31.1.19

Banho

Desde Coimbra, en su blog Ruas das Pretas, Albino M. traduce "El baño", un poema de El cuarto del siroco. Muito obrigado. 

BANHO

Ontem no moinho,
mais uma vez tomei banho
sozinho
no tanque.

Como sempre, ao entrar,
pareceu-me a primeira vez.

Como sempre, ao sair,
tive a sensação
de que era a última.


BAÑO

Ayer, en el molino,
me bañé otra vez solo
en el estanque.

Como siempre, al entrar,
aquel me pareció mi primer baño.

Como siempre, al salir,
tuve la sensación
de que era el último.


[La mirada del lobo]


NOTA: La ilustración corresponde a un molino de agua situado en la Garganta Naval, en Talaveruela, a un paso de Viandar de la Vera, el pueblo de mi abuela Fausta.

29.1.19

Un cuaderno de Tokio

En mi artículo sobre la cosecha poética de 2018, annus mirabilis de la lírica escrita por extremeños, faltaba un título y un autor. Me refiero a Un cuaderno de Tokio y a Jesús García Calderón (Badajoz, 1959). Aunque editado el pasado año, a uno le ha llegado a principios de este, de ahí que... Con todo, insisto, debe figurar entre los que señalé como importantes, según mi particular criterio. 
De JGC se ha hablado mucho y para bien en este rincón. En el Diccionario de Autores de la Asociación de Escritores Extremeños puede el curioso comprobar, si fuera preciso, sus datos biográficos y conocer los libros que ha publicado. El último, cuyo título tiene relación con el poema "Kintsugi", editado por la ruteña Ánfora Nova con un cuidado exquisito, no hace sino confirmar su necesaria presencia en cualquier panorama poético que se precie. Y no hablo sólo de Extremadura y su diáspora.
La cita inicial ya nos introduce en la materia del libro: "la mejor madera es siempre la de aquel árbol que más ha sufrido". Y del sufrimiento, entre otras cosas, aquí se trata. Además, o como consecuencia, del paso del tiempo, de las heridas causadas por los otros, de los reproches amorosos, de la traición y de la envidia, de la ausencia de los seres queridos... El mundo de JGC, un hombre tan viajero como estable, tan de la rutina como de los azares, se hace más misterioso en este libro sin por ello perder un ápice de claridad y concreción. Quiero decir que, aunque permanece el tono autobiográfico que caracteriza a esta poética de línea clara y lenguaje conversacional (que busca la naturalidad), por momentos las referencias se emboscan en función de las meditaciones que se abordan. Así, en "Las sombras prematuras", "El alma pasajera", "Conjuro", "Las raíces cuadradas", "Almas partidas"... Son los poemas más metafísicos del conjunto. "Partimos de nosotros", se lee al principio del penúltimo. En el otro costado, los versos que aluden a situaciones familiares ("Jornada de difuntos", "Tía Antoñita") o del trabajo ("Destino en oficinas"), al padre ("Curso en Italia", "El mal padre") y al viajero ("Confesión del viajero", "El prisionero" ), a los dones del verano ("Verano de interiores") o a la infancia (como el hermosísimo "Teorema de Sesimbra", que empieza: "Cada universo tiene una nación remota"). Y no falta el amor ("Sueño de los dos reproches", "Las noticias de agosto"). Con suma delicadeza se desliza en el libro la inquietante sombra de la enfermedad, una amenaza que se hace visible en un poema conmovedor, emocionante, que se lee con un nudo en la garganta: "Diagnóstico por imagen": "No debes pedirme perdón por estar / tan enferma".
Hay poemas, en fin, muy personales, digamos, donde el poeta habla con ironía de su raro oficio (no me refiero al de fiscal). En "Confesión", por ejemplo: "No quería ser poeta". Y de la muerte, en "Epitafio", un poema que incide en algo que planea sobre toda la obra: las asechanzas de la edad, la cercanía de la vejez, la machadiana sensación de que estas son, en definitiva, palabras en el tiempo. O contra él.
En "Balneario leemos: "He vivido mucho tiempo en peligro". Y en "Conjuro": "Aún me inquieta el pasado". Y en "Almas partidas": "Quien parte ya se ha ido". Son versos, o eso me parece, elocuentes. Dan fe de lo que vengo intentando decir acerca de un libro logrado donde la vida se abre paso en medio del sufrimiento, las decepciones y el cansancio. "Sin título" comienza: "Aunque soy feliz, yo / no soy feliz porque / si yo fuera feliz no lo diría". Y termina: "Ser feliz es no ser feliz / pero atender la voz que nos propone / cultivar la esperanza". En eso estamos.

27.1.19

En "siroco" sopló en Cáceres

Aunque ya hay una temprana crónica (con toques de crítica literaria) de la presentación cacereña del "siroco" firmada por nuestro perfecto anfitrión, el juez y poeta Jesús María Gómez y Flores (en el extremo izquierdo de la fotografía), me gustaría contar aquí lo que pasó, siquiera en parte, la noche del pasado viernes 25 de enero en el salón de la Biblioteca Pública Antonio Rodríguez-Moñino/María Brey de la capital provincial (donde presentamos Más allá, Tánger). Por ejemplo, que si de antemano era un lujo contar con José Luis Bernal y Miguel Ángel Lama, lo leído por ellos, al alimón, en una "conversación entre amigos" superó mis expectativas. Las de todos los presentes, supongo. Como dije tras escuchar su muy medido, meditado, concienzudo y aun sabio discurso (que pondrán, no es para menos, negro sobre blanco), sospechaba uno que habíamos agotado todos los modos posibles de presentar un libro de poemas, y sin embargo... En medio de su lectura a dos voces, me interpelaron y hasta me invitaron a leer este o aquel poema por lo que luego, a los postres, cuando me llegó el turno de actuar en solitario, despaché mi lectura con cuatro más. (Eso sí, confieso que me olvidé de uno que me hubiera hecho mucha ilusión leer en esa ciudad: "Ribera del Marco". ¡Ay!) En todo caso, esa lectura hubiera sido innecesaria. Hubiera bastado, sí, con que diera las gracias a los que fueron a escucharnos y punto. Lo suyo, perfecto. Mil gracias. Para preparar algo así hay que echar un rato, y a ellos, como a todos, el tiempo no les sobra. 
Dije agradecimientos y tampoco está de más que, con los consiguientes y disculpables olvidos, mencione a los hermanos Antón, Santiago y Paco, que me dieron la sorpresa de la noche. Y a María José y Antonio, que como Elías Moro (sentado al lado de Carmelo), viajaron desde Mérida. Como lo hizo, desde Villanueva de la Serena, Antonio Reseco (e hijos). En la concurrida sala estaban algunos escritores más: Irene Sánchez Carrón, Teresa Guzmán, Pilar Galán (con su hermana Carmen), Mario Lourtau, Hilario Jiménez (que ahora es la mitad que antes, aunque siga siendo el mismo), Julio César Galán (lo vi al fondo)... Y periodistas de fuste como mi admirado Juan Domingo Fernández (que en su muro de Facebook, de donde tomo la foto que ilustra esto, habla de "una auténtica fiesta de la literatura"); profesores que en su día me invitaron a sus aulas, como Dionisio López (ahora en el IES 'Castillo de Luna' Alburquerque) o Francisco Javier Jiménez (actualmente en el IES 'Norba Caesarina' de Cáceres); empresarios como Diego Hernández, de Grúas Eugenio ("para lo grande y lo pequeño"); libreros como Antonio Sánchez, de El Buscón, muito obrigado, que al menos algún ejemplar vendió; antiguos alumnos, como Marisa, de Montehermoso, ahora profesora de Literatura; lectoras como Sandra Eisenheim, la novia de Antonio Rivero Machina, que no pudo acudir; y, cómo no, mi familia, esta vez, cosa rara, al completo: los cuatro de la dedicatoria del libro: Yolanda, Leticia, Alberto y Carlos. No olvido a mi hermano Jesús y a Carmina.
En primera fila estaba Pilar Gómez Ávila, presidenta de Norbanova, al lado de Deli Cornejo, que, además de organizar el acto con la exquisita eficiencia habitual, imprimieron, a modo de recuerdo para los asistentes, el poema que da título al libro en una cartulina con bonita tipografía. Por cierto, comentó Gómez y Flores que soy el único autor que ha hecho doblete en el Aula de la Palabra, razón de más para estarles agradecidos.
Por acudir, hasta lo hizo un fantasma. Eso dice al menos el diario HOY en su edición de ayer, dando por hecho que allí estuvo Fran Amaya, director de la Editora Regional de Extremadura. Me cuenta que esa era su intención, pero que no llegó a tiempo de un viaje a Lisboa. El que sí estuvo es J. Rey, fotógrafo del periódico. Gracias. A él y, en fin, a todos y cada uno de los que se tomaron la molestia de acudir a esta cita, sepa o no sus nombres. 
No sé si en las fotografías del acto se verá al público y a los de la mesa con "cara de presentación" (tal vez cuando Malama se puso más hondo y trágico, porque tragedia, como a la vida, no le falta al libro), pero les aseguro que no hubo motivos. Creo que lo pasamos razonablemente bien. Después, del Liceo a casa, caña mediante. Un paso. 
Ah, la próxima cita, Oviedo. El 4 de marzo estaremos, si nada se tuerce, en la librería Cervantes (desde 1921). Voy avisando a los amigos y lectores de Asturias. Los de Trujillo y Salamanca tendrán que esperar un poquino.

