cierto cinismo, la Fundación pregone que ya se pueden contemplar obras en un centro cultural semicerrado o en los pasillos del hospital.
El Ayuntamiento, nos consta, aceptaría discutir las condiciones del extravagante convenio, pues no es acorde con el compromiso estatutario que tiene la Fundación con la sociedad extremeña en general y con la placentina en particular. Un convenio en el que, para sorpresa de propios y extraños, se admite explícitamente la cesión del uso y disfrute de esos bienes a personas físicas.
Y ya que lo mencionamos, conviene señalar la falta de apoyo y de diálogo de los patronos y directivos en la Fundación vinculados y residentes en esta ciudad. Una falta de aprecio y una irresponsabilidad tan reprochable como incomprensible.
A pesar de que se hace una discriminación en el citado convenio para acceder al usufructo de los citados fondos, recalcamos que Salón de Otoño y Obra Abierta van indefectiblemente unidos y son inseparables en la colección, como implícitamente reconoce la misma Fundación en un folleto editado con motivo de la muestra de ciertas obras en la red de Paradores. Ésta, formada desde los años ochenta mediante premios y adquisiciones, sólo tiene sentido en su conjunto y no como exhibición de piezas individuales, lo que sucede en la cesión a Paradores y, de forma explícita, en el convenio público recientemente convocado. Así se convierte en un elemento decorativo más, alejándose del interés cultural intrínseco que debe conservar.
Para apreciar su riqueza, fundada en la variedad de estilos y de técnicas, basta con mencionar los nombres de Dis Berlin, Fernández de Molina, Corujeira, Vega Ossorio, Morato, Carralero, Guimarães, Proença, Ciria, Patiño, Albano o Ludueña.
El proyecto emprendido por esta asociación Trazos intenta aportar soluciones que ayuden a conocer el legado de la institución Fundación Caja de Extremadura y, por fidelidad a la memoria y la voluntad de cuantos artistas han formado parte del mismo, persigue propiciar el disfrute de los ciudadanos en general. Se trata, en fin, de que, como venimos repitiendo con paciente insistencia, la colección Salón de Otoño/Obra Abierta sea expuesta en su conjunto de forma permanente, y que funcione como nexo integrador de un Centro de Arte que cuente con un discurso riguroso y estructurado.
Por otra parte, cualquiera entiende que esta colección ni puede ni debe exponerse de forma permanente en otro punto de Extremadura; no digamos en manos de particulares, como el convenio alegremente contempla.
Acerca de la ubicación de esos fondos, Plasencia cuenta con espacios que, debidamente acondicionados, podrían albergarlos. Así, sin ir más lejos, el edificio central de Liberbank reuniría las condiciones idóneas para acoger la exposición permanente y convertirse, de paso, en ese Centro de Arte que la ciudad demanda. Un emblemático edificio al que resultaría difícil darle otro uso. Téngase en cuenta lo que ha hecho Liberbank en Mieres, donde la entidad bancaria alcanzó un acuerdo con el Ayuntamiento para que el Centro Cultural de esa villa asturiana (antes Cajastur) siga cumpliendo la función social para la que fue concebido.
O los altos de la Plaza de Abastos, un recuperado espacio industrial de los años 30, también idóneo y que potenciaría el Centro Cultural Las Claras, con una integración casi perfecta. O, en fin, el previsto para el antiguo convento de las Carmelitas, por ahora malogrado y con las obras paralizadas.

MARÍA JESÚS MANZANARES, SANTIAGO ANTÓN Y ÁLVARO VALVERDE. ASOCIACIÓN TRAZOS DEL SALÓN

Publicado en el diario HOY.

Nota: La ilustración corresponde a la obra 'El entrenamiento', de Manuel Mediavilla Crespo, I Premio de Escultura del Salón de Otoño de Plasencia (Caja de Extremadura).

2.11.19

Questions of travel























Desde que lo leí por vez primera
me obsesiona el poema “Cuestiones de viaje”,
de la bostoniana Elizabeth Bishop.
Nunca ha dejado de estar en mi memoria,
ni de interpelarme sus preguntas.
No hay viaje que no me lo recuerde.
Tras descubrir Brasil,
nuestra poeta inquiere, por ejemplo,
si hubiese sido mejor quedarse en casa
e imaginar ese lugar.
De ser así, tampoco
estaríamos nosotros aquí.
Nos acomete la misma inmadurez:
la de mirar el sol desde esta orilla,
por más que brille ahora por su ausencia.
No nos basta con soñar nuestros sueños:
debemos vivirlos también.
Ella evoca a Pascal, esas desgracias
que derivan del hecho de ser incapaces
de no quedarnos solos y tranquilos
en nuestro propio cuarto. Se interroga:
¿Es falta de imaginación lo que nos obliga a venir
a lugares imaginados, en vez de quedarnos en casa?
Estamos en Sofía, pero podría ser
en cualquier parte.
Con ella, por fin, nos cuestionamos:
¿Deberíamos habernos quedado en casa,
dondequiera que eso quede?
Y en su formulación retórica,
no encontramos al cabo la respuesta.


Nota: Este poema se ha publicado en  el número 17 de la revista sevillana Estación Poesía, que dirige Antonio Rivero Taravillo, y pertenece al libro inédito Cuaderno de Sofía. 
La fotografía está tomada en la capital búlgara, desde una habitación del Art'Otel, en Gladstone Str.