3.1.19

Descubrimiento de Berbel

Lo confieso: a estas alturas de mi edad, a punto de cumplir 60 (qué mareo), desconfío de las unanimidades y hasta de los descubrimientos. Es verdad que cuando quienes opinan son personas con criterio, gente a la que respetas y admiras, las cosas suelen suceder de otra manera. Con todo, tampoco coincides siempre con ellas y con sus gustos. Podría poner un ejemplo reciente, de un libro que acapara entusiasmos (no el de Echevarría), que está en todas las listas (si no el primero, el segundo), pero que uno ni siquiera se atreve a abrir. No digamos si, para colmo, se trata de una ópera prima y su autora tiene cuatro años menos que tu hijo pequeño. De pronto piensas: Arthur Rimbaud, Claudio Rodríguez...  ¡Uf!
Que Fernando Aramburu le dedicara un artículo en El Mundo a toda página, en su sección "Entre coche y andén", fue la gota que colmó el vaso de mi paciencia lectora. Antes, claro, su editor, Jesús Munárriz, de Hiperión, ya había tenido el acierto y la delicadeza de enviarme Las niñas siempre dicen la verdad, de Rosa Berbel (Estepa, 1997), estudiante en Granada, la muchacha de la que hablo. Me resistí, no obstante. El título... Lo suficiente para no poder votar la obra en mi lista de los mejores de El Cultural (lo que sí hizo Irazoki). Pero ayer, día 2 de enero, cumpleaños de mi hermano Jesús, me fui a la Hospedería de Hervás a pasar la mañana y metí en la mochilina ese libro. Iba con otros que volvieron tan cerrados como se fueron. Creo que elegí bien. Era mi segunda lectura de 2019. Antes del concierto vienés de Año Nuevo ya había degustado una obra mayor, Descendimiento, de Ada Salas, tan distinta, por cierto, de la que ahora nos ocupa.
El libro de Berbel obtuvo el Premio de Poesía Joven 'Antonio Carvajal' (puede estar contento) y el jurado votó al unísono por él (no me extraña). 
Ya desde el primer poema, "Precuela", esta mujer me tenía ganado. Lo que vino después confirmó esa primera impresión. Basta con leer "Deseo", "Retrato de familia", el que da título al conjunto, "Exorcismo", "El amor modifica...", "Femme fatale con prisa", "Canciones viejas para vidas distintas" y, cómo no, el extenso que abrocha el volumen: "Sala de espera para madres impacientes". 
Ninguno, que conste, se me ha caído. Podría, en suma, mencionarlos todos. 
Su poesía es inteligentemente lúcida y sutilmente humorística. Fresca. No inocente. Nada que ver, aleluya, con la dichosa parapoesía, a la que por destino podría estar condenada. Ella es mucho más lista. Y parece que mucho más mayor. Ha leído. Cita a Zagajewski. A ratos me recuerda a otra paisana, Irene Sánchez Carrón, también de línea clara. 
No quisiera dar a entender nada más que lo que he dicho. Ni libro del año, ni de la década, ni autora revelación, ni... Recuerda uno a Blanca Andreu o a Elena Medel, pongo por caso, y se echa a temblar. Nada que ver. Sí, las comparaciones son odiosas. Las niñas siempre dicen la verdad es buen libro, y punto.
Por una vez, y con esto termino, Berbel tendría que desdecirse; así, cuando escribe en "Manual de supervivencia para salir del nido": "7. Mantener intachables los prejuicios. / Las cosas suelen ser, salvo excepciones, / igual que parecían". Lo que, sin duda, no hace al caso. No al mío, quiero decir. Bendita excepción.
Sí, "y de pronto Rosa Berbel", que diría el autor de Patria. Una sorpresa. Y una alegría. Si de apostar se trata, bien podría caerle este año el Premio Nacional de Poesía Joven 'Miguel Hernández'. Veremos.

PLANES DE FUTURO

Tenemos cuarenta años y un trabajo que odiamos
que nos hace pagar las facturas,
llegar a fin de mes,
tener eso que llaman dignidad
y que se siente igual que la tristeza.

Tenemos un trabajo y un piso en la playa,
pero ante el mar soñamos
un milagro:
nuestra ropa en la arena como entonces
y quedarnos así a la intemperie, uno
enfrente del otro,
con toda la extrañeza de los cuerpos desnudos,
con esta luz precaria,
con un amor que existe y no nos basta.

Tenemos cuarenta años y dos hijos que corren,
que gritan y que lloran
porque la arena está demasiado caliente,
porque nosotros discutimos,
porque no hay nada aquí que nos divierta.

Tenemos casa hijos y demasiado miedo
a la muerte, a los contratos temporales
como la gente normal, miedos
de gente feliz, miedos felices,
como este insomnio dulce de los días
antiguos o esta nostalgia común
y rutinaria.

Tenemos cuarenta años y un país que no no nos nombra
no cogemos aviones
porque hemos olvidado
cómo decir te quiero en otras lenguas,
la violencia del viaje,
cómo dormir tranquilos en hoteles lejanos
donde nadie nos llama por las noches.

Tenemos cuarenta años y una vida feliz
feliz sin contratiempos
una vida segura,
equilibrada.

Pero después del amor, de la rutina,
de la clase privada y el verano,
la realidad regresa
inconformista.