24.1.19

Para Ángel

Dos libros de la Editora Regional de Extremadura homenajean al poeta Ángel Campos Pámpano en el décimo aniversario de su muerte. Una antología, En el vuelo de la memoria, donde numerosos poetas portugueses y españoles le dedican versos inéditos (coordina la obra Suso Díaz y firma el original prólogo Miguel Ángel Lama), y la edición bilingüe (castellano y portugués, en traducción de Luis Leal) de su última y más celebrada entrega, La semilla en la nieve, con prefacio de Nuno Júdice.
Las dos cubiertas están ilustradas por su amigo Javier Fernández de Molina.
Publico aquí el poema de uno que aparece en el primero y el texto que va en la contracubierta del segundo, escrito a petición de Fran Amaya, director de la Editora.
Va por ti, amigo.



MÉRIDA, 1983

Los dos en el balcón,
aquella tarde
en que volvió a reunirnos
la poesía,
esa voz de los otros
que hacemos con fervor
palabra nuestra.
Los dos éramos jóvenes
y habitaba el amor
junto a nosotros:
Carmen, Yolanda,
que fijó para siempre
aquel momento.
En esa foto,
los dos en el balcón,
frente a las obras
del romano edificio
de Moneo.
El trabajo gustoso
fraguaba una amistad
que tan solo la muerte
malogró.
Entonces,
con todo por hacer,
estuvimos dispuestos
a quedarnos en tierra
para ver desde dentro
un paisaje distinto.
Y en eso estábamos.

Mientras pueda pensarte
–escribiste a tu madre–
no habrá olvido.
Al leer esos versos
recupero la tarde,
su luz, aquel balcón
abierto al aire.

                                               


Aunque a ÁCP no le gustaba que alguien dijera de un libro que era el mejor de su autor, los lectores y la crítica (fue Premio Extremadura a la Creación) coinciden en señalar que La semilla en la nieve, el último que publicó antes de abandonarnos intempestivamente, es el más logrado de cuantos el sanvicenteño dio a la imprenta. Se diría que ahí está él más que en cualquier otro. ¿Madurez, oficio? No. Me inclino a pensar que su meridiana excelencia es fruto de la nítida presencia en el libro –lo que le justifica y da forma– de su madre, de Paula Pámpano, verdadera protagonista de esta obra mayor. No es tanto su muerte, hecho ineluctable del que parte, como el vivo retrato de ella que su hijo consigue componer.
Le habría hecho mucha ilusión leerlo en portugués, esa lengua que, como a Paula, tanto amó. 

Nota: La fotografía, se dice en el poema, es de Yolanda Gómez de Mayora Rojas.

23.1.19

El viernes, Cáceres

Estimados amigos: El próximo viernes, 25 de enero, continuamos con las actividades del Aula de la Palabra de la Asociación Cultural NorbanovaCerraremos el mes con otra sesión centrada en la poesía, que promete realmente ser muy brillante, pues se presentará uno de los libros que más han destacado en las últimas semanas de 2018 y que ha figurado en prácticamente todas las selecciones poéticas que se han hecho, relativas al año que hemos dejado: El cuarto del siroco, del poeta placentino Álvaro Valverde, que vuelve a ofrecernos un trabajo suyo en la colección Nuevos Textos Sagrados, de Tusquets Ediciones. Un libro magnífico, que tiene mucho que decir de la consolidada madurez lírica de un poeta de altos vuelos y cuya lectura invita a la reflexión y al sosiego, con poemas que transportan a escenarios apacibles, donde la meditación del ser humano se convierte en hilo conductor, versos cercanos y vividos, en los que el poeta se hace presente y espectador de la realidad del tiempo y de la naturaleza. Será un placer escucharlos de labios del propio Álvaro Valverde, y no menos jugosa será con seguridad la introducción que de su poética efectuarán los profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura, José Luis Bernal Salgado y Miguel Ángel Lama. Será, como decimos, el viernes 25 de enero, 19:30 horas, en el Salón de Actos de la Biblioteca Pública de Cáceres. 

Como en ocasiones anteriores, esperamos que las propuestas de este séptimo curso del Aula de la Palabra sean de vuestro agrado e interés, agradeciendo de antemano cuanta difusión podáis darles.
Nos encantaría contar con vuestra presencia. 
  
Un muy cordial saludo y gracias anticipadas. 

Jesús María Gómez y Flores
Coordinador del Aula de la Palabra de la A.C. Norbanova. Cáceres

22.1.19

Carnero y Barcelona

CHA
En el número de enero de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, además de artículos interesantes como el dedicado a la amistad del poeta cubano Eliseo Diego y el novelista colombiano García Márquez o las páginas de un diario celeste en torno a un viaje a Canarias del escritor venezolano José Balza, me ha llamado la atención el texto que firma Guillermo Carnero bajo el título "Barcelona en tiempos de los novísimos, y hoy (1968-2018)". El relato autobiográfico en sí, preciso por un lado y duro y contundente por el otro, pero también el colofón: "Convierto aquí en artículo la conferencia que una institución cultural de Cataluña me invitó a pronunciar el 29 de octubre de 2018 en Barcelona. No pude hacerlo en su totalidad, ya que, cuando estaba exponiendo el significado del artículo tercero del título preliminar de la Constitución, los organizadores del acto lo dieron por terminado y me impidieron seguir haciendo uso de la palabra, sin duda al sentirse amenazados por la hostilidad que parte del público había mostrado desde el comienzo del acto". Tal vez por no querer oír ciertas verdades, palabras nada gastadas como las que lo cierran (ahora): "Quienes en Barcelona y en Madrid llevan camino de hacer de Cataluña una nueva versión de Irlanda y de Chipre no tienen perdón para quienes conocimos Barcelona hace cincuenta años. Nos han privado de una parcela insustituible de nuestra juventud y de las certidumbres e ilusiones propias de esa época de la vida. Lo digo sin acritud ni hostilidad y reformulando un verso de Jaime Gil de Biedma (de «Ribera de los alisos»): con más tristeza que rencor de conciencia engañada." 
Les aseguro que el resto, entre la memoria y la denuncia, no tiene desperdicio. Y luego llaman a Carnero, con desdén, poeta culturalista.

