9.7.13

Los argentinos

El domingo volvió uno al Parador. Mi madre lo eligió para celebrar una comida familiar que agasajase como es debido a su primo Gonzalo y su mujer, Betina, de paso por Plasencia. Viven en Buenos Aires. Una vez conté esto: "Como en toda familia extremeña que se precie, también en la mía ha habido emigrantes. Tres hermanos de mi abuela trujillana partieron, en los felices veinte, en busca de su retrasada, particular aventura americana; dos se embarcaron a Argentina y el tercero, a Cuba. De este último apenas he oído hablar; se le perdió hace mucho tiempo la pista (...). Los otros dos mantuvieron durante toda su vida contactos con los suyos, es decir, con nosotros. Mariano (que vivió en Mendoza y se casó con una bruja) vino varias veces y le conocí de niño. De él he retenido, sobre todo, un olor: un penetrante perfume ultramarino, hecho a medias de especias y cariño. Paco, el otro, sólo volvió una vez, ya muy mayor, acompañado de Matilde, su triste y afable mujer argentina. Fue en el 74. A principios de ese verano yo no tenía todavía quince años. Junto a los típicos bolsos de cuero de olor indeleble y los pañuelos y los ponchos, salieron de sus maletas, en la emocionante entrega de regalos, dos libros de un tal Jorge Luis Borges, uno para mis padres y otro para una de mis tías. No siendo la mía una familia de intelectuales, ni de grandes lectores, el presente no podía por menos que sorprender a todos. En especial, a mí." En efecto, todavía conservo los ejemplares de Borges, de El Aleph y El oro de los tigres, firmados los dos por el poeta con su minúscula letra de ciego. A la providencial lectura del segundo, en la edición de Emecé (adquirida en la librería La ciudad, sita en la emblemática calle Maipú), que es el que tocó en casa, habrá que atribuir una parte sustancial de mi posterior dedicación a la poesía. A esa edad...
Pues bien, Gonzalo es uno de los hijos del tío Paco Martínez (el otro, Hugo, también estuvo por aquí hace años), apellido que llevo en cuarto lugar. Tras un intenso tour por Europa, y antes de regresar a su casa, se han acercado desde Madrid a vernos. Con ese motivo nos reunimos en la mencionada comida. Los tres primos Martínez (en casa, los argentinos) y los únicos sobrinos-nietos de este lado del charco: mis hermanos y yo, acompañados de algunos de los nuestros: mujer, hijos... Éramos trece. Ah, y comimos y nos atendieron estupendamente, todo hay que decirlo. 
Fue un encuentro muy emotivo. En un corto periodo de tiempo se amontonan mil recuerdos, se cruzan numerosas conversaciones, se preguntan muchas dudas y la memoria, en fin, no da abasto, lo que al final hace difícil contener las emociones que, cómo no, llegaron, en el brindis final con cava extremeño, hasta las lágrimas. 
Lo peor: atravesar la ciudad desierta antes y después de comer, bajo un sol tórrido e inclemente.
En la estación intercambiamos nuestras direcciones electrónicas y quedamos en volver a vernos. A ser posible, dicen ellos, achá