José Ramón Ripoll (Cádiz, 1952) es un poeta de largo recorrido, un poeta de fondo. En 2002 reunió en el volumen Hoy es niebla (Visor). Allí (con alguna rehabilitación), tres libros: El humo de los barcos, Las sílabas ocultas y Niebla y confín, los más significativos de cuantos había publicado, que conforman, como dice Ripoll, una suerte de "sonata".
Once años después, Tusquets publica en su colección Nuevos Textos Sagrados Piedra rota.
Dividido en tres partes -además de un "Preludio"-, "Encuentro", "Reconocimiento" y "Abandono", el libro, que toma su título de un verso de Eliot (el anterior lo tomaba de otro de Auden), no deja de ser, como todos los suyos, como todo lo que ha escrito, "un pretexto para la música", según sus propias palabras. Aquí, una música callada que tiende al silencio.
En torno a símbolos recurrentes: el mar, la playa, el viento, la niebla, la sombra y, sobre todo, la piedra ("negra", "ciega", "desnuda", "de fuego", "herida" "oculta"...), girando alrededor de un paisaje que uno identifica fácilmente con el de sus natales costas gaditanas, el poeta contempla o medita para terminar transformando en versos esas cavilaciones que son, al mismo tiempo, miradas. Visiones cargadas de memoria, cabría añadir. Hacia afuera y hacia adentro.
El tono, de una sobriedad calculada, tiene algo de metafísico (en el mejor sentido, en el casi literal de la palabra, sin filosofismos). Los poemas, despojados, esenciales, a menudo breves, de una precisión extrema sin llegar, eso sí, a la retórica de la escuela silenciaria. En ellos hay, ya se dijo, palabras suficientes, música siquiera sigilosa, y poco o nada de inefable. En la segunda parte se adensan, por más que, en general, estemos ante una obra penetrante y rigurosa de "palabra adentro", de honduras que uno calificaría, con todas las cautelas, de juanramonianas. Del JR de las postrimerías.
Entre la constancia, la fuga y la huida, Ripoll, o el personaje que protagoniza sus poemas, se dirige a un tú con el que dialoga y al que pregunta. Sobre el sentido de la vida, sobre las frustraciones y derrotas, sobre la identidad y sus fantasmas, sobre lo escrito o lo por escribir. En "(Mi único territorio)" leemos: "mi único territorio, / mi identidad, / mi tiempo, / un puñado de arena / que aprieto entre las manos / y se escapa, / se pierde / en el canto del aire."
Ya que lo cito, todos los poemas llevan sus títulos entre paréntesis, acaso porque en realidad estamos ante un sólo y extenso poema único, si acaso fragmentado.
Como el simbólico escarabajo o como el mirlo ("pájaro extraño en esta playa, / ave expulsada de su reino"), JRR nos ofrece su "canto obstinado", "en esta playa sola / donde el tiempo es sonoro", a sabiendas de que "Hay otro mar bajo estas aguas quietas" y que "Doble es el mundo y su paisaje".
"Cuéntame lo que ves / la negrura de ese viaje hacia lo hondo", escribe, "como un asombro".
En "(Hacia el silencio)", con cita de Celan, leemos: "Todas las lenguas se disuelven / en el paisaje silencioso de esta playa baldía". Y uno, claro, se calla.