21.1.19

Jesús García Calderón lee "El cuarto del siroco"

Muchos libros comienzan por reconocer su finalidad, por informar claramente al lector cuál es su ambición o su verdadero destino pero esa facilidad gestual del autor, no se confundan, en los casos más brillantes resulta harto engañosa. Mi admirado Álvaro Valverde nos recuerda en el pórtico de su último libro, el más libre de cuantos ha escrito hasta la fecha, que la stanza del sirocco -de la que nos ofreciera noticia Leonardo Sciascia- es ese cuarto misterioso de los caserones patricios de Palermo donde sus habitantes se resguardan del ansioso viento africano cuando azota la isla de Sicilia. Quien no conozca bien Palermo nunca podrá entenderlo con facilidad, aunque sí podrá establecer fieras comparativas con otras calamidades eólicas sufridas en la Europa meridional como las asperezas del Levante, el Terral, el Cierzo, el Solano, la Galerna, el Ábrego, el Gregal o la Tramontana. Parece que ofrecer nombre a estos fenómenos es una temeridad porque siendo el viento un pequeño dios pardo y huraño, como el río de Eliot, solo paciente hasta cierto punto, parece que le gusta cobrar importancia y hacerse notar más de la cuenta cuando se le cita por su patronímico. Al temible Siroco incluso le hemos ofrecido el nombre alternativo de Jaloque, decisión que probablemente sirva para reforzar su enconamiento y maldad. Otros pueblos europeos más sabios y discretos optan por no darles nombre alguno más allá de los cuatro puntos cardinales y así parece que se dejan llevar con mucho menor esfuerzo. Quizá la misma estrategia debiéramos seguir en adelante con huracanes, ciclones o con tormentas tropicales a las que suelen poner nombre de mujer.

Cerrado el paréntesis meteorológico, creo que este sugestivo título no solo encierra un texto brillante que nos transmite la consideración de la poesía como refugio frente al azote de la adversidad. Es mucho más que todo eso. Esta sería, a mi juicio, una respuesta demasiado sencilla para entender toda su complejidad y el sabio dinamismo que destila con ese ritmo tan exacto en la unidad del poema como cambiante en su conjunto, algo que suele ocurrir, como en este caso, con aquellos textos escritos para atender compromisos más limitados o personales pero que finalmente ensamblan con una asombrosa exactitud, quizá porque fueron creados con una mayor libertad y nos ofrecen el mejor retrato posible de su autor.
Con la poesía no hay cuarto o concesión que valga porque el siroco sopla dentro de la estancia, recorre nuestro interior, nos asola desde las orillas de nuestra propia existencia. La comparación por tanto, es invertida: Conjugar poesía con la alusión a ese refugio para soportar el siroco siciliano, no conduce a la simple equiparación de un espacio físico con un espacio moral: Todo lo contrario. Lo que demuestra la oportuna ocurrencia del poeta al imponer un título hasta cierto punto dramático, es que el viento lírico sopla dentro de nosotros y que somos nosotros el cuarto que nos resguarda de él porque solo puede combatirse sintiéndolo romper honestamente en el rostro del alma, sin otra defensa que la digna quietud, la decencia y la búsqueda de la belleza y la verdad. Lo de la estancia italiana es una preciosa y culta alusión pero no pasa de ser, acaso, solo una pequeña ayuda para animarnos y comprender que otras feroces adversidades pueden combatirse mucho mejor. La enseñanza escondida que descubre el lector es, por tanto, mucho más profunda y guarda mucha mayor inquietud que la que pueda ofrecernos, siendo mucha, el fugaz paso del Siroco al estrellar su ímpetu sobre las paredes de nuestro refugio.
Tengo la grata sensación de haber leído un libro de viajes, un largo y emotivo itinerario que cruza territorios y espacios a lomos de la ensoñación, la lectura, el recuerdo más puro e inferido desde la conciencia y no solo desde la memoria, desde la meditación y, ante todo, desde la mirada atenta del paisaje invisible que convive con aquel otro paisaje físico que azarosamente nos rodea. Hay poemas en los que ambos paisajes coinciden y entonces la palabra se torna en una delicada celebración compartida con los seres más queridos o añorados que tenemos el privilegio de contemplar.
No hay viaje que se precie sin conversación y son muchos los diálogos que el libro nos plantea desde su discurrir cadencioso y sencillo, rebosante de madurez. Cada poema propone otros nombres que se cruzan en este largo camino de vuelta porque creo que el poeta siente que vuelve aunque aún se encuentre muy lejos. La decisión de embarcar en la frágil nave de la poesía, fue inflexible pero, parece mentira, aún guarda el sabio rescoldo de la duda. Y la vida, jalonada de claves diminutas pero esenciales, sigue tejiendo una lenta respuesta asociada con la preocupación o el empeño, casi un deber, por encontrar nuestra voz y su lugar en el tiempo.
Si un libro ofrece estas y otras muchas enseñanzas que podría exponer sin esfuerzo por su claridad o lucidez, no me cabe más que recomendar encarecidamente su lectura y otorgar, como señala la solapa, esa condición de poeta necesario para su autor. No pierdan la ocasión de leer este manojo de poemas de Álvaro Valverde. Podrán celebrar la luz de la poesía, apreciar su valor y, de paso, elevar su entereza cuando arrecie el viento infatigable de la terca mediocridad.

Nota: Esta reseña (ilustrada con una fotografía del autor que aquí reproducimos) ha sido publicada por el poeta y fiscal Jesús García Calderón en su muro de Facebook.

Conversando con Piedad Bonnett

EPS/Carlos Spottorno
“Los poetas tenemos una belleza extraña que atrae y que repugna”. ¿Por qué la poesía ha sido siempre veneno para la taquilla?, le pregunta Anatxu Zabalbeascoa a Piedad Bonnett en una entrevista que publica El País Semanal. La poeta colombiana responde: "Los lectores de poesía somos una especie de secta perseverante".
Más adelante leemos: 
-¿Qué lleva a alguien a escribir poesía? 
-Saber del milagro de otros. En clase utilizaba un verso de Miguel Hernández: “Porque la pena tizna cuando estalla”. La ruptura de la lógica nos estremece. Muchas veces un poema es una pregunta. He tenido tendencia a decir la verdad sin pararme a pensar que pudiera de pronto molestarle a alguien. Me he tenido que moderar. Veía una verdad y necesitaba decirla.
Y:
-¿La escritura permite ser más valiente que la propia vida? 
-Por eso escribimos. A mis papás yo les muestro quién soy a través de mis libros, pero no en una conversación.
O:
-¿Qué hacer para que la vida humana valga más?
-Educación. Ahora hay huelgas continuas de los alumnos reclamándola. Se nos prometió que, terminada la guerra, todo el presupuesto de defensa iría a la educación.
También esto:
-El suicidio de su hijo Daniel dio la vuelta no solo a su vida, también a su trabajo como escritora… 
-La literatura tiene la capacidad de hacer que nos conozcamos a posteriori. Si leo mi poesía trazo la línea de mi vida, de mis desconciertos a mis inconformismos. Me leo a mí misma.
-¿Siempre ha sido sincera? 
-Si algo traigo de mi crianza es ese valor ético, jamás he impostado. ¿Usar la literatura para mentir? ¿Para qué? El que engaña es el primero que se engaña.
Recuerda: No sé si conoce al filósofo coreano Byung-Chul Han. Dice que la nuestra es la sociedad del cansancio y la depresión.
Y: La literatura impúdica, confesional y desgarrada es muy molesta si traspasa una frontera de respeto con el lector. O si se victimiza el que está narrando. Supe que podía compartir si lo que hacía tenía dignidad literaria. La literatura ha sido siempre un vehículo para el dolor. Lo autobiográfico es una manera de llegar a la literatura.
Termina con esta inquietante pregunta: La madre llorando es la Pietà. El padre llorando ¿qué es?

20.1.19

El "siroco" en Babelia

En Babelia, El País, se publicó ayer una breve pero sustanciosa reseña de El cuarto del siroco. La firmaba Antonio Ortega. Su título: "Del alma de las cosas". Obrigado.

Dice Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), en este último y más extenso de su libros, que ese cuarto que le da título era, según Leonardo Sciascia, el lugar donde las familias sicilianas se protegían del furioso viento, un escenario que le sirve como metáfora de la poesía: un espacio que resguarda del tiempo y de la vida, un refugio “contra el eco / de lo que el mundo grita / y yo no oigo”, un territorio donde “desbrozar el caos” de la existencia. Así pues, y frente a la grandilocuencia, el valor ordinario y radiante de las cosas y los seres, la realidad material del pensamiento, la pasión por salvar una vida que cede al tiempo y se diluye en una amnesia sin futuro y que desafía el “triste pensamiento de la muerte”.
Una poesía gnómica y sapiencial, nacida de un interior medidamente humilde que, sin embargo, es fruto de una luminosa capacidad para dotar a lo contado de una clara dimensión metafísica creando una “atmósfera / que expresa en su quietud / lo que era inmediatez / y es lejanía”, una escritura que es “Como el agua, / que la mano atraviesa confiada / y nunca, sin embargo, toca fondo”. Es el recuento de una vida, el tejido de un universo luminoso entre las sombras, que danza entre lo invisible y lo presente, en los márgenes donde se mueve la historia, justo donde “Se suspende la vida / para dar paso a un tránsito / que ni es hora ni instante”. Lo que se articula es una forma mentis que, como un hechizo, define su originalidad y la temperatura de una voz indispensable, la cuidada cadencia de unas palabras que son “metáfora y verdad”.
De la forma en que regresamos a instantes y paisajes, nace la cualidad encantada de una poesía medular, el dinamismo de un espacio literario de extraordinaria fuerza expresiva. Es la tensión y el ser cambiante de la emoción que deja una escritura, siempre, “Contra el tiempo, a favor de la belleza”. Es la ética y la servidumbre de unas emociones que buscan la gracia y la felicidad posibles, acaso solo, en “el fondo innombrable del alma de las cosas”.

19.1.19

Hijos de Plasencia

Ya se ha hecho pública la concesión de los títulos de Hijo Predilecto e Hijo Adoptivo de la ciudad de Plasencia a Francisco de Jesús Valverde Luengo y Santiago Antón Gallego, respectivamente. Algunos ya estábamos en ello hace tiempo. Sólo falta por cumplir el trámite administrativo en el pleno, si bien la resolución está aprobada por la junta de gobierno municipal. 
De Santiago Antón (al que hoy, por cierto, nombran socio de honor del CIT) poco puedo decir que no haya dicho. A propósito de su homenaje, por ejemplo, donde leí un poema dedicado a nuestra ininterrumpida, ya larga conversación. Si entonces era ocasional, estos últimos meses ha sido intensa. A sus amigos nos alegra de manera especial este justo reconocimiento. Llega en un momento muy oportuno. Cuando este placentino de adopción nos ha demostrado que, por encima de todos sus méritos profesionales, que son muchos, destaca su forma de ser, su fortaleza ante la adversidad y su perseverancia a favor de la verdad, la bondad y la belleza. Falta, eso sí, y en eso estamos (con él a la cabeza), que la dichosa Fundación Caja de Extremadura, absorciones o fusiones mediante, acabe cediendo a esta muy noble, muy leal y muy benéfica ciudad los fondos artísticos del Salón de Otoño y Obra Abierta que, en rigor, le corresponden. 
De Paco Valverde... Quién es capaz de resumir la trayectoria de este inquieto personaje. Ya tiene mi felicitación también. Quizá lo mejor sea escuchar a las 12 en la Cadena SER el programa "Extremadura a 2". Ayer tarde grabamos en el estudio de Plasencia una animada conversación donde dimos cuenta de no pocas anécdotas y otras intimidades acerca de nuestros sesenta años de convivencia como tío y sobrino. Me consta que le emociona este honroso título que le entrega su ciudad natal. 

17.1.19

Trieste























He atravesado toda la ciudad.
Luego subí una cuesta,
populosa al principio y más allá desierta,
circuida por un muro bajo: mínimo
rincón en donde a solas
me siento; y me parece que donde el muro acaba
termina la ciudad.
Trieste tiene una arisca
gracia. Si gusta,
es como un muchachote voraz y áspero,
con las ojos azules y las manos
demasiado grandes para dar una flor:
como un amor
con celos.
Desde esta cuesta cada iglesia, cada
calle suya descubro, si conduce
a la playa atestada
o a la colina, a cuya pedregosa
cima, una casa, la última, se aferra.
Alrededor
circula en cada cosa un aire extraño,
un aire tormentoso, el aire
nativo.
Mi ciudad, que está en cada sitio viva,
tiene el rincón a mi medida, y a mi vida
pensativa y esquiva.

UMBERTO SABA

[Versión de Pablo Anadón]

Ilustra esta entrada una fotografía de Federico Patellani, "Il poeta Umberto Saba mentre passeggia", de 1946.

14.1.19

Juan Cueto

El Comercio/LVA
Para uno, Juan Cueto, que acaba de morir, además de un brillante articulista, siempre será el director de Los Cuadernos del Norte, aquella extraordinaria revista que leí con avidez durante mi juventud. Se publicaron 59 números a lo largo de una década, de 1980 a 1990. Estaba suscrito, como a tantas entonces. Esta era especial. O eso me parecía. Por su diseño, entre otras cosas, al que me recuerda la también asturiana Clarín. En esencia, algún parecido le encuentro con El Cuaderno, otra publicación made in Asturias. Revistas sobrias, sustanciosas, elegantes. Como el barrio de Gijón, Somió, donde vivía Cueto. Como esa ciudad norteña, por extensión. Le vi algunas veces durante mis veranos gijoneses. Tengo grabada una imagen en mi memoria. Una mañana fui a comprar, según costumbre, el periódico (el mismo que el suyo, El País) a un kiosco minúsculo que había en la esquina de la calle Aguado con la avenida Rufo García Rendueles, para mí, el paseo del Muro. Mi familia vivía en la calle Manso. Bajó de la moto para hacer lo mismo que yo. No me atreví a saludarlo. Como aquella parte de la ciudad está muy cerca de Somió, coincidimos por allí otras veces. 
Porque lo mío no es la bibliofilia, las mudanzas han sido muchas y la biblioteca no ha dejado de crecer, no he conservado la colección. Me pesa, sí. Tengo a mano sólo dos ejemplares de Los Cuadernos. Un monográfico, el número 3, titulado "El estado de las poesías" (está fechado en Jerte y en noviembre de 1986, donde descubrí a algunos poetas y encontré interesantes reflexiones críticas y poéticas) y el número 8, de julio-agosto de 1981, dedicado a María Zambrano. 
A mi amigo Santiago Antón le gustará que destaque que en las portadas se podía leer: "Revista Cultural de la Caja de Ahorros de Asturias". Qué tiempos. Qué Cajas. Qué Cueto.

"El cuarto del siroco", por Irene Sánchez Carrón

Son bien conocidos los efectos inmediatos que provoca la música en nosotros. No nos cansamos de escuchar las melodías que nos seducen, y puede que hasta nos sorprendamos de pronto tarareando los acordes y tratando de imitar los matices de la voz que nos hace disfrutar. Algo parecido sucede cuando leemos un libro de poesía con el que conectamos: los textos nos resultan infinitos porque, para nosotros, su belleza y su significado no se agotan nunca. Y no sería tampoco raro vernos frente al papel en blanco, tratando de componer nuestros propios versos, porque la buena poesía suele engendrar más poesía, debido a que despierta en otros el deseo de escribir.
El cuarto del siroco, último libro del placentino Álvaro Valverde, provoca estos efectos y es, en mi opinión, una de las obras más interesantes y logradas que el poeta extremeño ha editado hasta la fecha. Interesante, porque propone de forma clara y consciente una visión de la manera de entender y abordar la actividad creadora. Lograda, porque estamos ante un libro de poemas que aúna, sin estridencias, un denso contenido reflexivo y una forma cuidada hasta los más mínimos detalles, desde los aspectos sonoros que atañen a la métrica a la selección léxica, lo que da como resultado una expresión serena, comprensible y elegante.
Comencemos por la declaración de intenciones que supone esta obra. Valverde expone con autoridad su visión de la poesía como una expresión totalmente ligada al sujeto real que escribe. Este no es un debate cualquiera, sino una encendida discusión que recorre la historia de la literatura, sobre todo a partir del siglo XX. Son muchos los autores y lectores que se han preguntado alguna vez si la literatura debe ocultar el yo real del autor o puede exhibirlo sin pudor. Estas posturas llevan aparejadas otras cuestiones como la de cuánto hay de real en los textos literarios o si la poesía, aparentemente tan subjetiva, puede considerarse un género de ficción, al mismo nivel que la narrativa y el teatro.
El autor placentino fija su postura desde las citas que actúan como pórtico de sus propios poemas. La primera pertenece a Kenneth Koch, escritor estadounidense que se caracterizó por huir de la poesía oscura y difícil de desentrañar, y que afirma lo siguiente: “Y con relación a cuánto la poesía de uno debe reflejar la experiencia de uno, no creo que se pueda evitar. La poesía es la meditación de la vida”. La segunda cita pertenece a Anne Carson y es todavía más contundente: “Hay demasiado de mí en mi escritura”.
Partiendo de esta declaración de intenciones, no es extraño que al ir recorriendo los distintos textos que componen esta obra nos encontremos con un personaje o sujeto lírico que se identifica con el hombre real que escribe. Este sujeto nos cuenta las experiencias y reflexiones del poeta de Plasencia y no duda incluso en mencionar datos íntimos de su biografía real, como personas de su entorno familiar, amigos a los que añora o lugares cercanos que recorre en su día a día.
Desde esta perspectiva, el poema que abre el libro, “A modo de poética”, cobra un significado relevante, ya que las características que se atribuyen al agua (limpia, detenida, que pasa y no vuelve, clara, capaz de crear espejismos) son las mismas que pretende el autor que posea su poesía: capacidad de retener o estancar el pensamiento, claridad expresiva, creación de nuevas realidades y, a la vez, reflejo de sí mismo (“metáfora y verdad”). 
La unión de contenido y forma se aprecia en la fórmula seleccionada para construir numerosos poemas. Muchas veces un elemento del paisaje o un motivo arquitectónico se utiliza para canalizar una reflexión. Con esto Valverde consigue que los textos trasciendan la mera descripción paisajística y se conviertan en una especie de geografía espiritual.
Como el propio autor explica, tomó el hermoso título de este poemario de una obra de Leonardo Sciascia, en la que se cuenta la existencia de una habitación en la que las familias patricias se resguardaban mientras soplaba el siroco, viento cálido que arrastra arena de los desiertos del norte de África a las costas del sur de Europa. Este motivo le sirve a Valverde para proponer los libros y la lectura como los mejores refugios frente a las inclemencias del mundo y de la propia existencia. Sin embargo, me gustaría destacar la celebración de la naturaleza y de los espacios urbanos que se percibe en muchos textos. El poeta presenta una visión gozosa del agua, de la luz, de las montañas, de lugares como Azuaga y Cáceres, y de las calles de una ciudad que identificamos con Plasencia. Especialmente hermosas resultan las reflexiones que desencadenan las plantas más humildes, obstinadas en escalar los muros y desbordar las tapias que las encierran, quizá metáfora de la propia creación poética. 
El cuarto del siroco seducirá, sin duda, a cualquier lector que se acerque a sus páginas, incluso a aquellos que frecuentan menos el género poético, por el afán de claridad que ya hemos destacado. A ello hay que añadir una riqueza de pensamiento (el paso del tiempo, el amor, la amistad, la posibilidad de haber sido otro en otros lugares, el dolor de las pérdidas, la trascendencia de los espacios, etc.) que otorga profundidad a la siempre cuidada dicción poética de Álvaro Valverde.

NOTA: Este artículo apareció ayer en el diario HOY. 

13.1.19

Cosecha (narrativa) del 19

Hace unos días publicaba en el diario HOY un artículo con un título semejante al de esta entrada. Hablaba allí de algunos libros importantes de poesía que habían publicado a lo largo de 2018 un puñado de autores extremeños. Pues bien, parece que 2019 también va a ser un año estupendo en materia literaria y, en concreto, narrativa. Ya en los tres primeros meses vamos a poder leer tres novelas de fuste, y las tres, por cierto, en Tusquets Editores. 
La primera, Piedras negras, de Eugenio Fuentes, que vuelve con ella a la exitosa serie del detective Ricardo Cupido. En esta ocasión viaja a Toledo. En la trama, un asunto de plena actualidad: el de los niños robados. 
La segunda, ya en febrero, será una nueva, esperada entrega de Gonzalo Hidalgo Bayal: La escapada. Un título que lo mismo evoca la película de Jean-Luc Godard que la novela del mismo título de William Faulkner, ganadora del Pulitzer en 1963, también conocida como Los Rateros. El reencuentro de dos amigos y la juventud perdida centran la escena. Atentos.  
Por fin, la tercera, de Luis Landero, Lluvia fina, verá la luz en marzo. En la nota editorial, una inquietante pregunta: "¿Puede hablarse de todo entre los seres queridos?" Y sigue: "Ningún relato es inocente, y menos aún todo lo que nos contamos sobre nuestra familia". Dicen que es "la novela más trepidante" del de Alburquerque. Lo creo.

12.1.19

Otra reseña del "siroco"

Julián Montesinos Ruiz la publica en su blog Un espacio para la emoción. Muy agradecido.

EL CUARTO DEL SIROCO, Álvaro Valverde

¡Con cuánto agrado he leído el último libro de Álvaro Valverde! Sigo a este autor extremeño desde hace mucho tiempo. Leí sus libros anteriores con verdadero placer y ahora experimento idéntica sensación con la lectura de unos poemas más contenidos y acendrados estilísticamente. Se trata de un poemario extenso que contiene muy buenos poemas junto a otros que son resultado de la decidida expresión de un aliento menor. En su conjunto, son versos que recogen la biografía de su autor, pues no en vano están dispuestos en el orden cronológico en que fueron escritos, como si cada poema fuera la pieza textual que refleja el proceso de construcción de una vida.
Hay sutiles referencias culturales que encajan con elegancia en el todo armónico del poemario (“leo, como otras veces, a Leopardi / y su voz se hace mía”; o los delicados y sugerentes dibujos de Laffón; el sentido racional de la arquitectura de Barba Corsini y la alusión a la película El manantial, de Vidor; la “naturaleza pensativa” de Stevens, y puntuales menciones a Alberto Manguel, Yannis Ritsos y Szymborska, entre otras). Expresa la naturaleza vivida en poemas delicados y hondos (“El mirlo”, “Aquí” y “Las Nogaledas”). Hay otros, por el contrario, en los que el sesgo narrativo confiere un ritmo perfecto al poema (“El cuarto del Siroco”); este que da título al libro contiene el elemento metafórico clave para explicar el sentido global del poemario: la literatura entendida como una casa donde existen cuartos-poemas en los que protegerse de las inclemencias del viento (el siroco) y de la vida. Aparecen recurrentes alusiones a la pertenencia de un lugar (Extremadura), pero no sólo física sino también, y sobre todo, cultural y estética (Évora, Lisboa), como sucede en “En otra parte”, “Aquí” y “Évora”, y en la mención de Ángel Campos Pámpano por su constante promoción de la cultura lusa. Explora otros mundos literarios en los que la vida encuentra su razón de ser, tal y como sucede en los hermosos poemas “El lector” (“La vida espera fuera, la que él lleva, / como cualquier lector, cuando no vive”) y “Meditación en Bohemia”. En varias ocasiones se intercalan poemas en prosa (“Una elegía”, “Mujeres”) y algún que otro poema de sereno sentimiento amoroso (“Canción de aniversario”). Por último, conviene aludir al hecho de que el poemario se abre con una declaración sobre su quehacer en “A modo de poética” y se cierra con “Aquél”, un excelente poema que viene a ser algo así como un perfecto manual de vida de alguien que se dedicó a encontrar en el mundo los signos de la belleza y la esencialidad poéticas. Un libro excelente.

EL CUARTO DEL SIROCO

Cuenta Leonardo Sciascia
que en las casas patricias
de la vieja Sicilia
había, desde el siglo XVIII,
un cuarto del siroco.
En él se refugiaban de ese viento
los días que soplaba con más fuerza.
Uno quisiera
que en las horas peores de la vida,
cuando todo se vuelve violento vendaval
y las cosas se ocultan tras un velo de polvo,
existiera una estancia semejante.
Un lugar recogido, a modo de refugio,
en el que cobijarse
del triste pensamiento de la muerte.
Aunque sea inevitable,
como el de Ramalmuto revelara,
que, antes de que se le note en el aire,
el siroco se nos clave en las sienes;
que antes de que se anuncie
ya se le sienta, sin remedio,
en las rodillas.


AQUÉL

Aquél que se levanta cada día
y piensa que la muerte se le acerca.
El que triste se afeita distraído
sin más motivación que la costumbre.
Aquél que va al trabajo y que camina
con su turbio pasado a las espaldas.
Quien mira en sus ojeras la razón
que toda sinrazón lleva consigo.
El que ignora que existe la alegría
y el porvenir como estación posible.
Para quien el amor sólo es quimera.
El hombre que a pesar de todo eso
se resigna o se obstina, mas no cede.
Quien resiste sereno a la intemperie.
Aquél que no consigue
ni darse por vencido.

Muere Claudio López Lamadrid

©Lisbeth Salas
La primera noticia del día ha sido pésima y sorprendente: el editor Claudio López De Lamadrid ha muerto a causa de un infarto cerebral, según La Vanguardia. Tras sus años de formación en Tusquets, había llegado a ser el director editorial de Penguin Random House.
Hace unos meses conversó sobre libros con el crítico Ignacio Echevarría (un viejo amigo con quien trabajó en Galaxia Gutenberg) y su lúcido diálogo se publicó en El Cultural. Copio debajo el enlace. "¿De qué hablamos cuando decimos edición?" titularon aquello. 
Sé que algunos escritores de este país estarán hoy más desamparados. Mi amigo Julián Rodríguez, por ejemplo. Lo siento.
La última anotación en su muro fue a propósito del cumpleaños de su "poeta vivo favorito, Raúl Zurita, del que copia un poema.

10.1.19

Otra lección de humildad

El poeta y crítico Fermín Herrero publica en el número de enero de la revista Cuadernos Hispanoamericanos esta reseña (con aires de ensayo) de El cuarto del siroco.

La naturalidad en la expresión es a mi juicio uno de los mayores logros literarios, si no el máximo, tanto más destacable en lo que atañe al género poético, propenso de por sí a recaer en el artificio y la afectación lírica, en lo que Blas Pascal llamaba, en afortunada metáfora, «ventanas pintadas». Álvaro Valverde las ha evitado desde sus comienzos y, libro a libro, va ajustando, aquilatando una trayectoria de mucha envergadura y solidez.
El cuarto del siroco no es una excepción, sino otro paso adelante. Si bien carece, a diferencia de sus dos entregas anteriores, Plasencias y Más allá, Tánger, de unidad temática alrededor de un espacio, gracias al significado del título, a su alusión como en libros precedentes a la propia poesía, al concepto vital y entrañado de la misma a partir de Sciascia o Bufalino, como dylaniano cobijo contra la tormenta del mundo, contra las adversidades y abatimientos y a modo de consolación, fragua la ristra de poemas, un atadijo amplio para solaz de sus lectores habituales. También confiere voluntad unitaria al libro el poema de apertura, «A modo de poética», literalmente, en el que Valverde, mediante la identificación con el agua cristalina de un arroyo de montaña, pongamos de los que se despeñan por una garganta de la Vera, como explicara en otra poética, cifra en la transparencia de la corriente la forma del poema y en la permanencia del fondo intacto su contenido, el norte de su poesía.
Desde siempre, desde que lo leí por vez primera en Las aguas detenidas, he percibido en la escritura de Valverde, en su voz singular, un tono meditativo y una mirada frente a la naturaleza y el mundo ciertamente originales y, al tiempo, de una elocuencia honda, sostenida por una asimilación armónica de diversas tradiciones poéticas, propias y de otros idiomas, que se manifiesta, lograda en extremo, de forma inequívocamente contemporánea. Ese difícil equilibrio en su dicción nos recuerda, además, que la poesía es una manera de comunicación literaria basada en la emoción, sí, pero también, y no en menor grado, un modo de conocimiento fundado en la atención contemplativa, que trata de elucidar aquello que nos excede, el sentido de la existencia, en última instancia.
«Mi vida es interior», proclama en el poema «Hacia dentro», en esa línea abiertamente meditativa, urdida en la memoria, que lo caracteriza. Y de entrada se nos recuerda, a través de la cita-pórtico del poeta norteamericano, ignoro si traducido al español, Kenneth Koch, que «La poesía es la meditación de la vida», ampliando la definición de Zanasis Jatsópulos, para quien la lírica es una «meditación de los sentidos». La propia palabra se encuentra en el título de dos poemas: «Meditación en el sur» y «Dos meditaciones», puras, una sobre la antítesis luz-oscuridad en torno al recuerdo y al olvido y otra encauzada hacia el ser y el destino desde el motivo clásico del camino.
El sesgo reflexivo se tiñe a veces de melancolía, debido al paso de los años y a la inclinación a lo elegiaco del carácter del poeta, y en otras se carga, contrapesando el conjunto, de celebración. La melancolía, «tan latina», «incurable» ya desde la juventud y el momento de ejercitarse por vez primera con las artes versificadoras, y aun antes, cuando su madre lo mimaba en una enfermedad, de adolescente, la arrastra, sobre todo, el otoño, con su hojarasca que presiente «lo peor del invierno», se adivina en el «acabamiento» de los cerezos «en llamas» o en una estancia lisboeta, escucha «la vida que a lo lejos / se me va para siempre», se pasa sin que nos demos cuenta.
La celebración, en cumplimiento del deber de alegría que Kafka preceptuara en sus diarios, se vuelca preferentemente en la visión jubilosa de la naturaleza («Ovas» o «Viejo cerezo»), en el trino milagroso de un mirlo, en la modesta constancia de un pintor aficionado o en un árbol transterrado de nombre eufónico y exótico. Y, pese a los estragos de la edad, el poeta se mantiene firme en ella, resistiendo, como el torreón amenazado por la ruina de La Higuera. Hacia la luz, invariablemente con lo luminoso.
Como en tantas ocasiones, siempre igual y siempre distinto, renovado, el sentimiento de la naturaleza, que diría Unamuno, se centra, entre lo permanente y lo huidizo, en un viejo molino y un mirador sobre un valle, cercanos a su «ciudad cerrada» natal. Es su territorio poético, solitario, en medio del silencio. Da la impresión, en consonancia con el concepto de «naturaleza pensativa» de Wallace Stevens al que recurre, que el poeta firmaría aquella apreciación de Simone Weil de que un paisaje es más hermoso si nadie lo observa. De ahí la fijeza nostálgica con que contempla, por ejemplo, la montaña, allá «donde se roza / el misterio del cielo». Por tanto, Valverde se reafirma en su lugar en el mundo, donde ha ido cuajando su particular poética del espacio, que conjuga con su ambivalente noción del viaje, hasta de los no realizados pero sentidos.
Jalonan el volumen discretas alusiones a otros escritores, indicio inequívoco de la portentosa formación lectora, nunca exhibida, del poeta, para quien, según la conclusión de «El lector», la verdadera vida está en los libros. En estas páginas, comparecen el argentino Alberto Manguel, bibliófilo y otro lector, en su sentido laxo y profesional, de excepción; la nobel polaca Wisława Szymborska y su defensa de la tristeza; el rebelde poeta griego Yannis Ritsos, junto con el famoso cultivador de la narrativa de viajes Patrick Leigh Fermor, en su casa de la península de Mani; el filósofo judío holandés Baruch Spinoza con su insuperable Ética; el magnífico narrador-cronista y ensayista polaco Andrzej Stasiuk y su definición del espacio como «presente eterno»; su admirado Joan Vinyoli, tan determinante en la formación de su poética, o el escritor praguense recluido en Kampa Vladimír Holan, a cuenta de los homenajes, que suele cargarlos el diablo.
Lo que no es óbice para que se honre, eso sí, por escrito, «de solitario a solitario», a Giacomo Leopardi, al Juan Ramón Jiménez sensitivo e impresionista o a María Zambrano, a cuyo claro del bosque nos conduce, en un esbozo de ut pictura poesis, como en una especie de travelling, un dibujo de la primorosa y frágil Carmen Laffón. No de otra manera, como ofrecimiento de admiración y respeto, deben entenderse también, creo, las elegías a familiares y amigos, a Valente —que desemboca en sus dos primeros y definitivos versos: «Cruzo un desierto y su secreta / desolación sin nombre»— y a Ángel Campos Pámpano, cuya figura y recuerdo gravitan sobre buena parte del poemario, a tal punto que es como si lo sintiera aún a su lado.
En el poema que se titula justamente «Leyendo a Jiménez Lozano», otra prueba de su competencia y diversidad lectora, se parte de una entrada de un tomo de los diarios del autor de El mudejarillo relativa al arcipreste de Hita: «Toda la oferta del mundo, según el arcipreste, para seducir al hombre, es la sombra de un aliso», procedente de los versos «Non perderé yo a Dios ni al su paraíso / por pecado del mundo, que es sombra de alyso», para enraizarse en la vida, «porque algo es algo». Por no salir del Libro de buen amor, recordemos este consejo: «En todos los tus fechos, en fablar et en ál / escoge la mesura, et lo que es comunal: / como en todas cosas poner mesura val’, / así, sin la mesura, todo parece mal», que, seguramente, agradaría a Valverde.
Con Juan Ruiz y su parecer volvemos a donde empezamos. Si en la naturalidad expresiva reverberan las verdades de fondo de quien las ha ido decantando a lo largo de su obra, se da lo que sostenía con no menos acierto el citado Pascal: «Cuando uno se encuentra con un estilo natural se asombra y se entusiasma, porque esperaba encontrarse con un autor y se ha encontrado con un hombre». En efecto, así es y me sucede con cada libro de Valverde. Su intensa mirada —muy trabajada, véanse, en este sentido, las leves variantes de «Un viaje a Lisboa» o del poema que da título al libro respecto a su adelanto en Un centro fugitivo—, de una serenidad impropia desde el comienzo de su andadura poética, como decíamos, se ha ido aplomando más y más con los años hasta mostrarnos a un hombre de una pieza.
Creo que, por añadidura, el autor sabe bien lo que aproximadamente sentenció con su proverbial acierto Tomás Sánchez Santiago: que la humildad es el aprendizaje más importante, si no el único, y que nunca se acaba mientras vivimos. Así, suele distanciarse de sí mismo, como de costumbre, en muchos poemas, mediante el recurso a la segunda o tercera persona a modo de desdoblamiento, como en el poema final; cuando no prueba a desconocerse en un paseo por Évora, a mirarse en la modesta belleza de un rosal en el recoleto jardín de un vecino. O reconoce la «humilde verdad» en el agua de la fuente de los Alisos, es decir, en la poesía, o bien en la arquitectura de rostro humano del tarraconense Barba Corsini.
En definitiva, Valverde, en círculos sucesivos cada vez más amplios, penetrando en lo mismo, continúa en ese camino de despojamiento, de sobria contención desde la palabra precisa, sin conformarse nunca: «Así, me digo a ratos, / es mi alma: / sin nada en su interior / —doy fe de ello—». No en vano ya una de las tres citas iniciales, la de la ardua canadiense Anne Carson, advierte: «Hay demasiado de mí en mi escritura». Y el segundo poema, «Elogio de la pérdida», como el tercero, que concluye con un eco de aquel «La lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado», borgeano en su concepción tanto por lo enumerativo como por lo paradójico, defiende que lo que termina conformando la personalidad acaso sea lo no conseguido, otra recusación a la hipertrofia del yo imperante. En estos tiempos digitales de narcisismo vacuo y desaforado en los que el arte de la palabra en la búsqueda de las pequeñas verdades que cada cual va columbrando se ha convertido en zafiedad expresiva plagada de banalidades, El cuarto del siroco constituye una nueva lección poética de humildad, que nos conmueve y consuela, del placentino.

NOTA: La ilustración inédita es de Salvador Retana.

8.1.19

Kevin Prufer dixit

© Emy Johnson
Luis Ingelmo y Pablo Luque Pinilla tradujeron un puñado de poemas del estadounidense Kevin Prufer para la revista asturiana El CuadernoFormaban parte de su antología Legitimate Dangers y se publicaron en 2014. 
Me consta que Ingelmo ultimó hace tiempo la versión de Himno americano (National Anthem, 2008), libro al que Luque puso un prólogo. 
Copio ahora sus "creencias fundamentales" en torno a la poesía, las que ofreció ("¡Serán grandes y desvencijadas, como las casas viejas y con corrientes de aire!") en la revista Kenyon Review cuando le preguntaron por ellas, no sin antes recordarle que en la década de los cincuenta, John Crowe Ransom invitó a una decena de críticos (William Empson, Northrop Frye, etc.) a escribir su particular "credo" para la revista, cuyos resultados se convirtieron en una serie de ensayos sobre esas "creencias fundamentales" con respecto a la literatura y a la práctica crítica, titulada "Mi Credo". Este es el de Prufer.

1) La literatura, la poesía, no complica el mundo. Refleja la complejidad que ya existe en el mundo.

2) El trabajo del escritor no es retener información del lector y el trabajo del lector no es romper el código secreto que el escritor ha presentado. La escritura literaria es un tipo de comunicación. Cuando es difícil, no es porque el significado haya sido codificado en él, sino porque las ideas con las que el escritor se enfrenta son, en sí mismas, difíciles.

3) Dicho de otra manera, el modo ideal para un escritor no está en oposición a su lector, sino en un intento mutuo de entender algo más grande y, tal vez, inefable.

4) Me encanta la idea emersoniana de que nos conocemos a nosotros mismos a través de la literatura que ya hemos producido y el futuro nos conocerá a través de la literatura que estamos produciendo ahora. La literatura y el arte son como un enorme barco que nos transporta (o al menos nuestro sentido de nosotros mismos) hacia el futuro.

5) No me interesa tanto la poesía como la autoexpresión, definida estrictamente. Me gusta considerarlo como una comunicación amable. A veces esa comunicación incluye alguna autoexpresión. A veces realmente no lo hace (más allá del hecho de que incluye algo que un yo en particular estaba pensando al mismo tiempo).

6) Todo arte es formal, en la medida en que todo el arte está formado por el artista. Esto se aplica a la poesía y es parte de la razón por la que todo buen poeta que conozco pasa tanto tiempo escuchando el poema, tratando de comprender lo que dice la música del poema.

7) En la poesía: algo debería estar sucediendo en el espacio blanco.

4.1.19

Cosecha (poética) del 18

Si el periodismo cultural no hubiera desaparecido prácticamente de la prensa regional y en los balances de fin de año tuviera cabida la cultura, no digamos ya la pobre poesía (y no para jalear a esa plaga de parapoetas que nos invade), alguien habría escrito este artículo por mí. No me gusta ser arte y parte, pero me resulta necesario airear, siquiera sea a la inmensa minoría de siempre, que a lo largo de 2018 han aparecido una serie de libros de poesía escritos por poetas extremeños que bien podrían justificar que en el futuro, si las cosas no se desmandan de manera definitiva, se le considerara un año histórico. Sí, aunque no lo parezca, hay vida más allá de la moción de censura, el brexit, las elecciones andaluzas, Las Vegas de La Siberia o el procès.
¿A qué libros me refiero? A costa de pecar de olvidadizo (que me perdonen los involuntariamente silenciados), y no sin destacar que se trata, en todos los casos, de obras mayores, claves en las respectivas trayectorias literarias de los nominados, puedo empezar, por ejemplo, nombrando Micrografías, de Irene Sánchez Carrón (Navaconcejo, 1967), que había ganado el premio Emilio Alarcos y la afianza, con sus versos íntimos de línea clara, como una de las mejores poetas españolas.
Y pues que de poetas hablamos, cómo no mencionar Retirada, de Pureza Canelo (Moraleja, 1946), donde esta decana de nuestra lírica vuelve a demostrar que su camino es único y lo que escribe, de un rigor incomparable.
Otra extremeña –como ella, de la diáspora–, Isla Correyero (Miajadas, 1957) ha reunido lo mejor de su poesía radical y femenina bajo el título Mi bien, que se abre con un precioso prólogo de Juan Antonio González Iglesias.
Otra mujer, para que luego digan, Ada Salas (Cáceres, 1965), publicaba a finales de año Descendimiento, basado en el óleo de Rogier van de Weyden, que cuelga en El Prado, una obra honda y compleja que incluye un oratorio.
Para cuando otro cacereño, Basilio Sánchez (1958), nos sorprendía a todos al conseguir el ambiciado y prestigioso premio Loewe, la misma editorial ya había incluido en su catálogo Esperando las noticias del agua, tan próximo en su tono al que le seguirá, con su misma, inconfundible voz.
José María Cumbreño, cacereño del 72, y van tres, el más ultramarino y liliputiense de nuestros poetas (lo digo por su editorial, no se me malinterprete), el agitador cultural que inventó Centrifugados, daba a la imprenta Hablar solo, que no es mal título ni para él ni para cualquier vate de estos tiempos tan ruidosos como líquidos.
No olvido Y, del extremeño de adopción Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953), con casa (Las Viñas) en la Sierra de los Lagares, un libro que, según él, “es homenaje únicamente a ese solitario rincón del campo extremeño”.
Hasta Ángel Campos Pámpano (San Vicente de Alcántara, 1957), muerto hace ahora diez años, ha estado presente en este annus mirabilis de nuestra poesía, en forma de florilegio de homenaje a su legado y gracias a la traducción de su último libro al portugués por Luis Leal, otro poeta extremeño… de Évora. Ambos volúmenes son de la Editora Regional. ¿Y los anteriores? Pues de los catálogos de algunas de las mejores editoriales del país: Visor, Pre-Textos y Calambur, lo que subraya y avala la importancia de cuanto vengo afirmando.
Dije antes lo de “arte y parte” y es que, para no pecar de falsa modestia, apostillo que uno también se honra de haber contribuido, en alguna medida, a este poderío lírico del Oeste. Al fin y al cabo, el 18 fue el año de El cuarto del siroco (Tusquets). Como José Cercas, Jesús María Gómez y Flores o José Antonio Ramírez Lozano que, según costumbre, ganó algún premio y publicó algún libro.
Tan quejosos siempre y con la autoestima tan baja, motivos no nos faltan, querría uno que mis paisanos se alegrasen por cosas como estas. Insustanciales, según los más, sin aparentes consecuencias económicas o políticas, pero, a la larga, más importantes de lo que tal vez sospechamos. Esta tierra será muchas cosas, pero ya no el erial literario que fue durante siglos. ¿Les parece poco? Enhorabuena.

Nota: Este artículo se publicó ayer en el diario HOY.
La fotografía que lo ilustra es de Antonio María Flórez.

3.1.19

Descubrimiento de Berbel

Lo confieso: a estas alturas de mi edad, a punto de cumplir 60 (qué mareo), desconfío de las unanimidades y hasta de los descubrimientos. Es verdad que cuando quienes opinan son personas con criterio, gente a la que respetas y admiras, las cosas suelen suceder de otra manera. Con todo, tampoco coincides siempre con ellas y con sus gustos. Podría poner un ejemplo reciente, de un libro que acapara entusiasmos (no el de Echevarría), que está en todas las listas (si no el primero, el segundo), pero que uno ni siquiera se atreve a abrir. No digamos si, para colmo, se trata de una ópera prima y su autora tiene cuatro años menos que tu hijo pequeño. De pronto piensas: Arthur Rimbaud, Claudio Rodríguez...  ¡Uf!
Que Fernando Aramburu le dedicara un artículo en El Mundo a toda página, en su sección "Entre coche y andén", fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia lectora. Antes, claro, su editor, Jesús Munárriz, de Hiperión, ya había tenido el acierto y la delicadeza de enviarme Las niñas siempre dicen la verdad, de Rosa Berbel (Estepa, 1997), estudiante en Granada, la muchacha de la que hablo. Me resistí, no obstante. El título... Lo suficiente para no poder votar la obra en mi lista de los mejores de El Cultural (lo que sí hizo Irazoki). Pero ayer, día 2 de enero, cumpleaños de mi hermano Jesús, me fui a la Hospedería de Hervás a pasar la mañana y metí en la mochilina ese libro. Iba con otros que volvieron tan cerrados como se fueron. Creo que elegí bien. Era mi segunda lectura de 2019. Antes del concierto vienés de Año Nuevo ya había degustado una obra mayor, Descendimiento, de Ada Salas, tan distinta, por cierto, de la que ahora nos ocupa.
El libro de Berbel obtuvo el Premio de Poesía Joven 'Antonio Carvajal' (puede estar contento) y el jurado votó al unísono por él (no me extraña). 
Ya desde el primer poema, "Precuela", esta mujer me tenía ganado. Lo que vino después confirmó esa primera impresión. Basta con leer "Deseo", "Retrato de familia", el que da título al conjunto, "Exorcismo", "El amor modifica...", "Femme fatale con prisa", "Canciones viejas para vidas distintas" y, cómo no, el extenso que abrocha el volumen: "Sala de espera para madres impacientes". 
Ninguno, que conste, se me ha caído. Podría, en suma, mencionarlos todos. 
Su poesía es inteligentemente lúcida y sutilmente humorística. Fresca. No inocente. Nada que ver, aleluya, con la dichosa parapoesía, a la que por destino podría estar condenada. Ella es mucho más lista. Y parece que mucho más mayor. Ha leído. Cita a Zagajewski. A ratos me recuerda a otra paisana, Irene Sánchez Carrón, también de línea clara. 
No quisiera dar a entender nada más que lo que he dicho. Ni libro del año, ni de la década, ni autora revelación, ni... Recuerda uno a Blanca Andreu o a Elena Medel, pongo por caso, y se echa a temblar. Nada que ver. Sí, las comparaciones son odiosas. Las niñas siempre dicen la verdad es buen libro, y punto.
Por una vez, y con esto termino, Berbel tendría que desdecirse; así, cuando escribe en "Manual de supervivencia para salir del nido": "7. Mantener intachables los prejuicios. / Las cosas suelen ser, salvo excepciones, / igual que parecían". Lo que, sin duda, no hace al caso. No al mío, quiero decir. Bendita excepción.
Sí, "y de pronto Rosa Berbel", que diría el autor de Patria. Una sorpresa. Y una alegría. Si de apostar se trata, bien podría caerle este año el Premio Nacional de Poesía Joven 'Miguel Hernández'. Veremos.

PLANES DE FUTURO

Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza.

Tenemos un trabajo y un piso en la playa,
pero ante el mar soñamos
un milagro:
nuestra ropa en la arena como entonces
y quedarnos así a la intemperie, uno
enfrente del otro,
con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos,
con esta luz precaria,
con un amor que existe y no nos basta.

Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren,
que gritan y que lloran
porque la arena está demasiado caliente,
porque nosotros discutimos,
porque no hay nada aquí que nos divierta.

Tenemos casa hijos y demasiado miedo
a la muerte, a los contratos temporales
como la gente normal, miedos
de gente feliz, miedos felices,
como este insomnio dulce de los días
antiguos o esta nostalgia común
y rutinaria.

Tenemos cuarenta años y un país que no no nos nombra
no cogemos aviones
porque hemos olvidado
cómo decir te quiero en otras lenguas,
la violencia del viaje,
cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos
donde nadie nos llama por las noches.

Tenemos cuarenta años y una vida feliz
feliz sin contratiempos
una vida segura,
equilibrada.

Pero después del amor, de la rutina,
de la clase privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista.